Cuantas veces oí decir: “El pastor de iglesia es la persona más importante en nuestra organización”. Lamento tener que decir que también oí decir de un presidente o de un departamental que no fue reelegido: “¡Qué lástima! El pastor…fue puesto a un lado”. (Peor es todavía si el pastor puesto a un lado llora por su “descenso”.) También escuché la declaración: “Tenemos que encontrar un lugar para el pastor…” Como si la designación al pastorado de un distrito no fuera un lugar. No podemos sorprendernos si, en tal atmósfera, el pastor local llega al cinismo cuando ve la lucha por el poder en la iglesia, una escalera con peldaños de promoción y descensos.
No hay obra más grandiosa y estimulante que compartir personalmente la gracia de Dios con personas desesperadas, heridas, verlas sanarse, y verlas reír de nuevo. Cada ministro, sea pastor distrital, administrador o departamental debiera ver esto como la obra de su vida. ¿Un departamental hoy, pastor de distrito mañana? Eso no es un descenso, es una promoción. Necesitamos dar a esta filosofía más que un servicio sólo de labios. Tenemos que creer realmente en ella.
El pastor de iglesia tiene una obra solemne, pero es un papel que por la gracia de Dios puede realizar cuando está motivado por el Espíritu Santo. Sin embargo, la inmensidad de la tarea exige que el pastor tenga sus prioridades en orden. Si deja de hacerlo, dejará de ver la importancia de su obra como pastor de iglesia y llegará a creer que realmente es más deseable algún otro cargo. Si el pastorado de la iglesia es realmente un ministerio más importante, el de mayor responsabilidad en la iglesia de Dios, necesitamos recordar este hecho y conducir nuestro ministerio de tal manera que sostengamos la elevada naturaleza de nuestra vocación. ¿Cómo podemos hacer esto? Después de 36 años de ministerio, someto con oración a mis hermanos las siguientes sugerencias aprendidas en la Escuela de los Golpes Duros. Algunos de esos golpes casi me derribaron. A menudo, en mi ignorancia o tontera borré los registros. Pero Dios me siguió amando, me perdonó y condujo. Aquí están mis sugerencias para mantener el pastorado como la vocación más importante en la iglesia de Dios:
- Lea diariamente las afirmaciones positivas de la Palabra de Dios. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). No hay nada peor que un pastor pesimista. El pastor Roberto Haré, pionero predicador adventista, oró: “Quita mi visión nebulosa y hazme optimista”.
- Ore a su Padre celestial como a un amigo. Aquí no queda lugar para la formalidad. Sepa que cuando necesita de Dios lo encontrará cerca. Cuando busque a Dios, El estará allí. Y no importa adonde vayamos, siempre podremos encontrarle.
- Desarrolle su pericia. Nunca esté satisfecho con sus realizaciones pasadas. Remoce constantemente su estilo de predicación. Busque el consejo de los especialistas en foniatría, preparación de sermones, etc. Un sermón clásico e inspirador se recordará por mucho tiempo. No es vergonzoso ser profesional.
- Cuidado con la inflación del ego. Sepa que Dios puede arreglarse sin usted, pero que Él no quiere hacerlo.
El pastor que busca inflar su ego ama a su esposa, pero la descuida; ama a sus hijos, pero no tiene tiempo de jugar con ellos; ama su trabajo, pero no sabe relajarse. Posiblemente el mayor peligro que enfrenta un ministro está precisamente allí. Se consuela pensando que está haciendo la obra de Dios, por lo que sus hijos y esposa comprenderán. Pero eso no funciona. Está inflando su ego. El pastor compasivo que se relaciona con sus miembros, el pastor perspicaz que está alerta a las necesidades de los jóvenes de su congregación, el pastor que puede hablar acerca de los gozos de la vida de casados, es el pastor que conoce por propia experiencia de la seguridad y el amor de su propio hogar y familia, la compasión, el discernimiento espiritual y la calidad de la vida.
A veces es más importante tomarse tiempo para estar con su familia que para compartir su fe con otros. La fe que usted comparte se verá disminuida si no está iluminada por el constante diálogo familiar. Haga planes para sus días libres -un día cada semana- como también para sus vacaciones, y no permita que nada elimine esas citas familiares. Por supuesto que habrá momentos en que simplemente no podrá tomarse ese tiempo, pero si sus prioridades están en el debido orden, serán muy pocas y muy distantes entre sí.
