Hacia una teología de la mayordomía

            INTRODUCCION. Los seres humanos son criaturas inquisitivas que se involucran en una constante búsqueda de significado. Esta búsqueda obsesiva no es simplemente un intento por entender la unidad funcional y estructural del universo, sino una inquietud angustiante por descubrir el propósito de su existencia. Muy pocas cosas estimulan tanto el interés de los seres humanos como su insaciable curiosidad por encontrar la razón de su existencia.

            La teología bíblica nos dice que nuestro origen se encuentra en un acto divino de creación y que fuimos puestos en este planeta por un Creador amante. Él le da pleno sentido a nuestra vida al permitimos -entre otras cosas- colaborar con él en la administración del planeta. El concepto bíblico de la mayordomía es, en esencia, un intento por esclarecer el propósito de nuestra vida al proveemos un autoentendimiento basado en una relación personal con el Creador y Redentor de la raza humana.

            En este documento examinamos el significado teológico de este concepto y el lugar de esta comprensión de sí mismo dentro de la teología bíblica. Además, nos esforzaremos por descubrir las raíces teológicas que nutren el concepto de la mayordomía. ¿Cómo relaciona la mayordomía la perspectiva bíblica de Dios con la redención a través de Cristo? Exploraremos las raíces teológicas que proveyeron el medio en el cual se concibió y preservó esta perspectiva y comprensión de la existencia humana.

            Hay por lo menos cuatro líneas principales de análisis que deben buscarse en la investigación del fundamento teológico de la mayordomía. Ellas son: (1) la naturaleza de Dios; (2) la naturaleza de los seres humanos; (3) la caída y el pecado; y (4) la salvación. Las examinaremos brevemente desde la perspectiva de la mayordomía.

I. LA NATURALEZA DE DIOS

            La naturaleza de Dios está oculta en el misterio. Tanto filósofos como teólogos han tratado de penetrarlo con muy poco o ningún éxito. La revelación que hizo Dios de sí mismo en las Escrituras arrojó cierta luz a nuestra comprensión de su naturaleza, pero ésta continúa y continuará estando más allá de nuestra total comprensión. Demos una mirada, desde la perspectiva de la mayordomía, a algunos aspectos de la revelación que Dios hizo de sí mismo.

            A. El Dios (pre-existente): antes de crear, Dios ya “era”

            Cuando la Biblia nos lleva al mismo origen y génesis del universo, se hacen varias declaraciones teológicas implícitas o explícitas. Una de las más importantes es que Dios “era”. Esto está implícito en Génesis 1:1: “En el principio creó Dios”. Él era antes de haber creado En Juan 1:1 se establece este concepto explícitamente: “En el principio era el Verbo” Antes que ninguna cosa fuese traída a la existencia, Dios ya era.

            En primer lugar, esta preexistencia divina significa que Dios es eterno. Nunca hubo un tiempo en que Dios no existiera. Si preguntamos qué había antes del comienzo, la respuesta que nos provee el registro bíblico es: “Dios”. Si él estaba “allí”, antes que ninguna otra cosa fuese traída a la existencia, entonces es imposible postular una fuente por medio de la cual Dios vino a la existencia. No hay ninguna indicación en la Escritura que nos sugiera que Dios “era” debido a que algo hizo que fuese. La Biblia no habla de un comienzo antes del comienzo. El hecho de que Dios “era” apunta a su naturaleza eterna: El siempre “fue”.

            Segundo, el hecho de que Dios siempre ha sido, significa que él es autosuficiente. Siendo que antes del principio no había nada sino Dios, él es, por consiguiente, suficiente en sí mismo. Nunca se necesitó una fuente de energía para alimentar al ser divino, fuera de él mismo. Coincidimos con quienes argumentan que Dios es existencia en sí misma. Vida no es algo que él posee, sino algo que él es.

            La autosuficiencia significa que Dios es totalmente libre y autónomo. Fuera de él no hay nada ni nadie a quien Dios deba someterse. Él es su propia ley. Nadie puede imponerle obligaciones ni forzarlo a actuar de tal o cual manera. No necesita nada de nadie, pues es suficiente en sí mismo. Juan se refiere a Dios como al “Señor, el que es y que era y que ha de venir” (Apoc. 1:8; cf. 1:4).

            Esta característica de Dios que acabamos de describir, y que lo define con relación a la creación como el que “era”, constituye probablemente una de las declaraciones más profundas que encontramos en la Escritura acerca de Dios, debido a que es la única que nos lo describe en sí mismo, antes que ninguna cosa fuese traída a la existencia. Una comprensión adecuada de la mayordomía debe basarse en la convicción de que Dios es eterno y suficiente en sí mismo y que nuestra administración de lo que nos confió no tiene en absoluto el propósito de enriquecerlo. La mayordomía ofrece la oportunidad de entrar en compañerismo con este Dios misterioso que ha existido desde la eternidad.

            B. Dios es el Creador

            Dios se nos presentó a sí mismo en la Escritura como el Creador (Gén. 1:1). Si sabemos que en el principio él era, se debe a que se nos dijo que él era el Creador. Dios como Creador es “el concepto más fundamental que podemos tener de Dios. Esto es, la creación es esa actividad de Dios por medio de la cual definimos lo que queremos decir con la palabra Dios”.[1]

  1. El Creador es incomparable

            Dios como Creador significa que no hay nadie como él en el universo. Es esencialmente diferente de su creación. El eterno no tiene un comienzo u origen, los seres creados sí; él existe por sí mismo, las criaturas tienen una existencia derivada y que depende del balance ecológico apropiado, del agua, la luz solar, el oxígeno, etc. Dios es enteramente autónomo, las criaturas dependen de él para subsistir. Las criaturas son finitas; sólo Dios es infinito en sí mismo.

            Isaías confrontó a su pueblo con una pregunta retórica, penetrante, que provino de los labios del Señor “¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para que seamos semejantes?” (Isa. 46:5). Estas preguntas se dirigen a gente tentada por la idolatría. El Señor parece estar desafiando a su pueblo: “¿Han encontrado ustedes a otro ser semejante a mí en el universo creado? Si éste es el caso, estoy listo a ser comparado con ese ser”. Entonces agrega: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí” (Isa. 46:9). De la “especie” divina sólo hay un “ejemplar”. Nadie, procedente del mundo creado, puede ocupar el lugar de Dios o pretender igualarse a él.  Él es “un Ser supremo, incomparablemente único”.[2]

  • El Creador es trascendente

            Dios como Creador significa que trasciende el universo creado; no es parte de él. Según Génesis 1, Dios creó por su Palabra. La creación mediante la palabra hablada nos señala a Dios como un ser trascendental que media su actividad creadora a través de la palabra mientras permanece fuera de la creación. Es, por consiguiente, absurdo buscar a Dios en el universo creado. La creación de la nada niega la validez del panteísmo. El universo creado no está permeado por lo divino.

            El Dios Creador no puede ser circunscrito por aquello que creó. Salomón reconoció este hecho durante la dedicación del templo. En su oración dijo: “Pero, ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra?” (1 Rey. 8:27).

  • El Creador es inmanente

            Dios como Creador significa que él está dispuesto a entrar en el mundo creado. Los eruditos han destacado que, si bien Génesis 1 presenta a Dios como un Ser trascendente, Génesis 2 lo presenta como inmanente. En Génesis 2 se describe a Dios como estando presente dentro de la creación, en plena interacción con Adán y Eva.

            La inmanencia de Dios es indispensable para la preservación de la creación, pues ésta depende directamente de su cuidado e interés por ella. Es, por consiguiente, indispensable para Dios permanecer dentro del mundo creado una vez que su actividad creadora culmina. El descanso divino en el séptimo día muestra precisamente lo que este hecho significa (Gén. 2:2, 3).

            Génesis explica que la creación pertenece a la esfera del espacio y del tiempo. Dios trasciende esa esfera. Sin embargo, él elige entrar en ella, al mundo de sus criaturas. Para ello, creó una fracción de tiempo dentro de la cual él se hace a sí mismo accesible a su creación. Por supuesto, Dios permaneció como el Ser trascendente. Su inmanencia no niega su trascendencia. Dios condesciende a entrar en su creación, haciendo claro que no la abandonaría.

