Estudio presentado en Viena el viernes 11 de julio de 1975, por la mañana
Los adventistas del séptimo día son decididamente trinitarios. Creen en la existencia de las tres Personas eternas; en la divina Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Estas tres Personas tienen los mismos atributos y comparten, como único Dios, la responsabilidad eterna hacia todo el universo. Gracias a la analogía humana, el Padre y el Hijo nos resultan más comprensibles. Pero el Espíritu Santo, por la misma naturaleza de su Persona, parece más difícil de captar, más remoto, más incognoscible y menos tangible que sus dos Semejantes. Sin embargo, desde el punto de vista humano se podría sugerir que está más próximo a nosotros que las otras dos Personas. Puede morar en nuestro interior; puede formar parte de nuestro ser; es el gran Agente que obra en la salvación de cada cristiano.
El Espíritu Santo cubrió a María en ocasión de la encarnación de nuestro Salvador (Luc. 1:35; Mat. 1:18, 20). Dotó de poder a Jesús de Nazaret para que ejerciera su bendito ministerio (Hech. 10:38). Colaboró con nuestro Señor cuando éste ofrendó su inmaculada Persona para convertirse en nuestro Redentor (Heb. 9:14). Después que el Maestro regresó al cielo, puede decirse que el destino de la naciente iglesia quedó al cuidado del Espíritu (Luc. 24:49; Hech. 1:4, 5, 8; 2:1-47; Efe. 4:8-13). El Espíritu Santo introduce a cada nuevo cristiano en el reino de Dios (Juan 3:5; 14:16-18; 16:7-14; Gál. 5:5; Efe. 1:12, 13).
Resumiendo, con nuestras palabras la riqueza de esta revelación, diremos que es imposible ser cristiano sin el ministerio continuo y consecuente del Espíritu en nuestra vida diaria.
Más aún, debemos reconocer que antes de dar los frutos del Espíritu en nuestra vida renacida y antes de recibir los dones del Espíritu para ejercer nuestro servicio cristiano, debemos aceptar el don del Espíritu en nuestro corazón rendido a Dios.
Este estudio trata de “Los Dones del Espíritu”, un tema aprobado por la Biblia, ya que Pablo dice: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales” (1 Cor. 12:1). Creo que los hermanos de la Asociación General comparten la misma preocupación, ya que han pedido que hagamos este estudio y, sea por casualidad o deliberadamente, ocupa el primer lugar en la lista que presentaron: vamos, pues, a investigar este asunto considerando algunos pormenores bíblicos.
Diversidad de dones
Hay una gran diversidad de dones (1 Cor. 12:4), y ese hecho debería alegrarnos mucho. Si no existieran más flores que las rosas, los jardines resultarían monótonos, y una sencilla margarita sería muy bien recibida. Felizmente, hay una enorme variedad de flores, y lo mismo sucede con los dones espirituales. Todos podemos aspirar a tener la totalidad de los frutos del Espíritu, pero nadie posee (si el apóstol Pablo es veraz) todos los dones del Espíritu. “A éste es dada… sabiduría; a otro… ciencia… a otro, fe” (1 Cor. 12:8, 9). El Espíritu distribuye sus distintos dones entre los cristianos, según su infalible sabiduría juzga mejor para la iglesia (Vers. 11).
Vamos a referirnos ahora a los dones para examinarlos, compararlos, contrastarlos y disfrutarlos. Se mencionan nueve, pero la lista no es exhaustiva, porque en otras partes de las Escrituras se citan otros dones, algunos dentro del marco de su manifestación común.
1. La palabra de sabiduría, que puede sugerir la posesión de la sabiduría que viene de lo alto, con el don de expresarla.
2. La palabra de ciencia, especialmente la ciencia de impartir vida (Juan 17:3), unida a la capacidad de compartirla. No todos los que tienen ciencia poseen sabiduría, y viceversa; pero la iglesia necesita dirigentes que tengan ambas cosas.
3.La fe, que generalmente se considera como un don personal, figura en esta lista como algo que actúa dentro de la iglesia, posiblemente para propósitos administrativos e institucionales, así como devocionales.
4. Los dones de sanidades, que se mencionan en plural, sugieren que hay varias maneras de manifestar el arte de sanar: por medio de la palabra que obra el milagro, por el toque, el consejo, la aplicación de remedios naturales y el ejercicio de actividades médicas.
5. El hacer milagros no se limita a la salud, sino que se extiende a todas las necesidades de la vida. Este don se manifestó en la iglesia primitiva, y bien podemos esperar que continúe.
6. Profecía. Este es un don entre otros varios y no se le ha dado énfasis especial. Es evidente que era bastante común en los tiempos apostólicos, y no se limitaba a predecir el futuro, sino también a producir mensajes que guiaban, amonestaban, inspiraban y sostenían a la iglesia.
7. Discernimiento de espíritus. Este don está estrechamente ligado con el de profecía, lo cual sugiere que la iglesia necesita ambas cosas, para poder distinguir entre lo falso y lo verdadero.
