Se lo conoció como “El Informe de los Seis secretarios”. Pero en realidad se trata de algo más que un simple informe de una comisión o de otro voto de la junta. Por lo menos, para los seis miembros de la comisión había resultado ser una enorme bendición. ¿De qué se trata?

Consecuente con las sugerencias enviadas al campo, la División Sudamericana no quería que su junta de fin de año fuese una simple sesión administrativa, sin restarle nada de su enorme valor a lo administrativo. Pero deseábamos “dar a lo primero el primer lugar”. Por lo tanto se incluyó en el programa diario, además del culto devocional de una hora y quince minutos, seguido de un período de oración, otro período diario de discusión de una hora, para analizar temas de interés general tales como el reavivamiento de la iglesia, la evangelización, la movilización de las fuerzas laicas, la comunicación, etc.

El primer tema debía ser tratado en el primer período. Pero la discusión llegó a ser tan interesante que se decidió continuar con el mismo tema al día siguiente. Se organizaron grupos de trabajo que estudiaron diferentes aspectos del tema del reavivamiento, tales como los obstáculos que lo impiden, cómo puede lográrselo, qué es reavivamiento, etc. Cada grupo redactó ciertos votos, que luego fueron presentados en forma de recomendaciones ante la asamblea. Después de discutirlas, se solicitó a los secretarios de los grupos que redactaran las recomendaciones en forma sintética y trajesen el resultado final del trabajo. El informe definitivo fue aprobado luego por la asamblea, y está publicado en la página 2 de este número.

Para quien lo tome fríamente, tal vez este informe no represente mucho. Para quienes participamos de la reunión de síntesis, significó muchísimo. Uno de los miembros dijo entusiasmado: “Esto es lo que la iglesia necesita: aclarar estos conceptos tan importantes”. Se reveló que hay experiencias o verdades que no están suficientemente aclaradas como para que las comprendamos y las vivamos, como en el caso del ejemplo que sigue.

Con referencia a cierta miopía que a veces nos caracteriza cuando reducimos la ley de Dios a sólo dos o tres mandamientos, restándole importancia a los otros, y hablando de los obstáculos que impiden o traban el reavivamiento, se mencionó una “falta de percepción de la verdadera dimensión del pecado”. A veces circunscribimos el reavivamiento y la reforma a cosas externas tales como ropas, anillos, cabello, etc., sin pensar que son meros síntomas de una enfermedad mayor. Puede darse el caso de que alguien, al luchar contra los síntomas, revele un espíritu de intransigencia que engendra hostilidad y produce en alguna otra línea un pecado todavía mayor que el que quiso combatir.

Si reducimos el reavivamiento, aplicándolo sólo a luchar contra ese tipo de “pecados”, sin enfrentar otros pecados que son los que verdaderamente impiden la recepción del Espíritu Santo, el reavivamiento no vendrá jamás. Las formas de vestir y adornarse cambian, pero el principio de la decencia y de la corrección permanece inmutable.

¿Qué es pecado? ¿De qué tenemos que arrepentimos como iglesia? ¿En qué debe ser reavivada nuestra fe? Por supuesto que combatiremos con todas nuestras energías la mundanalidad, que mata la iglesia y la hace estancarse o retroceder. Pero mundanalidad es más que lo exterior, y pecado es mucho más que aquello que llamamos mundanalidad. Hay pecado en la crítica gratuita y en el falso testimonio, que es tan grave como el adulterio o el asesinato. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Sant. 2:10).

El ministerio es en alto grado responsable de que la experiencia del reavivamiento y la reforma sean una realidad para la iglesia. Para que ello ocurra debemos reavivar también nuestro amor y nuestra confianza en la organización de la iglesia. El tercer acuerdo tomado expresa lo siguiente: “Procurar una más íntima relación y familiaridad con Dios, con su Palabra y con su obra”.

Haciendo abstracción por el momento de los primeros dos aspectos de esta relación más íntima que debemos procurar (“con Dios” y “con su Palabra”), consideremos la necesidad de “procurar una más íntima relación y familiaridad… con su obra”, la que también podríamos definir como “plena identificación con la obra de Dios”.

