Una interpretación alternativa de 1 Pedro 3:18 al 22.

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo, quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades” (1 Ped. 3:18-22).

Este texto es uno de los pasajes más difíciles del Nuevo Testamento. La afirmación del versículo 19 de que Jesús “fue y predicó a los espíritus encarcelados” deja perplejos a muchos lectores. Sería justo afirmar que la declaración de Pedro de que en las epístolas de Pablo hay “algunas [cosas] difíciles de entender” también puede aplicarse a esta sección de su propia carta.

Nos encontramos aquí, entre otros, con los siguientes planteos: (1) ¿cuál es el significado de la frase “a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu”? (2) ¿A quién se refiere la expresión “en el cual”, al inicio del versículo 19? (3) ¿Cuál es el significado del verbo “predicar” en el contexto del pasaje? (4) ¿Quiénes son los “espíritus encarcelados”? (5) ¿Dónde y cuándo ocurrieron los eventos descritos? A lo largo del tiempo, tres interpretaciones procuraron dar respuesta a estas cuestiones.

Interpretaciones principales

Jesús predicó a los espíritus desencarnados en el infierno. Algunos interpretan el pasaje diciendo que Cristo, en el período entre su muerte y su resurrección, fue al infierno y predicó a los espíritus desencarnados de aquellos que habían muerto en el período del Antiguo Testamento y nunca habían oído el evangelio o rechazaron a Dios. Después de haber completado su obra en la Cruz, Jesús estaba, entonces, ofreciéndoles una nueva oportunidad de salvación. Los espíritus de los muertos, de acuerdo con esta interpretación, ahora podían oír el mensaje de Jesús, responder y tomar decisiones.[1]

Esta interpretación, sin embargo, es teológica y gramaticalmente imposible. Teológicamente, es contraria a la enseñanza bíblica de que no hay posibilidades de salvación después de la muerte (por ejemplo, Heb. 9:27; Sal. 88:10; 115:17). Además, la Biblia enseña que en la muerte los seres humanos duermen hasta la resurrección (Job 14:10-12; Sal. 146:4; Ecl. 9:5, 10; 1 Cor. 15:16-18; 1 Tes. 4:13-15).

Gramaticalmente, la predicación a los espíritus no se hace por un Jesús desencarnado en el intervalo entre su muerte y su resurrección; es hecha por Cristo resucitado en forma corpórea plenamente glorificada. Esto es evidente en los dos participios griegos del versículo 18: thanatōtheis (“muerto”) y zōopoiētheis (“vivificado”). Ambos son masculinos. De este modo, no pueden referirse al “espíritu de Jesús”, dado que el término griego para “espíritu”, pneuma, es neutro. Tampoco pueden indicar una supuesta “alma” desencarnada de Cristo, dado que la palabra griega para “alma”, psuchē, es femenina. Dado que estos términos no pueden referirse al espíritu o al alma, ambos participios solo pueden referirse a él, masculino, de Jesús, como una persona completa. El primero se refiere a su muerte física, a su cuerpo mortal terrenal; el segundo, a su resurrección para una existencia glorificada.[2]

Jesús predicó a los antediluvianos. Otros sugieren que Jesús, “mediante” el Espíritu Santo, trabajando por intermedio de Noé, predicó a los antediluvianos durante el tiempo de construcción del arca. Esta es la opinión dominante entre los estudiosos adventistas. El Comentario bíblico adventista identifica a los espíritus en prisión con las siguientes palabras: “La primera parte del vers. 20 indudablemente los identifica como personas que vivieron en la Tierra inmediatamente antes del Diluvio”.[3]

Aunque este punto de vista sea mejor, aún tiene sus dificultades. Una de ellas tiene que ver con el tiempo. El texto presenta una progresión cronológica que comienza con la muerte de Jesús, continúa con su resurrección y culmina con la proclamación a los espíritus encarcelados. Entonces, para ser justos con el pasaje, debemos localizar el evento de la predicación después de la resurrección. Otro problema tiene que ver con el Espíritu Santo. Mientras algunas traducciones ven al Espíritu en la frase zōopoiētheis de pneumati (“vivificado en/por el espíritu”), la referenciaal espíritu probablemente se refiera más a lanaturaleza del cuerpo resucitado de Jesús, uncuerpo espiritual glorificado (cf. 1 Cor. 15:35,54), que al propio Espíritu Santo.[4]

Jesús predicó a los ángeles vigilantes.

La tercera interpretación sugiere que Jesús predicó a los Vigilantes, un grupo de ángeles que, de acuerdo con un mito judaico, codiciaron y se casaron con mujeres. El resultado fue el nacimiento de gigantes que llevaron al mundo a la perdición, lo que provocó, finalmente, el Diluvio. Ese mito es una interpretación de la historia de Génesis 6:1 al 7:6, que identifica a los “hijos de Dios” que se casaron con las “hijas de los hombres” como ángeles.[5] Aparece en varios escritos judaicos, con un mayor realce en 1 Enoc, obra pseudoepigráfica del siglo II a.C. El libro afirma que eran doscientos ángeles y los llama Vigilantes. Esa idea es popular en la comunidad académica.