8. Géneros de lenguas. No se especifica aquí la naturaleza de las lenguas, pero Pablo es más explícito en el capítulo 14 de 1 Corintios.
9. Interpretación de lenguas. El hecho de que se haya incluido este don sugiere que las lenguas o idiomas que se hablaban eran desconocidos para los miembros de iglesia, y era necesario interpretarlos para que sirvieran a un propósito útil.
¡Cuánta riqueza de dones espirituales para la comunidad! Reconozcamos nuestra necesidad de poseer más de esos dones y en mayor medida. ¡Oh, Señor, aumenta nuestro deseo de recibirlos y nuestra capacidad de emplear todos estos dones carismáticos!
Los dones más importantes
En 1 Corintios 12:28-30, Pablo da un enfoque un tanto diferente a este mismo tema de los dones espirituales. Reduce la lista a ocho dones en lugar de los nueve mencionados antes, al combinar las lenguas con la interpretación de las mismas, y menciona un orden de prioridades al referirse en forma específica a “primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros” (vers. 28).
La referencia a los apóstoles no debería limitarse a los doce originales, sino que debería incluir a los dirigentes espirituales y a los administradores, que son los verdaderos sucesores de los discípulos de nuestro Señor, ya que sobre ellos recae la principal responsabilidad de guiar a la iglesia a la gloria.
Así como hubo más de un apóstol para dirigir la multitud de los primeros cristianos, la aplicación paulina del plural “profetas” implica que quizá más de una persona poseía el don profético. La iglesia remanente ha recibido la peculiar bendición de una manifestación concentrada y sumamente elevada de este carisma, en el ministerio lleno del Espíritu Santo que realizó Elena de White. Su obra, firmemente basada en las Escrituras y por encima de toda controversia, modeló de tal manera el carácter de la Iglesia Adventista que la iglesia misma es un testimonio muy convincente de la eficacia del don profético.
Al identificar el tercer don que produce “maestros”, es muy difícil que Pablo haya pensado en profesores académicos; sin duda se refería mayormente a los que enseñan a los creyentes el camino de la vida y no el abecé del conocimiento secular.
La expresión “luego los que hacen milagros, después…” implica un orden progresivo de dones (vers. 28). Las referencias a los “milagros” y a “los que sanan” sugiere que hay una diferencia entre ambas categorías y justifica el que hoy consideremos que los “milagros” implican la intervención del poder divino en la vida diaria de la iglesia y del creyente, mientras que la “sanidad” se aplica directamente a los asuntos de salud.
A algunos comentaristas les resulta difícil establecer una diferencia entre los dos dones que se mencionan a continuación, “los que ayudan, los que administran”. El primero se podría considerar como un talento social, mediante el cual el fuerte ayuda al débil, como sucede en nuestra obra de beneficencia. El segundo, a juzgar por la referencia griega de la palabra “timonel, guía”, se podría aplicar a la persona que dirige los asuntos de la iglesia local, posiblemente el anciano de iglesia.
La última clasificación de la lista corresponde al “don de lenguas”. Sin detenernos a analizar la clase de “lengua”, deberíamos notar que Pablo da por sentado (vers. 30) que esas lenguas serán interpretadas, a fin de que los que las oyen puedan ser edificados y que no resulten engañados por un don que, de otra manera, no ofrece una bendición a los santos. Resulta extraño que el don que figura al final de la lista inspirada sea precisamente el que desean más ardientemente muchos sectores de la cristiandad, al tiempo que descuidan los que ocupan el primero, segundo y tercer lugar de la clasificación.
Observen ustedes que estos dones no están bajo el monopolio de unos pocos, sino que son compartidos por muchos (vers. 29, 30). A la iglesia en general se la insta: “Procurad, pues, los dones mejores” (vers. 31). Aceptemos esa invitación y busquemos los talentos espirituales que el Señor desea concedernos.
En el centro de su discurso el apóstol ubica el don más importante: la caridad, el amor, agape; el amor espiritual que, según se define, forma parte de la naturaleza divina. El capítulo 13 bosqueja inimitablemente la esencia de ese amor; lo pasaremos por alto para dedicarnos a resumir el mensaje del capítulo 14 que, en síntesis, dice que el don de profecía es muy superior al don de lenguas. A pesar de su larga disertación, el argumento del autor es muy sucinto; no niega la realidad del don de lenguas, pero lo relega al final en su lista, y añade fuertes advertencias en cuanto al mal uso de este don, que es lo que notoriamente se observa ahora. (Vers. 5-9, 12, 29, 39.)
El propósito de los dones
Consideremos ahora la razón por la cual el Espíritu concede tales dones espirituales a la iglesia. La respuesta se halla en Efesios 4, donde Pablo exhorta a la unidad (vers. 1-6), revela que todos los dones de la gracia se reúnen en el don supremo de Cristo (vers. 7) y nos recuerda que Cristo participó del acto de otorgar dones (vers. 8); los cuales, con algunas ligeras modificaciones, son idénticos a los que figuran en la lista de 1 Corintios 12. El don del evangelismo ocupa el tercer lugar, y a los pastores los relaciona estrechamente con los maestros (Efe. 4:11). Otra vez se presentan los dones en plural, mientras que una distribución general permite que muchos reciban por lo menos un don, aunque parece que nadie puede recibirlos todos.
