Habíamos llegado a la última noche del campamento y los jóvenes se preparaban para el descanso. Era una noche tibia que invitaba a la meditación. Sentado junto a los restos de la fogata, pensaba en lo que habría de significar aquella semana en la vida de los acampantes, cuando de improviso me sorprendió la presencia de Pedro.
—Pastor —me dijo—, quiero hablar con usted.
Le pedí que tomara asiento en el viejo tronco rescatado del fuego y me dispuse a escucharlo.
—Pastor —repitió, pero esta vez se le quebró la voz, bajó la vista y comenzó a llorar.
Pedro tenía 17 años y muchas ansias de vivir. Había sido uno de los muchachos más inquietos del campamento, pero aun así no había podido esconder ese aire de tristeza, tal vez de fracaso, que reflejaban sus ojos.
Puse mi brazo sobre sus hombros para reconfortarlo y dejé que llorase.
—Pastor —dijo más calmado al poco rato—, he tratado de hablar con usted durante la semana y no he podido. Me faltó valor. Pero esta noche se acaba el campamento y creo que después será mucho más difícil.
La conversación que siguió luego fue una de las entrevistas pastorales más hermosas que recuerdo. Pedro había sido hasta ese entonces un muchacho que rehuía a cuanto pastor había pretendido acercársele. Hijo de padres adventistas, había crecido en la iglesia y era cristiano por costumbre, pero no había tenido nunca un encuentro personal con Jesús. A los doce años había adquirido el vicio secreto y habían pasado ya cinco años de miserable esclavitud. Sin duda Pedro necesitaba la ayuda de Dios, pero necesitaba también el apoyo de un consejero. Tenía miedo de sus padres, huía de los pastores, evitaba a los mayores. Es decir, trataba de que nadie lo descubriera.
Pero aquella semana de campamento rompió todo convencionalismo. Empezó a ver en el pastor no sólo al clérigo de movimientos solemnes, sino al amigo y consejero que se confundía con él en los juegos, en las caminatas, en las fogatas y en las otras actividades propias de un campamento. Ese fue el comienzo de una nueva experiencia para Pedro.
Han pasado ya varios años de todo aquello y siempre he pensado en cuánto puede ayudar un campamento al ministerio del pastor. A menudo se corre el riesgo de pensar que un campamento es una simple vacación o un pic-nic prolongado.
“Mis jóvenes necesitan recreación cristiana” pensamos. Y organizamos un campamento. Incluso es posible que haya quienes piensen que un campamento es una distracción del valioso tiempo que como pastores necesitamos para atender nuestro nutrido programa anual. Pero si bien es cierto que los campamentos proveen recreación fortalecedora y vigorizadora tanto para el cuerpo como para la mente, el propósito principal de ellos es enseñar a los jóvenes cómo relacionarse mejor con Dios.
Por otro lado, y eso es lo que pretendo recalcar en estas líneas, ¿qué oportunidad mejor que un campamento para que el pastor pueda conocer a sus jóvenes? Una semana de convivencia con ellos en el campo o en la playa es una ocasión sin igual para realizar la obra personal en forma más efectiva con cada muchacho. Esas horas de descanso después del almuerzo o antes de la cena, o mientras se corta la leña para la fogata de la noche, o durante los grupos de oración después del culto devocional de la mañana, o tal vez en la hora de manualidades, son porciones de tiempo que permiten ir conociendo definidamente el comportamiento de cada joven. Y en esos momentos de convivencia humana, sin corbata y sin camisa blanca, el corazón del muchacho está siempre listo a abrirse para el diálogo franco. No, una semana de campamento nunca será una semana perdida si el pastor sabe aprovechar cada minuto, cada ocasión, para el trabajo pastoral.
He aquí algunas sugerencias:
- Incluya en su programa anual un campamento. No espere que el director MV del campo local planifique un campamento para su iglesia o distrito. Incluya usted en su plan de trabajo un campamento. Si el director puede estar con usted, muy bien; si no, adelante. Pero no olvide que un campamento es parte de su labor pastoral y debería darle un lugar tan importante en su plan de trabajo como a la Recolección, la campaña de Semana Santa o de Mayordomía. ¿Tanto? Efectivamente, y veamos por qué.
- Aproveche cada oportunidad para el trabajo personal. Ahí está el secreto. Su campamento no sólo debe tener el propósito de proveer recreación sana para sus muchachos, sino que debe ser para usted una intensa semana de trabajo pastoral. Aproveche toda oportunidad para el diálogo. Tiene que estar a la expectativa, buscándola. Puede ser que, durante la hora libre, mientras todos están en grupos, Roberto esté solitario recostado en el césped; acérquese a él, así, con naturalidad, como si estuviera cansado y también quisiera descansar. Entable el diálogo como al descuido, evitando formalidades. O tal vez a la hora del trabajo usted nota que Juan está luchando por partir un tronco; ayúdele, y entre broma y hachazo vaya iniciando el diálogo. Es asombroso, pero quedará admirado al conocer nuevas facetas del carácter de Juan, que no las hubiera llegado a conocer de otra manera, y que en el futuro le ayudarán a comprenderlo. Generalmente así se llega al corazón de los jóvenes. Algunos de ellos son “jóvenes difíciles”, que siempre están causando problemas en la iglesia y que evitan cualquier diálogo con el pastor. Sin embargo, el campamento derriba la barrera, afloja las tensiones propias de la ciudad, y podemos acercarnos a ellos sin que se den cuenta, y más de uno abrirá el corazón sin reservas a su pastor.
Usted como pastor ha sido puesto en su iglesia para apacentar las almas. Gran parte de su tiempo lo emplea en visitas, y a veces nunca llega a relacionarse con cierta clase de jóvenes a quienes sí logra alcanzar en un campamento. Por eso, incluya en su plan de trabajo un campamento y haga de éste no sólo un motivo de recreación, sino un campamento pastoral.
- Organice bien su campamento. Ese es el secreto para que usted pueda realizar obra pastoral durante su transcurso. Forme comisiones, delegue responsabilidades, lleve con usted hermanos que tengan experiencia en el trato con la juventud, que sin duda aceptarán gustosos colaborar con su pastor. Quede libre el mayor tiempo posible y juegue, camine, coma, cante y ría con ellos alrededor de la fogata. Pero no podrá hacer nada de esto si tiene que andar corriendo por las compras, revisando las carpas y buscando leña al mismo tiempo. Por eso debe organizar bien su campamento. Preocúpese de que el programa sea variado y lleno de color y aventura, que sea un campamento memorable; pero nunca olvide, que tal vez por hacer demasiado trabajo pastoral, se puede debilitar el programa del campamento. Y si esto llega a suceder, no habremos hecho bien ninguna de las dos cosas.
Ahora bien, querido pastor: Lo desafío a que pruebe. Incluya en su próximo plan de trabajo un campamento MV si no lo ha estado haciendo, y lleve a la práctica algunas de las ideas mencionadas. Verá usted que resultará hermoso, y su ministerio se verá enriquecido por una agradable y positiva experiencia.
Sobre el autor: Es director MV de la Asociación Peruana Central.