Deseo hablar de los seis amores de la esposa de un ministro. No quiero decir que estos seis amores sean los seis muchachos prometedores que nos pidieron citas (o quizá de quienes esperábamos que nos las pidieran) en los días que pasamos en el colegio. Me refiero a los amores que enriquecen y gobiernan nuestra vida cuando nos hallamos junto a nuestros esposos como ministros. El primero de todos es:

EL AMOR POR LA FAMILIA

 La esposa de pastor que no tiene una relación feliz con su propia familia no es muy idónea para mantener relaciones afortunadas con la familia de la iglesia, pues la iglesia es, en cierto sentido, una extensión de su propia familia.

 “La mayor evidencia del poder del cristianismo que se pueda presentar al mundo es una familia bien ordenada y disciplinada. Esta recomendará la verdad como ninguna otra cosa puede hacerlo, porque es un testimonio viviente del poder práctico que ejerce el cristianismo en el corazón” (El Hogar Adventista, pág. 26).

 Por lo tanto, uno de los requisitos básicos de un pastor y de su esposa es que mantengan una vida hogareña feliz y ejemplar, pues si no lo hacen su fracaso se manifestará.

 En gran medida la esposa puede controlar la atmósfera del hogar. Si cumple sus tareas con alegría y ánimo, ese mismo espíritu contagiará a los que la rodean. Cuán importante es, entonces, que mantenga un constante y firme enlace con Aquél que es el único que puede dar paz y contentamiento al corazón.

 Verifique a menudo la atmósfera general que reina en su hogar. ¿Qué predomina en él? ¿Es generalmente:

 Alegre o sombrío? Deberíamos ser las personas más felices del mundo. Tenemos una esperanza por la cual vivir y tenemos poder con el cual vivir. Tenemos toda razón para ser alegres, por lo tanto, demostrémoslo.

 Paciente o impaciente? Como padres debemos estar constantemente en guardia, pero debemos vigilar con una paciencia infinita. Nuestra impaciencia es la que aleja de nosotros a nuestros niños y adolescentes. Escuchemos con calma, demos nuestro punto de vista y expliquemos con cuidado nuestra posición.

 Apresurado o tranquilo? A veces entramos en hogares donde nos asalta el pensamiento de que estamos caminando dentro de una enorme mezcladora de hormigón. Todo da vueltas rápidamente. Por algún motivo muchos de nosotros creemos que estar continuamente apresurados es una virtud, y que la gente pensará que somos ineficaces si no estamos siempre en movimiento y agitación, atropellados y bulliciosos. Pero esto no ayuda a nuestras familias. Hagamos nuestras tareas con calma. Nuestra agitación es testimonio de una planificación y dirección pobres.

 Satisfecho o insatisfecho? Jamás tendremos todas las cosas que probablemente deseamos para nuestro hogar, pero, a semejanza de Pablo, debemos estar satisfechos con las que poseemos y permitir que esa satisfacción se revele. Tenemos un Padre celestial, tenemos un Salvador, tenemos un lugar en su gloriosa obra, tenemos un esposo que hace la obra del Señor, tenemos una familia a la cual proteger, una iglesia a la cual amar, un hogar y amigos. Comuniquemos a otros nuestra gratitud.

 Tenso o calmo? ¿Es tranquila la atmósfera de su hogar? ¿o soporta la tensión de la ansiedad? ¿Es adaptable? Necesita serlo, pues el suyo es sólo parcialmente un hogar privado. Se convierte en refugio de toda clase de personas: los que buscan consejo, gente que necesita consuelo, personas confundidas, atemorizadas, solitarias. Esta gente no observa el horario de oficina, por eso su hogar debe dar y recibir mucho. ¿Se mantiene Ud. calma en esas circunstancias, o permite que las frecuentes interrupciones y la desorganización de su programa la alteren?

 Por supuesto, hay otras cosas que contribuyen para que exista en el hogar una buena atmósfera. Es de primera importancia mantener el altar familiar. En tanto que el padre es el sacerdote de la familia, la madre debería vigilar las horas de adoración. Si el padre-pastor debe partir al atardecer para asistir a una reunión, como frecuentemente debe hacerlo, haga por lo menos una oración con su familia y deje que la madre se encargue con más tranquilidad del tiempo de lectura con los más pequeños. Qué hermoso es comenzar el día con toda la familia reunida alrededor de la mesa del desayuno en tanto que la voz del padre dirige a todos en oración pidiendo la dirección y el cuidado de Dios para ese día.