  • El Creador es propietario

            Dios como Creador significa que el universo y todo lo que hay en él le pertenecen. El es el Soberano del universo, y asigna tareas específicas a todo elemento de la creación (véase Gén. 1:14, 26, 29; 2:15, 16). Su derecho como propietario del mundo se basa en su actividad creadora. El salmista escribió: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos” (Sal. 24:1, 2). Dios declara: “Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, y todo lo que se mueve en los campos me pertenece” (Sal. 50:10,11). Dios no es sólo propietario de la materia de este mundo y de los seres vivientes que lo pueblan, sino que su propiedad es cósmica: “Tuyos son los cielos, tuya también la tierra” (Sal. 89:11). El salmista sabe que “el universo está en las manos de Yahvé. Es a él como gobernante que le pertenece el mundo”.[3]

            El concepto de Dios como Creador es indispensable en la formulación de una teología de la mayordomía. La incomparabilidad de Dios, su singularidad, lo identifica como Aquel a quien únicamente somos responsables como mayordomos. El universo no está controlado por fuerzas opuestas a las que estamos obligados a servir. Hay solamente un Creador y él exige nuestra lealtad exclusiva.

            La trascendencia de Dios es un rechazo a todo intento por basar nuestra práctica de la mayordomía en ideas panteístas. El mundo natural no es una extensión o manifestación de lo divino. El panteísmo no puede proveer un fundamento teológico para la mayordomía del mundo, puesto que las Escrituras lo rechazan como posible alternativa.

            La inmanencia* de Dios testifica del hecho de que la creación necesita constantemente del cuidado e interés de Dios para que funcione armoniosamente. El Creador es también el Sustentador del mundo. La presencia condescendiente de Dios en el mundo da lugar a que los seres humanos participen con él en la administración y preservación de la creación (Gén. 2:15).

            El hecho de que Dios es el Dueño debiera recordamos constantemente los límites de nuestra función en el mundo. Es este aspecto el que define, tal vez mejor que ningún otro, la naturaleza de un mayordomo. El mayordomo nunca es el propietario, sino el administrador.

            C. Dios es amor

            El amor parece usarse en la Biblia para definir o describir la esencia de Dios. La declaración de Juan, “Dios es amor” (1 Juan 4:7, 8), es una de las descripciones más importantes de la naturaleza divina en la Escritura. El apóstol hizo esta aseveración en el contexto de la muerte sacrificial de Cristo. Según él, la muerte de Cristo revela la misma esencia de Dios: “Él es amor”. Este amor consiste en darse a sí mismo de una manera completamente desinteresada (Juan 3:16). No hay nada fuera de Dios que pueda moverlo o forzarlo a amar. Este amor “no se basa ni en una necesidad que tenga la persona amada, ni en un deseo provocado por algún rasgo atractivo de lo amado”.[4] Fue esta comprensión del amor de Dios que condujo a Pablo a decir “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8).

            Dios es amor significa que cada uno de sus actos se origina en, y está motivado por, su amor. Tanto la elección (Deut. 7:7, 8), como la redención, están fundamentadas en su amor (Isa. 43:4; 63:9). El no solamente ama a su pueblo (Deut. 33:3), sino también al extranjero (10:18). La revelación del amor de Dios alcanza su más profunda dimensión de significado en la encamación, ministerio, muerte y resurrección de Jesús. Su amor por los pecadores no está motivado por la miseria de su condición pecaminosa, sino por el hecho de que Dios es amor, y es este gran hecho el que lo mueve a amar a los pecadores a pesar de su pecado[5] A fin de que el amor de Dios pueda expresarse, se necesita de otra persona. El amor ocurre entre seres que reciben, dan y responden. Surge así la pregunta importante acerca de la naturaleza del amor de Dios antes de la creación. El amor desinteresado es una probabilidad sólo si hay otra persona a quien pueda expresárselo. Antes de la creación, cuando Dios “era”, él estaba solo. ¿Era entonces egoísta su amor? ¿Fue alterada la naturaleza de Dios después de crear a sus criaturas inteligentes, capaces de recibir y dar amor? Los teólogos cristianos han respondido esas preguntas con un resonante no. La Biblia habla de un solo Dios que es amor. El amor desinteresado, por consiguiente, pertenece a la naturaleza eterna de Dios. Su naturaleza no ha experimentado cambio. Él es lo que siempre ha sido: “Amor”.

            Los teólogos cristianos han argüido que el amor desinteresado encontró expresión eterna dentro de Dios mismo en el misterio de la Trinidad. Las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, fueron condicionadas por la esencia del amor desinteresado que era común a cada uno de ellos (Juan 14:31; 5:20).[6] El amor desinteresado requiere un encuentro de personas diferentes y esto es exactamente lo que encontramos en el misterio del Dios triuno. Por toda la eternidad el Padre amó al Hijo y al Espíritu; el Hijo amó al Padre y al Espíritu, y el Espíritu amó al Padre y al Hijo.[7]

            Este mismo Dios amante trajo el universo a la existencia. Su amor eterno lo movió a crear. “La obra de la creación fue una manifestación de su amor”.[8] La creación es buena porque fue traída a la existencia por un Dios de amor (Gén. 1:31). La realidad suprema es personal y desinteresada.

            Una clara comprensión del amor de Dios protege a la mayordomía de caer en un estilo legalista. Un mayordomo fiel no es alguien que busca motivar a Dios para que lo ame. El amor de Dios es eterno y define la forma natural en que Dios siente y actúa al relacionarse con su creación. La mayordomía encuentra su fuerza y modelo motivante en el amor desinteresado de Dios.

II. LA NATURALEZA HUMANA

            Probablemente sea correcto sugerir que los seres humanos son las criaturas más intrigantes y misteriosas del universo conocido. Nosotros, a diferencia de todo otro ser creado en este planeta, somos capaces de percibimos a nosotros mismos como maravillosos y fascinantes. El misterio de nuestra presencia en el universo se vuelve totalmente impenetrable si ignoramos la información que se nos proveyó acerca de nuestro origen mediante la revelación especial de Dios en las Escrituras. Debemos revisar parte de esta información.

            A. Los seres humanos son seres creados

            Génesis 1:27 declara: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Esta es una declaración de suprema importancia en la formulación de una antropología bíblica. Los seres humanos son seres creados; somos parte del mundo creado. Esto significa, primero, que tenemos un comienzo. No somos eternos, no pertenecemos a lo divino. Nuestro modo de existir es esencialmente diferente al de Dios. El siempre “era”, pero nosotros vinimos a la existencia. Nuestra función dentro del universo es la de un ser creado.

            Segundo, los seres humanos son finitos. Su existencia es derivada y carece en sí misma de autosuficiencia. No podemos producir nuestra propia fuente de existencia para preservamos a nosotros mismos. Siendo que fuimos traídos a la existencia, podemos también regresar a la nada; nuestra existencia puede llegar a su fin. Sin embargo, aunque la preservación de nuestra existencia está en última instancia más allá de nosotros mismos, se espera que cooperemos con el Creador en la preservación de nuestras vidas. Somos, por lo tanto, mayordomos de la vida.

            Tercero, considerar a los seres humanos como criaturas, significa que existen dentro del tiempo y el espacio. Estos dos elementos están indicados en la historia de la creación. Adán y Eva fueron creados el sexto día, durante una fracción de tiempo específico, esto es, en el jardín. Obviamente, el espacio es realmente el resto del mundo creado. Su hogar era la flora y la fauna. Nuestra existencia corre peligro si se arruina el espacio donde vivimos. La mayordomía de la creación es, pues, de importancia vital.

            Los seres humanos viven en el tiempo. Los eventos y las acciones se suceden uno tras otro; lo que era, pertenece al pasado, y es imposible volver a vivirlo. Sólo el presente es, y éste dura únicamente fracciones de segundo, porque se transmuta constantemente en pasado. Tenemos siempre el futuro, lo que aún no es. Siendo que hay un tiempo futuro, los seres humanos viven bajo el manto de la esperanza, enfrentando constantemente el desafío del desarrollo propio. El tiempo es, por lo tanto, uno de los aspectos más importantes del universo creado. El tiempo nos forma, nos cambia y modifica. La manera como lo usamos determina en gran medida quiénes llegamos a ser. La administración correcta del tiempo es indudablemente una de nuestras más serias responsabilidades. Vivir dentro del tiempo y del espacio no es una limitación sino más bien el modo de expresar nuestra existencia, y ésta nos da la libertad de movemos dentro de ese ambiente, de manera que podamos llegar a ser lo que decidimos y queremos ser.

