Las noticias de la prensa, al informar acerca de las investigaciones y los descubrimientos científicos, a menudo proporcionan datos que revisten inusitado interés cuando se los considera a la luz de ciertas declaraciones aparecidas en los escritos de la Sra. Elena G. de White varias décadas atrás. Son dignas de notarse algunas de reciente aparición. En la revista Newsweek de mediados de junio de 1956 leemos en la sección de medicina el artículo titulado: “El cáncer—no es lodo desesperación.”

“En una reunión del tercer Congreso Nacional del Cáncer, celebrado en Detroit la semana última, el Dr. Wendell Stanley, bacteriólogo de la Universidad de California y ganador del premio Nobel, declaró en forma categórica y sin reservas que él creía que los virus son los causantes de la mayor parte de todas las formas de cáncer que afligen a la humanidad. Esta no es una teoría nueva, pero el Dr. Stanley, quien recibió el premio Nobel por haber purificado y cristalizado por primera vez un virus, sugirió una reconsideración de la teoría del virus.

“Se sabe que los virus pueden habitar durante años, y a veces por toda la vida en el cuerpo humano; algunos de ellos producen trastornos y otros no. Es posible—declara el Dr. Stanley—que todos vivamos con virus del cáncer atenuados en el cuerpo. En algunos casos —teoriza el Dr. Stanley,—los virus cancerígenos pueden adquirir virulencia al mediar circustancias tales como la edad, indiscreciones en el régimen de alimentación, desequilibrio hormonal, productos químicos, radiactividad, o una combinación de estos factores, y entonces se manifiesta su malignidad.” —Newsweek. 18 de junio de 1956, pág. 102.

La revista Time de esta misma fecha, al informar la presentación del Dr. Stanley al Congreso del Cáncer, aclara que aunque “el Congreso, por casualidad, recibió evidencias adicionales que parecían apoyar la teoría del Dr. Stanley,” todavía quedaban muchos expertos que mantenían una actitud escéptica.

La cuestión del virus en el cáncer ha sido un asunto de interés para los adventistas durante muchos años, a causa de las definidas declaraciones de la hna. White publicadas en “El Ministerio de Curación,” en 1905.

“La gente está comiendo siempre carne llena de gérmenes tuberculosos y cancerosos. Así se propagan la tuberculosis, el cáncer y otras enfermedades.”—Págs. 293 294.

Cuando “El Ministerio de Curación” se dió a la estampa, estas declaraciones no provocaron ningún revuelo, porque virtualmente ningún estudio se dedicaba al cáncer, a sus causas o a su transmisión. Dos o tres décadas más tarde una cuidadosa investigación indujo a las autoridades médicas a anunciar que el cáncer no era una enfermedad producida por virus. Reconocieron espontáneamente que desconocían el agente motivador del cáncer, pero que de una cosa estaban seguros: el cáncer no era transmitido por gérmenes.

A causa de la referencia clara, y sin modificaciones, que la Hna. White hace a “los gérmenes cancerosos,’’ esta declaración científica dejó perplejos a muchos adventistas. Algunos, con un bondadoso tono de disculpa, sugirieron que tal vez la Hna. White, por no poseer ningún conocimiento médico, empleó el término “germen” de una manera muy general para significar una causa, pero que en realidad no se refería a los verdaderos gérmenes. Hubo otros que, con más atrevimiento, declararon que la Hna. White, puesto que ignoraba la ciencia médica, no debió aventurarse en el campo de la medicina, y que en este caso demostraba que sus escritos acerca de temas médicos no eran dignos de confianza. Y también hubo algunos que sostuvieron que si se esperaba con paciencia, sin duda el tiempo daría una respuesta al problema. Tales personas tenían conocimiento de que eminentes hombres de ciencia en vista de los nuevos descubrimientos realizados, en más de una ocasión habían cambiado en forma repentina sus aparentemente irrevocables declaraciones.

Por ese motivo es que noticias tales como las que aparecieron el 18 de junio de 1956 revisten interés especial para nosotros. Por supuesto, el hecho de que el Dr. Stanley haya presentado sus conclusiones ante el Congreso Nacional del Cáncer, no significa que se haya dicho la última palabra al respecto, ni que el mundo médico acepte ahora la idea de que el cáncer humano sea una enfermedad producida por virus. Sin embargo el Dr. Stanley no está solo frente a esta opinión; la prensa, cada vez con más frecuencia, ha estado publicando declaraciones significativas que toman en cuenta el virus como una causa del cáncer.

