Lo que se puede entender, sobre la base de la Biblia y los escritos de Elena de White, acerca de la identidad de esta mujer.

¿Es posible decir que María Magdalena, María de Betania y la pecadora de Juan 8 son la misma persona? El Nuevo Testamento parece hacer referencia a ocho mujeres que se llaman María: la madre de Jesús (Mat. 1:18; 2:11; 13:55; Hech. 1:14); la madre de Santiago y de Jóse (Mat. 27:56; Mar. 15:40; 16:1; Luc. 24:10); María la “que se llamaba Magdalena” (Luc. 8:2; 24:10; Juan 19:25; 20:1); María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro (Luc. 10:38-42; Juan 11:1-44); la “otra María” (Mat 27:61; 28:1); la esposa de Cleofas (Juan 19:25); la madre de Marcos (Hech. 12:12); y una más que vivía en Roma (Rom. 16:6).

Pero es probable que María, madre de Santiago y dejóse; la “otra María”; y María, la esposa de Cleofas, sean la misma persona. María, madre de Santiago y dejóse, es mencionada por Mateo juntamente con María Magdalena entre las demás mujeres que estuvieron en la escena de la crucifixión (Mat. 27:55, 56). Luego, enseguida, todavía en el contexto de la muerte y la resurrección de Jesús, Mateo habla de María Magdalena y la “otra María” (Mat. 27:61; 28:1), lo que nos lleva a creer que esta es la misma María, madre de Santiago y dejóse. Cuando cruzamos las informaciones de Mateo, Marcos y Juan acerca de las mujeres que estuvieron junto a la cruz (Mat. 27:55, 56; Mar. 15:40; Juan 19:25), no es difícil concluir que María, la esposa de Cleofas, también consiste en la misma persona. En este caso, en lugar de ocho, las Marías del Nuevo Testamento serían seis.

Pero, en este artículo, vamos a estudiar las referencias a dos de ellas: María Magdalena y María, la hermana de Marta y de Lázaro, con la intención de descubrir si fueron la misma persona. También consideraremos la hipótesis, hasta cierto modo difundida en los medios adventistas, de que la pecadora de Juan 8 también fue María Magdalena.

La mujer adúltera

Comenzaremos con la pecadora de Juan 8:2 al 11. El texto no informa nada acerca de ella: su nombre, dónde vivía, ni su estado civil. El intento de apedreamiento luego de ser encontrada en flagrante adulterio no prueba necesariamente que fuera casada. Si hubiera sido novia, la pena habría sido la misma. Pero el castigo raramente era aplicado en los días de Jesús. En verdad, el relato sugiere que todo no pasó de una trampa, con el objetivo de poner a prueba a Jesús en público y, quién sabe, atraparlo en algún desliz: si recomendaba el apedreamiento, perdería su influencia ante el pueblo, de quien se decía defensor. Si no, los líderes judíos lo acusarían de no cumplir la ley de Moisés (Deut. 22:22).

Fue brillante su estrategia de escribir en la arena los pecados de los acusadores (El Deseado de todas las gentes, p. 425). Así, consiguió invertir los papeles, exponer la hipocresía de los acusadores y perdonar a la mujer. Un bello ejemplo de sabiduría y del amor perdonador de Jesús. A pesar de todo, no hay nada en el texto que permita o impida una identificación con María Magdalena.

Acerca de la autenticidad del relato en sí (aparece entre corchetes en varias versiones bíblicas), Juan 7:53 al 8:11, de hecho, no consta en los mejores y más antiguos escritos griegos de Juan. Pero hay evidencias o indicios de su antigüedad y autenticidad histórica. Pocos dudan de que la historia sea auténtica, y piensan que fue preservada oralmente o mediante alguna tradición escrita paralelamente, hasta que más tarde terminó siendo incorporada en los manuscritos del Nuevo Testamento. Solo tenemos que recordar que Jesús hizo y habló mucho más de lo que quedó registrado (Juan 21:25), y Mue diversas historias permanecieron vivas en la memoria de la iglesia por mucho tiempo luego de que los evangelios fueron escritos.

María Magdalena

Se da por cierto que el nombre “Magdalena” (en griego Magdaléné es una alusión a Magdala, una pequeña villa en la playa occidental del Mar de Galilea, un poco al sur de Capernaum. Algunos antiguos manuscritos se refieren a esa aldea como “Magdala”, y es así que es citada en la mayoría de nuestras versiones de Mateo 15:39. No hay dudas de que María “Magdalena” era llamada así por ser originaria de Magdala o, al menos, por haber morado allí parte de su vida.