- Tómese tiempo para la cultura. Los que realmente aman a Dios serán sensibles y percibirán la belleza que los rodea -la belleza de la naturaleza, de la música, del arte, de la trama de la historia. Hay tanto para explorar, para descubrir y para absorber. Mi padre me enseñó a mirar un árbol durante una hora y todavía encontrar belleza en él.
- Relaciónese con la gente en todas partes. Aprecie su punto de vista. Interésese en sus esperanzas y aspiraciones. Encuentre un terreno común para conversar. Sus exploraciones culturales le ayudarán. El círculo introvertido de adventistas puede ser muy limitado. Sin embargo, el adventista genuino será una persona encantadora y de serena dignidad, al mismo tiempo divertida y alegre.
- Recuerde que la relación de persona a persona, a menudo es más significativa que los encuentros masivos. Esto se aprecia en la obra en favor de los jóvenes más que en cualquier otra. Siga el ejemplo de Cristo. Deje que los niños vengan a usted. Visítelos en sus casas. Cierta vez un pastor golpeó a mi puerta. Lo saludé con entusiasmo. Me contestó: “No vine para verlo a usted, sino a su hija”. Era un pastor muy ocupado que conducía una clase bautismal en la escuela. Mi hija estudiaba con el grupo y sin embargo este hombre daba estudios individuales a cada miembro de su clase. También descubrí que esta preocupación y meticulosidad caracterizaban otros aspectos de su ministerio.
- Cuídese del exclusivismo. Temprano en mi ministerio me enseñaron una lección muy valiosa: “No ignore al hombre de la casa”. “Y, ¿qué pasará si me echa?’’ le pregunté a mi Maestro. “Rara vez lo hará’’, me respondió. En realidad no lo hicieron nunca conmigo, y muchos “enemigos” llegaron a ser amigos. Si le piden que estudie la Biblia con una dama casada, busque siempre, siempre, al hombre de la casa. Si está allá lejos, en el patio de atrás, en la huerta, desvíese de su camino para saludarlo. Descubra sus intereses y relaciónese con él como con un amigo
- No se tome demasiado en serio. Una sonrisa es mucho mejor que fruncir el ceño, aún si se están riendo de usted. ¿Qué es más fácil decirlo que hacerlo? Bueno, pruébelo de todas maneras. Hablando de lo mismo, no juegue simplemente un papel. El suyo es un elevado llamamiento, pero su ordenación no lo vuelve más importante que los demás, sino sólo un deudor mayor. No adopte un aire de importancia y exija la atención de todos por su cargo. No hay necesidad de confesar públicamente sus pecados, pero, por otro lado, no hace daño que la gente vea que usted es una persona corriente con los mismos temores, debilidades y dudas que afligen a toda la humanidad. Si usted está equivocado, admítalo. No lo rebajará, sino lo elevará ante los demás. La gente lo buscará para pedirle consejo y ayuda si sienten que usted es un cristiano genuino y amante.
Creo en las grandes verdades que han hecho de esta iglesia adventista un movimiento diferente y poderoso. Pero nunca olvido 1 Corintios 13. Nuestra gente está desesperada buscando el conocimiento de que Dios nos ama y nos perdona y nos da paz y felicidad si tan sólo se lo permitimos. Los auténticos siervos de Dios demostrarán este poder en la convicción de su predicación y en su vida diaria -no porque sean perfectos sino sencillamente porque son cristianos genuinos y sinceros.
- Deje todo para seguirlo. Necesitamos recordarnos diariamente la dedicación total de los discípulos que dejaron todo por el Maestro. A veces nuestros hermanos laicos tienen la impresión de que estamos más interesados en construir casas que en preparar mansiones en los cielos. ¿Qué pasará si no podemos financiar nuestros presupuestos familiares? ¿Qué pasará si los tiempos se ponen realmente difíciles? Puede haber muchos factores para que las cosas sean así, pero tal vez debiéramos dar otra mirada a nuestras prioridades y repensarlas. Lo nuestro es dedicación, es una ofrenda, es una vida de sacrificio y servicio.
Nuestro trabajo no es simplemente un empleo. Es un estilo de vida. Y en ese papel usted, como pastor de iglesia, es el número uno.
Sobre el autor: K. H. Mead, al escribir este artículo, era pastor en la Asociación Victoria, Unión Trans-Australiana, de la División del Pacifico Sur.