Una reflexión con respecto a la paternidad pastoral

De acuerdo con la versión Reina-Valera 1960, la palabra padre aparece más de 1.600 veces en las Sagradas Escrituras. No es sin razón que el término aparece tanto en la Biblia. Dios, absolutamente a propósito, planificó la paternidad humana para que sea una ilustración de su relación con nosotros. Al crear la familia y la paternidad, el Señor pretendía que pudiéramos comprender mejor quién es él. Lejos de ser algo arbitrario o sin importancia, identificarlo como padre es algo especial y de gran significado.

 Nuestra relación con Dios y nuestra capacidad de sentirnos dignos de su amor dependen, en gran medida, de nuestra manera de entender su paternidad. Y eso tiene relación directa con nuestro modo de relacionarnos con nuestro padre terrenal. Si vemos a Dios como un padre amoroso, sabio y atento, entonces seremos capaces de confiar en él, incluso cuando no comprendamos lo que está haciendo en nuestra vida. Por otro lado, si lo consideramos con desconfianza o con indiferencia, entonces será muy difícil relacionarnos con él.

 Muchos de nosotros, probablemente, hemos crecido con padres que no fueron aquellos que nos gustaría que hubiesen sido. Padres fríos, distantes, autoritarios, llenos de enojo, críticos o controladores. Padres que fueron alcohólicos, depresivos o físicamente abusivos. Padres cuyas luchas internas los consumían tanto que no tenían fuerzas para cuidar de nuestras necesidades como hijos. Sin duda, tales condiciones comprometieron la capacidad de los hijos de confiar en Dios como Padre celestial. Hasta el mejor de los hombres, con la mejor de las intenciones, no consigue ser el padre absolutamente ideal. Fracasamos muchas veces en ser aquello que al Señor le gustaría que fuésemos. Actuamos de manera egoísta y pecadora. Fallamos en amar a nuestros hijos como Dios nos ama.

 ¿Cómo es, entonces, ser el hijo de un pastor, que es un representante de Dios en la Tierra; que se dedica 24 horas por día a ganar personas para el Cielo; que sabe explicar las Sagradas Escrituras; y que, semanalmente, asume un lugar público para hablar en nombre del Señor?

 Ser pastor es muy desgastante, y las exigencias de la profesión ocasiona luchas singulares para su familia. La esposa carga un gran fardo. Sin embargo, generalmente, también se siente llamada para el ministerio, y la mayoría aceptó casarse con un ministro sabiendo lo que iban a encontrar en el futuro. Por otro lado, los hijos del pastor no eligieron nacer en una familia pastoral; una familia que, de hecho, es muy diferente de las otras existentes en la comunidad.

Una vida diferente

 Muchas veces, el hijo de pastor carga con demandas y exigencias que le son muy pesadas. Vive en una condición diferente. Todo el tiempo tiene que compartir a su padre con muchos miembros y con iglesias que, siempre parecen ser más importantes que su familia o tener cuestiones más urgentes para tratar con él, si se las compara con sus propias necesidades como hijo. Ser hijo de pastor es tener un padre admirado y elogiado en la iglesia, y saber que, muchas veces en su convivencia familiar, es bastante distinto en las formas, en las palabras y en el tono de la voz.

 Diferente de lo que ocurre en otras familias, los hijos de pastor acostumbran a tener un padre que trabaja medio período en casa, pero que no está disponible para ellos. Buena parte de ese tiempo, el ministro permanece en su escritorio investigando, estudiando, preparando sermones y estudios. Su teléfono móvil suena y recibe mensajes todo el tiempo. En algunas ocasiones, inesperadamente, el pastor necesita salir para ayudar a alguien o para solucionar algún problema urgente del distrito. Con esa dinámica, el hijo de pastor se acostumbra a “vivir” en la iglesia. Es difícil cuando el padre está tan ocupado en su misión que pasa a tratar a sus hijos como si fueran un miembro más de su congregación, y no como lo que son: ¡sus hijos!

