Lecciones de la experiencia evangelizadora de la comunidad cristiana de Antiquia, válidas para las iglesias del siglo XXI.

Existe mucha verdad en el adagio popular según el cual algunas personas hacen que las cosas sucedan, otras miran los acontecimientos, mientras que otros se admiran o dudan de los hechos. Si pudiésemos aplicar ese adagio a las iglesias de manera general, ¿cómo se ajustaría, por ejemplo, a la iglesia de Antioquía? ¿Qué características, observadas en Hechos 11 y 13, harían de esa iglesia un modelo que puede ser imitado por las congregaciones adventistas de la División Sudamericana?

El libro de los Hechos ha sido llamado “La historia de las tres ciudades”.[1] De hecho, Lucas comienza su relato con los poderosos milagros ocurridos en la ciudad de Jerusalén. Luego, cambia el foco hacia una casi desconocida ciudad llamada Antioquía. Al final del libro, el centro del testimonio parece ser Roma, una ciudad en la que Pablo escribe algunas de sus epístolas pastorales. La iglesia de Antioquía puede no tener la importancia profética de las siete iglesias mencionadas en el Apocalipsis, pero hay muchas lecciones que pueden ser aprendidas de su crecimiento, vitalidad y relevancia, por las iglesias de hoy.

Antioquía fue fundada por Seleuco I, en el año 300 a.C., en homenaje a su padre, Antíoco I.[2] Por causa de su localización estratégica, al margen del río Orontes, rápidamente se estableció como un importante centro político y comercial. Después de Roma y Alejandría, Antioquía era la tercera ciudad más poblada del Imperio Romano, con aproximadamente quinientos mil habitantes.[3] A pesar de constituirse en un ambiente multirracial, rico, militarizado y rival de Corinto, en lo que atañe a la inmoralidad, existen evidencias de que la población insatisfecha recurría a los horóscopos, a la magia y a los dioses de la suerte, del destino, Serápis y otros [4]

Por otro lado, el sociólogo Rodney Stark describe Antioquía como una ciudad en la que muchas familias vivían en hacinamientos llenos de miseria; un lugar en el que prosperaba el crimen de manera abundante y, durante la noche, las calles se convertían en ambientes peligrosos. Además de eso, repetidas veces la ciudad fue afligida por terremotos, saqueada cinco veces e incendiada cuatro.[5]

A pesar de todos esos infortunios, es significativo que una iglesia cristiana, considerada ideal, fuera establecida allí, antes de que el Señor enviara a sus misioneros hacia el vasto mundo romano. Es también digno de señalar el hecho de que haya sido en esa iglesia modelo que el Señor de la mies llamó a siervos para la gran empresa misionera.

En poco tiempo, Antioquía sustituyó a Jerusalén como centro del cristianismo. De allí, salieron individuos como Ignacio, obispo y mártir (110 d.C.), Crisóstomo (390 d.C.) y Teodoro de Mopsuestia (390 d.C.).[6] En Antioquía, también ocurrieron diez concilios significativos, entre los años 252 y 300 d.C. En la iglesia allí asentada, existió una escuela que sustentaba la interpretación literal de la Biblia, en contraposición a la escuela de Alejandría.

¿Cuál es el secreto de tanta vitalidad espiritual? ¿Qué principios dignos de imitación, por parte de nuestras iglesias incluso hoy, impulsaron a la iglesia de Antioquía?

Liderazgo comprometido

Las iglesias eficientes y fuertes tendrán, inevitablemente, líderes piadosos (1 Tim. 3:1-13; Tito 1:5-9); y la iglesia de Antioquía no fue la excepción. Probablemente uno de sus directivos fundadores haya sido Nicolás, “prosélito de Antioquía”, que se convirtió en uno de los siete diáconos de la iglesia de Jerusalén (Hech. 6:5). Lucas lo describe como uno de los “varones de buen  testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hech. 6:3). Es posible que Nicolás haya regresado a su ciudad natal con el fin de testificar acerca de su nueva creencia.[7] Bernabé, otro dirigente que trabajó en Antioquía, fue descrito como “varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hech. 11:24).

