El gran desafío de la iglesia en el cumplimiento de la misión es hacer discípulos. Al tratar de enseñar a los posibles discipuladores, hacemos un gran esfuerzo en decirles cómo hacer discípulos. ¿Será ese el camino correcto? ¿Debemos enseñar a hacer discípulos o será que nuestro verdadero compromiso es enseñar a ser discípulos?

Muchos preguntan: ¿Ser o hacer? La realidad es que la “o” no corresponde en ese lugar; debemos hacer “siendo”, enfatizando el ser. Así actuaba Jesús. Es verdad, Jesús dijo “Por tanto, id y haced discípulos” (Mat. 28:18), pero al observar el ministerio de Jesús vemos claramente que él no se dedicó a dar seminarios teóricos sobre cómo hacer; él fue un modelo viviente, su énfasis fue ser; él enseñó por ejemplo; él fue una persona tal que los que lo veían intentaban imitarlo. Sus seminarios eran teórico-prácticos.

El apóstol Pablo, cumpliendo el mandato del Señor, y con el claro objetivo de hacer discípulos, le dijo a su querido amigo Timoteo: “Lo que me has oído decir en presencia de muchos testigos, encomiéndalo a creyentes dignos de confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a otros” (2 Tim 2:2) y, escribiéndoles a los corintios, expresó: “Imítenme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Cor. 11:1).

No hay duda de que es sumamente importante hacer, pero si nuestro énfasis fuera más en “ser”, tengo la convicción de que haríamos muchos más discípulos, habría muchos más cristianos, y Jesús volvería más rápido. Habría más bautismos, habría menos apostasía, habría más genuino discipulado.

En la nota de los compiladores del libro El ministerio pastoral, de Elena de White, al inicio del último capítulo, que presenta a Jesús como el Pastor modelo, aparece un comentario muy sugestivo: “Jesús nunca dirigió una congregación de iglesia tal como lo hacemos hoy. Sin embargo, como los pastores de hoy, él predicó, enseñó y ministró tanto a los grupos grandes como a individuos. Es de ayuda para los pastores de las iglesias pequeñas notar que lo más parecido a dirigir o ministrar una congregación específica fue su ministerio continuo al pequeño grupo de doce. Debe ser de ánimo, a los pastores que a veces sienten su fracaso, reconocer que aún Jesús no pudo detener la apostasía de uno de esos doce”.

A los pastores, Cristo “les señala su ejemplo de amor hacia sus ovejas. Para asegurar su rescate, él dio su vida por ellas. Si ellos imitan su ejemplo de abnegación, el rebaño prosperará bajo su cuidado” (El ministerio pastoral, p. 323). Entonces, “todo el sermoneo tedioso llegará a su fin, pues con frecuencia es una exhibición del yo, en vez del fruto que lleva el maestro que ha estado sentado a los pies de Jesús y que ha aprendido de él” (ibíd., p. 388).

“Mientras más se asocie el ministro de Cristo con su Maestro, a través de la contemplación de su vida y su carácter, más se asemejará a él, y estará mejor calificado para enseñar su verdad” (ibíd.).

Jesús, “mañana tras mañana, y noche tras noche, recibía gracia para poder impartir a otros. Entonces, con su alma henchida de gracia y fervor, salía a ministrar el alma de los hombres” (ibíd., p. 390). Los discipuladores deberíamos actuar así, “seguir el ejemplo dado por Cristo y manifestar la misma compasión y amabilidad y el mismo amor tierno y compasivo que él nos demostró a nosotros” (ibíd., p. 391).

“Todos los pastores que trabajan bajo el Príncipe de los pastores poseerán sus características; serán mansos y humildes de corazón. […] Si el espíritu de Cristo mora en ellos, serán semejantes a Cristo y harán las obras de Cristo” (ibíd., p. 392).

Recordemos que el ministerio de Cristo “consistía no solamente en sermonear, sino en educar a la gente” (ibíd., p. 394). “Haremos mucho en poco tiempo si trabajamos en la forma como Cristo lo hacía. Podemos reflexionar provechosamente en la forma en que él enseñaba […]. Su estilo era sencillo, natural y abarcante (ibíd., p. 394).

Querido colega, no dejes de hacer, ¡pero enfatiza en el ser!

Sobre el autor: secretario ministerial de la División Sudamericano