 Los hijos de pastor experimentan, frecuentemente, la presión de las expectativas depositadas sobre ellos ya sea por la iglesia o por sus propios padres. El matrimonio pastoral espera que los hijos sean buenos ejemplos y que transmitan la imagen de que son una familia ejemplar. Esa imposición de ser “buenos hijos, buenos ejemplos, buenos cristianos y buenos alumnos” genera sentimientos de aislamiento y conflictos internos. Como consecuencia, en diversos casos, ellos acaban confundiéndose sobre quiénes son o quiénes pueden ser realmente.

 Como consecuencia de esas situaciones, no sorprende que, en la adolescencia, en la juventud o –incluso– en la vida adulta, algunos hijos de pastor se rebelen o reaccionen negativamente a lo que viven o vivieron en la casa paterna. Varios autores sugieren que existe un “síndrome del hijo de pastor”.[1] Eso significa que algunos hijos, cuando llegan a la vida adulta, rechazar la religión o a la iglesia a la que el padre pertenece. También es importante decir que, en muchos casos, ellos siguen los pasos paternos, como ocurrió con los hijos de Martin Luther King y de Billy Graham, que se transformaron en ministros.

 La vida de un hijo de pastor está marcada por una dinámica social diferente de aquella vivenciada por niños de su misma edad. Presencia de estudios bíblicos, conferencias y reuniones administrativas desde pequeño. Además de esto, se compromete en varias actividades sociales, siempre con los miembros del distrito de su padre: picnics, campamentos, clubes de Conquistadores, conjuntos, coros, aniversarios, casamientos y hasta funerales. Tiene la oportunidad de visitar diferentes hogares y, a veces, su propia casa queda abierta para los miembros, que la transforman en una extensión de su propio hogar. Y todo eso, sin tener derecho a elección: tiene que ir, tiene que participar, tiene que sonreír, tiene que ser bien educado, tiene…

 En virtud de las frecuentes mudanzas, algunos hijos de pastor adquieren la capacidad hacer amistades con más facilidad. A final de cuentas, están siempre conociendo nuevas personas. Otros, sin embargo, pueden tener muchas dificultades para hacer amigos porque siempre necesitan comenzar de cero y temen que, en poco tiempo, los vaya a perder.

 Hablando de mudanzas, ese es otro desafío: comenzar de nuevo en una nueva iglesia, una nueva escuela, sin conocer a nadie y siendo conocido por todos: “Aquel es el hijo del pastor”.

 Finalmente, ser hijo de pastor puede significar no tener una identidad propia, y ser apenas reconocido como “el hijo del pastor”. Es ser tratado por las iglesias como una extensión de su padre: tiene que predicar, cantar, abrir y cerrar las puertas, encender y apagar las luces, operar los equipos de audio y video, cuidar de los niños pequeños, y participar activamente de la Escuela Sabática.

Influencias de la paternidad

 Muchos pastores no se dan cuenta de las dificultades por las que atraviesan sus hijos. Ellos creen que, así como fueron llamados para servir a Dios en el ministerio, sus hijos también, naturalmente, van a aceptar y a asumir esa vocación. Algunos consideran que ese es el sacrificio al que sus hijos se deben someter para ayudar a apresurar la venida de Jesús. Existen, también, aquellos que perciben el sufrimiento y las dudas de los hijos y los acogen, pero lo hacen en casa, no en público. Para esos pastores-padres, tales situaciones difíciles ayudan a forjar el carácter y transformar a sus hijos en seres con más resiliencia.

 Es necesario observar con mayor profundidad la situación y el sufrimiento de los hijos de pastor. Lamentablemente, en ciertas situaciones, ellos quedan expuestos a la maldad de quienes nutren sentimientos negativos en relación con el pastor. Hay casos en los que ellos sufren callados la discriminación y los cobardes ataques de miembros descontentos, para no perjudicar el trabajo de su padre.

 Alguien podría preguntar: “Los hijos de otros profesionales de influencia también sufren discriminación y bullying. ¿Por qué con los hijos del pastor sería diferente?” Por un hecho muy simple: el ministerio del pastor está al servicio de Dios. Muchos hijos de pastor se sienten heridos cuando existen problemas entre miembros de la iglesia y sus padres. Ellos perciben el modo en que las personas los tratan, y concluyen que esa religión que observan en la iglesia no puede ser la verdadera. Especialmente en la adolescencia, los hijos observan la hipocresía y comienzan a cuestionar la fe. Es en ese punto que los problemas de trabajo del padre, diferente de otras profesiones, pueden perjudicar la relación de los hijos con Dios.