Esos hombres, además de poseer un carácter íntegro, eran sabios para compartir su liderazgo, de manera que pudieran movilizar una variedad de talentos y dones para el servicio. El liderazgo compartido tiene mayor eficacia, porque preserva a la congregación de las peculiaridades de un solo hombre. [8] Bernabé fue lo suficientemente humilde como para reconocer que ningún líder posee todos los dones, la energía y las cualidades necesarias para el crecimiento de la iglesia.[9] Sintió la necesidad de trabajar en equipo, de tener un asistente cuyos dones, convicciones y experiencia pudieran complementar los suyos y ayudar en el progreso de la evangelización.

En la búsqueda de ese asistente, sus pensamientos, guiados por la Providencia, se volvieron hacia el amigo Saulo, a quien encontró en Tarso y persuadió para que lo ayudara en Antioquía (Hech. 11:25, 26). Acerca de Saulo, se dice que “su erudición, sabiduría y celo influyeron poderosamente en los vecinos y forasteros de aquella culta ciudad, de manera que Pablo proporcionó precisamente la ayuda que Bernabé necesitaba”.[10]

El liderazgo también promovía la unidad eclesiástica a través de un ambiente de cooperación, coordinación entre los ministerios y también de aceptación. Los creyentes de Antioquía no manifestaron objeciones a la llegada del “inspector” Bernabé, oriundo de Jerusalén, con el fin de investigar el avance de los trabajos y asumir el ministerio de la enseñanza (Hech. 11:22- 26). Los responsables de la iglesia en Antioquía apoyaron y se identificaron con Pablo y con Bernabé, en su emprendimiento misionero (Hech. 13:3); mostraron interés en recibir los informes misioneros (Hech. 14:27); despacharon delegados a los concilios de la organización de la iglesia en Jerusalén (Hech. 15:3); y acataron las decisiones del concilio realizado en Jerusalén (Hech. 15:30).

En esa comunidad, no había espacio para la independencia individual o para la adopción de criterios particulares. “El Señor obra por medio de los agentes señalados en su iglesia organizada”.[11] “Descuidar o despreciar a aquellos a quienes Dios ha señalado para llevar las responsabilidades de la dirección en relación con el avance de la verdad, es rechazar los medios que ha dispuesto para ayudar, animar y fortalecer a su pueblo”.[12]

Compromiso con la evangelización

La evangelización es el proceso de compartir el evangelio con personas que no conocen a Cristo, llevarlas a aceptarlo a él e incorporarlas como miembros responsables del cuerpo de Cristo. La iglesia ideal posee miembros que dan un testimonio vigoroso acerca de su Señor entre amigos, parientes, vecinos y colegas de trabajo. El método de proclamar el mensaje no es el punto rígidamente crucial; la responsabilidad de proclamar el mensaje, sí, es un punto decisivo. Los miembros de la iglesia primitiva “todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hech. 5:42).

Por haber surgido como fruto de un esfuerzo misionero, la iglesia de Antioquía ciertamente llenaba estas calificaciones. Un grupo de cristianos de las ciudades de Chipre y Cirene, que fue disperso de Jerusalén luego de la muerte de Esteban, viajó de villa en villa hasta llegar a Fenicia, Chipre y Antioquía (Hech. 11:19). Primeramente, los misioneros judíos predicaron el evangelio solamente a las personas de la comunidad judía local, y tuvieron resultados animadores (Hech. 11:19, 26; 14:26- 15:2; Gál. 2:11-14).

Luego, algo nuevo y revolucionario sucedió en la evangelización: algunos hombres de procedencia cosmopolita proclamaron el evangelio por primera vez a los griegos (no judíos de habla griega, sino gentiles).[13] La tendencia de hacer las cosas de manera diferente suscitó acaloradas discusiones en el concilio de Jerusalén (Hech. 15:1, 2; Gál. 2:11-14). Pero, la nueva experiencia evangelizadora obtuvo la bendición de Dios de manera extraordinaria: “Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hech. 11:21).

La situación del mundo, en los primeros siglos, exigía un grado extraordinario de apertura a los cambios por parte de los apóstoles. Pablo estaba preparado para adaptar sus métodos en la presentación del mensaje del evangelio. Dijo él: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” (1 Cor. 9:19-23).

