Cuatro cosas no vuelven: la flecha ya arrojada, la palabra ya hablada, el agua que pasó por el molino y la oportunidad perdida. Ornar Khayam

Hace ya mucho tiempo, la vía ferroviaria que unía las ciudades de Nueva York y Búfalo rodeaba un valle extenso y profundo conocido como el valle de Tuckannock. Estudiando las posibilidades de disminuir la extensión del trecho ferro-varios, los dirigentes de la empresa, asesorados por un equipo de ingenieros, decidieron construir sobre el valle un gigantesco viaducto que costó doce millones de dólares. Esta obra acortó el viaje de Nueva York a Búfalo en veinte minutos. La empresa pagó doce millones de dólares, una suma respetable, para ganar veinte minutos.

¡Cuán elevado es el valor del tiempo! No obstante, no hay que enfocarlo únicamente con el prisma utilitario del oro. vislumbrando en él tan sólo el factor básico para acumular riquezas.

A los 27 años de edad, Guillermo Carey fue invitado a asumir el pastorado de una pequeña iglesia bautista. La remuneración que recibía era tan módica que se veía obligado a suplementaria trabajando durante la semana como zapatero. En su afán de mejor preparación tenía siempre junto a su mesa de trabajo libros de estudio e investigación. En siete años, gracias a una sabia y diligente administración de su tiempo, Carey aprendió cinco idiomas, incluso el griego y el hebreo y este extraordinario conocimiento lingüístico lo capacitó para el trabajo de supervisión de la traducción de la Biblia en aproximadamente cuarenta lenguas y dialectos hablados por un tercio de la población mundial en sus días.

Livingstone, cuando todavía era adolescente, manifestaba una evidente preocupación por no perder en trivialidades los minutos que podrían ser considerados vacíos en su activo programa de cada día. Desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche trabajaba en una fábrica de tejidos. Desde las ocho a las diez estudiaba en una escuela nocturna, y después, hasta las doce, preparaba las lecciones para el día siguiente. A pesar de este intenso y agotador programa de ti abajo y estudio, aprovechaba los intervalos que deberían ser dedicados al descanso para estudiar latín. El conocimiento de este idioma le proporcionó la oportunidad áurea de leer los grandes clásicos de la literatura, entre ellos a Virgilio y Horacio. Saltaba a la vista en él el repudio a la inercia estéril e improductiva.

Hay momentos en la vida de un ministro que llamamos “perdidos”, los cuales podrían ser de gran utilidad si se aprovecharan debidamente. Son los períodos de espera en la estación ferroviaria o en el aeropuerto, aguardando la hora de salida. Son los momentos que preceden la hora de la comida, o los minutos que transcurren en la sala de espera del consultorio dental. Sería inútil impacientarnos mirando a cada rato el reloj, inquietos y contrariados, pensando en los minutos que pasan y no vuelven más. Sepamos aprovechar estos momentos perdidos tornándolos útiles y valiosos.

Es asombroso lo que algunos han realizado en las pausas de un día atareado. Strauss escribió una de sus inmortales composiciones en el reverso de la hoja del menú mientras esperaba ser atendido en un restaurante de Viena. Willis Carrier, talentoso científico, mientras esperaba un tren de Pittsburgh caminaba de un lado para otro sobre la húmeda plataforma, absorto en profundas reflexiones. De pronto despuntó en su mente la idea de crear un aparato de aire acondicionado basado en el principio natural de la condensación aplicado al problema humano del control de la humedad y de la temperatura. Así fue como surgió la próspera industria del aire acondicionado. Wesley  redimía los fragmentos de sus días. Si las condiciones atmosféricas determinaban un atraso de su viaje, reunía a una congregación y le predicaba el Evangelio. En sus viajes siempre llevaba libros, y en su diario, con numerosas informaciones sobre diferentes libros, habla frecuentemente de sus hábitos de lectura. Cuando se encontraba enfermo, imposibilitado de viajar y predicar, manifestaba una admirable disposición para leer y escribir, y ampliaba sus Comentarios sobre el Nuevo Testamento.

Sí, mientras esperaban la comida, el tren, o mientras viajaban, hombres diligentes en el uso del tiempo ampliaron su cultura leyendo buenos libros, escribieron obras maestras y concibieron ideas.

“Del debido aprovechamiento de nuestro tiempo depende nuestro éxito en la adquisición de conocimiento y cultura mental. El cultivo del intelecto no ha de ser impedido por la pobreza, el origen humilde o las condiciones desfavorables. Pero atesórense los momentos. Unos pocos momentos aquí y unos pocos allí, que podrían desperdiciarse en charlas sin objeto: las horas de la mañana tan a menudo desperdiciadas en la cama; el tiempo que pasamos viajando en los tranvías o el tren o espetando en la estación; los momentos que pasamos en espera de la comida, o de aquellos que llegan tarde a una cita; si se tuviera un libro en la mano y se aprovecharan estos fragmentos de tiempo en estudiar, leer o en pensar cuidadosamente, ¡cuánto trabajo podría realizarse!” (Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 323).

Mientras un famoso arquitecto de una de las catedrales de Europa estaba supervisando el trabajo de los operarios que colocaban y ajustaban los vitrales en las ventanas del gran santuario, comprobó preocupado que la medida de uno de los vidrios era menor que lo que se le había pedido al artista. La solución para el problema fue hallada por un humilde artesano. Reuniendo los fragmentos de vidrio que habían sido desechados, considerados como sobras inútiles, con ingenio y arte produjo un vitral que armonizaba en forma admirable con los demás.

Los ministros que no saben aprovechar los fragmentos de tiempo en forma sabia y diligente, leyendo, estudiando e investigando, sufrirán un proceso irreversible de atrofia mental. Y una inteligencia atrofiada se asemeja a una máquina abandonada, arruinada y corroída por la herrumbre.