María Magdalena solo es mencionada por nombre una vez en los evangelios, antes del relato de la pasión de Cristo (Luc. 8:2). Después, es citada en el contexto de la crucifixión. Junto a otras mujeres que habían acompañado al Maestro desde Galilea, presenció la muerte de Jesús (Mat. 27:55, 56; Mar. 15:40, 41; Juan 19:25), su sepultura (Mat. 27:61; Mar. 15:47) y después su tumba vacía (Mat. 28:1-7; Mar. 16:1-8; Luc. 23:55-24:22; Juan 20:1). Juan es el único en relatar la aparición de Jesús, luego de la resurrección, exclusivamente a María Magdalena (Juan 20:11-18). La secuencia de los hechos tal vez haya sido la siguiente:

María fue con las demás mujeres a ungir el cuerpo de Jesús el domingo de madrugada, pero se adelantó a ellas y llegó primera al sepulcro, encontrando la piedra removida. Entonces, le contó a Pedro y a Juan lo que había sucedido, y luego fue alcanzada por las demás mujeres. Enseguida, habría vuelto en compañía de Pedro y de Juan al sepulcro, donde permaneció llorando luego de que todos se fueran. Fue en ese momento que vio los dos ángeles y, luego, al propio Cristo resucitado. En el diálogo que siguió, Jesús le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre” (Juan 20:17). Necesitaba ascender al Padre; quería tener la certeza de que su muerte había sido aceptada como sacrificio por la humanidad pecadora.

María de Betania

Hermana de Marta y de Lázaro, esta María es mencionada por nombre solo en los evangelios de Lucas y de Juan (Luc. 10:38-42; Juan 11:1). El poblado de Betania estaba localizado del otro lado del Monte de las Olivas, distante de Jerusalén aproximadamente tres kilómetros, en el camino hacia Jericó.

Seis días antes de la Pascua, Jesús estuvo nuevamente en Betania, donde le ofrecieron un banquete. Marta servía; Lázaro estaba con Jesús a la mesa. María “tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12:3).

Juan menciona solo que quien lo ungió fue María, hermana de Marta y de Lázaro, y que el hecho ocurrió en Betania. Los demás evangelios también contienen un episodio en el que Jesús es ungido por una mujer (Mat. 26:6-13; Mar. 14:3-9; Luc. 7:37-50). La dificultad es saber si los cuatro relatos se refieren al mismo episodio. Los relatos de Mateo y de Marcos son prácticamente idénticos entre sí y muy semejantes al de Juan, si bien ni María, ni Marta, ni Lázaro son mencionados, y Jesús fue ungido en la cabeza y no en los pies. Pero sabemos que el episodio ocurrió en Betania, como en Juan, y hay otros detalles de la narración que también son muy parecidos a los mencionados por Juan. Otra diferencia, de naturaleza secundaria, es que tanto Mateo como Marcos mencionan que el banquete fue ofrecido por un tal Simón, ex leproso, información que es omitida por Juan. No obstante, en general, no hay por qué negar que tanto Juan como Mateo y Marcos se refieren al mismo episodio.

En el evangelio de Lucas, las diferencias son mayores. Allí, el episodio parece haber ocurrido en Galilea, cuando Juan el Bautista todavía estaba en prisión (Luc. 7:18-35), y no en Judea, donde quedaba Betania, poco antes de la muerte de Jesús. Lucas tampoco menciona el nombre de María ni de sus hermanos, y es el único que identifica a la mujer como “una pecadora”, cuyos muchos pecados habían sido perdonados por Jesús (Luc. 7:37, 39, 47-50). Por otro lado, difiere de Mateo y de Marcos al decir que fueron los pies de Jesús, y no la cabeza, lo que la mujer ungió. Varios otros detalles de la narración también son diferentes, lo que ha llevado a la mayoría de los intérpretes modernos a postular dos episodios distintos: uno descrito por Lucas, que habría ocurrido en Galilea, más temprano en el ministerio de Jesús, y otro por los demás evangelistas, ocurrido en Betania pocos días antes de la crucifixión.

Es importante destacar que no todas las diferencias son necesariamente contradictorias; muchas de ellas son, en verdad, complementarias. Tal vez sea por eso que diversos padres de la iglesia intentaron armonizar los relatos, diciendo, por ejemplo, que Lucas describe el mismo episodio, solo que en un contexto diferente, y que, por lo tanto, María de Betania habría realizado la unción. Eso no es totalmente imposible, todavía más si consideramos el hecho de que Lucas no siempre sigue un orden estrictamente cronológico en su evangelio. Además de eso, como dice que Jesús había curado a María Magdalena, expulsando de ella siete demonios (Luc. 8:2), el paso siguiente de varios escritores fue identificarla con la “pecadora” mencionada en el capítulo 7, por causa de su profunda expresión de gratitud, al ungir a Cristo. Fue así que María Magdalena, María de Betania y la “pecadora” mencionada por Lucas terminaron siendo identificadas por la tradición de la iglesia como la misma persona. El escenario estaba formado para decir que la adúltera de Juan 8 era también la misma mujer.