Hay iglesias que resisten los cambios requeridos para el crecimiento en todas sus dimensiones. Piense, por ejemplo, en la oposición que algunos manifiestan a la idea de implantar Grupos pequeños, o en los conflictos generados por la intención de cambiar el horario de los cultos hacia otros más convenientes para las personas de la comunidad.

Elena de White sugiere que el ejemplo de los cristianos de Antioquía sea seguido en nuestros días: “El ejemplo de los seguidores de Cristo en Antioquía debería constituir una inspiración para todo creyente que vive en las grandes ciudades del mundo hoy. Aunque es plan de Dios que escogidos y consagrados obreros de talento se establezcan en los centros importantes de población para dirigir esfuerzos públicos, es también su propósito que los miembros de la iglesia que viven en esas ciudades usen los talentos que Dios les ha dado trabajando por las almas […]. Dios llama no solamente a ministros, sino también a médicos, enfermeros, colportores, obreros bíblicos y a otros laicos consagrados de diversos talentos, que conocen la Palabra de Dios y el poder de su gracia, y los invita a considerar las necesidades de las ciudades sin amonestar . [14]

Compromiso con la edificación

El discipulado es una empresa que dura toda una vida de aprendizaje de las lecciones de Cristo y de obediencia a él. El Maestro cambia los valores y el comportamiento de las personas que lo aceptan, dando como resultado un ministerio en el hogar, la iglesia y el mundo. El gran despertar de la evangelización en Antioquía exigía un doble esfuerzo de enseñanza, a fin de hacer de esa multitud de paganos convertidos, sin ninguna formación judaica, una comunidad compuesta por cristianos maduros (Col. 1:28). Serias tensiones entre los antiguos creyentes (judíos y prosélitos) y esos nuevos miembros griegos amenazaban la permanencia de estos en la iglesia (Hech. 15:1-3; Gál. 2:11-14).[15]

Cuando la iglesia de Jerusalén fue informada acerca de los acontecimientos, envió a Bernabé para consolidar el trabajo (Hech. 11:22). Al llegar, Bernabé, también llamado “Hijo de consolación” (Hech. 4:36), en lugar de imponer exigencias legalistas sobre los nuevos miembros, “exhortó a todos a que con gran propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor (Hech. 11:23). Habiendo llamado a Pablo para que lo ayudara, trabajaron juntos durante un año, enseñando a una numerosa multitud (Hech. 11:26; 15:35), hasta que la iglesia alcanzara cierta medida de madurez. Como evidencia del éxito de ese trabajo, “a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía” (Hech. 11:26). “El nombre les fue dado porque Cristo era el tema principal de su predicación, su enseñanza y su conversación . [16]

Ministerio social

Su iglesia ¿demuestra compasión hacia los pobres y los desfavorecidos? ¿Está motivada por el amor a realizar programas de acción social en favor de la comunidad? Esa era una característica notable de la iglesia de Antioquía. El profeta Agabo, que había venido de Jerusalén con un grupo de personas, advirtió a los cristianos de Antioquía que “vendría una gran hambre en toda la tierra; la cual sucedió en tiempo de Claudio” (Hech. 11:28). De acuerdo con el historiador Flavio Josefo, Judea fue afligida por un hambre terrible entre los años 44 y 48 d.C.

Agabo no tuvo que amenazarlos, valiéndose del texto de Mateo 25, para motivarlos a ayudar. “Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que había en Judea; lo cual en efecto hicieron” (Hech. 11:29, 30). Cuán fácilmente nosotros, cristianos, hemos adoptado la actitud de “deja que el gobierno cuide de los pobres y resuelva el problema social”. Pero, la realidad es que la predicación de las buenas nuevas necesita ser precedida y acompañada por gestos de buenas obras, como Jesús mismo enseñó (Isa. 58:6-14; Mat. 5:16).[17]

El ministerio sigue naturalmente a la evangelización, la edificación y el compañerismo. Pablo explicó a los miembros de la iglesia de Éfeso que debían ser equipados, o capacitados, para realizar la obra del ministerio (Efe. 4:12). La evangelización y el ministerio están íntimamente relacionados entre sí. La prioridad lógica nos lleva a concluir que las necesidades físicas, mentales y sociales necesitan ser atendidas en conexión con las necesidades espirituales.[18] El ministerio no puede sustituir a la evangelización en importancia, pero el ministerio es una función esencial para el crecimiento de la iglesia. “Hemos de alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y consolar a los dolientes y afligidos. Hemos de ministrar a los que desesperan e inspirar esperanza a los descorazonados”.[19]

