(Continuación)

Dondequiera que las profecías del reino se aplican definidamente, por los autores neo testamentarios, a acontecimientos que ocurren en la iglesia, es obvio que estamos seguros al seguir sus aplicaciones interpretativas inspiradas. Pedro ve las predicciones de Joel acerca de visiones, sueños y maravillas del remanente de Israel cumplirse por lo menos parcialmente, en los milagros de la iglesia primitiva obrados bajo el derramamiento del Espíritu. (Hech. 2:16-21; compárese con Joel 2:28-32). Santiago, al presentar la decisión del concilio de la Iglesia de Jerusalén, cita una profecía de Amos concerniente a la restauración de Israel y la aplica a los primeros conversos gentiles de la iglesia:

“Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre. Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor” (Hech. 15:14-17; véase Amos 9:11, 12).

En otras palabras, Santiago está diciendo: la predicción de Amos de lo que ocurriría “después de esto” había comenzado a cumplirse con la conversión de los gentiles en los días del apóstol Pedro. Esto es, la profecía de la restauración de la casa de David, y de los gentiles que buscaban al Señor, ahora está cumpliéndose por la expansión de la iglesia para incluir a los gentiles. El pasaje de Amos es citado como una profecía de la restauración del reino davídico de Israel y la incorporación de los “gentiles” en ese reino (Amos 9:11, 12); pero resulta claro que Santiago lo aplica en forma figurada a la edificación de la iglesia de Cristo el Hijo de David.

Pedro encuentra en la “piedra probada, angular” (Isa. 28:16) una predicción de Jesús como la piedra angular principal (1 Ped. 2:6) de la “casa espiritual” en la que los cristianos son incorporados como “piedras vivas” y “sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales” (vers. 5).

Pablo, en un corto pasaje (2 Cor. 6:16-18), cita de varias profecías relacionadas con el nuevo pacto y la restauración prometida al antiguo Israel —frases tomadas de Jeremías 31:33. (Véanse Jer. 32:38; Eze. 11:19, 20; 37:27; Isa. 52:11 y Jer. 31:9.)

Los cumplimientos para la iglesia de esta época son figurados, por cierto. Muchas de las profecías no realizadas en los tiempos del Antiguo Testamento deben cumplirse, algunas literalmente, en relación con la segunda venida de Cristo, o después de ella. Pero el hecho de que autores inspirados hayan realizado aplicaciones figuradas muestra que no tenemos por qué exigir una detallada literalidad.

Entonces, la iglesia cristiana es un “pueblo santo” compuesto no por una sola raza o nacionalidad, sino por cada persona que se coloque voluntariamente bajo la relación con el Señor establecida por el nuevo pacto. Por lo tanto sus bendiciones no pueden referirse a la prosperidad nacional, a la seguridad territorial o a las victorias sobre los invasores. La promesa de Ezequiel de liberación del Israel postexílico de las huestes de Gog no se cumplió literalmente, pero en el Apocalipsis se aplica a la destrucción final de los enemigos de Dios y de su pueblo después del milenario.

El glorioso Templo descripto por Ezequiel no se cumple en la iglesia, y no puede serlo, porque los símbolos y las sombras de los sacrificios cesaron en el sacrificio real de Cristo en la cruz del Calvario. En su lugar tenemos el ministerio sacerdotal del Hijo de Dios en el santuario “no hecho de manos” en el cielo mismo.

Además, la promesa hecha a Abrahán de que su simiente heredaría el mundo, como también las profecías de la restauración de la abundancia y la paz originales del Edén, recibirán su cumplimiento cuando los santos hereden la tierra renovada.

La iglesia cristiana, constituida con gente de todas las naciones, y no solamente con los habitantes de la nación judía, es ahora el vehículo para llevar las bendiciones de Dios al mundo. Su cabeza es Cristo, el Hijo de David, quien ahora reina en los corazones de su pueblo, y un día reinará personalmente en su reino eterno. Es “el reino de Dios. . . entre vosotros” (Luc. 17:21) que “no vendrá con advertencia” (vers. 20), sino que crece como la semilla de mostaza. (Mat. 13:31, 32.) Tal es el reino espiritual al que ahora debemos pertenecer si queremos disfrutar de las bendiciones del futuro reino de gloria.

Así se cumplirán finalmente las profecías del reino, no en presencia del pecado y el arrepentimiento, del nacimiento y la muerte, de la guerra y la plaga, sino en la tierra nueva. Y el cumplimiento final en el reino eterno de Cristo sobrepasará todo lo que se prometió al Israel de la antigüedad.

13. Judíos y gentiles en el reino. Al afirmar que el reino pertenece a la iglesia cristiana, no negamos el reino a los judíos. Los herederos de la promesa          Abrahánica del reino comprenden a toda la simiente espiritual —a todos los que son de Cristo, todos los que son salvados por la sangre del pacto eterno— tanto judíos como gentiles. Así, cualquier judío puede, como creyente en el Mesías, participar en el reinado milenario de los santos como también en el reino eterno de Cristo. Ningún judío, por la sola razón de serlo, puede reclamar un reino terreno, nacional milenario basándose en las profecías del reino del Antiguo Testamento.