Paso algún tiempo antes de que aprendiera a aplicar la oración como medicina. En verdad no comprendí realmente sus efectos terapéuticos hasta que fui a Jamaica como médico misionero Y trabajé dos años maravillosos junto al Dr. Clifford Anderson. Oh, había orado muchas veces antes de eso, pues había aprendido el valor de la oración cuando celebrábamos en casa nuestro culto familiar cada mañana y cada tarde. Como estudiante, también aprendí el valor de la oración, y puesto que no era uno de los más brillantes, siempre me sentía feliz de a ferrarme a las promesas del Señor, especialmente antes de los exámenes, y muy particularmente de aquella que dice: “Él os recordará todas las cosas.” Me ayudaba. por supuesto. Sé que la oración me ayudó más de una vez cuando ninguna otra cosa podría haberlo hecho.

 Me sentía feliz por haber encontrado una esposa que también creía en la oración, puesto que ella misma era para mí la respuesta a mis oraciones. Muchísimas veces, a lo largo de nuestros doce años de vida matrimonial, descubrimos que Dios responde las oraciones. A menudo notamos que Dios no responde cuando pensamos que debería hacerlo, sino que la respuesta llega frecuentemente a última hora cuando ya no sabíamos qué hacer. Esta experiencia, no obstante, no es nueva para los adventistas, y es posible que ninguno de los lectores tenga dudas en cuanto al hecho de que Dios oye las oraciones y las responde. Pero ¿cómo podemos dispensar, si se nos permite esta expresión, la oración? Es necesario manejarla tan cuidadosamente como una dosis de morfina, aplicándola en el tiempo apropiado y en la dosis correcta. A veces está contraindicada porque se nos ha enseñado a no arrojar las “perlas delante de los puercos.”

La oración en el hospital

Realmente aprendí cómo dispensar la oración en la sala de operaciones de nuestra clínica de Jamaica. Nuestra costumbre allí consistía en no anestesiar a nadie antes de haber ofrecido una corta oración por el bienestar del paciente y la dirección divina para los médicos y enfermeros. A veces los pacientes no la apreciaban, y en otras ocasiones estaban tan adormecidos debido a los tratamientos preliminares que no la notaban, pero infundía en la sala de operaciones el sentimiento de que el gran Médico estaba allí para ayudarnos.

 También era la costumbre de los enfermeros ofrecer una palabra de oración con todos los pacientes en el momento en que se los preparaba para dormir. Estas oraciones, ofrecidas a veces por enfermeros muy tímidos, eran muy apreciadas por muchos pacientes que, con toda franqueza, expresaron su estima por medio de cartas que más tarde escribieron a la dirección de la institución. Permítaseme citar dos trozos de tales cartas:

 “Creo que nadie mejor que yo podría hablar de los beneficios recibidos tanto física como mentalmente. La jefa de enfermeras, la Hna. C., las enfermeras, y Ud. mismo se han portado estupendamente conmigo durante mi enfermedad y seguramente nunca olvidaré las muchas oraciones que se ofrecieron por mí y mi familia.”

 “Vosotros habéis dado ejemplo al mundo en general y a Jamaica en particular de que no hay nada imposible para Dios; y creo que el éxito de esta obra maravillosa para auxilio de la humanidad sufriente se debe a que la institución está edificada sobre el fundamento de la Roca de nuestra salvación. No puedo olvidar las oraciones elevadas en mi favor por esos enfermeros cristianos antes de que me entregara al descanso de la noche, y la forma amable en que me atendieron. Quiera el Dios del cielo ayudarles a comprender la importancia de su vocación.”

 Recuerdo que el primer ministro de la isla estuvo en el hospital para descansar unos cuantos días. Estaba yo paseando por el edificio cuando una enfermera salió de la habitación y me dijo: “También oré con él.” Se me hizo un gran nudo en la garganta cuando pensé en el valor de esta enfermera cristiana, y me pregunté si yo hubiera tenido la misma valentía si hubiese estado en su lugar. Tal es el poder que procede de la oración.

 La esposa de un médico se había internado en el hospital. Había estado enferma durante seis años y había acudido al Hospital Adventista como última providencia, persuadida por su empleada. Su primera impresión fue que yo era demasiado joven para saber lo que tenía que hacer, pero se sometió a los exámenes, cooperó con los tratamientos, y dijo “Amén” a las oraciones. En tres semanas se consideró casi curada, y más aún, leyó algunas de las publicaciones proporcionadas a los pacientes, enviadas a Jamaica por buenos amigos de los Estados Unidos, y sus ideas cambiaron completamente con respecto al día de reposo; de manera que salió del hospital no solamente caminando, lo que no había hecho durante muchos años, sino decidida, con la ayuda de Dios, a ser una observadora del sábado. A pesar de toda la persecución que sufrió desde entonces, sigue siendo fiel a su Dios, que tanto hizo por ella. ¿Puede haber alguna duda de que la oración empleada como medicina en su favor en ese entonces y en muchas ocasiones ulteriores, fue lo que mejoró su salud física y espiritual?