Compromiso con el compañerismo

Antioquía era un microcosmos de pluralismo racial, nacional, social y religioso. Era el puente que unía Occidente con Oriente.[20] Tres grupos son identificados allí: los judíos, los prosélitos y los gentiles. Michael Green afirma que fue en esa iglesia que, por primera vez, creyentes judíos y gentiles demostraron que, entre ellos, había una convivencia marcada por las relaciones de amor, tolerancia mutua, apertura y libertad..[21]

Otra evidencia de la presencia de esas cualidades puede ser observada en la descripción de los nombres de los ancianos de Antioquía (Hech. 13:1). Cinco hombres de diferentes razas, colores, posición social y educacional son mencionados entre el liderazgo. Bernabé era un levita de Chipre, y también propietario de tierras; Simeón, apodado el Negro, probablemente tenía piel oscura; Lucio de Cirene, lugar donde había una famosa escuela de medicina, es identificado por algunos como Lucas, autor del libro de los Hechos; Manaén era un aristócrata, asociado con la corte de Herodes Antipas. Y había un intelectual enérgico, de Tarso, llamado Saulo.[22] No debió haber sido fácil para ese grupo convivir en paz, pero parecen haberlo conseguido.

Sin relaciones afectivas, la iglesia no crecerá. Las personas no asisten a un ambiente de frialdad, crítica y tensiones. Sin que el principio del compañerismo esté en operación, se hace difícil, también, para una iglesia, la práctica de las funciones de la adoración, la evangelización y el ministerio (1 Juan 1:6, 7). El hecho de que el cristianismo necesita ser vivido en el contexto de las relaciones de amor fue extensamente destacado desde el nacimiento de la iglesia en el día de Pentecostés (Hech. 2:45; 4:32-37).

El nuevo mandamiento que Jesús dio a los discípulos, en la noche en que fue traicionado, es una de las cualidades distintivas de las iglesias acogedoras y eficientes en la evangelización: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). En el trabajo de la evangelización, Dios no bendecirá a las iglesias debilitadas por las divisiones, los resentimientos y las relaciones frías entre sus miembros.

Compromiso con la adoración

Los cristianos de Antioquía estaban comprometidos en el ofrecimiento de la adoración sincera al Señor.

“Ministrando estos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron’ (Hech. 13:2, 3). Según Marshall, el verbo “ministrando”, aquí, significa “adorando”. Se trata de una palabra griega originalmente utilizada para el servicio de culto de los sacerdotes y los levitas en el Templo.[23]

La adoración a Dios, mostrando reverencia hacia él, debe ser nuestra prioridad. La verdadera adoración no se encuentra solo en la forma, ya sea tradicional o contemporánea, sino en la mejor comprensión de sus caminos y un mayor compromiso con él.[24] En el caso de Antioquía, la adoración inspiró un compromiso con la misión. No es el plan de Dios que la adoración sea una actividad en la que solo se atiendan las necesidades de los creyentes, ni la adoración debe atender solo las necesidades de los incrédulos, sino de ambos grupos. La adoración comienza con Dios y no con las personas; pero, para el beneficio de la humanidad, no de Dios.[25]

Hay muchos aspectos de la adoración, pero la oración se destaca por ser esencial para el crecimiento de la iglesia en todas sus dimensiones. La iglesia que nunca ora, tampoco crece. La oración afecta el crecimiento en madurez (Efe. 1:15-19; Col. 1:9, 10), al igual que influye poderosamente en la movilización misionera y el crecimiento numérico (Mat. 9:38).

Compromiso con el establecimiento de iglesias

Existe otra característica notable de la iglesia de Antioquía. Sus miembros, que habían sido fieles en la evangelización local, también fueron obedientes al Espíritu Santo en el emprendimiento de un esfuerzo global. Y ¿cómo actuaron localmente para impactar globalmente? No solo fueron innovadores en la predicación a los griegos, que antes habían sido descuidados (crecimiento por expansión), sino también liberaron a los líderes más calificados y experimentados para la implantación de nuevas iglesias (crecimiento por extensión). “Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hech. 13:3).