Sin embargo, un análisis cuidadoso de Génesis 6:1 al 7 revela que los “hijos de Dios” no son ángeles caídos, sino los descendientes de Set que fueron obedientes a Dios hasta que se casaron de modo inadecuado. Del mismo modo, las “hijas de los hombres” con las que se casaron los “hijos de Dios” eran descendientes de Caín que vivían en apostasía.[6] Además, Jesús afirma que los ángeles no se casan (Mat. 22:30), lo que anula el mito judío. Además, si Pedro tuviese en mente a los Vigilantes, ¿por qué Jesús les “predicaría” solamente a ellos, un grupo de doscientos ángeles, y no al incontable resto de los ángeles caídos (un tercio de los ángeles, de acuerdo con Apoc. 12:4), que también necesitaban oír el mensaje de salvación? Esta interpretación no hace justicia al texto bíblico.

Una interpretación alternativa

La muerte y la resurrección de Jesús. Después de abordar los sufrimientos que los primeros cristianos estaban enfrentando (1 Ped. 3:13-17), Pedro se enfoca en los sufrimientos que Jesús soportó, concentrándose en su muerte y su resurrección. El apóstol usa la expresión thanatōtheis men sarki, zopoiētheis de pneumati, literalmente, “muerto en/por la carne, pero vivificado en/por el espíritu”. La palabra sarki (“carne”) probablemente indique la naturaleza física que Jesús asumió en la Encarnación.[7] El término contrasta con pneumati (“espíritu”), lo que parece sugerir que pneumati se refiere al cuerpo glorificado de Cristo. Él murió en su naturaleza humana, mortal, y fue resucitado como un ser glorificado.

La proclamación de Jesús. Pedro continúa: “[…] en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados” (vers. 19). El griego en ō, traducido como “en el cual”, indica el estado resucitado del Jesús glorificado. Después de su resurrección, en su existencia glorificada, Cristo fue a los espíritus encarcelados.

La preposición en (“en”), que se encuentra en la frase en phylakē (“encarcelados”, o “en prisión” BLPH), tiene un sentido locativo[8] y se refiere a un lugar específico en el que los espíritus fueron aprisionados. Los comentaristas a veces interpretan el sustantivo phylakē, “prisión” alegóricamente, refiriéndose, por ejemplo, al apresamiento espiritual y a la esclavitud del pecado. Sin embargo, las 47 veces que la palabra aparece en el Nuevo Testamento (NT) siempre tienen un significado literal y se refiere a una prisión o a un individuo que la cuida. Debemos notar incluso que el NT nunca aplica el término pneuma (espíritu) a los humanos pecadores. De las 32 veces que el plural es utilizado en el Nuevo Testamento, 24 se refieren a los ángeles, principalmente a los caídos.[9]

Considerando estos datos, parece adecuado entender los “espíritus encarcelados” como ángeles caídos apresados por Dios en la Tierra. Acerca de ellos, Judas declara: “A los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (vers. 6). Las expresiones “guardado bajo oscuridad,” y “prisiones eternas” sugieren que esos espíritus malignos están, de hecho, presos.

Pero ¿cómo fueron desobedientes en el tiempo de Noé los ángeles caídos, según declara 1 Pedro 3:20? El griego apeitheō (“desobedecer”) puede sugerir que ellos no creían en el mensaje del diluvio y no esperaban que Dios realmente manifieste su justicia, destruyendo a los antediluvianos inicuos. Entonces, cuando esto ocurrió, cuestionaron la justicia divina misma.[10]

Si nuestra sugerencia es correcta, ¿en qué sentido Jesús “predicó” a los ángeles caídos? El uso del verbo kēryssō es importante. Aunque generalmente sea traducido como “predicar” y esté relacionado con la idea de la proclamación del evangelio, significa literalmente “anunciar algo, proclamar noticias”,[11] sean buenas o malas. En español, la versión Dios habla hoy es más precisa en 1 Pedro 3:19 al traducir kēryssō como “proclamar”. Así, Jesús no visitó a los ángeles caídos para predicarles el evangelio, sino para anunciarles tanto su victoria como la derrota de ellos y su destino inminente.

