(Continuación)

Aquí no hay incompatibilidad entre la ley y la gracia. Aun en los tiempos de Israel no la había entre la gracia y la ley “ceremonial”, porque hasta que Jesús murió, los ritos y los sacrificios constituían el medio designado por Dios para dirigir el ojo de la fe hacia el Salvador venidero. El sistema ceremonial no fue abolido hasta que se produjo el ofrecimiento del Cordero de Dios, una vez y para siempre. (Efe. 2:15.) En adelante la insistencia en las observancias ceremoniales se convirtió en una negación de la fe en el absolutamente suficiente sacrificio de Cristo. (Hech. 15:1, 10; Gal. 5:1, 2.) El nuevo pacto, ratificado posteriormente por la sangre de Jesús (Heb. 8:6-13; Mat. 26:28), y en el que medió Cristo en su ministerio celestial (Heb. 8:6; 9:15; 12:24) —el pacto que promete la escritura de la ley en el corazón, con la morada del Espíritu, que produce la justicia de la ley en la vida (Rom. 8:4)— nunca ha estado en pugna con la ley moral, entonces o ahora.

  1. Condicionadas a la aceptación individual. Estas profecías de la restauración de Israel ofrecían a todos el nuevo pacto, porque todos debían conocer al Señor, “desde el más pequeño de ellos hasta el más grande” (Jer. 31:34). Dios nunca ofrece perdón, purificación del pecado y un nuevo corazón, a no ser a condición de que haya un arrepentimiento individual. La restauración relacionada con el nuevo pacto podía tener efecto únicamente cuando el israelita aceptara el pacto. Aquellos a quienes Dios daría un nuevo corazón “serán mi pueblo, y yo seré su Dios”. El versículo siguiente excluye a los que rehusaran ser limpiados: “Mas aquellos cuyo corazón anda tras el deseo de sus idolatrías y de sus abominaciones, yo traigo su camino sobre sus propias cabezas, dice Jehová el Señor” (Eze. 11:20, 21).

El pacto eterno fue hecho con Abrahán quien fue llamado el padre de los fieles (Gén. 17:1, 2, 7; compárese con Gén. 26:5). Isaías introduce el pacto eterno con esta invitación: “Inclinad vuestro oído”, “venid” “oíd” (Isa. 55:3); y continúa: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado”, “vuélvase a Jehová” (vers. 6, 7). Dios empeña su palabra en cuanto a su fidelidad (Jer. 31:35-37; 33:20-26); pero su pacto se ofrece y no se impone. Por lo tanto, las promesas de restauración realizadas bajo el nuevo pacto están condicionadas a la aceptación voluntaria de los israelitas, y a su actuación por fe guiados por esa aceptación.

Si todo Israel, o una gran mayoría, hubiera aceptado de todo corazón el nuevo pacto y hubiera tenido la experiencia del nuevo corazón mediante la morada del Espíritu de Dios, que produce una sincera obediencia. ¡Cuáles no habrían sido los resultados! Dios todavía deseaba utilizar a Israel como su instrumento especial para compartir las bendiciones del nuevo pacto con otras naciones.

  • Las profecías de la restauración parcialmente cumplidas. Las profecías de la “restauración” o del “reino” —algunas de ellas llenas de figuras poéticas y otras hechas en lenguaje literal— hablan de una larga vida y de condiciones edénicas sobre la tierra, de la justicia de Israel y de la dirección mundial, atrayendo las naciones hacia sí, y difundiendo el conocimiento del Señor a todo el mundo. La casa de David sería restaurada, y finalmente el Mesías vendría —el Mesías que sería “cortado”, que iba a ser el Cordero de Dios que ratificaría el Nuevo Pacto, y que gobernaría con justicia a Israel y finalmente traería paz eterna. Sin embargo, la edad de oro no sería de paz absoluta; al parecer, el celo de los enemigos produciría guerra, la cual terminaría en victoria para el pueblo de Dios (Eze. 38, 39) antes de la segunda venida de Cristo, y la transición al estado eterno.

Las promesas de restauración estaban relacionadas con el regreso del destierro. ¿En qué extensión se cumplirían estas predicciones después de la cautividad en Babilonia? Ciro concedió el privilegio de regreso a “todo su pueblo” (Esd. 1:3), que podía incluir a cualquier adorador de Jehová, incluso a los de las tribus del norte. Varios grupos de desterrados regresaron bajo éste y otros decretos. Reconstruyeron el templo y reconstituyeron el estado judío bajo sus propias leyes (Esd. 6:14, 15; 7:11-26) —sujetos a Persia, por supuesto. Pero los libros de Esdras, Nehemías, Hageo, Zacarías y Malaquías muestran hasta dónde se quedaron cortos desde el punto de vista de la restauración contemplada en el nuevo pacto.

Su celo por la ley halló expresión en el legalismo y el exclusivismo antes que en buscar el Espíritu de Dios. Se cumplió la promesa del regreso; pero el regreso fue limitado. Aun el templo que fue reedificado era un modesto edificio en comparación con el anterior. El reino glorioso no se llevó a cabo bajo el estado semiautónomo sometido al imperio persa y al gobierno macedonio, o en el breve intervalo de independencia bajo los dirigentes Macabeos. Finalmente vino la sujeción a Roma.

  • El reino del Mesías es ofrecido y rechazado. Finalmente vino el Mesías. El Carpintero de Nazaret comenzó a predicar. “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado” (Mar. 1:15). Lo que Jesús ofrecía era la bendición del nuevo pacto, del corazón renovado, del Espíritu morando en el interior. Pero esto al parecer desagradó a la mayor parte de los judíos. Fue un chasco. Se habían familiarizado tanto con los aspectos materiales de las profecías del reino, que se habían olvidado de las implicaciones espirituales. Querían independencia de Roma —aun venganza—, pero no querían la ley de amor escrita en sus corazones. Querían la conquista de los gentiles, pero no se interesaban en ser una fuente de bendiciones para todas las naciones. Se acordaban del rey que debía sentarse sobre el trono de David, pero se habían olvidado del Siervo sufriente. Por lo tanto no podían reconocer a su Mesías cuando viniera, y no sintieron deseos por su reino cuando se los ofreció.

Si los judíos hubieran aceptado el nuevo pacto y el reino propuesto por el Mesías, si, en lugar del puñado de seguidores que Jesús envió al mundo para que dieran su mensaje hubiera tenido a toda una nación, regenerada y dedicada, para utilizar en la evangelización del mundo, qué victorias, qué bendiciones, qué recompensas hubieran conseguido bajo la dirección del Hijo de Dios. El Señor aun entonces estaba listo para utilizar a su pueblo escogido como instrumento de bendición, como lo había sido en la antigüedad. Pero ellos no quisieron.