Informaciones adicionales

Al escribir sobre este asunto, en su libro El Deseado de todas las gentes (páginas 511-522), Elena de White identifica el relato de Lucas como el mismo que ocurrió seis días antes de la crucifixión que es relatado por los demás evangelistas. Ella también informa que el banquete fue ofrecido por Simón debido a que Jesús lo había curado de la lepra. Con respecto a la identificación de María, ella claramente da a entender que se trata de María Magdalena, aun cuando no la cita por su nombre. Se refiere a esta María como la misma de quien expulsó siete demonios y que, más tarde, acompañaría los eventos de su muerte y su resurrección.

“Fue María la que se sentaba a sus pies y aprendía de él. Fue María la que derramó sobre su cabeza el precioso ungüento, y bañó sus pies con sus lágrimas. María estuvo junto a la cruz y lo siguió hasta el sepulcro. María fue la primera en ir a la tumba después de su resurrección. Fue María la primera que proclamó al Salvador resucitado” (p. 521). Bastante esclarecedora es también la información de que fue el propio Simón el que indujo a María al pecado y que, por eso, la despreciaba: “Ella había sido muy perjudicada por él” (p. 520).

En un artículo publicado en la revista Signs of the Times del 9 de octubre de 1879, bajo el título de “La ofrenda de amor”, Elena de White se refiere a María como aquella de quien Jesús expulsó siete demonios, declarando que, en su misericordia, le había perdonado los pecados, “que habían sido muchos y graves, y su corazón estaba lleno de amor por su Salvador”. Todavía más significativa es la información dada en el mismo periódico (9 de mayo de 1900), cuyo título es “En la casa de Simón”. En este artículo, ella declara que Simón era tío de Lázaro, lo que significaba que también era tío de María. Cuando recordamos que fue el mismo que la indujo al pecado, no es difícil imaginar lo que pudo haber sucedido.

Entonces, la Sra. White hace la que tal vez sea la revelación más sorprendente, sugiriendo que esa María es, de hecho, la mujer encontrada en adulterio de Juan 8: “Esta mujer arrepentida llegó a ser uno de los amigos más leales de Jesús. Retribuyó el perdón y la compasión que se le había otorgado con un acto de amor y adoración abnegado [¿la unción en la casa de Simón?]. Posteriormente, cuando se encontraba llena de pesar a los pies de la cruz [¿María Magdalena?], su alma fue traspasada nuevamente al ver la agonía de muerte en el rostro de su Señor y escuchar su amargo grito, porque sabía que su sacrificio era por causa de su pecado, y le pesaba muchísimo su responsabilidad como uno de aquellos cuya intensa culpa había ayudado a provocar esta angustia en el hijo de Dios” (Signs of the Times, 23 de octubre de 1879; “La sabiduría y la compasión de Jesús”).

Prudencia

En la Biblia no tenemos informaciones suficientes que nos permitan identificar a María Magdalena con María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro, y mucho menos con la pecadora de Juan 8. Pero Elena de White no solo confirma esta identificación, explícitamente en el caso de la pecadora de Juan 8, sino también provee importantes detalles que enriquecen mucho nuestra comprensión de los hechos. Sobre la base de estos detalles, no es difícil reconstruir la historia de María, si bien hipotéticamente. Inducida al pecado por su propio tío, terminó huyendo hacia el norte, a Magdala, donde su dolor y su complejo de culpa la condujeron todavía más hondo en el pecado y en el vicio. Fue así que Jesús la encontró, totalmente entregada a las fuerzas del mal, y la curó. Después de eso, se juntó con otras mujeres, que pasaron a seguirlo y a ayudarlo en el trabajo de la evangelización.

Más tarde, de regreso a Betania, Jesús conocería a sus hermanos y se convertiría en huésped frecuente de la familia. Fue entonces que, tal vez por causa de su pasado nada recomendable, ella habría sido usada como carnada por los líderes judíos, deseosos de atrapar a Jesús en alguna falla. Inducida nuevamente al adulterio, fue apresada in fraganti y llevada ante él que, una vez más, la perdonó. “María había sido considerada como una gran pecadora, pero Cristo conocía las circunstancias que habían formado su vida” (p. 521). Y, seis días antes de la crucifixión, ella expresó su gratitud en un hecho cuya memoria jamás debía ser apagada (Mat. 26:13). Cuando Jesús murió, ella permaneció a su lado y tuvo la honra de ser la primera en testificar de su resurrección (Juan 20:11-18).

Sin duda, una bella historia. Pero es necesaria prudencia al contarla. Las personas no familiarizadas con los escritos de Elena de White pueden no entender o aceptar esta reconstrucción. Sin embargo, su uso interno en la iglesia no debería necesariamente causar extrañeza. Aun así, quedan algunas dudas, pues la sugerencia de que la mujer adúltera sea María Magdalena es hecha por la Sra. White una sola vez. Sea como fuere, es importante que nos atengamos al punto principal, que fue la forma extraordinaria en que Jesús la perdonó y le dio una nueva oportunidad (Juan 8:10, 11).

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Unasp, Engenheiro Coelho, San Pablo, Brasil.