Conocen a Dios por experiencia, y creen que están en sus manos. Están tan vacíos de sí mismos que los puede llenar el Espíritu. Son siervos de Cristo y viven para servir, no para ser servidos.

Aman a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos.

Temen a Dios, y por eso no temen a los hombres.

Respetan fielmente sus momentos de oración, de estudio de la Biblia y de examen de sí mismos.

Primero cuidan de sí mismos; después, de la doctrina.

Creen en el poder de la Palabra de Dios; por eso su predicación es poderosa y eficaz. Ven en cada pecador un candidato al cielo, y buscan a los perdidos y extraviados. Están dispuesto a llevar a cabo la obra personal que exige el cuidado del rebaño. No se quejan del pasado ni le temen al futuro.

Están decididos a vivir con osadía, y corren el riesgo de fracasar.

Son diligentes y perseverantes. En lugar de esperar las oportunidades, salen a su encuentro.

Pastorean espontáneamente el rebaño de Dios, con buena voluntad, y no por ganancia deshonesta ni por obligación.

Son modelos del rebaño en paciencia, pureza, saber, amor y esperanza.

Su vida y su palabra son una inspiración para que otros también se vuelvan colaboradores de Dios.

Su corazón se conserva en paz y lleno de alegría porque sus nombres están en el Libro de la Vida.

Cuando venga el Pastor Supremo, recibirán la corona de gloria.

Sobre el autor: Profesor del Seminario Latinoamericano de Teología, Engenheiro Coelho, São Paulo, Brasil.