 La familia ministerial no vive una vida fácil. De modo general, el ministro busca vivir su vocación alcanzando los objetivos propuestos por su denominación y sus diferentes iglesias. Algunos piensan que los hijos están suficientemente atendidos por los cuidados de la madre y de una buena educación cristiana. De esa manera, se sienten libres para enfrascarse en su trabajo, que está relacionado con la obra del Señor. Teniendo estas consideraciones en perspectiva, y volviendo al argumento inicial de este artículo, ¿cuál es la imagen de Dios que el hijo se está formando? ¿Qué modelo de hombre está ofreciendo el padre-pastor?

 Según la Asociación Americana de Psicología, el recuerdo de una convivencia satisfactoria con el padre durante la infancia está directamente relacionado con la capacidad de enfrentar el estrés del vivir cotidiano. Esa investigación indica que el padre desempeña un papel fundamental en la salud mental de los hijos y que eso es visible en la edad adulta. Los hombres que relataron que mantuvieron una buena relación con el padre durante la infancia tendían a ser menos impulsivos en su manera de reaccionar ante los eventos estresantes del día a día, si eran comparados con aquellos que relataron relaciones menos significativas.[2]

 Raeburn cita una serie de estudios que relacionan el desarrollo intelectual, emocional y social de los niños con la manera en que se involucra el padre. Los hijos que se sienten amados y nutridos por su padre tienen la autoestima comparativamente más alta y sufren menos riesgo de desarrollar problemas mentales a lo largo de la vida. Niñas que crecen con la presencia de un padre amable y que las apoyan tienden a iniciar la pubertad más tarde y presentan una menor inclinación a tener comportamientos sexuales arriesgados, si son comparadas con las hijas de padres ausentes, o con relaciones distantes.[3]

 Las consecuencias de una relación patológica entre el padre y el hijo, o de la ausencia de la figura paterna, pueden llevar a dificultades de adaptación a las reglas sociales, así como a problemas en las relaciones interpersonales o de identificación sexual. Los hijos de pastor necesitan de la presencia y la asistencia del padre durante su desarrollo. Ellos necesitan a un PADRE, no a un pastor o un padre-pastor.

 Aunque no hayas tenido una buena referencia paterna en tu vida, es posible mirar hacia atrás y encontrar figuras masculinas que no fueron vivenciados con tu propio padre. Piensa en personas que pudieron haber sido modelos para ti. Un abuelo, el padre de un amigo, un hermano mayor, un profesor, un líder de iglesia o un empleador. Muchos ministros eligieron su ocupación influenciados por algún pastor que marcó sus vidas. Esas figuras masculinas pueden servir como referentes de lo que es ser un buen padre, a fin de que puedas evaluar tu paternidad, así como tu relación con el Padre celestial.

Paternidad en la práctica

Algunos puntos importantes sobre la relación del pastor con sus hijos merecen reflexión:

 Un padre, no un pastor: Sin anular el hecho de que el padre es el sacerdote del hogar, los hijos quieren un padre que juegue con ellos, que los proteja, que los haga reír, que ame a su madre, que abrace, que brinde atención, que enseñe a cambiar una lámpara, que haga comida rica y que cambie el aceite del motor del automóvil. ¿De qué sirve que el pastor haya participado en la conversión de centenas de personas, si no ha sido un padre para sus hijos? Además de eso, ¿qué modelo de padre llevarán los hijos a su futuro, si el padre-pastor está más ausente que presente?

 Conversaciones, no sermones: Los sermones pueden ser excelentes para compartir conceptos bíblicos con la iglesia, pero no son efectivos para comunicarse con los hijos. Predicar a los hijos todo el tiempo va a traer, como consecuencia, que ellos confundan la comprensión de las Sagradas Escrituras y esto va a favorecer que se formen una opinión negativa sobre las orientaciones bíblicas. Es fundamental conversar sobre la vida de formas interesantes, que abran la mente y estimulen nuevos descubrimientos. Es conversando que las personas se conocen más profundamente. Esos diálogos deben ocurrir siempre, desde que los hijos son bebés. Es más, ¡ellos necesitan reconocer la voz del padre sin micrófono!

