Como hombres llamados a la obra sagrada de la predicación evangélica deberíamos recordar siempre nuestro deber de alimentar al rebaño de Dios con el “pan de vida” y la “leche espiritual” de la Palabra. Hay tanto poder en la Palabra escrita como el que había en la Palabra viva, cuando Cristo anduvo entre los hombres. Una de las mayores fuentes de poder en nuestra predicación, es el empleo frecuente de la Palabra de Dios respaldada por comentarios divinamente inspirados, como los que se encuentran en el espíritu de profecía.
Como predicadores, corremos el peligro de apartarnos de esto. Hemos oído disertaciones en las que no se ha mencionado ningún texto, o se ha hecho una referencia introductoria casual a la Palabra de Dios, y el resto no ha sido más que una sucesión de relatos bien contados, con un fondo emocional. Tales predicaciones pueden entretener a los oyentes y hacer popular temporalmente al predicador, pero no son un alimento consistente para el rebaño de Dios. Que estos ministros sean predicadores del “Evangelio eterno,” y no meros narradores de historias. —The Ministry, junio de 1955.