Actualmente en el mundo científico no queda duda acerca de la intervención de un virus en la provocación del cáncer de los pollos, porque lo han aislado y lo han utilizado para infectar a otros pollos. Se sabe que este virus pasa de la gallina al huevo y de éste al polluelo, propagando de esta manera la enfermedad, en la actualidad ampliamente extendida entre las aves. Pero las últimas noticias emitidas por el mundo médico se refieren al cáncer en los seres humanos.

Factores del desarrollo del cáncer

El Dr. Stanley sugiere que los virus del cáncer, “que pueden habitar durante años, a veces por toda la vida, en el cuerpo humano,” “pueden adquirir virulencia al mediar circunstancias tales como” (1) “la edad,” (2) las “indiscreciones en el régimen de alimentación,” (3) el “desequilibrio hormonal,” (4) los “productos químicos,” (5) la “radiactividad, o una combinación de estos factores.” Para el estudiante cuidadoso de los mensajes especiales dados por la sierva del Señor, esta enumeración resulta interesante, porque en cuatro de los cinco puntos que propone el Dr. Stanley encontramos una estrecha semejanza con las declaraciones de la Hna. White dadas hace muchos años. En el análisis siguiente notaremos cuál es esta analogía.

1. “La edad.” “En algunos casos—teoriza el Dr. Stanley,—los virus cancerígenos pueden adquirir virulencia al mediar circunstancias tales como la edad.”

La Sra. Elena G. de White escribió en 1864:

“El tumor canceroso, que puede permanecer en estado latente en el organismo durante toda la vida, se irrita y comienza su obra corrosiva y destructora.’’—”Appeal to Mothers,” pág. 27.

2. Las “indiscreciones en el régimen de alimentación.” Desde los primeros años los escritos de la Hna. White han relacionado el cáncer con el régimen inadecuado. La primera de tales declaraciones apareció en “Spiritual Gifts,” tomo 4, en 1864, en el primer artículo extenso de la Hna. White sobre el tema de la salud. En este caso relaciona los “humores cancerosos’ con la alimentación a base de carne de cerdo. (Véase la pág. 146.) En una serie de declaraciones subsiguientes, la sierva del Señor relaciona el uso de la carne con el cáncer; una de éstas ya la leímos en la cita de las páginas 293 y 294 de “El Ministerio de Curación.” aparecido en 1905. En 1875 escribió estas palabras:

“Las comidas a base de carne constituyen el artículo principal de alimentación que se ve en las mesas de algunas familias, a tal punto que su sangre se llena de humores cancerosos y escrofulosos.”—”Testimonies,” tomo 3, pág. 5G3.

En 1896 escribió:

“El cáncer, los tumores y todas las enfermedades inflamatorias son causadas en alto grado por la comida a base de carne. Por la luz que Dios me ha dado, he sabido que el predominio del cáncer y de los tumores se debe en gran medida al hecho de vivir mayormente de carne.” —“Medical Ministry,” pág. 278.

Y en 1909, ante la sesión de la Asociación General, la Hna. White declaró:

“Si el comer carne fué alguna vez saludable, no lo es ahora. Los cánceres y tumores y las enfermedades pulmonares se deben mayormente a la costumbre de comer carne.”—“Joyas de los Testimonios,” tomo 3, pág. 359.

En esta forma las declaraciones de la Sra. Elena de White emitidas a través de un período de casi 50 años relacionan el cáncer con los hábitos de alimentación. Pero nos apresuramos a hacer notar que ella reconocía además otros factores productores de cáncer.

3. El “desequilibrio hormonal.” La Hna. White al escribir, según su expresión, “de lo que se me ha mostrado,” en su obra “Appeal to Mothers,” 1864 (Un llamamiento a las madres), se refirió a la “complacencia de sí mismos” (la masturbación) por parte de los niños y los jóvenes, como un factor que pone el fundamento para la aparición de “humores cancerosos” (pág. 18). Esta temprana declaración adquiere una significación particular considerada a la luz de los estudios más recientes acerca del sistema endocrino con su delicado equilibrio hormonal. Y en el presente el Dr. Stanley señala el desequilibrio hormonal” como uno de los factores que en su opinión pueden activar los virus del cáncer que viven en estado latente en el cuerpo humano.

