Cuando el autor era adolescente no existían clubes de Conquistadores, no se hacían giras de jóvenes al extranjero, no se celebraban campamentos de menores, ni se presentaban programas MV muy elaborados. La exigüidad de las ocasiones de esparcimiento social que la iglesia ofrecía a los jóvenes era evidente. Esa situación hacía que no faltaran quienes denunciasen la despreocupación de la iglesia por su juventud. Con cierta frecuencia se oía la piadosa exclamación: “¡Si no hacemos algo por nuestros jóvenes, los vamos a perder!” La expresión “algo” generalmente significaba fiestas y picnics. La frase “los vamos a perder” sugería que nuestros jóvenes abandonarían la iglesia.

Otro alarmante pronunciamiento que nunca dejó de apelar a mi corazón amante de alegría era éste: “¡No podemos esperar que los jóvenes estén todo el tiempo sobre sus rodillas o estén siempre sentados en la iglesia!” Esa afirmación parecía de lo más lógico, especialmente cuando se la enunciaba rápidamente y con convicción, y en ese entonces no me detenía a analizarla. Cuando llegué a una edad en que podía pensar con más profundidad, me preguntaba quiénes serían las personas que pasaban todo su tiempo de rodillas o en la iglesia. Comencé a buscar a mi alrededor para encontrar a esos maratonistas de las rodillas y ocupadores de asientos de iglesia. Me sorprendí al no hallar ninguno. Evidentemente no había por qué preocuparse por eso.

En mi propia experiencia de muchacho, la asistencia a la reunión de oración era inevitable. Aun en las vacaciones, cuando volvía del colegio secundario o superior, siempre asistía con mi padre a las reuniones de oración. Pero en una iglesia de casi trescientas personas, sólo uno o dos jóvenes de mi edad estaban presentes alguna que otra vez, y la reducida asistencia de adultos estaba lejos de ser animadora. Desde entonces la experiencia me enseñó que la mayoría de las iglesias adventistas a la hora de la reunión de oración están tan vacías como el domingo a las once de la mañana. Las reuniones evangelística lograban una asistencia un poco mayor. Pero hacía falta una reunión social organizada por la iglesia para conseguir una asistencia récord. Evidentemente había pocos, si los había, que pasaban todo el tiempo de rodillas o en la iglesia. Mi relación personal con los de mi edad nunca me reveló a un solo individuo que fuese fanático en cuanto a sus horas de oración o de asistencia a la iglesia. En toda mi vida no encontré una sola persona de esta clase.

ATÉMOSLOS A LA CRUZ

Si es posible conservar a nuestros jóvenes haciendo algo por ellos, estoy de acuerdo en hacerlo. Pero, ¿qué debiera ser ese algo? Y, ¿qué entendemos por “conservar” a nuestra juventud? La mayor tarea a la cual está abocada hoy nuestra iglesia no es la de alcanzar algún blanco de miembros. No somos un club empeñado en una campaña para conseguir socios. ¿Debiera ser nuestro blanco comprometer a tantos jóvenes como sea posible en alguna novedosa actividad secular? Y tales actividades, por más atractivamente promovidas que sean, y sea cual fuere su éxito aparente, ¿conservarán realmente a los jóvenes en la iglesia?

Pienso en los valdenses, esos consagrados héroes del pasado, que nos dejaron un legado sagrado. ¿Qué ocurre hoy con sus hijos? Han levantado salones de baile al lado de sus capillas, pensando retener a sus jóvenes. Pero eso no ha dado resultado. Sus jóvenes se han ido a las ciudades, atraídos por sus luces.

Nunca podremos salvar a nuestra juventud comprometiendo los principios o desatendiéndonos de la verdadera razón de nuestra existencia. Un programa tal sólo puede conducir a la bancarrota espiritual, y a su tiempo, al rechazo de Dios mismo. Lloro al ver cómo los viajes, las reuniones sociales y los programas interminables consumen el tiempo, el dinero y la energía de nuestros jóvenes y adultos, mientras tan poco se hace en dar testimonio del Evangelio. Nuestra verdadera y única tarea como iglesia es atar a cada joven y señorita, a cada hombre y mujer que podamos a la cruz de Cristo y comprometerlos en el testimonio evangélico. Fracasaremos como iglesia en nuestra verdadera misión si este blanco es eclipsado por la acumulación de programas consumidores de tiempo que muy rara vez llevan a dar testimonio de nuestro Señor.

Sólo el informe estadístico del cielo de salvados y perdidos podrá darme o quitarme la razón, pero estoy profundamente convencido que el porcentaje de jóvenes perdidos para la causa de Cristo, en los días cuando yo era un MV y había menos actividades sociales que ahora, no era mayor que ahora, y probablemente era menor. He presenciado las febriles actividades de nuestros jóvenes de hoy: viajes en ómnibus a países limítrofes, vuelos a Europa, viajes en barco a las islas. Los alimentamos y los llevamos de una reunión social a otra, y todo esto con resultados lastimosamente pequeños en términos de almas salvadas.

