Los hugonotes de Francia han escrito uno de los capítulos más conmovedores de la historia de la humanidad. Cuando comprendemos que en la actualidad sólo cerca del tres por ciento de la población francesa es protestante, la magnitud de la contribución hecha por los protestantes franceses resulta asombrosa. ¡Algunos han llegado a preguntarse si alguna vez hubo un movimiento protestante en Francia! Subestiman el hecho de que el teólogo más grande del protestantismo y enérgico dirigente, Juan Cal vino, fue francés. Es verdad que Calvino llevó a cabo su tarea en el exilio; sin embargo defendió la fe evangélica como un talentoso humanista francés, y posteriormente, como un claro y poderoso expositor de la Palabra de Dios.

En Francia hubo un movimiento evangélico antes de que Lutero disintiera con la iglesia en Alemania. La enseñanza de la justificación por la fe fué defendida especialmente en los escritos de Lefévre, cuyos Comentarios precedieron a las propias enseñanzas de Lutero en varios años. El primer movimiento evangélico anterior a la Reforma floreció con gran vitalidad en el clima de Francia. Un crítico, Faguet, declara que “nada hay más francés, más añejamente francés, que el protestantismo francés… Los protestantes franceses son tan franceses que, por decirlo así, son la sal de Francia”. Por cierto que hay quienes ignoran este punto de vista y piensan que sin la dirección de Lutero no habría podido prevalecer un movimiento protestante en Francia. Señalan el hecho de que los escritos de Lutero fueron leídos en Francia en una fecha tan temprana como el año 1520.

A mediados del siglo XVI, difícilmente había en Francia una región que no hubiera recibido favorablemente las enseñanzas de la Reforma. En 1560, en los días del Almirante Coligny, el gran jefe del protestantismo francés, había en Francia 2.150 iglesias protestantes. Pero en 1598, cuando se firmó el Edicto de Nantes, quedaban sólo 951 iglesias atendidas por 800 ministros y 400 pastores estudiantes. ¿Qué había sucedido?

Cuarenta años de las más salvajes guerras de religión, de las cuales la Matanza de San Bartolomé fué el episodio más sangriento, habían vaciado las filas de la grey protestante. El censo de la población francesa efectuado en 1598 incluía 274.000 familias protestantes, o 1.250.000 personas en una población total de cerca de 17 millones. También es de interés notar que entre los protestantes figuraban las mejores familias del país. En 1598, 2.468 familias nobles eran protestantes, y esa pauta ha prevalecido. La historia ha contraído una deuda con el protestantismo francés.

La palabra “Hugonote”

La historia de ‘los hugonotes se puede trazar claramente, pero la palabra hugonote ha resistido todos los intentos hechos por esclarecer su origen. Algunos creen que procede de Eidguenots9 término alemán que significa “confederados” (también era el nombre de un partido político en la Ginebra de Calvino). Otros, como el impresor humanista Estienne, un contemporáneo, ve en hugonote un apodo procedente de Hugo.

Los evangélicos franceses anteriores a Calvino eran mayormente los seguidores de Lefévre, y se agruparon alrededor de los “reformadores” místicos en Meaux, en el decenio de 1520. Cuando creció el movimiento evangélico, los dirigentes protestantes con mentalidad política continuaron reuniéndose en asambleas religiosas en numerosos templos y sínodos. Francisco I, rey de Francia, se interesó algunas veces en el movimiento de reforma, principalmente por razones políticas; favoreció a los evangélicos toda vez que necesitó a los príncipes luteranos en su lucha contra el emperador de Austria. También favoreció este movimiento debido a su interés en una corriente de pensamiento que en parte se arraigaba en el Renacimiento intelectual.

Poco después de mediados del siglo XVII había dos sólidos partidos políticos en Francia, ambos con base religiosa: (a) los católicos, apoyados por la familia’ de los Guisa, y (b) los protestantes, favorecidos por la casa de Navarra. Ambos partidos rivalizaban por la corona de Francia. Las dos facciones inevitablemente se vieron envueltas en una guerra inmisericorde que duró 40 años; el resultado final fue la victoria de los protestantes.