            Finalmente, ser una criatura significa que no somos el resultado de fuerzas impersonales que actúan dentro del mundo creado, sino el resultado de un acto creativo de amor. Nuestra existencia es una manifestación del amor desinteresado de Dios, un acto de gracia. Fuimos creados por Dios porque en su amor vio que esto era bueno. El amor divino, la gracia y la libertad trajeron a la existencia una criatura inteligente que era parte del mundo creado y, sin embargo, diferente. Esta criatura era capaz de recibir y devolver amor.

            B. Los seres humanos fueron hechos a la imagen de Dios

            La singularidad de la raza humana se remonta al hecho de que fuimos creados a la imagen de Dios (Gén. 1:27). La creación de Adán y Eva no sigue el mismo patrón usado por Dios en la creación del resto del mundo. El habló y el mundo natural vino a la existencia. En este caso particular, el hablar precede a la existencia. En el caso de Adán y Eva, la palabra hablada no está presente. La voz de Dios se dirigió a ellos sólo después de su creación (Gén. 1:29-30; 2:16). Fueron identificados por Dios como objetos de su hablar. Esto significa que los seres humanos son criaturas con quienes Dios se puede relacionar, a quienes él puede dirigirse como personas. Sólo ellos pueden, dentro del mundo creado, relacionarse con Dios en términos personales. Este aspecto de la naturaleza humana hace posible que seamos compañeros o socios con Dios en la mayordomía.

            Los teólogos han discutido durante muchos siglos el significado de la imagen de Dios en los seres humanos. A pesar de que se han dado diferentes sugerencias, hoy parece haber un acuerdo general en creer que la imagen de Dios no es algo que nosotros tenemos, sino algo que nosotros somos.[9] La imagen de Dios en nosotros no está localizada en cierto aspecto de nuestra personalidad, sino en la totalidad de nuestro ser. En la creación la imagen de Dios se reflejó en cada aspecto de Adán y Eva. Exploraremos algunos de esos aspectos desde el punto de vista integral de la naturaleza humana.

  1. Un ser físico

            Lo primero que notamos respecto de un ser humano es que es una estructura física que puede ser percibida por los ojos y tocada por otros. Si la persona total fue creada a la imagen de Dios, el cuerpo físico debiera también expresarlo: “En el principio, el hombre fue creado a la semejanza de Dios, no sólo en carácter, sino en la forma y sus rasgos”.[10]

            El mismo hecho de que Dios nos haya creado como entidades físicas indica que el cuerpo humano es bueno, y esto rechaza el dualismo** antropológico griego que niega el valor del cuerpo humano. La preservación del cuerpo es una responsabilidad tanto de Dios como de las personas. El proveyó todo lo que Adán y Eva necesitaban para preservar sus cuerpos en perfectas condiciones y les asignó una dieta específica que esperaba que consumieran (Gén. 1:29).

            La mayordomía de nuestros cuerpos está basada en el hecho de que Dios nos creó como seres físicos. Nuestros cuerpos no son algo que tenemos sino algo que somos.[11] Nuestro cuerpo y lo que somos son inseparables. Dios espera que los administremos para su gloria (1 Cor. 6:20).

  • Un ser espiritual

            Los seres humanos son más que materia, pues tienen la capacidad de escuchar a Dios y de responderle. Aparentemente, ninguna otra criatura en este planeta parece tener esa habilidad. Existe un lenguaje común entre Dios y los seres humanos que les hace posible entrar en compañerismo y establecer una relación significativa. Los seres humanos son esencialmente personas religiosas. Llegamos a entendemos a nosotros mismos particularmente en términos de nuestra relación con Dios. La primera relación que Adán y Eva establecieron fue con su Creador. Cuando Adán fue creado, Eva no estaba presente y cuando ella fue creada, él no estaba presente. La primera imagen que cada uno de ellos captó fue la del Creador. Cualquiera otra relación estuvo determinada por esta primera, y aparte de ella no hubieran podido ser capaces de entenderse ellos mismos o al resto de la creación.

            Pero el encuentro entre Dios y los seres humanos no iba a quedar restringido al momento de la creación. Ellos necesitaban a Dios para subsistir y satisfacer su necesidad de una relación personal con él. Así, el Dios trascendental decidió permanecer con ellos en tiempo y espacio. Nuestra mayordomía de la vida espiritual se origina en la disposición bondadosa de Dios de querer morar con nosotros.

  • Un ser intelectual

            Dios dio a Adán y Eva habilidades racionales a través de las cuales pudiesen llegar a una comprensión más profunda de Dios, de ellos mismos y del mundo creado. Por medio de una razón completamente santificada, los seres humanos serían capacitados para controlar sus emociones y pasiones, para aprender y desarrollar toda clase de destrezas.

            En el Jardín del Edén, Dios asignó a Adán una tarea que requería el uso de sus capacidades intelectuales (Gén. 2:15). Específicamente, Dios le pidió que pusiese nombres a los animales (2: 19-20). En la Biblia el nombre es muy importante debido a que es un reflejo del carácter de la persona que lo lleva. El dar nombres a los animales implicaba que Adán observase y analizase su comportamiento con el propósito de darles un nombre adecuado Este era un estudio científico de la naturaleza. Él estaba explorando la creación de Dios, sistematizándola, y entendiendo su orden y armonía. Estaba poniendo al servicio de Dios y de la naturaleza, las destrezas y los talentos que Dios le había dado. Es allí donde debe colocarse la base teológica para la mayordomía de nuestros talentos. Dios nos dotó con la capacidad de desarrollar destrezas y de adquirir nuevo conocimiento, y éstos deben ser puestos a su servicio.

  • Un ser social

            La existencia humana carece de significado en el aislamiento total. Nuestra capacidad de socializar con otros es una manifestación del hecho de que fuimos creados a la imagen de Dios. Se ha sugerido que Génesis 1:27 señala a ese aspecto de la imagen de Dios en nosotros. “Y creó Dios el hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”. “Hombre” es una pluralidad de personas, una unidad formada por un hombre y una mujer. Algunos eruditos han encontrado en esta pluralidad una manifestación de la imagen de Dios. Varón y hembra son la imagen, porque ellos juntos son uno.[12] Una pluralidad define al “hombre” y a Dios. La idea básica es que la imagen de Dios en el hombre incluye una pluralidad que permite relaciones interhumanas de una manera “semejante” a la que en la pluralidad de Dios hace posible las relaciones intratrinitarias. Los seres humanos, así como es Dios, son seres de relación, puesto que el verdadero amor siempre necesita de otra persona para expresarse.

            Además de nuestra relación con Dios, una de las interacciones sociales más importantes tiene lugar dentro de la estructura de la familia. Dios instruyó a Adán y Eva sobre esta relación fundamental, al describirles la naturaleza del matrimonio. El matrimonio tiene un propósito unitivo (Gen. 2:24) y creativo (Gén. 1:28). La unidad en el amor puede alcanzar su más plena realización dentro del matrimonio. Al mismo tiempo, Dios dio a los seres humanos el privilegio de colaborar con él en la perpetuación de la raza humana. Este es el resultado de nuestra naturaleza social y, en especial, de la interacción y entrega de amor entre el hombre y la mujer. Es de esa relación familiar positiva que surge la posibilidad de desarrollar nuevas relaciones significativas con otras personas.

            Como seres sociales, somos particularmente responsables de la mayordomía de nuestra influencia social en el hogar, en la iglesia y en la sociedad. Tratar a otros con respeto, consideración y amor es una prueba de la mayordomía de nuestra interacción social. Los valores y principios que surgen de nuestra entrega al Señor deben tener un impacto directo y positivo en nuestra interacción social.

