El primer concilio ministerial de la División Sudamericana ya es historia. Aspirantes y experimentados, lideres y liderados, locales y visitantes, alumnos y seminaristas, todos resumen la experiencia que vivieron en una frase: “Gratitud a Dios y a la iglesia, por concedernos la mejor experiencia de nuestro ministerio”. Por lo espiritual, por el contenido, por los temas y los seminarios. Por la inspiración y la motivación. Por desafiarnos a tener mayor comunión, a fin de terminar la misión.
Cierto pastor lo resumió, al decir: “Mi ministerio ha cambiado; no es el mismo: hay un antes y un después. Soy otro. Nunca imagine que soy parte de un ministerio tan grande y tan sagrado”.
Ya han pasado varias semanas desde que se pronunciaron estas emocionantes declaraciones. ¿Y ahora qué? Algunos se animan a preguntar cuándo es el próximo. ¿Realmente quieres otro? ¿Dónde queda el sueño de que el próximo será en el Reino de los Cielos? ¿Es solamente una expresión de deseo?
¿Es posible que en poco tiempo tengamos un concilio en el cielo? Por supuesto, no nos toca a nosotros definir los tiempos que el Padre puso en su sola potestad; sin embargo, nuestro sueño es realizable. Podemos ver a Jesús regresar en nuestros días.
Nehemías declaró que, a pesar de las dificultades y las adversidades, reconstruyeron el muro en 52 días (Neh. 6:15). Josefo, el historiador, aseguró que esto no es posible; que por lo menos se necesitaban dos años y cuatro meses. En Nehemías 6:16 está la explicación: hasta los pueblos vecinos entendieron que se trataba de un milagro de Dios, una intervención divina. ¿Cuál fue el papel de Nehemías como dirigente?
“Con incansable vigilancia supervisaba la construcción, dirigía a los obreros, notaba los impedimentos y atendía a las emergencias. A lo largo de toda la extensión de aquellas tres millas de muralla [cinco kilómetros], se sentía constantemente su influencia. Con palabras oportunas alentaba a los temerosos, despertaba a los rezagados y aprobaba a los diligentes […]. En sus muchas actividades, Nehemías no olvidaba la Fuente de su fuerza. Elevaba constantemente su corazón a Dios, el gran Sobreveedor de todos. ‘El Dios de los cielos -exclamaba-, él nos prosperará’; y estas palabras, repetidas por los ecos del ambiente, hacían vibrar el corazón de todos los que trabajaban en la muralla (Profetas y reyes, pp. 472, 473).
Desde los comienzos del siglo XX recibimos, por inspiración, este mensaje: “Sé que si el pueblo de Dios se hubiera mantenido en una relación viviente con él, si hubiera obedecido su Palabra, estaría hoy en la Canaán celestial” (El evangelismo, p. 503). “Si el propósito de Dios de dar al mundo el mensaje de misericordia hubiese sido llevado a cabo por su pueblo, Cristo ya habría venido a la tierra, y los santos habrían recibido su bienvenida en la ciudad de Dios” (ibíd.).
Con la ayuda de Dios vamos a mantener y reavivar nuestra experiencia espiritual y profesional. Los días de los discípulos en el aposento alto fueron únicos, pero no fueron el clímax. Los grandes hechos sucedieron después de su experiencia en el aposento alto.
¿Y si, en lugar de pensar en otro concilio cerca de las cataratas, pensamos en un concilio junto al rio de la vida? ¿Y si, además de pensar, profundizamos con fidelidad y perseverancia nuestra comunión con Dios, buscando el reavivamiento y la reforma? ¿Si influenciamos y contagiamos a la iglesia con nuestra experiencia espiritual? Debemos ejercer más perseverancia en la comunión y tener un mayor compromiso con la misión.
¡Sí!, hagamos realidad este sueño: un nuevo concilio ministerial, todos juntos, unidos por la eternidad, cerca del árbol y del río de la vida, frente al trono de Dios.
Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.