El rey de Navarra, dirigente de los hugonotes, quedó como único candidato a la corona de Francia. Pero podía obtenerla únicamente bajo la condición de convertirse al catolicismo. Era tan intenso su deseo por el poder político, que al tener que decidir entre su fe y el poder se dice que exclamó: “¡París bien valía una misa!” Siendo ante todo un soldado y un político, antes que dirigente religioso, llegó a ser rey bajo el nombre de Enrique IV de Francia (y Navarra). Sin embargo apoyó, primero en secreto y luego abiertamente, a sus antiguos partidarios. Los hugonotes, durante un poco de tiempo, lo que duró el reinado de Enrique IV, gozaron de libertad y hasta de prosperidad.

El edicto de Nantes

La Francia de Enrique IV realizó una de las primeras y más significativas contribuciones a la libertad religiosa. Aunque Enrique se había pasado al catolicismo por razones políticas, seguía siendo secretamente un hugonote. Los hugonotes, que al principio se desanimaron, recibieron aliento primero en secreto y luego abiertamente de Enrique IV, quien en abril de 1598 firmó el Edicto de Nantes, una de las piedras miliarias más importantes erigidas en el borrascoso camino de la libertad religiosa.

Es verdad, el Edicto de Nantes no concedió plena libertad de culto; los hugonotes tuvieronque conformarse con “una cierta forma de religión y alguna justicia en las cortes”. Como el catolicismo fue plenamente restablecido, los reformados tenían que pagar el diezmo a la clerecía católica y conformarse a las leyes católicas de matrimonio. Una de las disposiciones que resultó particularmente discutida contemplaba el establecimiento de cortes de justicia mixtas para los litigantes de diferentes denominaciones. Los reformados no podían celebrar reuniones políticas.

Una concesión muy importante fué la libertad para vivir en cualquier parte del reino sin estar sujeto a investigación o ser molestado a causa de su fe. No serían forzados a hacer nada contra su conciencia, y esto constituyó un hecho de importancia. Además, una persona podía reunirse con los de su misma fe, con el propósito de adorar, en cualquier parte del reino. Los protestantes obtuvieron considerables facilidades de acceso a sus propias ciudades de refugio. En el campo de la educación se concedió más libertad, y tanto protestantes como católicos recibieron la facultad de enseñar en las instituciones superiores. También se les permitió establecer sus propias escuelas en cualquier parte donde se autorizara la celebración de sus cultos. Los protestantes además, fueron admitidos en los hospitales y en adelante podrían ser sepultados en los cementerios públicos.

Desde el punto de vista civil también hubo un mejoramiento de la libertad. Los protestantes tuvieron acceso a los cargos públicos. La igualdad civil quedó asegurada por una cláusula que les franqueaba la entrada a todas las dignidades públicas, oficios y profesiones, y que prohibía todo otro examen o discriminación respecto de sus calificaciones, conducta y moral, que no fueran aquellos a que eran sometidos los católicos. Sin embargo los hugonotes no quedaron satisfechos con el edicto, mientras los católicos se encolerizaron porque concedía demasiado.

El significado del Edicto de Nantes consiste en que es un monumento luminoso que marcó época en el camino hacia el ideal —una iglesia libre en un estado libre. El edicto colocó a Francia a la cabeza de las naciones occidentales, y colocó el tema de la libertad religiosa al frente, colmo un ideal. Los hugonotes de ese tiempo y el rey Enrique IV estuvieron más cerca de ese ideal que cualquier otro caso ocurrido anteriormente en la historia. Ese edicto, a pesar de sus defectos iniciales, fué una bendición. Los hugonotes prosperaron; sus industrias y empresas adelantaron —de hecho, “ser rico como un hugonote” llegó a ser un proverbio en Francia.

