Un galardón especial les está reservado a todos los que murieron en la fe del mensaje del tercer ángel.
La segunda venida de Cristo es una de las promesas más preciosas e importantes de las Escrituras. Jesús dijo: “Voy pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2, 3). Éste es el punto culminante de la obra de la redención.
La noticia de que la segunda venida de Jesús está cerca ha sido una de las marcas señeras del cristianismo, y especialmente del adventismo, cuya historia registra un chasco relacionado con ese acontecimiento. El 22 de octubre de 1844 Jesús no regresó a la tierra, conforme lo esperaban los pioneros adventistas, pero sabemos que entonces comenzó su obra intercesora en el segundo compartimento del Santuario celestial. A eso llamamos
Juicio Investigador; un juicio que tiene lugar antes del advenimiento. Es el Gran Día de la Expiación, de la purificación del Santuario descrita en el Antiguo Testamento.
Si consideramos superficialmente el chasco de los pioneros, seguramente llegaremos a conclusiones apresuradas. Pero un análisis más atento, dentro de un marco bíblico y profético, nos permite comprender que ese chasco no fue un acontecimiento aislado y sin sentido. Hay evidencias bíblicas de que el chasco que experimentaron los discípulos con la muerte de Jesús tiene cierta semejanza con lo que les sucedió a los milleritas en 1844, y que aún se refleja en nuestros días.
Los discípulos y los pioneros
Habiendo esperado ansiosamente ver a Jesús ascender al trono de David y establecer su reino, los discípulos presenciaron cuando lo apresaron, lo azotaron, lo escarnecieron y lo condenaron a morir en una cruz como si fuera un malhechor. Frente a eso, la decepción fue muy profunda. “Pero nosotros esperábamos que él era el que iba a redimir a Israel”, fue el lamento de Cleofas (Luc. 24:21). Y Elena de White añade: “¡Qué desesperación y qué angustia no desgarraron los corazones de esos discípulos durante los días en que su Señor dormía en la tumba!”[1] Y, más aún. “Después de la muerte de Cristo […]. El sol de la esperanza de los discípulos se había puesto, y la noche había descendido sobre sus corazones. […] Aplastados por el desaliento, la pena y la desesperación, los discípulos se reunieron en el aposento alto, y cerraron y atrancaron las puertas”.[2]
Con la crucifixión y la muerte de Cristo, quedó sepultada la esperanza equivocada de un reino terreno. Fue una experiencia amarga, pero cargada de significado y lecciones. Era un tipo de lo que ocurriría en el fututo con los milleritas. “Lo que experimentaron los discípulos que predicaron ‘el evangelio del reino’ cuando vino Cristo por primera vez, tuvo su contraparte en lo que experimentaron los que proclamaron el mensaje de su segundo advenimiento. […] Como los discípulos se equivocaron en cuanto al reino que debía establecerse al fin de las setenta semanas, así también los adventistas se equivocaron en cuanto al acontecimiento que debía producirse al fin de los 2.300 días”.[3]
Tanto en el chasco sufrido por los discípulos como en el de los milleritas, “Dios cumplió su propósito misericordioso permitiendo que el juicio fuese proclamado precisamente como lo fue”.[4] Estaba en lo cierto Maxwell cuando dijo que Guillermo Miller no cometió un error mayor que el de los discípulos, cuando imaginaron que las profecías anunciaban la venida de Jesús como rey en el año 31 de la Era Cristiana”.[5]
En los días actuales
Más allá de los chascos que experimentaron los discípulos y los milleritas, podemos identificar otro, menor, que es el de los adventistas, nuestros antepasados recientes; los fieles que recibieron con gozo el mensaje del advenimiento, pero que fueron al descanso sin ver el regreso de Jesús. El Señor ha reservado una recompensa especial para éstos, sus hijos fieles. Y sabemos que él no falla. En su amor y sabiduría, Dios determinó que tanto los adventistas milleritas como los de ahora, que descansan en el sepulcro, tengan el privilegio de participar de una resurrección especial.
