Los adventistas creen en los dones del Espíritu. Creen que las diversas operaciones del Espíritu de Dios, las cuales una vez fueron expresamente establecidas en la iglesia, 1 Corintios 12, Efesios 4, fueron dadas con el propósito de que permanecieran hasta el fin… Su fruto es de naturaleza tal que demuestra que la fuente de la cual proceden es lo opuesto al mal.
Tienden hacia la moralidad más pura. Desaprueban todo vicio, y exhortan a la práctica de toda virtud. Señalan los peligros a través de los cuales hemos de pasar en el camino hacia el reino. Manifiestan los artificios de Satanás. Nos advierten contra sus trampas. Han cortado en flor un programa de fanatismo tras otro que el enemigo ha procurado introducir clandestinamente en nuestro medio. Han expuesto la iniquidad oculta, sacado a la luz males ocultos y desnudado los motivos perversos de los pérfidos. Han evitado peligros a la causa de la, verdad en todos lados.
Nos han levantado y vuelto a levantar a una posición de mayor consagración a Dios, de esfuerzos más celosos por la santidad de corazón, y mayor diligencia en la causa y el servicio de nuestro Maestro.
Nos conducen a Cristo. Como la Biblia, lo ensalzan como la única esperanza y el único Salvador de la humanidad. Pintan ante nosotros con vividos caracteres su vida santa y su piadoso ejemplo, y con instancias irresistibles nos incitan a seguir en sus pasos.
Nos conducen hacia la Biblia. Declaran que ese libro es la palabra inspirada e inalterable de Dios. Nos exhortan a tomar esa palabra como nuestra consejera, y como la regla de nuestra fe y práctica. Y, con poder compelente, nos instan a estudiar detenida y diligentemente sus páginas, y a familiarizarnos con sus enseñanzas, porque nos ha de juzgar en el día final.
Han llevado alivio y consuelo a muchos corazones. Han fortalecido a los débiles, animado a los desalentados y fortalecido a los caídos. Han establecido el orden en medio de la confusión, han enderezado lo torcido, y arrojado luz en las tinieblas. Y ninguna persona que posea una mente sin prejuicios puede leer sus conmovedoras exhortaciones a una moralidad más pura y elevada, su exaltación de Dios y el Salvador, sus denuncias de todo mal, y sus exhortaciones a todo lo que es santo y de buen nombre, sin ser compelida a decir: “Estas palabras no son de endemoniado’’.
Negativamente, nunca se ha sabido que aconsejen el mal o Inventen perversidad. No puede hallarse ningún ejemplo cuando hayan bajado la norma de la moralidad. Ninguno de sus adherentes ha sido jamás guiado por ellos a las sendas de la transgresión y el pecado. No inducen a los hombres a servir a Dios con menos fidelidad o a amarlo con menos fervor. No conducen a ninguna de las obras de la carne, ni hacen menos devotos y fieles a los cristianos que creen en ellos. Ni en un solo caso puede sostenerse contra ellos los cargos aquí mencionados; y acerca de ellos podemos formular enfáticamente la pregunta que Pilato les hizo a los judíos con referencia al Salvador: “¿Qué mal ha hecho?’’ (Review and Herald, 12-6-1866).