 Una monja católica yacía en la mesa de operaciones con todos sus hábitos, esperando que se le extrajera una muela después que se la anestesiara totalmente. Recuerdo la expresión de paz que se extendió por su rostro cuando se ofreció una sencilla oración en su favor. No sé lo que ocurrió cuando se presentó al confesionario, pero lo que sí sé es que acudió en muchas otras ocasiones para que le extrajeran muelas. Las oraciones atravesaron los hábitos, y sólo el cielo sabrá los resultados de esas plegarias.

 Los judíos también apreciaban las oraciones que se ofrecían por ellos. El nombre de Dios es el único que debe mencionarse en tales casos. Estoy seguro de que una israelita se hará adventista muy pronto como resultado de las oraciones ofrecidas en su favor.

Mi resolución

¿Qué podemos ofrecer, como médicos cristianos, a este mundo que está trastabillando de tal manera que no puede recuperar el equilibrio, si no es la solidez obtenida al aferrarnos nosotros mismos a la Roca de los siglos? Siendo que el cincuenta por ciento de los problemas de la vida pueden considerarse causados por la tensión nerviosa del individuo, ¿cómo puede ser aliviada esa tensión a menos que se edifique la confianza en alguien que ha prometido llevar las cargas? Estoy seguro de que, en los meses recientes dedicados al trabajo psiquiátrico, nunca se hubieran alcanzado los resultados obtenidos, a no ser por el pdd.er implorado de lo Alto al señalar a esos pacientes al Señor y al orar con ellos. He resuelto no dejar salir nunca del hospital a un paciente sin tener con él por lo menos una oración; y con muchos pacientes las oraciones han sido numerosas. La mayor dificultad consiste en animarse a preguntarle al paciente si quisiera que se orara unos momentos pidiendo a Dios que lo bendiga y lo sane. Una vez que la pregunta ha sido formulada, el resto es sencillo, porque el paciente casi siempre responderá: “Sí, por favor.” A veces resulta facilitada la tarea cuando el paciente dice: “¿Quisiera orar por mí, doctor? Por más ocupado que esté, nunca deje, de lado esa oportunidad, porque no tomará más que treinta segundos y producirá más beneficios que el frasco de medicina o la inyección. Antes de llegar al Canadá, yo sabía que el Señor quería que estuviera justamente donde me encuentro ahora, por la forma en que respondió a mis oraciones, cuando abrió el camino para que yo pudiera comprar y reconstruir el edificio en que está instalado actualmente mi consultorio, y al brindarme oportunidades para poder servir al vecindario. Aunque mi estada en el hermoso valle Okanagan ha sido corta, ya he podido ver los resultados de las oraciones que he ofrecido por mis pacientes.

 Que su consultorio amigo médico, sea la puerta al trono de la gracia, y que desde allí imparta esa poderosa medicina que se llama la oración.

 “Cristo es el mismo médico compasivo como cuando desempeñaba su ministerio terrenal. En él hay bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia. Sus discípulos ¡de hoy día deben rogar por los enfermos con tanto empeño como los discípulos de antaño. Y se realizarán curaciones; pues ‘la oración de fe salvará al enfermo.’ Tenemos el poder del Espíritu Santo y la tranquila seguridad de la fe que pueden reclamar a Dios sus promesas. La promesa del Señor: ‘Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.’ es tan digna de ser creída hoy como en días de los apóstoles. Ella presenta el privilegio de los hijos de Dios, y nuestra fe debe aferrarse de todo lo que ella envuelve. Los siervos de Cristo son canales de su virtud, y por medio de ellos quiere ejercitar su poder sanador. Tarea nuestra es llevar a Dios en brazos de la fe a los enfermos y dolientes. Deberíamos enseñarles a creer en el gran Médico.

 “El Salvador quiere que alentemos a los enfermos a los desesperados, y a los afligidos para que confíen firmemente en su fuerza. Mediante la oración y la fe la estancia del enfermo puede convertirse en un Betel. Por palabras y obras los médicos y los enfermos pueden decir, tan claramente que no haya lugar a falsa interpretación: ‘Jehová está en este lugar’ para salvar y no para destruir. Cristo desea manifestar su presencia en el cuarto del enfermo, llenando los corazones de médicos y enfermeros con la dulzura de su amor… Si vivimos conforme a su palabra se nos cumplirán todas las promesas que ha hecho.”—“El Ministerio de Curación págs. 213, 214.