El cantar himnos, como parte del culto, es un acto de adoración y, a la vez, se constituye en una forma de orar. Es uno de los medios más eficaces para impresionar el corazón con las verdades espirituales.

Entre los consejos de Elena de White registrados a lo largo de Atar los setenta años de su ministerio, se encuentran ciertos principios fundamentales que nos pueden orientar en cuanto al uso de la música en la iglesia. El propósito de este artículo es presentar algunos aspectos básicos del lugar que ocupa la música en el culto. Es un don de Dios otorgado con propósitos de adoración, edificación y evangelización. Es un regalo del Cielo, que los hombres deben apreciar y cultivar.

En el cielo, la morada de Dios, existe la música destinada a la alabanza. “La melodía de la alabanza es la atmósfera del cielo; y cuando el cielo se pone en contacto con la tierra, se oye música y alabanza, ‘alegría y gozo, alabanza y voces de canto’ (Isa. 51:3).

“Por encima de la tierra recién creada, hermosa e inmaculada, bajo la sonrisa de Dios, ‘alababan todas las estrellas del alba’, y se regocijaban lodos los hijos de Dios’ (Job 38:7). Los corazones humanos, al simpatizar con el cielo, han respondido a la bondad de Dios con no tas de alabanza. Muchos de los sucesos de la historia humana han estado ligados al canto”.[1]

Elena de White es consciente de que la música ha sido desvirtuada por el enemigo para servir a malos propósitos. Sin embargo, cree que sigue siendo un don que enriquece la vida de los hijos de Dios. “La historia de los cantos de la Biblia está llena de insinuaciones en cuanto a los usos y los beneficios de la música y el canto. A menudo se pervierte la música, haciéndola servir a malos propósitos y, de ese modo, llega a ser uno de los agentes más seductores de la tentación. Pero, debidamente empleada, es un precioso don de Dios, destinado a elevar los pensamientos a temas más nobles, e inspirar y elevar el alma (…].

“Nunca se debería perder de vista el valor del canto como medio educativo. Cántense en el hogar cantos dulces y puros, y habrá menos palabras de censura, y más de alegría, esperanza y gozo. Cántese en la escuela, y los alumnos serán atraídos más a Dios, a sus maestros, y los unos a los otros.

“Como parte del servicio religioso, el canto no es menos importante que la oración. En realidad, más de un canto es una oración. Si se enseña al niño a comprender esto, pensará más en el significado de las palabras que canta, y será más sensible a su poder”.[2]

Orientación necesaria

La orientación divina acerca de la música y el canto evitará los extremos de las emociones exacerbadas y el formalismo, del descuido y el profesionalismo. “El Señor me ha revelado que cuando el corazón está limpiado y santificado, y cuando los miembros de la iglesia participan de la naturaleza divina, saldrá poder de la iglesia que cree en la verdad, y hará entonar melodías a los corazones. Entonces, los hombres y las mujeres no dependerán de sus instrumentos musicales sino del poder y la gracia de Dios, que proporcionará plenitud de gozo. Hay que llevar a cabo la obra de suprimir los escombros que han sido introducidos en la iglesia”.[3]

En los escritos de Elena de White encontramos muchas advertencias acerca del peligro de emplear a gente no convertida o recurrir a métodos mundanos: “En sus esfuerzos por alcanzar a la gente, los mensajeros del Señor no deben seguir los caminos del mundo. No deben depender de cantores mundanos ni de recursos teatrales para despertar el interés. ¿Cómo se puede esperar que canten con el espíritu y el entendimiento los que no tienen interés en la Palabra de Dios, los que nunca la leen con el sincero deseo de entender sus verdades? ¿Cómo pueden estar sus corazones en armonía con las palabras del himno sagrado? ¿Cómo se puede unir el coro celestial a una música que sólo es una forma?”.[4]

“¿Cómo se puede glorificar a Dios cuando ustedes dependen para sus cantos de un coro mundano, que trabaja por dinero? Hermano mío, cuando usted vea estas cosas en su plena claridad, tendrá en sus reuniones únicamente cantos dulces y sencillos, y pedirá a toda la congregación que se una en el canto”.[5]

“No se debe descuidar el canto en las reuniones que se llevan a cabo. Se puede glorificar a Dios mediante esta parte del servicio. Y cuando los cantores ofrecen sus servicios, se los debe aceptar. Pero no se debe gastar dinero para contratar cantores. Muchas veces, los himnos sencillos, cantados por la congregación, poseen un encanto del que carece un coro, por más hábil que sea”.[6]

