(Continuación)

  1. El Israel literal reemplazado por la iglesia cristiana. Jerusalén no conoció el tiempo de su visitación, y como resultado de esto su casa quedó “desierta” (Mat. 23:38), y el Señor rechazado lloró por su suerte. Aunque se postergó durante cuarenta años la destrucción, no hubo arrepentimiento para evitar la condenación de la nación. No hubo seguridad, como antes (Jer. 5:10, 18), de que la destrucción sería solamente temporaria. Los siervos que repetidamente habían maltratado a los profetas, finalmente habían crucificado al Hijo del Amo de la viña, y por lo tanto fueron desposeídos. El Hijo mismo había pronunciado la sentencia sobre ellos: “El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mat. 21:43). Muchos acudirían desde el este y el oeste para sentarse con Abrahán, Isaac y Jacob en lugar de los rechazados hijos del reino. (Mat. 8:11, 12). Estos vendrían de entre los gentiles y demostrarían que son “hijos de Abrahán” con más propiedad que los judíos, porque ellos “las obras de Abrahán” harían (Juan 8:39).

Cuando el gran cuerpo formado por los descendientes de Abrahán —el cuerpo oficial— rechazó a su Rey, el Mediador del nuevo pacto, inevitablemente se separaron del reino mesiánico y de la comunidad del pacto. Los únicos judíos que permanecieron en esa comunidad fueron el remanente (Rom. 11:5), los que aceptaron a su Mesías y se convirtieron en el núcleo de la iglesia cristiana; éstos fueron los verdaderos hijos de Israel. Con ellos se juntaron los conversos gentiles, el “olivo silvestre” que fue injertado en el buen olivo, en el lugar, que había ocupado la rama natural que se había roto. (Rom. 11:16-24).

Así, el rechazo de la nación de Israel no invalidó las profecías ni interrumpió la línea del pueblo escogido de Dios. “No que la palabra de Dios haya fallado” sino que “los que son hijos según la carne” fueron reemplazados por “los hijos según la promesa” (Rom. 9:6, 8), —la simiente espiritual de Abrahán.

  • Aplicaciones del Nuevo Testamento de las promesas del Reino. Los hijos de Abrahán, “los que son de fe” —todos los que son de Cristo, tanto judíos como gentiles— han sido desde entonces herederos de las antiguas promesas. (Gál. 3:7, 8, 16, 29.) Ambas ramas de la simiente de Abrahán, los judíos y los gentiles, deben recibir la promesa abrahánica. Pablo no dice que el reino terrenal prometido a Israel pertenece a los judíos y que el reino celestial ha sido prometido a los cristianos, sino que más bien habla de la herencia del mundo por toda la simiente:

“Porque no por la ley fue dada a Abrahán o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe… Por tanto, es por fe… a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abrahán, el cual es padre de todos nosotros” (Rom. 4:13, 16).

Además, el cristiano pertenece al reino de Cristo. (Col. 1:13; Sant. 2:5; Apoc. 1:6.) Jesucristo fue prometido como el Rey de la línea de David en relación con el nuevo pacto, o pacto eterno. (Eze. 37:21-28; Luc. 1:32, 33; véanse Zac. 9:9-11; Mat. 21:4-9.) Por medio de su sacrificio se convirtió en el mediador de ese pacto. (Heb. 8:6- 13; 12:24; 13:20; compárese con Mat. 26:28; Mar. 14: 24; Luc. 22:20.) Entonces, resulta obvio que los cristianos son los herederos de las profecías del reino del nuevo pacto.

Que la iglesia es ahora el pueblo del nuevo pacto, el pueblo escogido, está indicado claramente por la aplicación que dos escritores del Nuevo Testamento hacen de la promesa original realizada a los hijos de Israel en el Sinaí. Pedro, dirigiéndose a los “cristianos”, como comenzaban a ser llamados, dice: “Mas vosotros linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Ped. 2:9). Dirigiéndose a los cristianos gentiles (véase el vers. 10), cita casi verbalmente Exodo 19:5, 6 (Pedro emplea las mismas palabras griegas para “real sacerdocio” que aparecen en la LXX para el “reino de sacerdotes” del hebreo). Juan escribe a los cristianos de Asia Menor acerca de Jesús, quien “nos hizo reyes y sacerdotes [dicción griega preferida: “un reino y sacerdotes”] para Dios, su Padre” (Apoc. 1:6). Luego describe a los redimidos en el cielo que alaban al Cordero: “Digno eres” porque “nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes [dicción griega preferida: “un reino y sacerdotes”]” (Apoc. 5:9, 10). Por lo tanto, ambos autores aplican a la iglesia cristiana —y no específicamente a los cristianos judíos— la promesa del pacto hecha a Israel, una promesa condicional que la nación de Israel, al rechazar al Mesías, había perdido.

¿Por qué estos autores inspirados aplican las profecías del reino de Israel a los cristianos no israelitas? ¿No se debe a que el Israel verdadero ya no es más la nación judía, sino más bien es la iglesia cristiana? El hecho de que Pablo se refiera al “Israel según la carne” (1 Cor. 10:18) implica que hay un Israel que no es según la carne. En varios pasajes aclara lo que quiere decir cuando se refiere al Israel verdadero. Primero, menciona que no todos los judíos pertenecen a Israel: “No todos los descendientes de Israel son israelitas” (Rom. 9:6). En otro lugar define al judío verdadero: “No es judío el que lo es exteriormente” sino “el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón” (Rom. 2:28, 29).

Entonces, la señal del israelita verdadero es un corazón circunciso. Que esto no se refiere solamente a los judíos de corazones circuncisos, resulta claro de la lectura del versículo 26: “Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión?” Por lo tanto un cristiano gentil puede ser considerado como un israelita verdadero aunque no literal. ¿Legalismo? ¿Cómo podría serlo cuando Dios envió a su Hijo “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:4)? A los filipenses les explica lo que él entiende por verdadera circuncisión: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Fil. 3:3). Esta declaración podría parecer ambigua hablando gramaticalmente, pero en el contexto resulta clarísimo que Pablo está definiendo la verdadera circuncisión.

Las declaraciones anteriores muestran nítidamente que Pablo enseñó que el verdadero Israel —no el Israel según la carne sino el Israel según el Espíritu— está compuesto de judíos y gentiles, no solamente los hijos de la carne sino de la promesa, circuncidados no en la carne sino en el corazón. (Rom. 9:8.)

Pablo se dirige a cristianos que anteriormente habían sido gentiles, y a quienes todavía llaman de la “incircuncisión” los judíos que eran de la circuncisión según la carne. (Efe. 2:11.) Estos cristianos una vez estuvieron “alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa” (vers. 12). Ahora, sin embargo, en Cristo, mediante quien tienen acceso a Dios por el Espíritu, ya no son “extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (vers. 19). En otras palabras, los gentiles, al hacerse cristianos, dejaron de ser extranjeros y se convirtieron en ciudadanos. Por esto los cristianos salidos de entre los judíos y los gentiles pertenecen a la verdadera comunidad de Israel. Así es como “todo Israel será salvo” (Rom. 11:26).

  • Cumplimiento de las profecías del reino. Surge naturalmente una interrogación: Si la iglesia cristiana es la heredera de las promesas y los pactos, ¿hacia dónde debemos mirar para ver el cumplimiento de todas las profecías que no se cumplieron para el Israel literal? ¿A la iglesia primitiva, la actual, la futura?

(Continuará)