La revocación del edicto

El éxito de los hugonotes fué a las claras demasiado para la paciencia de los católicos. Por diferentes y tortuosos medios socavaron el decreto y difamaron la religión reformada. El cardenal Richelicu abrogó parcialmente el Edicto de Nantes, y Luis XIV, después de dictar unas doscientas órdenes y leyes contra los hugonotes, finalmente revocó el edicto en 1685, apenas 87 años después de su promulgación.

La revocación, que fué el resultado de las intrigas católicas y de la miopía política, está considerada como un desatino político porque perjudicó a Francia. A pesar de la prohibición de abandonar el país, los hugonotes se alejaron de su amada tierra natal en incontables miles, llevando a los países de adopción sus prácticas observadoras de la ley, su economía, sus industrias y su saber. Enriquecieron mucho los países que los recibieron: Prusia, Inglaterra y los Estados Unidos. Peno es imposible que emigre todo un pueblo; algunos hugonotes se quedaron en Francia y se sometieron a la presión de los católicos, especialmente cuando el gobierno recurrió al empleo de soldados —las inhumanas dragonadas o incursiones llevadas a cabo por la desalmada soldadesca, que tenía permiso de emplear toda clase de coerción, menos la muerte. Los “dragones’’ fueron llamados “misioneros de espuelas”.

Los hugonotes realizaron una considerable contribución, por lo menos indirectamente, a los conceptos religiosos, y sociales. Las ideas de tolerancia religiosa, que se pusieron de moda en el siglo XVIII, en parte pueden rastrearse hasta los hugonotes que permanecieron fieles en Francia, leales a las tradiciones de la libertad.

La resistencia de los hugonotes

Después de la revocación del Edicto de Nantes ocurrida en 1685, el protestantismo pareció condenado en Francia. Las antiguas familias protestantes se habían vuelto al catolicismo o se habían exilado; las grandes ciudades protestantes se habían rendido. Pero al sur, en la región de los montes Cevennes quedaban los campesinos. Los que no ejercieron una resistencia subterránea, fueron arrastrados a una larga guerra, la Guerra de los Camisardos. Durante cerca de cien años los protestantes franceses no pudieron celebrar reuniones regulares; tuvieron que reunirse en el “desierto” de los Cevennes. Los protestantes se convirtieron en la “resistencia”. Los camisardos protestantes que luchaban por un ideal y por su religión eran pocos en número, y sus armas primitivas nos hacen pensar en el ejército de Gedeón. Cavalier, el dirigente hugonote, encontró únicamente un fusil y doce espadas; tuvieron que fabricar sus propias armas. Los dirigentes protestantes estaban tan poco preparados como Gedeón: Cavalier era panadero, Roland era agricultor, y Catinat era herrero. Los rebeldes eran pocos, ¡pero defendían una causa! Sabían por qué estaban resistiendo. “Toda la guerra de los Cevennes fué peleada cantando salmos”.

El gobierno de Francia tuvo un trabajo indecible para poner bajo su control a esos pocos cientos de agricultores protestantes. Veinticinco mil soldados y dos mariscales no bastaron para subyugarlos, y el tercer mariscal consiguió su propósito por la astucia. Cavalier ni inteligente y valeroso; pero en 1704 el mariscal Villars, que sabía que no podría vencer a Cavalier por la fuerza de las armas, ensayó con éxito el camino de la diplomacia por medio de promesas, como ser la de conceder absoluta libertad de culto. Mientras Cavalier se rindió, los demás dirigentes hugonotes rehusaron seguirlo; el joven Roland en particular rechazó el ofrecimiento de la corte, y la guerra prosiguió. Pero no durante mucho tiempo más, porque Roland fué traicionado y asesinado.

La resistencia de los hugonotes se hizo subterránea. Nunca se contará toda la historia de los horrores perpetrados contra ellos: el asesinato de los creyentes que se reunían en los graneros, en los campos abiertos, en los bosques, segados por las espadas de los “misioneros de espuelas” (los “dragones” del rey), las mujeres y los jóvenes torturados, descuartizados, quemados a fuego lento. Su único crimen consistía en orar, cantar himnos, y exhortarse mutuamente en la Palabra de Dios.