            C. Los seres humanos y el dominio sobre el mundo

            De acuerdo con Génesis 1:28, Adán y Eva tenían que subyugar la tierra y tener dominio sobre la fauna. Así fue definida su relación con el resto de la creación. Indudablemente en esa tarea la imagen de Dios se revelaba de una manera especial. Dios les ha dado a los seres humanos poder y autoridad. “Cada ser humano, creado a la imagen de Dios, está dotado de una facultad semejante a la del Creador: la individualidad, la facultad de pensar y hacer”.[13] En el Antiguo Testamento se usa el verbo “tener dominio” para designar el poder del rey sobre sus súbditos.[14] En Génesis se le otorga ese poder al ser humano, pero se lo limita al mundo animal.[15] Se nos encarga “regir la naturaleza como un rey benevolente, actuando como un representante de Dios sobre ella y por lo tanto, tratándola de la misma manera como la trataría el Dios que la creó”.[16] El hecho de que los seres humanos fuesen vegetarianos indica que la destrucción de la vida animal no estaba contemplada en el otorgamiento del dominio sobre ella.[17] Este era un dominio positivo, que tenía que ver con “lograr el bienestar de cada una de las otras criaturas y ver que se realizara a plenitud el potencial de cada una de ellas”.[18]

            El verbo “subyugar” la tierra debiera entenderse en el contexto de Génesis 2:5,15, como cuidando de ella. La idea de usar ese poder para explotar la naturaleza queda descartada por el contexto en el cual el concepto de una creación buena, debe entenderse en términos de su perfecta armonía y unidad. Los seres humanos no debían trastornar el orden establecido por Dios, sino respetarlo y preservarlo.

            El dominio de los seres humanos sobre la naturaleza revela una función importante de la humanidad hecha a imagen de Dios: son representantes de Dios dentro del mundo creado. Se nos ha dicho que el hombre “fue ubicado, como el representante de Dios, sobre los órdenes inferiores de los seres. Ellos no pueden entender ni reconocer la soberanía de Dios. Aun así, fueron hechos capaces de amar y servir al hombre”.[19] Dios delegó a Adán y Eva, como sus representantes, la responsabilidad de administrar el resto de la creación. Los instituyó como mayordomos del mundo.[20] El mandato a tener dominio sobre el mundo revela algo acerca de la naturaleza de la creación. Presupone un entendimiento no mitológico de la naturaleza. Las antiguas mitologías cuentan a menudo de árboles, ríos, animales y tierras divinos. Al ser confrontados con todos estos elementos de la naturaleza, los seres humanos no debían explorarlos, sino someterse a ellos. Tales ideas están ausentes del texto bíblico: “No hay ni tierra divina, ni bestias divinas, ni constelaciones divinas, ni ninguna otra esfera esencialmente inaccesible al hombre”.[21] No hay nada superior a la humanidad en el orden creado.

            El dominio humano sobre la creación implica que la naturaleza es finita y depende del cuidado de los seres humanos. Este elemento de dependencia parece pertenecer a la misma naturaleza de la creación. La dependencia es, por supuesto, mutua. La naturaleza depende de personas amantes para revelar su fructificación, grandeza y bondad. A la misma vez, la existencia humana está relacionada intrínsecamente con la naturaleza. Dios determinó que la existencia de ambos -la naturaleza y el hombre- fuese mutuamente dependiente, aunque en última instancia, ambos dependiesen de él.

            Concluimos que, desde la perspectiva de Dios, los seres humanos son mayordomos del mundo natural. Esto es posible debido a que no hay nada divino en la naturaleza. Este concepto tiene gran valor para todos los que se interesan en asuntos ecológicos. Nuestra preocupación por el bienestar del planeta no debe basarse en su presumida santidad, sino en el hecho de que Dios estableció personas para que fuesen mayordomos del mundo.

III. CAIDA Y PECADO

            A veces nos resulta difícil concebir, o aun imaginar, una época en la historia de este planeta cuando hubo perfecta armonía sobre la tierra. La intención divina fue que los seres humanos, unidos a Dios en un cometido indiviso, continuasen teniendo dominio sobre el planeta, explorándolo y preservándolo en toda su belleza y grandeza. Resulta claro que la mayordomía pertenece a la intención y el designio originales de Dios para la misión de la raza humana sobre nuestro planeta. Esta servía para definir la responsabilidad fundamental de la familia humana hacia Dios y hacia el orden creado. Pero la intrusión del pecado trastornó el plan divino.

            A. Libertad humana

            En la teología cristiana, los conceptos de pecado y libertad están estrechamente relacionados. La narración bíblica de la caída respalda esta conclusión. El relato de la creación presupone que los seres humanos fueron creados como agentes libres. En este contexto, libertad significa probablemente que ellos tenían la capacidad de llegar a ser aquello que Dios se propuso que fuesen. Esta era la libertad de poder autorrealizarse, de llevar a cabo su potencial humano como criaturas de Dios. Por consiguiente, la libertad’ humana era una realidad únicamente si los seres humanos mantenían una relación armoniosa con Dios. Es a ese tipo de libertad a la que se refiere Génesis 2:16-17: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.

            Estos dos versículos definen la verdadera naturaleza de la libertad y establecen sus límites. Tenemos un mandato positivo seguido de una limitación. Y Adán y Eva están libres de comer de todo árbol del jardín y satisfacer de esta manera su necesidad de alimento. El Señor hizo provisión para todas sus necesidades básicas, y en la medida en que se obedeciese su mandato, la vida sería preservada. La prohibición, “del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás”, los puso al tanto, en cierto sentido, de la medida de su libertad. Tenían la libertad de rechazar el compañerismo con Dios. Adán y Eva eran libres de decir “no” a Dios y a la vida que de él provenía.[22]

            Sin esa posibilidad, Adán y Eva no hubiesen sido libres sino prisioneros en este planeta. Habían sido creados para vivir en este mundo sin ninguna alternativa o vía de escape. Dios los trajo a la existencia sin consultarlos, sin darles la libertad de decidir si querían existir. (Obviamente, hubiera sido imposible, pues la libertad de elección implica existencia y conciencia.) Dios simplemente los trajo a la existencia y entonces les dio la libertad de decir sí o no a Dios y a la vida. La intención real de Dios es que los seres humanos escojan la vida y el compañerismo con él. De allí el mandato negativo. Su propósito era preservar a Adán y Eva vivos al elegir ellos el don de la vida. Su libertad se vio así probada: “Podían obedecer y vivir, o desobedecer y perecer”.[23] Era su responsabilidad decidir si volver a la nada o disfrutar de una vida sin fin de libertad y armonía, obediencia, y confianza total en el Creador.

            El nombre del árbol cuyo fruto Adán y Eva no debían comer es interesante: “árbol de la ciencia del bien y del mal”. Se han dado muchas sugerencias con respecto al significado de esta frase[24] aunque debería interpretársela probablemente a la luz de Génesis 3:22: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal”. El conocimiento del bien y del mal es un tipo de conocimiento que pertenece exclusivamente a Dios. La frase no designa la habilidad de conocer todas las cosas, puesto que los seres humanos nunca fueron creados con la posibilidad de llegar a ser omniscientes. Lo que la frase enfatiza es la posibilidad de que los seres humanos decidan personalmente lo que consideren ser lo mejor para ellos.[25] Pareciera ser una frase usada para expresar la idea de una autonomía moral absoluta y la capacidad de tomar decisiones creyendo que no se tiene que rendir cuentas a nadie. Dios les dijo a Adán y Eva que tener esa experiencia equivaldría a rechazarlo a él y a elegir la muerte. El árbol era, por consiguiente, un símbolo de autodeterminación e independencia total que conduciría inexorablemente a la muerte, puesto que sería un rechazo del don de la vida. En esencia, ésta sería una rebelión absoluta contra Dios.

            B. El pecado como rebelión: pretendiendo ser dueño

            La serpiente, que era el animal más astuto del jardín, llegó a ser el instrumento del mal (Gén. 3:1). Esto es algo sorprendente, puesto que se trata de una de las criaturas buenas de Dios (1:31). Resulta interesante observar que durante la escena del juicio descrita en Génesis 3: 9 – 14, Dios pidió a Adán y Eva que explicaran su comportamiento y dieran razones del mismo, pero no dirigió pregunta alguna a la serpiente. No hubo diálogo entre Dios y la serpiente debido a que no había nada que explicar; el pecado es inexplicable, irracional. El pecado puede únicamente ser condenado, y eso fue exactamente lo que Dios hizo.

            La serpiente, durante su conversación con Eva, la confrontó con la posibilidad de una nueva comprensión propia y una nueva cosmovisión. El mensaje fue apelante y persuasivo. La serpiente se introdujo a sí misma con una pregunta que motivó a Eva a reaccionar. Dios fue criticado y Eva decidió defenderlo, pero en el proceso ella se volvió vulnerable. La serpiente se volvió más agresiva, y abiertamente contradijo la declaración de Dios sobre el resultado de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (3:4-5).