 Haga que la religión sea practicada en los diversos acontecimientos del día. Demuestre cómo se la puede aplicar en el trabajo y en el recreo.

 Mantenga un buen programa sanitario, pues mucho de la felicidad y del bienestar familiar dependen de la obediencia a las leyes de la alimentación, del ejercicio, del descanso, etc.

 A la hora de comer trate, hasta donde sea posible, de que toda la familia esté reunida. Muy pronto nos hemos convertido en una nación donde las comidas consisten en bocadillos tomados al paso y donde la gente asalta las heladeras. Es una pena que suceda así. Planeemos tener juntos tantas comidas como sea posible, porque una feliz hora de comer tendrá —después del tiempo de adoración— la mayor eficacia para mantener unida a la familia.

 Ser ama de casa es un gran privilegio y es privilegio aún mayor cuando se conecta esta función con el cuidado por la familia más grande: la iglesia. Amemos la obra que se nos ha encomendado y demostremos nuestro gozo.

EL AMOR POR EL REBAÑO

 Después del amor por la familia viene el amor hacia la iglesia, la familia mayor, en particular hacia la iglesia a la cual fuera destinada con su esposo.

 ¡Cuánto ama Cristo a su rebaño! Cada uno de sus miembros es caro y precioso para él, y nosotras tenemos la responsabilidad especial de revelar su amor a aquellos a quienes servimos, aun cuando algunos puedan parecemos muy poco dignos de ser amados.

 Es cierto que la iglesia es, en primer lugar, responsabilidad del pastor. Sin embargo, la “pastora” no puede huir de su responsabilidad. “Una hermana, obrera en la causa de la verdad, puede comprender y alcanzar algunos casos, especialmente entre las hermanas, a los cuales no puede llegar el ministro. Sobre la esposa del ministro descansa una responsabilidad que no debe ni puede rechazar con ligereza” (Testimonies, tomo 1, pág. 452).

 Más importante que servir a la congregación como dirigente de la Sociedad de Jóvenes Misioneros Voluntarios, o de la división de niños, o del coro, es su capacidad de hacer que los miembros y los futuros miembros de la iglesia se sientan en ella como en su casa. Nuestros miembros se vuelven a su pastor para saciar su hambre espiritual y se vuelven a usted para recibir simpatía. Aun cuando usted no sea la anfitriona designada, debe asegurarse de que, hasta donde sea posible, todo el que entra en la iglesia reciba una cálida bienvenida y una sonrisa con un intercambio de saludos y de unas pocas palabras. Por supuesto, en las iglesias grandes es imposible hablar con todos, pero usted puede buscar a las visitas y saludarlas.

 Tenga a mano su sonrisa. Hace algunos años aprendí cuán valiosa es la sonrisa, cuando temporariamente perdí la mía. Sí, la perdí. Una operación realizada en mi cabeza dañó un nervio. Esta lesión determinó la parálisis de una mitad de mi rostro. Cuando intenté sonreír, el resultado fue una terrible mueca. Durante varios meses me obligué a mantener mi rostro serio, sabiendo que si cedía a la gran tentación de sonreír, esa espantosa mueca sería el resultado. Con la bendición de Dios y una buena atención médica mi problema se solucionó y finalmente mi sonrisa retornó intacta. ¡Qué agradecida me sentí!

 ¡No pelee con los miembros de su iglesia! Hace algún tiempo fuimos con mi esposo a visitar a un joven pastor y a su esposa, quienes tenían algunas dificultades en su iglesia. Estaban muy desanimados y dudaban de haber sido realmente llamados a la obra de Dios. Mientras los escuchábamos, comprendimos la causa de su problema. La relación que mantenían con los miembros de su iglesia era una lucha constante. Sólo tenían conciencia del lado malo de cada uno en lugar de simpatizar con sus conflictos. Sabemos demasiado bien que nuestras iglesias no son moradas de santos, sino refugios de quienes desean ser santos y quieren obrar mejor, por eso coloquémonos a su lado y ayudémoslos en su lucha contra el pecado. (Continuará.)

Sobre la autora: Esposa de un docente del Pacific Union College, California.