Durante este tiempo de opresión los protestantes fueron más fervientes que nunca, y algunos de los más grandes predicadores evidenciaron su magnífico valor y su elocuencia. Entre ellos estaba Claudio Brousson, quien al principio practicó la resistencia pacífica; pero después le pareció inevitable la defensa armada de sus tierras, hogares e iglesias. Además, el valeroso entusiasmo fué estimulado por los que se llamaban a sí mismos “profetas”, que mantenían su fe en un estado de vigilancia agresiva. En medio de las guerras efectuaban sínodos, continuaban observando las ordenanzas eclesiásticas y celebraban sus servicios bajo el cielo abierto, el “desierto”. Continuaron casando a sus jóvenes y enterrando a sus muertos a la manera evangélica, y cientos de los que habían abandonado su fe bajo la presión de los soldados volvieron a la grey. Otro de los grandes predicadores fué Antonio Court, y con él otros famosos pastores del “desierto”, como el talentoso Pablo Rabaut. Los protestantes estaban decididos a resistir por todos los medios posibles. Hasta sus mujeres permanecieron fieles.

En el sur de Francia había una prisión reservada para las mujeres y particularmente las hugonotes. Es bien conocido el caso de María Durand, que fué encarcelada en esa “Torre de Constancia” a la edad de catorce años, y libertada 38 años más tarde. Los que visitan esa prisión medieval todavía pueden ver la palabra que ella esculpió en el granito: “Resistid”, el lema de los protestantes.

El edicto de gracia y el mensaje hugonote

Finalmente la causa protestante fué resuelta en 1787 de una manera pacífica, cuando Luis XIV firmó el “Edicto de Gracia”, que restablecía a los hugonotes como ciudadanos franceses y consideraba aceptable su religión. Por fin fueron tolerados en su país.

La libertad, de la que los hugonotes franceses fueron los pioneros, fué comprada a un elevado precio —la sangre de esclarecidos y decididos creyentes que se contaban entre las filas aristocráticas de las familias nobles de Francia y también en las modestas cabañas de los campesinos.

Los hugonotes recorrieron el camino de la victoria durante su dura experiencia porque tenían un mensaje:

Un mensaje religioso: exaltaron la Palabra de Dios como ningún otro grupo protestante. Al obedecer a su conciencia proclamaron con gran certidumbre y fervor el mensaje de perdón y salvación.

Un mensaje eclesiástico: creían en una iglesia visible y en una invisible, una fraternidad universal de creyentes. Tenían opiniones definidas acerca de la función de la iglesia y del pastor. Insistieron en actos de culto plenamente litúrgicos, aunque las reuniones del “desierto” les causaron indecibles dificultades, ya que los obligaban a llevar dondequiera que adoraban, los púlpitos portátiles y los sagrados vasos de la comunión.

Un mensaje moral: Habían recibido, y creían en ella, la rígida y sólida forma de vida cristiana enseñada por Calvino. Sostenían que existía una relación invisible entre la vida religiosa y la vida diaria.

Un mensaje internacional: Cuando fueron echados de su país natal, pusieron algunos de los fundamentos más firmes de la libertad religiosa en Alemania, Holanda, Suiza y los Estados Unidos.

Un mensaje de libertad: Ningún otro grupo religioso experimentó más la necesidad y el derecho de practicar la libertad religiosa consigo mismo y con los demás. El Edicto de Nantes es -en su espíritu una contribución de los hugonotes a la libertad de los grupos minoritarios. Este documento constituye una legislación trascendental que se adelantó en mucho a su época. Encontramos el espíritu de libertad penetrando el pensamiento no sólo de los círculos religiosos de Francia, sino también de las esferas intelectuales. En las luchas y dificultades de su borrascosa historia, los hugonotes mantuvieron en alto el magnífico estandarte de la libertad religiosa, por la que estaban listos a morir, o, mejor que eso, a testificar por ella en su vida de cada día.

Sobre el autor: Profesor de Historio Eclesiástica del Seminario Teológico Adventista.