            Según la serpiente, la muerte no era una amenaza para la criatura, debido a que la criatura no podía morir. La criatura podía sólo evolucionar y pasar de un nivel inferior de existencia a otro más elevado. Al comer del fruto del árbol, argumentó, se abrirían tanto a Eva como a su esposo nuevas perspectivas de su autodiscernimiento. Ella estaría un escalón más cerca de lo divino; de hecho, sería como Dios, conociendo el bien y el mal.

            -Sí -dijo la serpiente-, tú puedes tener completa determinación propia, puedes ser tu propio amo, puedes ser la fuente de tu propia vida.

            La serpiente procedió a poner en tela de juicio la bondad de Dios al sugerir que Dios estaba limitando a Adán y Eva el derecho de gozar plenamente de la vida, requiriéndoles que dependieran de él. Ellos podían alcanzar esas nuevas dimensiones de existencia mediante la autonomía e independencia de Dios. Todo lo que tenían que hacer era rechazar su papel de mayordomos de Dios y llegar a ser los dueños de la vida.

            Eva quería crecer, desarrollarse a sí misma, lograr plenamente su potencial. Fue el Señor quien puso el deseo de la sabiduría en su corazón. Pero tanto ella como su esposo usaron incorrectamente su libertad y sobrepasaron sus límites. Ambos rechazaron su posición de mayordomos para transformarse en propietarios. Comieron del fruto del árbol, no porque estuviesen rechazando el don de Dios de la vida, sino porque querían apropiarse de ella y gozarla totalmente independizados de Dios. Fueron engañados por la serpiente, porque lo que les ofreció era irreal. De hecho, ellos eligieron la muerte y no la vida. Al comer del fruto, la humanidad perdió su mayordomía del mundo.

            C. El pecado como egoísmo y esclavitud

            La decisión de Adán y Eva fue un acto de rebelión que acarreó desorden y confusión al mundo, afectando así la armonía de la creación. Después de pecar, lo primero que experimentaron fue vergüenza al estar uno frente al otro. Se vieron ellos mismos como extraños y, por consiguiente, su vida social no fue de ahí en adelante la misma. El deterioro espiritual interno se reflejó en el rechazo del otro.

            Nos percatamos de los demás, principalmente mediante el cuerpo. La vida y la interacción social son imposibles fuera del cuerpo. El sentirse avergonzados el uno frente al otro significa que las relaciones interpersonales no son armoniosas. Adán y Eva querían plena autonomía, independencia de Dios, pero no se dieron cuenta que tal deseo los llevaría a independizarse el uno del otro. El egoísmo había nacido en sus corazones, y desde entonces éste caracterizaría a la raza humana.

            Es interesante que, aunque reclamaron independencia de Dios, Adán y Eva debieron rendirle cuentas por sus acciones. Se escondieron del Señor debido a que se habían convertido en mayordomos infieles. El Señor los juzgó y encontró culpables (Gén. 3:8-19). El Señor siempre considera a los seres humanos mayordomos, debido a que ése fue el cargo que les dio. Una naturaleza corrupta y egoísta no justificaría el rechazo de esa función.

            Debido a su pecado, Adán y Eva se volvieron esclavos del pecado. Pablo indicó que los seres humanos se vuelven esclavos de aquel a quien eligen obedecer (Rom. 6:16). La raza humana eligió servir al pecado y fue esclavizada por él (Rom. 6:17), permaneciendo bajo su poder y llevada cautiva a la ley del pecado (Rom. 7:14, 23). Entonces los seres humanos no pueden someterse a la ley de Dios; es imposible para ellos agradar a Dios (Rom. 8:7-8). Hay una incapacidad fundamental en ellos de servir a Dios. La naturaleza humana se corrompió en su mismo centro, acarreando con ello una hostilidad natural contra Dios (Rom. 8:7), debilitándose al punto de establecerse en ella esa tendencia natural hacia el pecado. Esta naturaleza, poseída por el pecado, controló a la raza humana (Rom. 8:9). Debido a la esclavitud del pecado, fue imposible para los seres humanos ser fieles mayordomos de Dios.

            El pecado, como una rebelión contra Dios, no sólo trajo consigo egoísmo y esclavitud, sino que también afectó la imagen de Dios en la humanidad: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Uno de los resultados del pecado fue que nuestra naturaleza espiritual y moral se corrompió. De hecho, ningún aspecto del ser humano quedó sin ser afectado por el pecado. Aun así, la imagen de Dios no fue totalmente borrada (cf. Gén. 9:6).[26] Es verdad que los seres humanos han “malogrado la imagen de Dios” en sus almas al seguir un camino de vida corrupto;[27] pero “trazos” de ella aún “permanecen en cada alma”.[28] La corrupción de la imagen significa también que la naturaleza misma fue “sometida a frustración…, esclavitud…, decaimiento” (Rom. 8:20,21).

            El papel de los seres humanos como mayordomos de Dios se vio drásticamente afectado por el pecado. El pecado, como rebelión contra Dios, caracterizó a los seres humanos que se proclamaron entonces dueños de todo y en particular de sus propias vidas, la cual intentaron preservar mediante

sus propios esfuerzos. De allí que se volvieron esclavos del pecado e incapaces de ser lo que el Señor había intentado que fuesen. La restauración de los seres humanos a su estado original como mayordomos de Dios requeriría un plan que abordase los aspectos de la rebelión, el egoísmo, la esclavitud y la restauración de la imagen de Dios.

IV. SALVACION Y MAYORDOMIA

            Hemos observado que en el Antiguo Testamento la mayordomía se origina con la creación y el don de la vida. Dios trajo a la existencia una vida humana inteligente y le asignó el papel de representarlo en este mundo. La mayordomía en el Nuevo Testamento encuentra su base en el don de la salvación que Dios ofrece mediante Cristo. En ambos casos, el dador es el Señor y el que recibe y administra, es el mayordomo del Señor que fue creado y recreado por y en Cristo.

            A. Cristo: imagen de Dios y mayordomo fiel

            Para liberar al planeta del poder del pecado, Dios necesitaba un mayordomo fiel, alguien que lo representara adecuadamente como su imagen en un mundo separado de él. Este maravilloso Ser fue Cristo Jesús.

            Varios pasajes del Nuevo Testamento se refieren a Jesús como siendo la imagen de Dios. Uno de los más significativos está en Colosenses 1:15: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”. Este pasaje alude a Génesis 2:16, en donde Adán y Eva se describen como siendo la imagen de Dios que lo representó ante el orden inferior de la creación.[29] Ahora, es Cristo quien se describe como la imagen de Dios. Se usa el título “primogénito de toda creación” para señalar su supremacía como representante de Dios. Enfatiza su carácter único como agente de la creación y Señor sobre ella.[30] En el contexto de Colosenses la representación de Dios en Cristo es, en verdad, una revelación de Dios a sus criaturas. Este pensamiento está claramente expresado en 2 Corintios 2:2, donde la expresión “imagen de Dios” enfatiza la función de Cristo como el revelador de la gloria de Dios. El llevó la imagen de Dios no como algo que se le dio, sino como algo que él era en esencia. Cristo plenamente era Dios, “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb. 1:3).

            Este hombre Jesús, la imagen de Dios, es el verdadero mayordomo de Dios. Juan declara: “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (3:35). El poner todo en las manos de alguien significa darle potestad y autoridad, sobre todo.[31] En otros lugares Jesús testificó: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre” (Mat. 11:27; Luc. 10:22). El Padre le confió a Jesús responsabilidades que debía cumplir como fiel Mayordomo e Hijo. La relación se centró en el amor mutuo. La referencia en esos pasajes es principalmente a la obra de Jesús como Salvador. Esta era la tarea más importante jamás asignada por Dios a ninguno de sus mayordomos; Dios la asignó a su propio Hijo.

            Cristo, como Mayordomo de Dios, administra para Dios el plan de salvación. Era el plan de Dios reunir todo en y mediante Cristo. El plan fue “puesto en marcha” por Cristo mismo (Efe. 1:10). “Poner en marcha” es la traducción del griego eis oikonomian = literalmente, “para la administración”. El término oikonomia es el vocablo griego usualmente traducido como “mayordomía, administración”. Pablo, en Efesios, parece sugerir que Cristo “es el mayordomo mediante quien Dios está efectuando su plan para el mundo, un plan que está en proceso y que culminará cuando los tiempos hayan alcanzado su cumplimiento (lit., ‘en la plenitud del tiempo’)”.[32] Cristo, como mayordomo, está a cargo de “la casa de Dios”, la iglesia (Heb. 3:6); pero está también trayendo la reconciliación al universo (Col. 1:20).

