Desde principios de 2020, cuando la nueva pandemia del coronavirus también llegó a Sudamérica, la sociedad y la iglesia han comenzado a vivir con mucha incertidumbre. Hemos oído hablar de una nueva normalidad, pero nadie sabe exactamente cómo será. Se habla de un fuerte impacto en las finanzas mundiales, pero sus efectos reales son incalculables. Hay una búsqueda permanente de la inmunización de todas las personas, pero esto aún no ha sucedido. La crisis sanitaria se ha mezclado con posiciones políticas, y los resultados son impredecibles. Los medios virtuales han llegado a dominar todas las áreas de la vida, pero ¿hasta qué punto el mundo dejará el contacto personal para volcarse a la tecnología?

 La situación es tan grave que, según Yuval Noah Harari, historiador israelí, “crisis como la del coronavirus pueden despertar los demonios internos de la humanidad”. En otras palabras, pueden sacar lo peor de los seres humanos.

 Tantas incertidumbres han alimentado el miedo, la ansiedad, el sensacionalismo, la incredulidad, pero también la fe. Además, han vuelto la vida de los pastores mucho más desafiante, confirmando las palabras de Elena de White cuando dijo que “este mundo no es un lugar de descanso para los cristianos, y mucho menos para los ministros elegidos por Dios”.[1]

 Como iglesia, seguimos administrando las consecuencias de la larga cuarentena y el aislamiento social. Elaboramos planes y proyectos basados solo en las posibilidades. Buscamos formas de integrar estrategias personales y virtuales, y trabajamos para ofrecer solidaridad a las necesidades inmediatas (emocionales, profesionales y alimentarias) sin perder de vista nuestra misión de salvar.

 Hemos dedicado tiempo al diálogo, a las reuniones, a la planificación y la oración. Buscamos estar en sintonía con la línea del frente y atender sus necesidades, entre otras acciones; procuramos ser aún más cuidadosos con el uso de los recursos financieros; fomentamos el desarrollo de las personas a través del discipulado; fortalecemos la predicación profética dentro de un marco de esperanza; y trabajamos con todo esmero para mantener la iglesia viva, activa y con un enfoque misionero. Todo esto sin saber exactamente qué caminos recorrerá el planeta.

 ¿Dónde, entonces, podemos encontrar fuerzas para avanzar ante tanta incertidumbre? En la promesa del Señor, registrada en Jeremías 29:11: “Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (NVI). Lo que podemos prever es limitado, nuestra creatividad es restringida, nuestra fuerza es frágil y nuestros planes no son más que buenas intenciones. Si tratamos de avanzar solos, andaremos en círculos, nos consumirá el miedo, nos paralizará la pandemia y nos atacarán otras amenazas. Debemos arrodillarnos y buscar los planes del Señor. Solo en sus manos el daño aparente se convertirá en prosperidad permanente. “El Señor puede sacar victoria de lo que nos parece desconcierto y derrota. Estamos en peligro de olvidar a Dios, de mirar las cosas que se ven, en vez de contemplar con los ojos de la fe las cosas que no se ven”.[2]

 No podemos negar los efectos de la crisis. ¿Cuántas personas han perdido familiares en la pandemia? ¿Cuántas se han quedado sin trabajo? ¿Cuántas se enfrentaron a conflictos espirituales? La situación es muy grave, pero el legado del Señor es otro. Promete prosperidad en medio de la adversidad. Y ya ha empezado a dar algunas muestras. ¿Has notado cuánta gente ha fortalecido su vida devocional; cuántos han estudiado las profecías más a fondo; han vuelto a los brazos del Padre; han abierto su corazón a las preguntas espirituales o compartieron enlaces misioneros usando medios virtuales? Fue una pequeña demostración de que “la hora de crisis del hombre es el momento de oportunidad para Dios”.[3]

 El Señor nos llama hoy a doblar nuestras rodillas con fe, a motivar a la iglesia a clamar por el bautismo del Espíritu Santo, y a buscar, con intensidad, conocer sus planes. Después de todo, “es únicamente la obra realizada con mucha oración y santificada por el mérito de Cristo la que al fin habrá resultado eficaz para el bien”.[4]

 Los planes del Señor serán más claros, aunque la crisis recrudezca. Movidos por la esperanza, podremos enfrentar el futuro, porque Dios traerá nuestro regalo más esperado, ¡el regreso de Jesús! Podemos confiar en que “pronto habrá terminado la batalla y se habrá ganado la victoria. Pronto veremos a aquel en quien se cifran nuestras esperanzas de vida eterna. En su presencia las pruebas y los sufrimientos de esta vida resultarán insignificantes”.[5] Pero hasta que llegue ese día, debemos continuar buscando la armonía con los planes del Señor. Siempre recordando que él, a menudo, envía las mejores oportunidades a través de las mayores dificultades.

 En 2021, trabajaremos con las mejores posibilidades que Dios ha puesto en nuestras manos. Daremos prioridad a la unidad de la iglesia; al fortalecimiento de nuestra identidad bíblica; a la visión del discipulado con énfasis en la comunión, la relación y la misión; y a la implementación de las habilidades ministeriales. De esta manera podremos enfrentar estos tiempos tan complejos, trabajando de manera integrada, con un enfoque claro, y creando las mejores condiciones para el desarrollo pastoral; creyendo en una frase que leí hace algún tiempo: “Las cosas buenas llegan a los que creen, mejores cosas llegan a los que son pacientes, y las mejores cosas llegan a los que no se rinden”.

 Cuento contigo para la ejecución del Proyecto de Acción Integrada para 2021. Abraza estas iniciativas como el plan divino para profundizar la unidad y fortalecer el discipulado.

 Sin duda, los desafíos continuarán ante nosotros porque los cambios en el mundo han sido profundos y mucho mayores que una pandemia. Elena de White dijo: “La obra que tenemos delante es de tal naturaleza que exigirá la acción de todas las facultades del ser humano. Requerirá el ejercicio de una fe poderosa y una vigilancia constante. Las dificultades que enfrentaremos a veces serán sumamente desalentadoras. La magnitud misma de la tarea nos consternará”.[6] Pero también nos aseguró que “sus siervos triunfarán finalmente porque cuentan con la ayuda de Dios. […] Jesús estará con ustedes; irá delante de ustedes mediante su Espíritu Santo para preparar el camino; y él será vuestro ayudador en toda emergencia”.[7]

Sobre el autor: presidente de la Iglesia Adventista para Sudamérica


Referencias

[1] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Doral, FL: APIA, 2003), t. 1, p. 330.

[2] White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: ACES, 2009), p. 397.

[3] White, La historia de la redención (Florida, Bs. As.: ACES, 2014), p. 292.

[4] White, El Deseado de todas las gentes (Florida, Bs. As.: ACES, 2008), p. 329.

[5] White, La segunda venida y el cielo (Florida, Bs. As.: ACES, 2010), pp. 291, 292.

[6] White, Mensajes selectos (Florida, Bs. As.: ACES, 2015), t. 2, p. 510.

[7] Ibíd.