¿Le dijo alguien alguna vez que ser líder es peligroso? La misma Biblia presenta algunos ejemplos de personas que no supieron manejar su liderazgo. El enemigo siempre quiere hacer desaparecer a los líderes espirituales, y emplea diferentes estrategias para alcanzar su propósito. Por eso, la advertencia de Pedro es oportuna: “Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Ped. 5:8). Sabe que cuando toca a un líder, afecta a toda la iglesia.

Algunos líderes ya han sido abatidos por razones financieras y morales, por ejemplo. Pero hay otros peligros que también amenazan a los líderes, y que son mucho más profundos y difíciles de descubrir; están entrelazados en los pensamientos y los hábitos, y no son menos desastrosos para la vida que los pecados visibles, considerados más graves.

Analicemos algunos de esos peligros que, sin discusión, son fatales.

El orgullo

Hay un fuerte deseo, en todo ser humano, de recibir aprecio, gozar de los aplausos y ser popular. Pero en esto hay un peligro real, acerca del cual advirtió Jesucristo: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!” (Luc. 6:26).

El orgullo, tal como una droga, ha obnubilado la mente de algunos líderes. El resultado de eso es que a veces llegan a la conclusión de que son infalibles, y se vuelven prepotentes e insensibles. Tan ciegos están, que no toman conciencia de su propia condición. Y los que lo comprenden no se animan a decírselo, por temor a las represalias.

En verdad, el orgullo está presente en cada individuo; a menudo no se declara sólo porque no hay oportunidad de que se manifieste. Vivimos en un mundo que no valoriza ni desea cultivar la humildad. Ya sea en la política, los negocios o el deporte, la gente siempre se esfuerza por lograr destacarse y adquirir fama. Desgraciadamente, esa actitud ha contaminado a mucha gente buena. En cambio, la humildad es la marca registrada de todo siervo comprometido con la obra de Dios.

El amor al poder

Algunos han sido contaminados por la “atracción fatal” del poder. En sí mismo, el poder no es malo, pero puede volverse peligroso, y se vuelve más peligroso cuando se reviste del ropaje de la religión. Cuando el orgullo se mezcla con las ansias de poder, el resultado es desastroso. 1a posibilidad de usar mal el poder, o de abusar de él, también se encuentra en cada uno de nosotros.

Creo que en la iglesia no debería existir el concepto de “puesto” sino el de “función”. La idea de “puesto” está más relacionada con el poder, mientras que “función” tiene más que ver con el servicio. En la iglesia necesitamos administradores, directores de departamentos, pastores, directores de distritos, ancianos, diáconos, etc., pero nadie debería sentirse mayor o mejor que los demás. Somos importantes para la iglesia, pero no somos insustituibles.

Cuando reflexiono en los peligros que implica el poder, cuando pienso en alguien arruinado por el éxito, lo que enseguida viene a mi mente es el recuerdo de Saúl, el primer rey de Israel. Ese ejemplo nos enseña que los dirigentes no suelen ser muy cuidadosos con los aspectos de su vida en los que se creen fuertes. Normalmente, en los aspectos en que se sienten débiles, tienden a ser más cuidadosos y a tomar más precauciones. Siempre terminamos cayendo en lo que creemos que somos fuertes.

El orgullo induce a la persona a creer que siempre tiene la razón. El poder lleva a obligar a los demás a aceptarlo, una función eclesiástica sólo cuenta con la bendición de Dios cuando ha sido dada por él y cuando la persona que la ejerce se convierte en un instrumento de bendición.

Siempre es bueno recordar que después de que dejamos de desempeñar una determinada función, pocos se van a acordar de quién estuvo allí; lo que sobrevivirá será el legado de alguien que supo amar y hacer lo que Cristo haría en su lugar. Abandonar la espontaneidad, la sensibilidad, la naturalidad y la sinceridad en el ejercicio de una función sólo revela inmadurez y fragilidad. Lleve a cabo su trabajo de tal manera que haga siempre lo mejor para Dios y para la gente. No espere mucho reconocimiento humano; el sentido de importancia y significado vendrá, en primer lugar, de parte de Dios.

Ser líder puede ser una “profesión peligrosa” o una “pesada carga”; pero también puede ser una gran oportunidad para hacer algo que sólo usted puede llevar a cabo. Desperdiciar esa oportunidad que Dios le da para beneficiar a la iglesia equivale, precisamente, a rechazarla.

Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.