En nuestras reuniones de evangelismo hemos encontrado que el empleo de un altar es un auxiliar muy efectivo para hacer dos llamados especiales.

El pastor Roger Holley utiliza en sus reuniones un altar de madera terciada. Es desarmable y está pintado de tal modo que parece hecho de grandes piedras. Utilizamos ese altar dos veces en nuestra serie de conferencias que duró tres semanas.

El altar del fuego

Anunciamos que en determinada reunión presentaríamos el altar del fuego. La noche señalada presentamos un sermón acerca de la vida cristiana práctica y de la necesidad de desprenderse de todo pecado, si queremos ser salvos.

Levantamos el altar en el piso, frente al púlpito, y antes de comenzar la reunión colocamos encima de él un brasero con carbones encendidos. Luego, a todos los asistentes les distribuimos tarjetas de papel.

Al terminar el sermón, hicimos este llamado: “Me pregunto cuántos de los presentes luchan contra pecados o tentaciones específicos que quisieran abandonar. ¿Quisierais que el Espíritu Santo las quitara de vuestra vida? ¿Quisierais colocarlos en el altar para que se consuman por completo? Si lo deseáis así, escribid vuestro pecado o tentación especial en la tarjetita que habéis recibido, dobladla bien y traedla al altar, donde será consumida. Vuestra debilidad podrá ser la lectura impropia, los pensamientos impuros, la profanación del sábado, el tabaco, el mal genio, etc. Nadie se enterará de lo que habéis escrito, pero Dios lo sabrá, y él puede libraros, y os librará, de vuestros males”.

A medida que la gente se adelantaba hasta el altar, un solista cantaba un himno especial. Mientras tanto dos pastores se colocaban a ambos lados del altar. La respuesta de la concurrencia fue inmediata, espontánea y conmovedora. Se ganaron verdaderas victorias.

Cuando todos han echado los papeles en el fuego y han vuelto a sus asientos, pedimos a la congregación que permanezca de pie mientras proferimos una oración final de consagración. Este es un hermoso servicio que no se olvida con facilidad.

Sobre el autor: Evangelista de la Asociación de Texas