 Tenga interés en lo que les interesa: Puede ser que a ti no te gusten varios personajes de la televisión, de las series, o ni siquiera conozcas cantantes populares con los cuales tus hijos tienen contacto y se identifican; pero ¿sabes quiénes son? ¿Has asistido a un partido de fútbol o una clase de natación de tus hijos? ¿Participas de los momentos de ocio de ellos? Cuando te interesas y te implicas en lo que a ellos les gusta, demuestras que los amas y que realmente son importantes para ti.

 Conócelos: A medida que los hijos crecen, parece que se hace más difícil pasar tiempo con ellos. La convivencia con adolescentes y con jóvenes adultos insertos en un mundo contemporáneo, a veces, ha generado puntos de tensión en casa. Conoce a tus hijos, no seas crítico ni exagerado en los castigos. ¿Qué piensan? ¿Qué planifican para el futuro? ¿Has salido tú solo con tu hijo para comer una comida rápida? ¿Has ido al centro comercial para pasear con tu hija? ¿Aprovechaste el lunes para mirar con tus hijos un video que ellos habían elegido? Muchas veces, ellos no quieren solamente diversión; a veces quieren estar cerca, conversar sobre amigos, sobre las clases de la escuela; y quién sabe, hasta sobre algún asunto sentimental.

 Coherencia: Nadie te llamará “hipócrita” más rápido que tus hijos o tu esposa. Predicar sobre el amor y la gracia después de haber pasado toda la semana discutiendo y maldiciendo a los líderes de la iglesia, ¿qué le va a parecer a tu hijo sentado en el último banco de la iglesia? Para tu familia, tu interacción con Dios y con su obra habla mucho más alto que cualquier sermón que puedas predicar en la iglesia.

Gracia para fallar

 ¡Nadie es perfecto! Muchos pastores demandan altos niveles de perfección de sus hijos. Entiendo que desean lo mejor para ellos, pero esa presión genera más resentimiento y rabia que motivación. Todos nosotros erramos, somos pecadores, tenemos dudas e inseguridades. De forma semejante a la parábola del hijo pródigo, ¿acaso los hijos pueden “salir” de casa y “volver”, y todavía ser recibidos por el padre-pastor?

 Estamos muy cerca de la venida de Jesús, y Satanás asedia violentamente a las familias pastorales. Si los hijos del pastor saben que, para su padre, el tiempo con ellos es una prioridad, eso supera todas las otras dificultades y es significativo el sentimiento de seguridad que ellos desarrollan. Los miembros de la iglesia deben recordar que, si ayudan al pastor a cuidar a su familia, será de gran beneficio para la propia congregación, pues un ministro que está en paz en el hogar, servirá de modo más eficaz y feliz.

Sobre el autor: doctora en Psicología clínica. Reside en San Pablo, Rep. del Brasil


Referencias

[1] Dunham, R. “Pastor’s kids syndrome”, Enrichment Journal, www.enrichmentjournal.ag.org.

Acceso: 25/4/2016; Norrell, J. E. “Clergy family satisfaction”, Family Science Review, www.familyscienceassociation.org. Acceso: 18/4/2016; Ranginha, C. y C. Bruscagin, “Compreendendo os significados das expectativas familiares para jovens filhos de pastores da Igreja Adventista do Sétimo Dia” (monografía, Pontificia Universidad Católica de San Pablo, diciembre de 2015).

[2] American Psychological Association. “Childhood memories of father have lasting impact on men’s ability to handle stress”, www.apa.org. Acceso: 25/4/2016.

[3] Raeburn, P. “How dads influence teens’ happiness”, Scientific American, www.scientificamerican.com. Acceso: 25/4/2016; Ellis, B. J., et al. “Does father absence place daughters at special risk for early sexual activity and teenage pregnancy?” Child Development, www.ncbi.nlm.nih.gov. Acceso: 25/4/2016; Regnerus, M. y L. B. Luchies, “The parent-child relationship and opportunities for adolescents’ first sex”, Journal of Family Issues, www.jfi.sagepub.com. Acceso: 25/4/2016.