“La ostentación no es religión ni santificación. No hay nada más ofensivo a la vista de Dios que un despliegue de música instrumental, cuando los que toman parte en ella no son consagrados ni tienen en sus corazones melodías para el Señor. La ofrenda más dulce y aceptable a la vista de Dios es un corazón que se ha vuelto humilde por practicar la abnegación, por elevar la cruz y seguir a Jesús”.[7]

“A Dios lo glorifican los himnos de alabanza que provienen de un corazón lleno de amor y devoción por él”.[8]

“El atuendo suntuoso, los cantos complicados y la música instrumental en la iglesia no invitan a participar al coro angelical. Estas cosas, a la vista de Dios, son como las ramas de la higuera, que todo lo que tenían para ofrecer eran hojas. Cristo busca frutos, la manifestación de los principios de la bondad, la simpatía y el amor. Éstos son los principios del Cielo y, cuando se manifiestan en las vidas humanas, podemos saber que Cristo se ha formado dentro de nosotros como la esperanza de gloria. Una congregación puede ser la más pobre de la tierra, sin música ni ostentación, pero si posee estos principios, los miembros podrán cantar, porque el gozo de Cristo estará en sus almas, y podrán ofrecer ese canto como una suave ofrenda a Dios”.[9]

“El Señor me reveló que cuando el corazón esté limpio y santificado, y cuando los miembros de la iglesia participen de la naturaleza divina, se manifestará un poder en la iglesia que cree la verdad, que producirá melodías en el corazón. Entonces, los hombres y las mujeres no dependerán de sus instrumentos musicales sino del poder y la gracia de Dios, que proporciona plenitud de gozo. Hay que eliminar los escombros que se han introducido en la iglesia”.[10]

Experiencias y enseñanza

Es claro que el deseo del Señor es llevar al culto a una experiencia serena, libre de confusión y ruido. Son ilustrativos los comentarios de Elena de White acerca de la música en relación con el congreso de Indiana celebrado en 1900. “He recibido instrucciones concernientes a las últimas experiencias de los hermanos de Indiana y a las enseñanzas que han dado a las iglesias. El enemigo ha estado obrando a través de esas prácticas y enseñanzas para descarriar a las almas”.[11]

“La forma en que se han celebrado las reuniones en Indiana, con ruido y confusión, no se recomienda a las mentes concienzudas e inteligentes. Estas demostraciones no contienen nada capaz de convencer al mundo de que poseemos la verdad. El ruido y el alboroto, en sí mismos, no constituyen ninguna evidencia en favor de la santificación, o del descenso del Espíritu Santo. Vuestras demostraciones extravagantes crean únicamente disgusto en las mentes de los no creyentes. Cuanto menos haya de esta clase de demostraciones, tanto mejor será para los participantes y para el pueblo en general […].

“El Espíritu Santo nunca se manifiesta en esa forma, mediante ese ruido desconcertante. Esto constituye una invención de Satanás para ocultar sus ingeniosos métodos destinados a tornar ineficaz la pura, sincera, elevadora, ennoblecedora y santificadora verdad para este tiempo. Es mejor no mezclar nunca el culto de Dios con música que utilice instrumentos musicales para realizar la obra que en enero pasado se me mostró que tendría lugar en nuestras reuniones de reavivamiento. La verdad para este tiempo no necesita nada de eso para convertir a las almas. El ruido desconcertante aturde los sentidos, y desnaturaliza lo que, si se condujera en la forma debida, constituiría una bendición. El influjo de los instrumentos satánicos se une con el estrépito y el vocerío, con lo cual resulta un carnaval, y a esto se lo denomina la obra del Espíritu Santo […].