Pablo refleja el espíritu de Antioquía, cuando más tarde escribió a los cristianos de Roma: “Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno” (Rom. 15:20). En las palabras de Oswald J. Smith, “nadie tiene el derecho de escuchar el evangelio dos veces, mientras exista alguien que no lo escuchó siquiera una vez”. Así, el ejemplo de Antioquía es digno de imitar. Se convirtió en una base para la evangelización de Europa, el punto de partida de los tres viajes misioneros de Pablo. Si no hubiese sido por su dinamismo y espíritu de misión, el cristianismo habría permanecido como una subcultura del judaísmo.

Además de la obediencia e identificación con Cristo (Hech. 11:26), el secreto del éxito de la iglesia de Antioquía puede ser explicado por su fidelidad a las cinco funciones básicas descritas en el Nuevo Testamento, y que cada iglesia puede y debe comprender y adoptar a fin de ser obediente a la gran comisión: evangelización (Hech. 2:38-41, 47); edificación (Hech. 2:42,43); compañerismo (Hech. 2:42, 46, 47); ministerio (Hech. 2:44, 45); y adoración (Hechos 2:46, 47). Esas funciones necesitan convertirse en principios vivos y activos en nuestra vida, antes de experimentar el poder de Dios en el crecimiento de nuestras iglesias.

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Facultad Adventista de Bahía, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Ken Parker, The Pastors Church Growth Handbook [El manual de crecimiento de iglesia para pastores] (Pasadena, CA: Church Growth Press, 1979), p. 61.

[2] Ray Bakke, A Theology As Big As The City [Una teología tan grande como una ciudad] (Downers Grove, IL: InterVarsiry Press, 1997), p. 145.

[3] Arthur G. Patzia, The Emergence ofthe Church: Context, Growth, Leadership &Worship [La emergencia de la iglesia: contexto, crecimiento, liderazgo y adoración] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2001), p. 98.

[4] Michael Green, Evangelism Now and Then [Evangelización ahora y entonces] (Leicester. InterVarsity Press. 1979), p. 34.

[5] Rodney Stark, The Rise of Christianity: A Sociologist Rtconsiders History [El surgimiento del cristianismo: Un sociólogo reconsidera la historia] (Princeton, NJ: Princeton, University Press, 1996), pp. 158-161.

[6] George W Peters, A Theology of Church Growth [Una teología del crecimiento de iglesia] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1981), p. 245.

[7] Ibíd.

[8] Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 260.

[9] Richard R. DeRidder y Roger S. Greenway, Let the Whole World Know: Resources for Preaching on Missions [Que todo el mundo lo sepa: recursos para la predicación en las misiones] (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1988), p. 60.

[10] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 127.

[11] Ibíd., p. 132

[12] Ibíd.,p. 133.

[13] I. Howard Marshall, Tyndale New Testament Commentaries (Grand Rapids, MI: W. E. Eerdmans Publishing Company, 2001), p. 201.

[14] White, Ibíd., pp. 128, 129

[15] Howard Marshall, p. 242.

[16] White, Ibíd., p. 157.

[17] Monte Sahlin, Ministries of Compassion: A Handbook for Adventist Community Services, Inner City Programs and Social Action Projects [Ministerios de compasión: un manual para el servicio de la Iglesia Adventista a la comunidad, programas en las ciudades y proyectos de acción social] (Lincoln, NE: NAD, 2000), pp. 1-3.

[18] White, Medicina e Salvafáo (portugués), p. 243.

[19] Deseado de todas las gentes, p. 316.

[20] Atlas of the Bible [Atlas de la Biblia] (Ann Harbour, MI: Borders Press, 2003), p. 174.

[21] Michael Green, Ibíd., p. 39.

[22] David J. Williams, New International Biblical Commentary [Nuevo comentario bíblico internacional] (Peabody, MA: Hendricson Publishers, 1990), p. 221.

[23] 1. Howard Marshal, Ibíd., p. 215.

[24] Gene Mims, Kingdom Principies for Church Growth [Principios del Reino para el crecimiento de iglesia] (Nashville, TN: Life Way Press, 2001), p. 56.

[25] Ibíd, p. 58.