La razón por la cual se otorgan dones se explica claramente en el vers. 12, que dice: “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. En otras palabras, los dones tienen por objeto capacitar a los miembros de iglesia para que contribuyan al desarrollo de la misma y, como lo explica el versículo 13, para que lo sigan haciendo hasta que todos los creyentes alcancen la unidad de la fe; un conocimiento personal basado en la propia experiencia, del Hijo de Dios como su Salvador y Rey; y una estatura espiritual semejante a la de Cristo mismo. De estos conceptos surge la convicción de que el correcto ejercicio de los dones espirituales fortalece la unidad y la semejanza con Cristo dentro de la iglesia, mientras que el abuso o el descuido de los dones produce precisamente lo contrario. Si se le permite, el Espíritu dará estabilidad doctrinal, administrativa y ética, y edificará una iglesia madura, a cubierto de aberraciones, disidencias y fanatismos.
El propósito principal de nuestro estudio ha sido el de poner fundamento bíblico al tema de los dones espirituales que registró el Nuevo Testamento cuando la iglesia estaba en su infancia, cuando apenas comenzaba su carrera y necesitaba equiparse para cumplir su misión en un mundo pagano. Fue una situación singular, que no tuvo paralelo en ningún siglo posterior; sin embargo, las necesidades básicas de la iglesia siguen siendo muy semejantes. Debe luchar por su subsistencia en un mundo hostil. Necesita el ministerio pleno del Espíritu y sus dones para prepararse para esta guerra continua e intensa. Afortunadamente cuenta con una herencia: una línea de apóstoles que la administran con sabiduría; una profetisa que inspira, amonesta y guía; pastores y maestros que dan instrucción; algunos milagros que confirman su confianza en el poder sobrenatural; dones de sanidad para su ministerio de misericordia; ayudas y administración para el servicio cotidiano que presta al mundo; y diversos géneros de lenguas para proclamar el Evangelio a todo el mundo. Es notable que una iglesia que actúa con tanta cautela en lo que respecta a la sanidad carismática, sea capaz de hacer tanto en favor de la verdadera sanidad, a través de su ministerio médico; y que una iglesia tan cuidadosa en lo que concierne al don de lenguas, tenga tanto que decir en tantos idiomas, a toda nación, raza y pueblo. Para que esta actitud tradicional de servicio continúe y se desarrolle aún más, la iglesia remanente necesita todo el poder que el Espíritu Santo puede concederle; no sobre la mera base selectiva de aceptar un don y rechazar otros, sino procurando tenerlos todos, ya que los necesita a todos. Afortunadamente, “la promesa del Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni raza. Cristo declaró que la influencia divina de su Espíritu estaría con sus seguidores hasta el fin… El transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de despedida de Cristo de enviar el Espíritu Santo como su representante” (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 40, 41).
Anhelemos poseer los dones
Nosotros —los que constituimos la iglesia— podemos estudiar ad infinitum al Espíritu Santo y su dones; pero si no nos rendimos a él y nos tornamos receptivos a sus dones, nuestra religión se convierte en una mera formalidad y carece del ansiado poder. “Si la promesa no se cumple como debiera, es porque no se la aprecia debidamente” (Id., pág. 41; traducción revisada).
Más aún, queridos hermanos adventistas, debemos reconocer en nuestra vida la supremacía del amor sobre cualquier otro don. Aun cuando la misma iglesia posea todos los dones excepto uno, si no tiene amor, no es nada, de nada nos sirve. Los miembros que la formamos debemos revelar el carácter amoroso de nuestro Maestro ante un mundo que justificadamente espera tal revelación. Cuando alcancemos ese ideal no estaremos lejos del reino.
En esta sesión de la Asociación General, suplicamos a los administradores y obreros que abramos el corazón a los llamados del Espíritu, e instamos a los oficiales de nuestra iglesia, a nuestros miembros, a los amigos que nos visitan, a que invitemos a la Tercera Persona de la Divinidad a establecer su morada en nuestra vida. De esta manera podemos ser llenos del Espíritu. Y si eso sucede, seremos capaces de mover el mundo. “Por esta causa” doblamos nuestras “rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo… para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe. 3:14-17). ¡Sería realmente maravilloso permitir que esta oración se cumpla en nosotros aquí en Viena! ¡Hagámoslo posible AHORA, porque AHORA es el tiempo!
“Padre, oye nuestras súplicas ahora que tus hijos se acercan; abre las ventanas celestiales, derrama tu Espíritu desde lo alto.
“Límpianos de todos los pecados que nos estorban, derrumba los muros del orgullo; humíllanos, y luego con poder envía la marea vivificante de tu Espíritu”.
Sobre el autor: secretario asociado de la Asociación General