Los Sacerdotes Eran Pocos
Nota editorial: Audray Johnson es esposa del pastor Edward L. Johnson. Su sincero llamamiento en favor del reavivamiento y la reforma, se aprecia mejor a la luz de su propia experiencia. En una carta que acompañaba el manuscrito escribe:
“Siento una gran urgencia por ayudar de cualquier manera a terminar la obra de Dios. ¡Satanás no descansa! Disponemos de muy poco tiempo y no sabemos cuándo cesará nuestra tarea. Tengo sólo treinta y dos años y mi trabajo se ha detenido ocho veces en menos de un año y medio. Esto se debe a ataques recurrentes de embolia pulmonar (coágulos de sangre que se introducen en los pulmones procedentes de otras partes del cuerpo y son mortales). Se ha hecho todo lo que la ciencia médica conoce para evitar que esto suceda —medicamentos, cirugía y tratamientos. Todo ha fracasado. Sin embargo Dios me ha preservado, y estoy segura que debe haber alguna razón.
“Durante este lapso he tenido mucho tiempo para pensar seriamente, para estudiar y orar. Este artículo es un intento de expresar en el papel algunos de esos pensamientos”.
Reinaba gran gozo en Jerusalén cuando Ezequías ordenó que se restableciera el servicio de Dios. La casa del Señor había sido dejada en el abandono debido al descuido y a la idolatría del pueblo. Durante muchos años no se habían traído ofrendas. Las lámparas se apagaron. No se quemaba incienso. Las puertas se hallaban cerradas. Por todas partes había dificultades.
Ezequías, dándose cuenta del problema, sintió en su corazón lo que debía hacerse. El relato se encuentra en 2 Crónicas 29. El versículo 10 dice lo que hizo Ezequías. “Ahora, pues, yo he determinado hacer pacto con Jehová el Dios de Israel, para que aparte de nosotros el ardor de su ira”.
No fue fácil poner cada cosa en su lugar para realizar ese gran reavivamiento. Debía limpiarse el templo de la acumulación de polvo, de basura, de restos de manipostería y tal vez de algunos objetos de idolatría. La Biblia los llama “inmundicia”. ¡Inmundicia en la casa de Dios! De sólo pensarlo el corazón se entristece. Pero allí fueron hasta los levitas y sacerdotes a limpiarlo todo, y los levitas lo acarrearon fuera y lo arrojaron en el arroyo Cedrón.
Sin embargo, lo más importante era la purificación personal que debía realizarse. Hubo examen del corazón, arrepentimiento y confesión de los pecados. Llegó el gran día. Concluyeron los preparativos y comenzaron los sacrificios. Es interesante notar que cuando se inició el sacrificio, “comenzó también el cántico de Jehová”. El verdadero reavivamiento produce gozo en el corazón, y un corazón alegre no puede dejar de cantar.
Reinaba gran regocijo en el pueblo por todo lo que Dios había hecho. Las bendiciones del Señor se derramaron sobre Ezequías y sobre todo Judá.
No obstante, hay una nota triste en todo esto. Se halla en el versículo 34: “Mas los sacerdotes eran pocos”. La ofrenda de los holocaustos demandaba mucho trabajo de parte de los sacerdotes y no había suficiente número de ellos para hacer todo. Por eso leemos que “sus hermanos los levitas les ayudaron hasta que acabaron la obra”. La línea siguiente presenta una razón por la escasez de esos hombres. “Los levitas les ayudaron… hasta que los demás sacerdotes se santificaron; porque los levitas fueron más rectos de corazón para santificarse que los sacerdotes”.
El pueblo estaba preparado. Los laicos se hallaban listos. Algunos de los sacerdotes se encontraban en condiciones. ¡Pero no en el número suficiente! Triste comentario.
No se nos dan las razones por las cuales ésos tardaron tanto en prepararse. Sólo podemos sacar en conclusión que, siendo la naturaleza humana la misma en todas las épocas, muchos eran remisos al cambio, estaban satisfechos con la condición en que se hallaban. Otros, pesimistas y con dudas en cuanto a la posibilidad de un reavivamiento, se pusieron a un lado con sus dudas, molestando a los que hacían la obra. Algunos eran lentos en romper con sus hábitos acariciados, tal vez incluso ídolos, y se demoraron hasta que el servicio fue realizado.
Hoy no somos diferentes. Hace falta realizar mucho trabajo antes de que Jesús vuelva, y estamos adormecidos con la comodidad y la vida fácil. Nuestras lámparas han alumbrado poco, en realidad algunas se han apagado por carecer del aceite del Espíritu Santo. El dulce perfume del incienso de la oración —de la oración verdadera— no se encuentra a menudo. ¿Sacrificios? Apenas se conoce su significado. En el templo de algunos corazones las puertas están fuertemente cerradas con un cartelito colgado en el frente que dice “No moleste”.
¿Es de maravillarse que las exclamaciones de gran júbilo sean tan raras entre el pueblo de Dios en la actualidad? ¡Se necesita el reavivamiento en tantos corazones! El pueblo aguarda, en realidad más preparado que algunos de los propios ministros de Dios.
Quitemos el cerrojo de esas puertas, hagamos la limpieza que sea necesaria, purifiquemos los vasos a fin de prepararlos para el aceite, y ofrezcamos sacrificios entregando nuestro ser entero. Ocasionalmente se oye un canto en estos días: “Que haya paz en la tierra y que comience conmigo”.
Ezequías, al dirigirles una admonición a sus sacerdotes dijo en el versículo 11: “Hijitos míos, no os engañéis ahora, porque Jehová os ha escogido a vosotros para que estéis delante de él y le sirváis, y seáis sus ministros, y le queméis incienso”.
¡No seáis ahora engañados!
Sobre el autor: Esposa de pastor, Ramona, California.