¿Qué es la obra? ¿Es el presidente, es la asociación, la unión, la división, la Asociación General? ¿O somos todos? Ocasionalmente pueden surgir sentimientos regionalistas relativos a nacionalidades o “niveles”. Si amamos la obra con todo el ser, y enseñamos el mensaje con un corazón ardiente, no vamos a levantar barreras, quedando nosotros de un lado y colocando a los demás del otro lado. Yo no colocaré a mi departamento aquí, y a los demás allí, o a mi organización aquí, y a las demás allí. Yo soy parte de la iglesia y de su organización; su triunfo es el mío, y su fracaso es mi propio fracaso.

No puede haber reavivamiento cuando hay intereses o sentimientos divididos. “Somos uno en Cristo, somos uno en el Señor”, dice el corito, y así es en verdad. Con un espíritu de unidad tal seremos encendidos con el fuego del Espíritu, y ése es precisamente el reavivamiento que buscamos.

El reavivamiento va acompañado del gozo y la alegría que ofrece la vida cristiana. ¿Cómo se logra este gozo? Hablando más del privilegio de ser cristianos, de las bendiciones que el Cielo nos prodiga. Un cristiano no puede ser triste o amargado. La amargura es un sentimiento negativo. El cristianismo no es un conjunto de restricciones, sino de bienaventuranzas; no es una forma de escapismo frente a los problemas, sino que es fortaleza para enfrentarlos.

¿Qué ocurriría si elimináramos de nuestros labios toda murmuración, toda queja, toda acusación, y aprendiéramos siempre a ver lo bueno de cuantos nos rodean, orando por ellos y ayudándolos? Sin duda la iglesia sería mejor, y muchas más almas sedientas acudirían a ella en busca del Agua de vida.

Finalmente, los seis secretarios, interpretando el sentir de todo el grupo, expresaron su creencia de que existe un remedio para neutralizar a todos los enemigos del reavivamiento: una nueva experiencia de Biblias abiertas en toda Sudamérica, tanto en el plano personal como entre el ministerio, en las instituciones, las oficinas y las iglesias. No se trata de utilizar la Biblia abierta como un amuleto, sino de efectuar un “estudio personal y sistemático… con meditación y oración”. La Biblia nos permitirá ver nuestra insignificancia, que se manifiesta especialmente cuando nos atrevemos a actuar o decidir solos, y la grandeza que podremos alcanzar cuando permitamos que el Espíritu Santo caiga sobre nosotros, como seres humanos y como iglesia, y nos llene de poder.

Creemos que el reavivamiento del cual tanto hablamos no viene porque a menudo nos limitamos a hablar de la necesidad de experimentarlo sin detenernos a pensar qué debiera esa experiencia realizar en nosotros y por medio de nosotros. El reavivamiento no vendrá solo, sino como resultado de la oración y de la acción. Dios no forzará nuestra voluntad, obrando un milagro en nosotros, si no se lo permitimos. Lo hará cuando seamos conscientes de nuestras deficiencias y, por la gracia celestial, nos pongamos en marcha para combatirlas. El ciego Bartimeo exclamaba: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” Cristo conocía perfectamente el problema que lo aquejaba, pero quiso que él mismo lo reconociera, de otra manera no habría podido ayudarlo.

He aquí, por lo tanto, cuatro tareas que usted y yo tenemos que realizar: 1) Revisar el concepto que tenemos del pecado y sus verdaderas dimensiones; 2) procurar identificarnos totalmente con nuestros colegas, con las organizaciones y con todo lo que es la obra; 3) cultivar un espíritu de agradecimiento y alabanza por todo lo que diariamente recibimos de Dios, manifestando ese espíritu en la conversación, en la predicación, en el canto, etc.; 4) abrir y desempolvar la Biblia de nuestra vida devocional, y sorber de ella el néctar de la salvación.

Sea nuestra oración: “Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer” (Hab. 3:2).

¿Podemos, usted y yo, comenzar una nueva página en el libro de nuestra experiencia personal como cristianos y como ministros?