            Jesús se sometió a sí mismo al Padre y siguió obedientemente sus instrucciones con respecto a cómo poner en marcha el plan de salvación (cf. Juan 17:2, 4). Era un fiel mayordomo que permaneció leal a Dios donde Adán y Eva fallaron. Mientras Adán y Eva buscaron independencia de Dios tratando de ser iguales a Dios, Cristo “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).

            Cristo es un Mayordomo único porque, para preservar la vida de aquellos que confiaron en él, dio su vida por ellos (Rom. 5:6). Dio todo lo que tenía para preservar a la raza humana, asumiendo la responsabilidad por ella como Mayordomo de Dios. No se esperaba esto de ningún otro mayordomo de Dios. Cuando Moisés se ofreció a sí mismo para morir en lugar de Israel, Dios rechazó su oferta (Exo. 32:31,33). Esta tarea le fue asignada en forma exclusiva al Dios-hombre, Jesucristo, el Hijo de Dios. El, quien era rico, “se hizo pobre para que vosotros fueseis enriquecidos con su pobreza” (2 Cor. 8:9). En Filipenses Pablo se refiere a esa misma experiencia declarando que Cristo “se anonadó a sí mismo” (Fil. 2:7). Cristo se despojó voluntariamente de su derecho a usar su divinidad, y en su lugar se sometió a la voluntad de su Padre.[33] Este era su papel en la vida, y como tal cumplió su responsabilidad como Mayordomo de Dios.

            B. La restauración de los mayordomos

            Un cristiano es una persona que ha reconocido y aceptado que Cristo es la misma imagen de Dios y está ahora dispuesto a ser conformado a esa imagen. Pero antes que esto pudiese ocurrir, la separación causada por el pecado debía ser removida. El hombre debe ser restaurado, hacer las paces con Dios, aceptar su propia función en el mundo, dejar de luchar en forma egoísta para preservarse a sí mismo, y ser redimido del poder del pecado que lo imposibilita para ser un fiel mayordomo de Dios. La única solución es Cristo, quien nos reconcilió con Dios, hizo posible nuestra justificación por la fe, y nos redimió del poder del pecado.

            El espíritu de rebelión que está localizado en el centro de nuestra naturaleza caída puede ser vencido únicamente mediante la obra de Cristo que hizo posible nuestra reconciliación con Dios. La reconciliación es una manifestación del amor autosacrificado de Dios (Rom. 5:8-10), pues en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo (2 Cor. 5:19)- Esto parece querer decir que, por causa de la obra de Cristo, Dios puso a un lado su ira contra nosotros como pecadores, haciendo posible nuestra reconciliación con él.[34] Al tomar la iniciativa Dios reveló su amor, desarmando nuestro espíritu de rebelión y llamándonos a reconciliamos con él (2 Cor. 5:20). Esto es posible debido a que Cristo, aunque “no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).

            En la cruz Dios mostró que no hay razón para estar en guerra con él, puesto que él siempre nos amó. La reconciliación es el reconocimiento y la aceptación de nuestro lugar en el universo y nuestro rechazo de toda idea o intento de usurpar la autoridad o el derecho de Dios como propietario. Pablo expone su argumento sobre el significado de la reconciliación en Colosenses, diciendo: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Col. 1:16). Dios efectuó la creación mediante Cristo y, por consiguiente, todo pertenece al Salvador. Aún más, él es el único que preserva unido el universo (Col. 1:17). Más aún, fue él quien tomó nuestro lugar, muriendo en la cruz por nuestra rebelión, haciendo posible nuestra reconciliación con Dios (2 Cor. 5:14, 15, 21; Efe. 2:3-5). La reconciliación implica el reconocimiento de que Dios es el dueño del universo, y de nuestro papel como mayordomos del Señor. Quienes han sido reconciliados no debieran vivir para sí, “sino para Aquel que murió por ellos” (2 Cor. 5:15).

            Cuando vivimos para nosotros mismos manifestamos un egoísmo que hace prácticamente imposible que seamos verdaderos mayordomos de Dios. Desde que Adán y Eva cayeron en pecado, los seres humanos han estado intentando constantemente preservar sus vidas mediante sus propios esfuerzos. Esta dimensión del pecado fue confrontada por Cristo. El egoísmo nos hace administradores ineficaces de las bendiciones de Dios debido a que no importa lo que recibamos de Dios, nos apropiamos de ello a fin de aseguramos de que seremos capaces de disfrutar la vida en este planeta por nosotros mismos. Un egoísmo tal no se preocupa por otros porque estamos totalmente obsesionados con el pensamiento y la preocupación de nuestra preservación.

            La solución para esta condición humana pecaminosa se encuentra en la muerte sacrificial de Cristo sobre la cruz, que hizo posible para nosotros el ser justificados por la fe en él (Rom. 3:21-26). La justificación significa que hemos sido absueltos en la corte divina debido a que Cristo tomó nuestro lugar, muriendo por nosotros. No debemos preocupamos más por la preservación de nuestras vidas, porque de eso se ocupa Dios. A través de Cristo Dios nos dio la vida libremente como un don de la gracia (Rom. 5:18). Antes de venir a Cristo estábamos espiritualmente muertos en nuestros delitos y pecados (Efe. 2:1). Pero a través de Cristo Dios nos dio vida mediante la revelación de su gracia: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios” (Efe. 2:8).

            La muerte sacrificial de Cristo mostró que el amor desinteresado de Dios derrota al mal. Cristo dio su vida para preservar la nuestra, mostrando claramente que la vida se preserva cuando se la rinde a Dios en una relación de amor y confianza (Mat. 16:25). Fuera de Cristo no hay vida en nosotros (Juan 6:53; 10:10). Es únicamente mediante la justificación por la fe que tenemos vida (Rom. 5:18). Por consiguiente, el centro de nuestras vidas no es más el yo sino Cristo, y vivimos para él y para su gloria (Rom. 6:10,11). Pablo describe en un lenguaje muy vivido el destronamiento del yo en su vida mediante la obra de Cristo en la cruz, diciendo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).

            Finalmente, nuestra libertad del esclavizante poder del pecado es real debido a que Dios, en Cristo, nos redimió del pecado. Jesús declaró: “Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:45). El pecado nos esclavizó, nos volvió incapaces de servir a Dios y a los demás (Rom. 6:6), y nos destinó a una muerte eterna ((Rom. 6:23). En la cruz fuimos liberados del poder del pecado y de la muerte: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre” (Heb. 2:14, 15). Dios en Cristo pagó el precio de nuestra redención con “la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19).

            Aquellos que creen en Cristo, le pertenecen. Pablo escribió a los corintios: “No sois vuestros. Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu” (1 Cor. 6:19, 20). La redención significa que no estamos más bajo el poder del pecado debido a que nuestras vidas fueron “rescatadas” por Dios mediante Cristo. Nuestras vidas no son nuestras, pero Dios nos ha dado la libertad de administrarlas correctamente para que lleguemos a ser lo que él se propuso originalmente que fuésemos; es decir, sus mayordomos. Esto es posible mediante el don del Espíritu que Dios da a quienes creen en Cristo. Ellos “no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:4). Tales personas no tienen sus mentes puestas en “las cosas de la carne” (Rom. 8:5), pues viven según el Espíritu (Rom. 8:9).

            Una teología de la mayordomía se basa no sólo en el concepto de la creación y del propósito que Dios tuvo para con nosotros, sino también en la salvación mediante Cristo que hace posible, a pesar del pecado, que lleguemos a ser lo que Dios quiso que fuésemos. A través del poder del evangelio Dios reparó el daño causado por el pecado (Rom. 1:16,17). Mediante la reconciliación en Cristo nuestra rebelión contra Dios llega a su fin y reconocemos a Dios como Creador, Sustentador, Preservador y Propietario del universo. Una vez más hemos encontrado nuestro propio lugar en el plan de Dios, el de siervos de un Dios amante y no el de un propietario legal del mundo y de nuestras vidas. Mediante la justificación por la fe nuestra preocupación ciega por autopreservar nuestras vidas llega a su fin, al reconocer que en Cristo nuestras vidas han sido preservadas gratuitamente por un Dios de amor. El egoísmo expiró en la cruz por la revelación del amor de Dios que se sacrifica a sí mismo. La redención nos restauró la libertad del poder del pecado, haciendo posible mediante el poder gobernante del Espíritu, que llegásemos a ser fieles mayordomos del Señor. Alcanzamos el más alto nivel de autorrealización en el servicio desinteresado a Dios y a los demás.