En la Palabra de Dios encontramos la promesa de la resurrección de los justos: una resurrección general (1 Tes. 4:17; 1 Cor. 15:51, 52). Según el profeta Daniel, “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetuas” (Dan. 12:2). Y Juan dice: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron” (Apoc. 1:7). Al describir la venida de Jesús, Elena de White escribió: “Los sepulcros se abren, y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua’ (Dan. 12:2). Todos los que murieron en la fe del mensaje del tercer ángel salen glorificados de la tumba, para oír el pacto de paz que Dios hace con los que guardaron su Ley”.[6]
Recompensa y castigo
¿Por qué tiene que haber una resurrección especial? En primer lugar, para que puedan ser recompensados los fieles hijos de Dios, guardadores de su Ley y del sábado, que tanto desearon la segunda venida de Cristo. Se dedicaron a la proclamación de la verdad, pero la mayor parte de ellos descansó sin ver la consumación de sus esperanzas. Pero, entonces, el Señor les permitirá satisfacer el deseo más íntimo de su corazón, a saber, ver venir al Salvador en las nubes de los cielos con toda su gloria y majestad, acompañado por los ángeles. Se trata de un acontecimiento especial para todos los que descansaron “en el mensaje del tercer ángel”.
Marvin Moore afirma que “habrá dos resurrecciones: una especial, para todos los murieron entre 1844 y la segunda venida de Cristo, y otra general, para todos los que descansaron a lo largo de los siglos anteriores a 1844”.[7] Según Wilson Endruweit, “la resurrección especial no es un invento adventista; está claramente revelada en la Palabra de Dios”.[8] En efecto, cuando Elena de White se refiere al asunto, cita Daniel 12:2. Y Raoul Dederen argumenta que “Daniel 12:2 tiene que ver con una resurrección especial”.[9]
También debe haber una resurrección especial para que los burladores y escarnecedores, los que traspasaron y humillaron a Cristo, reciban lo que merecen sus obras. “ ‘Los que le traspasaron’ (Apoc. 1:7), los que se mofaron y se rieron de la agonía de Cristo, enemigos más acérrimos de su verdad y de su pueblo, son resucitados para mirarlo en su gloria, para ver el honor con que serán recompensados los fíeles y obedientes”.[10]
Si hubo desilusión, también habrá compensaciones. La tristeza que se abatió sobre los discípulos el viernes de la crucifixión, se convirtió en alegría la mañana del domingo, cuando Cristo resucitó. El chasco del 22 de octubre de 1844 tendrá una compensación muy grande cuando Jesús regrese en gloria a la tierra. Como tan bien lo dijera Sakae Kubo: “La Cruz, la resurrección y la ascensión de Jesús aseguran sin duda alguna su venida”.[11]
Estamos viviendo en el fin del tiempo del fin. Se está proclamando el evangelio gloriosa y efectivamente. Las profecías cumplidas y la condición del mundo nos indican que nos encontramos en los límites del evento más fantástico jamás visto por ojos mortales. “Así se cumplirá la promesa de Cristo a sus discípulos: Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo’ (Juan 14:3). A aquéllos que lo hayan amado y esperado, los coronará de honra, gloria e inmortalidad”.[12]
Sobre el autor: Pastor en la Asociación Paulista del Sur.
Referencias
[1] Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 394.
[2] Los hechos de los apóstoles, pp. 21, 22.
[3] El conflicto de los siglos, pp. 399, 401.
[4] Ibíd., p. 401.
[5] Mervyn C. Maxwell, História do adventismo, p. 45.
[6] Elena G. de White, Eventos de los últimos días, p. 275.
[7] Marvin Moore, El desafío del tiempo final (Buenos Aires: ACES, 1993), p. 262.
[8] Wilson H. Endruweit, Anotares de Classe de Teología Sistemática II (São Paulo, SP, SALT, 1989).
[9] Raoul Dederen, S.D.A. Theology (Teología adventista), t. 12, citado por John C. Brunt, Resurrection and Glorification [Resurrección y glorificación], p. 360.
[10] Elena G. de White, Eventos de los últimos días, pp. 275, 276.
[11] Raoul Dederen, Ibíd., citado por Richard Lehmann, The Second Coming of Jesús segunda venida de Jesús], p, 919.
[12] Elena G de White, Los hechos de los apóstoles, p. 28.