En el número anterior analizamos los hábitos que perjudican al obrero. Pero aclaramos que los hábitos correctos facilitan el trabajo pastoral. Más aún, ciertos hábitos son indispensables para el éxito. Nuestro Señor Jesucristo cultivó el hábito de la oración, el de refutar los argumentos de los enemigos con aciertos bíblicos y el de trabajar denodadamente por el bien de la humanidad.
Consideremos entonces, los hábitos positivos que debe adquirir y practicar constantemente el pastor.
Hábitos devocionales. El ministro es un hombre de Dios. Representa a nuestro Señor Jesucristo. Puesto que su tarea es de índole espiritual, debe estar constantemente unido a la Fuente del poder espiritual. El blanco es la santidad, la que Elena G. de White define así: “La santidad… es una entrega completa de la voluntad a Dios; es vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios; es hacer la voluntad de nuestro Padre celestial; es confiar en Dios en las pruebas y en la oscuridad tanto como en la luz; es caminar por fe y no por vista; confiar en Dios sin vacilación y descansar en su amor” (Servicio Cristiano, pág. 292).
Los hábitos devocionales tienen sus columnas principales en el estudio sistemático do la Biblia, en la oración, la meditación y la entrega diaria de la vida al Señor. Estas prácticas piadosas serán cotidianas, pues “el tiempo exige más capacidad y una consagración más profunda” (Id., pág. 276).
Hábitos de estudio. Las exigencias del trabajo pastoral en lo atinente a la predicación, la evangelización, el trato con los inconversos requiere un alto grado de preparación. “Es un hecho lamentable que el progreso de la causa se vea impedido por falta de obreros educados… Un predicador no debe nunca pensar que aprendió lo suficiente y que puede cejar en sus esfuerzos. Su educación debe continuar durante toda la vida. Cada día debe aprender y poner en práctica el conocimiento adquirido” (Obreros Evangélicos, págs. 97, 98).
Hábitos de trabajo y constancia. Para tener éxito en el ministerio no hay sustituto para el trabajo arduo y constante. Jamás un ministro tendrá poco trabajo. Siempre hay cosas por atender, promover, resolver o apoyar. Por eso, debe estar habituado a trabajar. “El verdadero cristiano trabaja para Dios, no por impulso, sino por principio; no un día ni un mes, sino durante toda su vida… El hombre que ama a Dios no mide su obra por el sistema de ocho horas. Trabaja a toda hora, sin apartarse de su deber” (Servicio Cristiano, pág. 287)
Hábitos de organización, orden y previsión. El rendimiento máximo es fruto de la organización, el orden y la previsión. Conviene hacer planes cuidadosos. Vale la pena mantener las cosas en orden. Paga dividendos ser previsores. “Es deber de todo cristiano adquirir hábitos de orden, minuciosidad y prontitud. Con tacto y método, algunos realizarán tanto trabajo en cinco horas como otros en diez” (Id., pág. 294).
Hábitos de progreso. El obrero que ama la causa no puede conformarse con poco. Anhela progresar. Cada año traza planes de mejoramiento, adelanto, penetración, victorias, desarrollo. Dejar todo como está no es digno de un obrero dinámico. Aumentar, mejorar, ir hacia adelante y hacia arriba debe ser su aspiración.
Actitud positiva. Habrá problemas, luchas y perplejidades. Pero es menester mantener una actitud positiva. “Algunos de los que se dedican al servicio misionero, son débiles, sin nervio, sin ánimo, fáciles de desalentar. Les falta energía… Los que quieren obtener éxito deben ser valientes y llenos de esperanza. Deben cultivar no sólo las virtudes pasivas, sino también las activas” (Id., pag. 283).
Seriedad y dignidad. El pastor representa a Cristo, a la iglesia y a la verdad, por lo tanto la suya es una tarea seria y digna. “La falta de verdadera dignidad y refinamiento cristiano milita contra nosotros… Cercioraos de que mantenéis la dignidad de la obra por medio de una vida bien ordenada y una conversación piadosa” (Id., pág. 280).
Hábitos de lealtad. “El Señor aborrece la indiferencia y la deslealtad en tiempo de crisis para su obra” (Id., pág. 293). El ministro, como soldado de Cristo, debe ser leal, a toda prueba. Leal a Dios, a la doctrina, a la organización, a sus compañeros de trabajo y a su iglesia.
Hábitos de economía. Tanto en las finanzas personales como en las de la iglesia, nunca habrá abundancia. Es necesario, por lo tanto, cultivar el hábito de la economía; y obtener el mayor rendimiento con el menor gasto.
Hábitos de templanza. “Ojalá que todo hijo de Dios sintiera la impresión de la necesidad que hay de ser templado en el comer, en el vestir y en el trabajo, a fin de que pueda hacer mejor obra para la causa de Dios” (Id., pág. 306). “El uso indebido de nuestras facultades físicas acorta el período de tiempo en el cual nuestras vidas pueden ser usadas para la gloria de Dios. . . Los que así acortan su vida y se incapacitan para el servicio al no tener en cuenta las leyes naturales, son culpables de estar robando a Dios” (Id., pág. 307).