            C. Restauración de la imagen de Dios

            Es a través de la obra de Cristo y del poder del Espíritu que la imagen de Dios es restaurada en nosotros. Siempre fue el propósito de Dios que los pecadores arrepentidos “fuesen conformados a la imagen de Dios”, llegando a ser sus hermanos (Rom. 8:29). El verbo conformar se refiere a la santificación como “una conformidad progresiva a Cristo, quien es el eikon [imagen] de Dios, y así a una renovación progresiva del creyente a la semejanza de Dios”.[35] Esto está claramente indicado en 2 Corintios 3:18, donde se nos describe como “siendo transformados a su semejanza con una gloria siempre creciente”. El nuevo yo del creyente “conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:10). La restauración plena de la imagen de Cristo en nosotros se consumará en la segunda venida de Cristo (1 Cor. 15:49). Pero lo que es más importante, la imagen está siendo restablecida en nosotros ahora en Cristo y, por consiguiente, estamos siendo restaurados a nuestra función original como mayordomos de Dios.

            La responsabilidad más importante del mayordomo cristiano en el Nuevo Testamento es la “administración” correcta de la gracia de Dios, es decir la proclamación del evangelio (1 Cor. 9:17; Efe. 3:2, 9), o de “las cosas secretas de Dios” que se nos revelan en Cristo (1 Cor. 4:1). A semejanza de Cristo, participamos en la administración del plan divino de salvación (Col. 1:25). Esto incluye no sólo la proclamación de las buenas nuevas, sino también el que nosotros vivamos a la altura de los requisitos santificadores que proclamamos.

            Además, somos también mayordomos de los dones de Dios. En cierto sentido esto es parte de la administración de la gracia de Dios debido a que su gracia se manifiesta dentro de la iglesia, especialmente en el otorgamiento de los dones a cada creyente (1 Ped. 4:10). En este contexto, la mayordomía se caracteriza por una disposición a servir a otros. Cuando Pedro extiende el llamado a la comunidad cristiana a administrar fielmente los dones que Dios da, está sugiriendo que somos mayordomos de todo lo que tenemos debido a que todo nos ha sido dado por Dios. Toda posesión cristiana debe ser administrada para gloria de Dios. Esto comprendería todo lo que Dios nos dio en la creación incluyendo nuestros cuerpos (1 Cor. 6:19-29) y recursos financieros (véase la segunda parte de este estudio). El cristiano que está persuadido de que todo fue creado y redimido por Dios mediante Cristo y, por consiguiente, que cada cosa pertenece al Señor, nunca se percibirá a sí mismo como propietario, sino siempre como mayordomo de Dios y de Cristo.

            D. La mayordomía de la creación y el apocalípticismo

            El énfasis del Nuevo Testamento sobre la escatología apocalíptica que anuncia la destrucción de los malvados y la conflagración del mundo (cf. 2 Ped. 3:8-10), puede sugerir que nuestra responsabilidad como mayordomos de Dios no incluye una preocupación definida por el mundo natural. ¿Por qué cuidar lo que será destruido por Dios en el “escatón”?

            Semejante conclusión sería un serio y terrible error. Deberíamos observar que el Nuevo Testamento describe a Dios como estando seriamente interesado en el mundo natural. El alimenta a los pájaros del aire, que no pueden sembrar ni cosechar (Mat. 6:26), cuida la vida del pajarillo (10:29), y viste de hermosura la hierba del campo (6:28-30). En ningún lugar de la Biblia se describe al mundo natural como esencialmente malo. Al contrario, es bueno debido a que Dios lo trajo a la existencia. La preocupación de Dios por el mundo natural es un ejemplo para sus mayordomos. Ellos deben tratar con respeto y cuidado lo que pertenece a su Señor. Sólo los malvados destruyen la tierra, y el Señor, a su debido tiempo, los destruirá a ellos (Apoc. 11:18).

            La conflagración apocalíptica del mundo natural debe entenderse como un acto de redención que conduce a la renovación de la creación y no a su extinción. Es un punto de transición de un mundo infectado por el pecado y el mal, a otro liberado de todo ello. No se trata de una negación de la naturaleza sino de una reafirmación de su bondad. Se puede contrastar la experiencia de la naturaleza con la de los poderes malvados que serán totalmente destruidos, extinguidos del universo de Dios, sin ninguna posibilidad de recreación. Serán condenados como siendo esencialmente malos. No así con el mundo natural. La conflagración final es su liberación.

            Pablo, en Romanos 8:19-22, personifica al mundo natural e indica que. debido a su solidaridad con los seres humanos, ha sido afectado por su experiencia de dos maneras. Primero, ha sido “infectado” por el pecado que los seres humanos trajeron al mundo. Ha sido sometido a “vanidad” pero no “por su propia voluntad” (Rom. 8:20). En consecuencia, la naturaleza es amoral, aunque está atrapada en las secuelas del pecado humano. Se encuentra ahora en un estado de servidumbre y decaimiento (vers. 19). Segundo, la naturaleza vive con la esperanza del cumplimiento de la promesa de la redención futura que será experimentada por los seres humanos en el “escalón”. Cristo vino trayendo libertad a todos los que creyesen en él y la naturaleza; junto con ellos, mira hacia la consumación de esa libertad. La naturaleza no aguarda expectante una participación futura en la destrucción eterna de los malvados, sino más bien “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (vers. 21). Para Pablo, la condición presente de la naturaleza es transitoria, la que tendrá un fin (histórico) “en la liberación de la creación a la libertad que aguarda a los hijos de Dios”.[36]

            La esperanza apocalíptica abarca también al mundo natural. La liberación del pueblo de Dios incluye la liberación del mundo natural. Esta perspectiva positiva de la naturaleza es una fuerza motivante para el mayordomo cristiano que lo lleva a cuidar el mundo natural y a actuar con responsabilidad delante de Dios al preservarlo y protegerlo. Sus destinos están misteriosamente entretejidos.

CONCLUSION

            Nuestra exploración del significado teológico de la mayordomía comenzó con una discusión sobre la naturaleza de Dios. Antes que cualquier cosa viniese a la existencia, Dios ya existía. Esto significa que Dios es eterno y autosuficiente. Nuestra función como mayordomos no tiene el propósito de enriquecerlo o proveer para sus necesidades, puesto que Dios es autosuficiente. La mayordomía es el privilegio de ser copartícipes del misterioso y sublime Dios. Como Creador él es Único, Incomparable, Trascendente, Inmanente y Propietario. Es a este único Dios a quien debemos rendir cuentas como mayordomos. Su trascendencia evita que la mayordomía perciba la naturaleza como divina, mientras que su inmanencia muestra su preocupación por la creación y hace posible que seamos sus mayordomos. Dios el Creador es el Propietario que nos recuerda que nunca debiéramos declaramos dueños. Dios se describe también como “amor”. La mayordomía se arruina si se la entiende como el intento del mayordomo de obtener amor de Dios. Dios nos ama porque es amor. Su amor se vuelve un modelo que debe ser seguido por el mayordomo que administra los dones de Dios.

            Nuestra discusión de la naturaleza humana nos enseña que somos criaturas de Dios. En la preservación de nuestras vidas, trabajamos juntos con Dios. Somos mayordomos de nuestras vidas. Siendo que vivimos dentro del tiempo y del espacio somos también mayordomos de nuestro tiempo y de nuestro ambiente. Fuimos creados a la imagen de Dios. Esta imagen es lo que somos y debe encontrar expresión en todo aspecto de nuestro ser. Somos, por consiguiente, mayordomos de nuestros cuerpos, de nuestra vida espiritual, de nuestras capacidades mentales e intelectuales, y de nuestro ser social. Al haber sido creados a la imagen de Dios, recibimos también dominio sobre la naturaleza. Fuimos hechos responsables de administrarla para el Señor como sus representantes.