DEFENSA DEL NUDISMO

Ningún sustituto de la religión satisfará jamás las necesidades básicas de los jóvenes. El calendario eclesiástico de actividades no religiosas, trátese de ir a remar o de escuchar música de Bach, no es ni siquiera un pobre sustituto de la religión del corazón. En realidad, a menudo se convierte en un firme impedimento para la existencia espiritual del alma. El deseo desordenado de hacer que todos los jóvenes de la iglesia estén dedicados a alguna actividad social regular auspiciada por la iglesia puede resultar el instrumento que destruya el plan trazado por Dios mismo para los jóvenes que debieran ser animados a llevarlo a cabo.

Miremos lo que está ocurriendo en las iglesias protestantes más populares. Están determinadas a alcanzar a los jóvenes en cualquier parte donde se encuentren, a costa de cualquier sacrificio en los principios. Tomé en mis manos una revista nueva hace unos días y descubrí que el artículo principal hacía la defensa del nudismo. Me chocó comprobar que la revista era publicada por estudiantes universitarios de una de las mayores iglesias protestantes. Tengo entendido que la Catedral Nacional de Washington está en dificultades financieras porque cierto sector de contribuyentes le ha retirado su apoyo después de la introducción del rock and roll en el servicio de culto. En lo que respecta a las actividades sociales, parece no haber límites en la clase de entretenimientos que las iglesias puedan ofrecer.

Me pregunto: ¿No estamos nosotros yendo en la misma dirección?

¿QUIÉN ES RESPONSABLE?

No estoy en contra de que se realice un número razonable de funciones sociales auspiciadas por la iglesia, siempre que sean de carácter apropiado. Pero creo que hemos confundido las actividades de la iglesia con las del hogar. ¿No son los padres los que deben dirigir mayormente la vida social de sus hijos? Padres y madres podrían llevar a efecto la feliz idea de descubrir el gozo de proporcionar inocentes esparcimientos a sus propios hijos y a los de hogares divididos. Según como se están perfilando ahora las cosas, pronto la iglesia se hará cargo completamente de las actividades sociales dejando a los padres la tarea de bondadosos taxistas que llevan a sus hijos de una función social de iglesia a otra. La iglesia está en peligro de convertirse en una gigantesca organización de entretenimientos, para chicos y jóvenes, cuya principal responsabilidad es la de introducir la mamadera de las diversiones en la boca de los chicos inquietos cada vez que éstos amenazan con salirse de la cuna- iglesia.

¿No será que si le ayudáramos a la juventud a descubrir la satisfacción, el placer puro que hay en una vida de testimonio en favor de Cristo, desaparecerían los motivos de preocupación por nuestros jóvenes? Creemos que sí. Eso es lo que ocurrirá cuando invirtamos el rumbo actual. En lugar de un régimen siempre creciente de actividad secular en el cual se incluye un poco de religión, debiéramos ver un régimen siempre creciente de actividad religiosa en el cual se admite un poco de actividad social.

LA DIVERSIÓN DEL TESTIMONIO

El joven que busque emociones, aventuras y placer —llamémoslo diversión, si queremos— hallará esto y mucho más en una vida de testimonio para Cristo.

No hace mucho visitaba a un amigo en una localidad cercana. Mientras estaba allí, un domingo de mañana temprano, alguien llamó a la puerta. Allí estaba un hombre bien vestido con una niña de catorce años a su lado. Ambos traían Biblias. Después de presentarse, el hombre se refirió a las condiciones mundiales y comenzó a respaldar sus declaraciones con textos bíblicos. Cada vez que el hombre buscaba un texto la niña hacía lo mismo. Lo que más me impresionó en esa visita fue la dedicación de esa niña. Allí estaba, una adolescente que se tomaba tiempo para hacer visitas de casa en casa para animar a la gente a estudiar la Biblia. Era un refrigerio ver tal consagración en un mundo en el cual las energías juveniles están siendo derrochadas en empresas inútiles y hasta dañinas.

Que la iglesia limite sus actividades principalmente a la obra de amonestar y ganar al mundo. Tomemos a esos jóvenes que están dispuestos y trabajemos diligentemente con ellos. Encontrarán un sinfín de aventuras. Otros se contagiarán con el mismo espíritu. Hablamos acerca de lo que ocurriría si nuestro ejército de jóvenes, bien dirigidos, marchara adelante. Pero no debiéramos nunca olvidar que la tarea principal de un ejército no es hacer vida social, hacer turismo o ir de fiesta. ¡Es pelear! ¿Espera Dios menos que eso de su ejército?