Hábitos de tacto. El pastor debe enfrentar situaciones difíciles y complicadas, tanto con miembros de la iglesia como con los inconversos. Es fácil herir y repeler, pero: “En la obra de ganar almas, se necesita mucho tacto y sabiduría” (Id., pág. 286).
Fe y valor. Muchas veces en la vida del pastor todo parece estar en su contra: las puertas cerradas, las perspectivas negativas, la escasez de fondos, la abundancia de oposición y suspicacias. Pero el obrero avanza, a pesar de los obstáculos, poniendo su fe en el poder de Dios. Con valor indómito enfrenta lo imposible. “El que trabaja para Dios necesita una fe fuerte. Las apariencias pueden ser adversas; pero es en la hora más sombría cuando la luz está por amanecer… La esperanza y el valor son esenciales para dar a Dios un servicio perfecto. Son el fruto de la fe. El abatimiento es pecaminoso e irracional… Deben poseer valor, energía y perseverancia. Aunque imposibilidades aparentes obstruyan su camino, por su gracia deben avanzar. En vez de deplorar las dificultades, están llamados a vencerlas” (Id., págs. 290, 291).
Jesús, modelo de buenos hábitos
La vida de Cristo es el paradigma de los hábitos dignos y convenientes para un ministro.
Devocionales: “Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto de oración, buscaba fuerza divina… En la comunión con Dios, podía descargarse de los pesares que le abrumaban. Allí encontraba consuelo y gozo” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 330).
Trabajo: “Ninguna vida estuvo tan llena de trabajo y responsabilidad como la de Jesús” (Ibid.). “El Salvador era un obrero incansable” (Servicio Cristiano, pág. 287).
Tacto: “En su trato con los demás, él manifestaba el mayor tacto, y era siempre bondadoso y reflexivo. Nunca fue rudo, nunca dijo sin necesidad una palabra severa, nunca causó una pena innecesaria a un alma sensible” (Id., pág. 286).
Dignidad: “Se portaba con divina dignidad y se inclinaba con la más tierna compasión y consideración sobre cada miembro de la familia de Dios” (Ibid.).
Actitud positiva: “Con frecuencia su trabajo resultaba innecesariamente penoso porque era voluntario y no se quejaba. Sin embargo, no desmayaba ni se desanimaba. Vivía por encima de estas dificultades, como en la luz del rostro de Dios” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 68).
Progreso: “Durante toda su vida terrenal, Jesús trabajó con fervor y constancia. Esperaba mucho resultado; por lo tanto intentaba grandes cosas” (Id., pág. 53).
Amor: “Pero el amor de Cristo no se limita a una clase. Se identifica con cada hijo de la humanidad” (Id., pág. 593).
Cómo adquirir buenos hábitos
Una vez erradicados los hábitos perniciosos, es necesario adquirir y arraigar los positivos. William James, un gran filósofo, llegó a la conclusión de que en la formación de todo nuevo hábito hay cuatro leyes:
1. La ley de la iniciativa personal, o sea poner toda la energía y el entusiasmo en la adquisición del nuevo hábito.
2. La ley de la constancia: La repetición infatigable del nuevo hábito hasta que el sistema nervioso y la voluntad se acostumbren a él.
3. La ley de la oportunidad: Aprovechar todas las oportunidades para ejercitar el nuevo hábito.
4. La ley de la conservación: Conservar vivo el deseo y la práctica del hábito.
Veamos un resumen de las cualidades y los hábitos deseables en un obrero: “El que trabaja por las almas necesita consagración, integridad, inteligencia, laboriosidad, energía y tacto. Poseyendo estas calificaciones ningún hombre puede ser inferior; sino que, al contrario, ejercerá poderosa influencia para bien… La vida consecuente, la santa conversación, la integridad inquebrantable, el espíritu activo y benévolo, el ejemplo piadoso, tales son los medios por los cuales se comunica la luz al mundo” (Servicio Cristiano, págs. 281, 282).
¿Cómo lograr esas cualidades y esos hábitos? “Dios toma a los hombres tales como son, y los educa para su servicio, si quieren entregarse a él. El Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivificará todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu Santo, la mente consagrada sin reserva a Dios se desarrolla armoniosamente, y se fortalece para comprender y cumplir los requerimientos de Dios. El carácter débil y vacilante se transforma en un carácter fuerte y firme. La devoción continua establece una relación tan íntima entre Jesús y su discípulo, que el cristiano llega a ser semejante a Cristo en mente y carácter. Mediante su relación con Cristo tendrá miras más claras y más amplias. Su discernimiento será más penetrante, su juicio mejor equilibrado” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 216). Permitamos que el Señor forme en nosotros hábitos dignos y positivos.