            La doctrina bíblica del pecado destaca el hecho de que nuestra función como mayordomos de Dios fue seriamente trastornada por el pecado. Dios envió a su Hijo a un mundo alejado de él, para que fuese el verdadero Mayordomo, su “imagen” en este mundo de pecado. Cristo llegó a ser el Mayordomo del plan de salvación. Para preservar la vida de aquellos que confiasen en él, dio su propia vida por ellos. Su muerte sacrificial nos reconcilió con Dios, e hizo posible que nuestra rebelión contra el Creador llegase a su fin. El Creador es una vez más reconocido como el verdadero y único Propietario del universo y de nuestras vidas. Nuestra preocupación egoísta por preservar nuestras vidas llega a su fin cuando aceptamos la muerte de Cristo como el medio de nuestra justificación. Dios en Cristo es el que preserva nuestras vidas de tal forma que podamos confiar en él y poner a un lado nuestro egoísmo. La libertad del poder esclavizador del pecado es una realidad porque en la cruz Cristo nos redimió de ese poder. Le pertenecemos por redención. Ahora, mediante el poder santificador del Espíritu, podemos ser transformados a la imagen del Hijo de Dios; podemos ser reinstalados como mayordomos de Dios.

            Una de nuestras responsabilidades primarias como mayordomos de Dios es la mayordomía del evangelio, el cual debe predicarse, y someter nuestras vidas a él. Pero también somos mayordomos de todos los dones de Dios. Somos en especial mayordomos de la naturaleza. La escatología apocalíptica no debiera disminuir nuestra preocupación por el mundo natural. Vivimos anticipando la consumación de nuestra libertad de la presencia del pecado y la restauración del mundo natural.

Sobre el autor: es director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General.


Referencias:

[1] Langdon Gilkey, Maker of Heaven and Earth (Garden City. N. Y.: Doubleday, 1959), pág. 83.

[2] C. J Labuchagne, The bicomparability of Yahweh in the Old Testament (Leiden: E. J. Brill, 1966), pág. 74. Debemos señalar que en el Antiguo Testamento “la característica dominante que hace que Yahvé sea incomparable es su intervención milagrosa en la historia como Dios-redentor” (Id.,pág. 91) También lo es su actividad como Creador (Id., págs. 108,109; cf. Isa. 40:18, 25).

[3] Hans Joachim Kraus, Salmos 1-59, A Commentary (Minneapolis: Augsburg, 1988), pág. 313.

[4] J. P. Baker, “Love”, en New Dictionary of Theology, S. B. Ferguson; D. F. Wright; y J. I. Packer, eds. (Downers Grove, 111.: InterVarsity Press, 1988), pág. 399

[5] Véase Agape and Eros (Philadelphia: Westminster, 1958), pág. 77.

[6] Sobre el amor dentro de la Deidad puede consultarse a H. W. Hoehner, “Love”, en Evangelical Dictionary of Theology, Walter A Alwell, ed. (Grand Rapids, Mích.: Baker, 1984), pág. 657.

[7] Esta línea de razonamiento fue originada por Agustín; véase Karl Burger, ‘‘Love”, en The New Schajf- Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, S. M. Jackson, ed (Gran Rapids, Mich.: Baker, reimpresión, 1977), tomo 7, pág. 49.

[8] E. G. de White, Testimonies, tomo 5, pág. 739.

[9] Para una excelente discusión sobre la doctrina bíblica del hombre y el significado de la imagen de Dios, consúltese a G. C. Berkouwer, Man: Tbe Image of God (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1962), 67’ 118. Entre los estudiosos adventistas que han abordado este lema están V. N. Olsen, Man, tbe Image of God (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn, 1988); y M. Veloso, El hombre: una persona viviente (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1990), págs. 79-89.

[10] E. G. de White, El conflicto de los siglos, págs. 701-703.

[11] Véase John A. T. Robinson, The Body (Londres: SCM Press, 1952), pág. 14.

[12] Véase K. Barth, Church Dogmatics: The Doctrines of Creation, tomo 3:1 (Edinburgh: T&T Clark, 1958), págs. 195-201.

[13] E. G. de White, La educación, pág. 13.

[14] Véase D. Jobling, “Dominion Over Creation”, en The Interpreter’s Dictionary of tbe Bible: Supplementary Volume, K. Creim, ed (Nashville, TN.: Abingdon, 1976), pág. 247.

[15] Véase H. W. Wolff, Anthropology of tbe Old Testament (Philadelphia: Fortress, 1974), pág. 163.

[16] G. J. Wenham, Génesis 1-15 (Waco, TX.. Word, 1987), pág. 33.

[17] Cf. Jobling, “Dominion”, pág 247.

[18] W. Brueggemann, Génesis (Atlanta: John Knox, 1982), pág. 32.

[19] E. G. de White, Patriarcas y profetas, pág 25.

[20] Cf. Wolff Anthropology, pág. 162.

[21] Ibíd.

[22] Claus Westerman, Génesis 1-11: A Commentary (Minneápolis; Augsburgh, 1984), pág. 224, escribe: “La prohibición que limita al hombre lo rodea de amenazas. La limitación se expresa en la ley, y aquí en la oración: ‘El día que de él comieres ciertamente morirás’. Esta no es, de hecho, una amenaza de muerte, sino más bien una clara expresión del límite que acompaña a la libertad confiada a la humanidad en el mandamiento. Al decir no a Dios -y esto es lo que la libertad permite-, sería su última instancia decir no a la vida, pues la vida viene de Dios”.

[23] E. G. de White, Patriarais y profetas, pág 35.

[24] Para una discusión sobre las diferentes opciones véase Westerman, Génesis 1-11, págs. 242- 248.

[25] Víctor P. Hamilton, The Book of Génesis: Chapters 1-17 (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1990), pág. 166, escribe: “Lo que se les prohíbe a los hombres es el poder de decidir por sí mismos lo que les conviene y lo que no les conviene. Esta es una decisión que Dios no ha delegado a los terrícolas”.

[26] E. G. de White, “E. G. White Comments; Romans”, en el SDA Bible Commentary, tomo 6, pág. 1078.

[27] E. G. de White, Testimonies, tomo 4, pág. 294.

[28] E. G. de White, Ministerio de curación, págs. 120,121.

[29] Cf. Peter Pokomy, Colossians: A Commentary (Peabody, MA: Hendrickson, 1991), pág. 74.

[30] Véase Eduard Lohse, Colossians and Philemon (Philadelphia: Fortress, 1991), págs. 48,49.

[31] Véase Rudolf Schnackenburg, The Gospel According to John, tomo 1 (Nueva York: Seabury Press, 1968), pág. 388.

[32] Arthur Patzia, Ephesians, Colossians, Philemon (Peabody, MA.: Hendrickson, 1984), pág. 155. Marcus Barth, Ephesians 1-3 (Garden City, NY: Doubleday, 1974), pág. 76, traduce la primera parte de Efesios como “que él tendría que administrar los días del cumplimiento”. De acuerdo con él, ese verso describe a Cristo como mayordomo de Dios (86-89).

[33] M. Lattke, “Kenoo make empty, deslroy”, en Exegetical Dictionary of the New Testament, tomo 2, Horst Balz y Gerard Schneider, eds. (Grand Rapids, Mích.: Eerdmans, 1991), pág. 282, escribió con respecto a Cristo en 2 Corintios 8:9, “que la cláusula habla acerca de la humildad que se da a sí misma y del empobrecimiento de la autonegación en la manera divina de ser”.

[34] Véase Angel Manuel Rodríguez, “Salvation by Sacrificial Substitution”, Journal of the Adven tist Theological Society, tomo 1 (1992), págs. 65-68.

[35] C. E. B. Cranfiend, The Epistle to the Romans, tomo 1 (Edinburgh: T&T Clark, 1975), pág. 432.

[36] H. Balz, “Mataiotes vanidad, negación, transitoriedad”, en Exegetical Dictionary of the New Testament, tomo 2, pág. 397. Para una discusión de la estrecha conexión entre los seres humanos y la naturaleza de acuerdo a la Biblia y su significado para la sociedad moderna, véase Frank Moore Cross, “The Redemption of Nature”, Princeton Seminary Bulletin, tomo 10 (1989), págs. 94-104.

*Inmanente: Inherente, unido de un modo inseparable.

** Dualismo: Sistema religioso y filosófico que explica el origen de la naturaleza del universo por la acción de dos principios diversos y contrarios.