4. Los “productos químicos.” Vamos a referirnos a una declaración hecha por la Hna. White en 1865, que relaciona el cáncer con el uso de ciertas drogas. Citamos sus palabras tal como aparecen en la publicación Hoiu to Live (Cómo vivir), N9 3. Entre varios casos de enfermedad que le presentaron, tres ofrecían los efectos de cierta clase de medicamentos a base de drogas, muy en boga por ese tiempo.

“Una vez más me presentaron el tercer caso… El inteligente caballero mencionado con anterioridad, contempló con tristeza al enfermo, y dijo: ‘Es la influencia de los preparados mercuriales.”… Ese es el efecto de los calomelanos. Atormentan el organismo durante todo el tiempo que una sola de sus partículas permanece en él. Siempre están activos, sin perder sus propiedades por su larga permanencia en el organismo. Inflaman las articulaciones, y con frecuencia causan putrefacción en los huesos. Después de haber sido introducidos en el organismo, a menudo se manifiestan en tumores, úlceras y cánceres que aparecen años más tarde.” —“Desease and Its Causes,” págs. 55-59.

Esta declaración se publicó hace 92 años.

Todavía queda por hacer mucho trabajo de investigación en el terreno del cáncer. Hombres de ciencia de todo el mundo se han abocado a esta tarea con una febrilidad bien justificada a causa del desafío que representa la enfermedad. Nada intentamos adelantar acerca del resultado posible de estas investigaciones; pero los adventistas, familiarizados con las declaraciones de la Hna. White acerca del cáncer, seguiremos con sumo interés la aparición de los informes respecto de los descubrimientos que se realicen en este sentido, porque constituirán un apoyo de nuestra fe.

La sal

Consideremos ahora la sal—la sal común que usamos en nuestras mesas. En este caso, una interesante noticia aparecida hace poco en la prensa de nuevo corrobora ciertas declaraciones hechas por la Hna. White hace medio siglo. La hemos tomado de una columna que lleva por título “Informes acerca del progreso,” de la sección de medicina de la revista Time.

Los hombres de ciencia del Laboratorio Nacional de Brookhaven, investigando entre sus compañeros de trabajo, descubrieron que de 135 que nunca añadían sal a las comidas, sólo uno presentaba presión alta de la sangre; de 630 que de vez en cuando añadían sal al alimento después de probarlo, 43 padecían este mal; entre 581 que siempre añadían sal sin tomarse la molestia de probar la comida, 61 sufrían de presión alta.”—Time, 30 de abril de 1956, pág. 64.

La revista Newsweek introdujo el artículo acerca de esta investigación, con la siguiente afirmación: “Un régimen en que se use la sal en forma desmedida, comenzando en una época temprana de la vida y continuando durante varios años, puede provocar hipertensión (presión alta de la sangre).” (30 de abril de 1956. pág. 75.) Esto nos hace recordar un pasaje publicado en “El Ministerio de Curación” en 1905:

“Evítese el uso de mucha sal.”—Pág. 286.

Tal vez muchos no han prestado atención a esta advertencia de “El Ministerio de Curación.” Algunos pueden haberla considerado como una idea rara, especialmente a la luz de los descubrimientos que indicaban que el organismo definidamente necesitaba sal. Pero la investigación realizada en el Laboratorio Nacional de Brookhaven, demuestra que había una buena razón que respaldaba la advertencia hecha por la mensajera del Señor: “Evítese el uso de mucha sal.”

La sal, digámoslo de paso, ha constituido un tema de interés para los adventistas durante muchos años. Ha sido objeto de preocupación para los adventistas desde los primeros años en que comenzaron a propiciar la reforma pro salud. Los adventistas habían descubierto con gozo que en los escritos del Dr. R. T. Trall, un médico progresista que entonces propiciaba grandes reformas en cuestiones de salud, había muchas ideas útiles para la aplicación de los principios que le habían sido revelados en visión a la Hna. White. Comenzaron a apoyarse con mucha fuerza en las declaraciones del Dr. Trall, y sus artículos aparecieron con frecuencia en la revista The Health Reformer (El reformador de la salud). Posteriormente le pidieron que se hiciera cargo de una de las secciones de la revista.