En relación con esto, es interesante notar un paralelismo entre los versículos 19 y 22; en ambos se utiliza la palabra poreutheis (“él fue”). Primero, en 1 Pedro 3:19, Jesús “fue” a los espíritus en prisión; entonces, en el versículo 22, él “fue” al cielo, a fin de ser entronizado a la diestra del Padre. En ambos casos, el término poreutheis está precedido por referencias a la resurrección. En el versículo 19, zopoiētheis (“vivificado”) aparece antes de poreutheis, mientras que en el versículo 22, el término es precedido por di’ anastaseōs ēsou Christou (“la resurrección de Jesucristo”).

Entonces, después de la resurrección, Jesús hizo dos cosas. Primero, fue a los espíritus encarcelados a anunciarles su victoria, que sellaba la perdición de ellos, y después subió al cielo para sentarse a la diestra del Padre. Existe una relación entre los dos eventos. Al derrotar a Satanás y sus ángeles, Jesús es exaltado a su posición de autoridad como conquistador: “[Jesús] habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades” (vers. 22). En otras partes del Nuevo Testamento, expresiones semejantes a “ángeles, autoridades y potestades” son utilizadas para referirse a los ángeles caídos (por ejemplo, Efe. 1:21; 6:12; Col. 1:16). Con el enemigo derrotado, Jesús puede ahora declarar a sus discípulos poco antes de su ascensión: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18).

El anuncio de Cristo a los ángeles caídos también ayuda a explicar Apocalipsis 12:12, que dice: “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo”. Satanás sabe que tiene poco tiempo porque Jesús ya declaró su derrota y su condenación.

Conclusión

El texto de 1 Pedro 3:18 al 22 es de ánimo para los creyentes que sufren por causa de su fe en Jesús. El apóstol asegura a sus lectores que, aunque Cristo haya sufrido y muerto, resucitó de entre los muertos, proclamó su triunfo a Satanás y sus ángeles, subió al cielo y fue entronizado a la diestra del Padre, como vencedor. Por medio de su victoria, Jesús también puede salvar a aquellos que confían en él y ayudar a sus seguidores, a ti y a mí, en nuestras propias angustias. El sufrimiento y la muerte de Cristo y su victoria sobre los poderes del mal son una fuerte invitación a que muramos al pecado y vivamos de acuerdo con la voluntad de Dios, aun en medio a grandes pruebas (1 Ped. 4:1-3).

Sobre el autor: E.M doctorando en Teología, es pastor en Cuiabá, Mato Grosso. / K.P Doctor en Teología, es pastor en Chipre.


Referencias

[1] Ver Uwe Holmer, Primeira Carta de Pedro (Curitiba, PR: Editora Evangélica Esperança, 2008), p. 212.

[2] Ver Ervin Ray Starwalt, “A discourse analysis of 1 Peter” (tesis de doctorado, Universidad de Texas, 2005), pp. 125, 126.

[3] Francis D. Nichol (ed.), Comentario bíblico adventista del séptimo día (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996), t. 7, p. 591.

[4] Starwalt, “Discourse Analysis”, p. 127.

[5] Robert Henry Charles (ed.), The Pseudepigrapha of the Old Testament (Oxford: Clarendon Press, 1913), t. 2, pp. 191-199. Ver también Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996), pp. 592-594.

[6] Ver Reinaldo W. Siqueira, “The sons of God in Genesis 6:1-4”, Kerygma 1, Nº 2 (2005), pp. 37-47.

[7] Juan Carlos Pizarro, “Los espíritus encarcelados en 1 Pedro 3:18 al 20” (disertación de maestría, Universidad Adventista del Plata, 1992), pp. 58-61.

[8] Daniel B. Wallace, Greek Grammar Beyond the Basics (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), pp. 372-375.

[9] Mat. 8:16; 10:1; 12:45; Mar. 1:27; 3:11; 5:12, 13; 6:7; Luc. 4:36; 6:18; 7:21; 8:2; 10:20; 11:26; Hech. 5:16; 8:7; 19:12, 13; 1 Cor. 12:10; 1 Juan 4:1; 1 Tim. 4:1; Heb. 1:14; Apoc. 16:13, 14). La palabra también se refiere tres veces al espíritu de los profetas (1 Cor. 14:32; 1 Juan 4:1; Apoc 22:6 [texto griego]), cuatro veces al Espíritu de Dios (Apoc. 1:4; 3:1; 4:5; 5:6) y una vez al espíritu de los justos (Heb. 12:23).

[10] “El mismo Satanás, obligado a permanecer en medio de los revueltos elementos, temió por su propia existencia. Se había deleitado en dominar tan poderosa raza, y deseaba que los hombres viviesen para que siguieran practicando sus abominaciones y rebelándose contra el Rey del cielo. Ahora lanzaba maldiciones contra Dios, culpándolo de injusticia y de crueldad” (Elena de White, Patriarcas y profetas [Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015], pp. 87, 88).

[11] Timothy Friberg, Barbara Friberg y Neva F. Miller, Analytical Lexicon of the Greek New Testament (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2000), p. 230.