El concepto bíblico de salvación se desenvuelve progresivamente en los escritos de San Pablo. Cuando el apóstol pensó acerca de la salvación cristiana, la vio como una palabra con tres tiempos. Significaba un hecho pasado, una experiencia presente y una esperanza futura. “Fuimos salvados’’ (esothemen, Rom. 8:24, versión Popular); “estáis siendo salvos” (sozesthe, 1 Cor. 15:2); “seremos salvos” (sothesometha, Rom. 5:9). Estos tres aspectos de salvación, estos tres tiempos, están condensados en Romanos 5:1, 2.

 En otras palabras, al pensar Pablo en la salvación mira hacia atrás al tiempo en que por fe el creyente recibió el perdón de Dios en Cristo; mora en su felicidad presente (“esta gracia en la cual estamos firmes”); y mira hacia adelante al tiempo cuando, al acabarse el pecado y la muerte, verá el esplendor de la gloria de Dios “cara a cara”.

 La salvación como un hecho pasado descansa sobre la obra que Cristo consumó al morir en la cruz (Juan 17:4; 19:30) y retrospectivamente se refiere al momento en que el pecador, al hacer su decisión de fe se apropió de esa salvación. Este concepto de salvación como un hecho pasado es lo que se llama justificación.

 Una vez que el hombre ha recibido el perdón de Dios ha sido justificado; la salvación es para él ahora una experiencia presente. Usando la metáfora de Juan Bunyan en su libro El Peregrino, la justificación es la puerta que permite la entrada en el camino hacia la ciudad celestial. Ese camino es el de la santificación. Es el nuevo espíritu que guía a la vida de progreso moral, que trae gozo y paz al corazón contrito. La santificación abarca la victoria sobre el pecado, la transformación paulatina del carácter, el crecimiento cristiano, el triunfo sobre las debilidades e imperfecciones y es un proceso que dura toda la vida.

 Al mirar hacia adelante a la salvación como una esperanza futura, a la glorificación, el creyente mantiene su fe, su vista, en el único que puede llevarlo al triunfo: Cristo Jesús, pues para salvarnos es para lo que Cristo aparecerá muy pronto (Heb. 9:28). Otros pasajes que pueden ser consultados son: Hech. 15:11; 16:30, 31; 1 Tim. 4:16; 2 Tim. 4:18; 1 Ped. 1:5. (Compárese también Hech. 2:21; Sant. 1:12; Apoc. 2:10, etc.)

 Al concluir nuestro estudio encontramos que Jesús, Yasha (Josué), vino a este mundo precisamente para cumplir lo que su nombre significa: Salvador. Su nombre no le fue dado solamente como una etiqueta de identificación. Yeshua (cuando el arameo reemplazó al hebreo como la lengua común de los judíos, después de la cautividad babilónica, el nombre Yehoshua o Yasha en hebreo se convirtió en Yeshua en arameo y fue transliterado al griego por lesous) o Jesús en griego era un nombre lleno de significado, pues cada nombre se elegía con gran cuidado, ya que expresaba la fe y la esperanza de los padres (véase Profetas y Reyes, pág. 352), especialmente cuando el nombre era divinamente escogido. El nombre de Jesús (Josué) está lleno de evocaciones históricas y proféticas. Así como Josué llevó a Israel a la victoria en la Canaán terrenal, así Jesús, el Capitán de nuestra salvación, vino para llevarnos a la victoria y entrar en la Canaán celestial. Josué, el primer sumo sacerdote después de la cautividad, es presentado en la visión de Zacarías como el representante de Israel delante de Dios. Jesús, el “apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión” (Heb. 3:1), representa hoy el Israel espiritual delante de Dios. Tal como Oseas (cuyo nombre es idéntico al de Josué, antes que Moisés cambiase su nombre, Números 13:16), amó a su esposa que no merecía su amor, la buscó en vano, y por fin después de hallarla logró traerla a la casa, habiéndola comprado en un mercado de esclavos, así también Jesús por amor vino a libertarnos de la esclavitud del pecado, después que nosotros nos alejamos de él como ovejas descarriadas. Meditar en el significado de su nombre debe haberle recordado en forma constante al Maestro la sagrada misión que había venido a cumplir en el mundo. Así también debe suceder en la iglesia hoy.

 Gracias a Dios que el tema del Antiguo Testamento tanto como del Nuevo es que Dios es un Dios de salvación (Sal. 68:19, 20). Que la Biblia toda nos asegura que Dios nos salvó, nos está salvando ahora y nos salvará. Dice San Pablo: “Ocúpense de su salvación con humildad y temor; pues Dios es el que les da los buenos deseos, y les ayuda a llevarlos a cabo, según su buena voluntad” (Fil. 2:12, 13, versión Popular). Quiera Dios que el consejo de E. G. de White pueda quedar grabado en nuestra mente: “Estar casi salvado, pero no estarlo plenamente, no significa estar casi perdido sino completamente perdido” (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 468).

 Para la meditación:

 “Nunca podemos con seguridad poner la confianza en el yo, ni tampoco, estando, como nos hallamos, fuera del cielo, hemos de sentir que nos encontramos seguros contra la tentación. Nunca debe enseñarse a los que aceptan al Salvador, aunque sean sinceros en su conversión, a decir o sentir que están salvados. Eso es engañoso. Debe enseñarse a todos a acariciar la esperanza y la fe; pero aun cuando nos entregamos a Cristo y sabemos que él nos acepta, no estamos fuera del alcance de la tentación…

 “Los que aceptan a Cristo y dicen en su primera fe: ‘Soy salvo’, están en peligro de confiar en sí mismos. Pierden de vista su propia debilidad y constante necesidad de la fortaleza divina. No están preparados para resistir los ardides de Satanás… ‘El que piensa estar firme, mire no caiga’. Nuestra única seguridad está en desconfiar constantemente de nosotros y confiar en Cristo” (Palabras de Vida del Gran Maestro, págs. 140, 141).

Sobre el autor: Profesor de Teología del Colegio de Monteniorelos, México