Desafortunadamente, con el correr del tiempo el Dr. Trall asumió una posición extremista respecto de algunos puntos, de manera especial en cuanto a la sal, el azúcar y los productos a base de leche. En 1869, al contestar algunas preguntas de carácter médico, esa posición extremista se manifestó abiertamente en nuestra revista. Nótese el pasaje siguiente:

“Pregunta: ‘¿Cree Ud. que el uso moderado de la sal representa un perjuicio para cada persona? ¿O es mejor suprimirla del todo?’

“Respuesta: ‘La sal, puesto que es un veneno, no debiera usarse de ninguna manera.’ The Health Reformer, julio de 1869, pág. 19.

Esta posición extrema era apoyada por otros escritores y secundada por el redactor de la revista, un sincero adventista, quien escribió en un editorial:

“Si habéis hecho uso de la sal, de las especias, de la manteca, de la leche, etc., disminuid la cantidad en el consumo de estos artículos hasta que os sea fácil abandonar completamente su uso.”—Id., 1870.

Esta posición extremista respecto del uso de la sal ocasionó no pocas dificultades a quienes procuraban seguir estrictamente esas enseñanzas, cosa que, dicho sea de paso, el propio redactor de nuestra revista no intentaba cumplir.

Cuando las cosas estaban en este punto, apareció la Hna. Elena G. de White con sus advertencias contra los extremos que menoscabarían la causa de la verdadera reforma pro salud. Respecto de “la sal, el azúcar y la leche,” escribió que mientras “el uso inmoderado de estas cosas es perjudicial para la salud,” “en el presente nuestra preocupación no está en estas cosas.”—“Testimonies,” tomo 3, pág. 21.

La Hna. White debió referirse a la experiencia de esos años cuando, en 1901, le escribió a un médico adventista lo siguiente:

“Cierta vez el Dr. X X, intentó enseñar a nuestra familia a cocinar de acuerdo con la reforma pro salud—según él la entendía,—sin nada de sal o alguna otra cosa para sazonar los alimentos. Bien, decidí hacer un ensayo; pero sentí disminuir tanto mi fortaleza física, que tuve que realizar un cambio; seguí un plan de acción diferente, con mucho éxito. Le cuento esto porque sé que está en grave peligro. Los alimentos debieran prepararse de tal manera que resulten nutritivos. No debiera despojárselos de lo que nuestro organismo necesita…

“Yo hago uso de un poco de sal y siempre lo he hecho, porque, de acuerdo a la luz que Dios me ha dado, la sal, lejos de ser nociva, es indispensable para la sangre. El porqué y la razón de esto no los conozco, pero le transmito esta instrucción tal como la he recibido.”—”Counsels on Diet and Foods,” pág. 344.

La Sra. de White no conocía en detalle la química de nuestro cuerpo. En efecto, los hombres de ciencia sabían muy poco respecto de este asunto cuando ella recibió las indicaciones de que la sal era esencial para la sangre. Ella aclaró que ésta no era una noción formulada por los hombres, sino que Dios le había dado instrucciones claras. Admitió libremente que no sabía la razón por la cual la sal era esencial para el cuerpo humano, pero bastaba el hecho de que Dios le hubiera dado esa luz. En 1909. hacia el final de su ministerio, al hablar ante la sesión de la Asociación General, se refirió nuevamente a la sal:

“Yo hago uso de un poco de sal y siempre lo he hecho, porque la sal, lejos de ser nociva, es indispensable para la sangre.”—“Joyas de los Testimonios,” tomo 3, pág. 363.

De modo que una vez más los bien equilibrados consejos dados a los adventistas en los primeros años, que propiciaban el uso de la sal, pero que ponían en guardia contra el abuso, han sido corroborados por las investigaciones científicas de la actualidad. (Continuará)

Sobre el autor: Secretario de la Sección de las Publicaciones de Elena G. de White, Asociación General.