“Las cosas que han ocurrido en el pasado también acontecerán en el futuro. Satanás convertirá la música en una trampa, debido a la forma en que se la dirige. Dios exhorta a su pueblo, que tiene la luz ante sí en la Palabra y en los Testimonios, a que lea y considere, y luego obedezca”.[12]

Un medio de adoración

Para Elena de White, la música es un vehículo adecuado para la adoración y la alabanza. “La música forma parte del culto tributado a Dios en los atrios celestiales y, en nuestros cánticos de alabanza, deberíamos procurar aproximamos tanto como sea posible a la armonía de los coros celestiales. La educación apropiada de la voz es un rasgo importante en la preparación general, y no debe descuidarse. El canto, como parte del servicio religioso, es tanto un acto de culto como lo es la oración. El corazón debe sentir el espíritu del canto para darle la expresión correcta”.[13]

“Por lo tanto, mientras nos reunimos sábado tras sábado, cantemos alabanzas a aquél que nos llamó de las anieblas a su luz admirable […] Sea el amor de Cristo el tema principal de lo que dice el predicador. Sea lo que se exprese con sencillo lenguaje en todo himno de alabanza”.[14]

La música y el canto en las reuniones religiosas constituyen ofrendas de adoración, no actos de exaltación propia. Se degrada la música en la iglesia cuando se la presenta como un mero espectáculo musical. “Se me llevó a algunos de los ensayos del coro, y se me permitió leer los sentimientos cultivados por el grupo que usted dirige. Vi que había celos mezquinos, envidia, crítica y murmuración.

Dios requiere un servicio que se tribute de todo corazón; el formalismo y el servicio que se rinde sólo de labios son como metal que resuena o címbalo que retiñe. Su canto tiene como finalidad la ostentación y no la alabanza a Dios con el espíritu y el entendimiento. La condición del corazón revela la calidad de la religión del que profesa la piedad”.[15]

En una carta que escribió a un director de coro, la Hna. White presenta algunas advertencias relativas a ciertos aspectos relacionados con la música en la iglesia: “El Hno. S. -escribe ella- tiene un buen conocimiento de la música, pero su educación musical tiende más a satisfacer las necesidades de un espectáculo que las de un culto a Dios. El canto, en un servicio religioso, es parte de la adoración […] Poda cosa extraña y extravagante en el canto destruye la seriedad y la santidad del culto.

“Usted adopta actitudes inconvenientes y le da a su voz todo el volumen que puede. Ahoga los finos acordes y los sonidos de voces que son más musicales que la suya. Esos movimientos del cuerpo y esa voz sonora y fuerte no resultan melodiosos para los que escuchan en la tierra ni para los que lo hacen en el cielo. Ese tipo de canto es deficiente, y Dios no lo acepta como música perfecta, suave y de dulces acordes. Entre los ángeles no se manifiestan las exhibiciones que he visto en nuestras reuniones. Esas notas y esos gestos toscos no se ven en el coro angelical. El canto de los ángeles no es desagradable al oído […] No es forzado ni exagerado, ni requiere movimientos corporales.

“El Hno. S. se exhibe. Su canto carece de poder para subyugar corazones y tocar sentimientos […] Además, los movimientos y las contorsiones, y el carácter desagradable del esfuerzo exagerado están fuera de lugar en la casa de Dios. Y, por otro lado, son tan cómicos, que gracias a ellos desaparecen todas las impresiones serias que se podrían haber hecho en las mentes.

“El caso del Hno. S. es difícil de tratar. Es como un niño indisciplinado y maleducado. Cuando se lo reprende, en vez de recibir la reprensión como una bendición, se deja invadir por sus sentimientos y se desanima hasta el punto de no hacer nada. No se ha dedicado con sinceridad a la obra de cambiar sus manías, sino que se abandona a sus propios resentimientos, que lo separan de los ángeles celestes y que atraen a los ángeles malos a su alrededor.

“No basta comprender los fundamentos del canto, sino que con ese conocimiento debe haber una conexión con el Cielo de tal naturaleza, que los ángeles puedan cantar por medio de nosotros”.[16]

Un medio para la edificación

Entre los múltiples beneficios de la música cristiana se menciona su poder “para subyugar naturalezas rudas e incultas; para avivar el pensamiento y despertar simpatía; para promover la armonía de acción, y desvanecer la melancolía y los presentimientos, que destruyen el valor y debilitan el esfuerzo”.[17]

Se les enseñó con una finalidad el cántico de Moisés a los hijos de Israel: “Era importante que los niños aprendieran este canto, porque éste debía hablarles, amonestarlos, restringirlos, reprobarlos y animarlos. Era un sermón continuo”.[18]

Durante la peregrinación de Israel, el canto era un medio de grabar en la mente muchas lecciones preciosas. “Muchas veces, durante la jornada se repetía este cántico, animando a los corazones y encendiendo la fe en los viajeros y peregrinos […].

“De este modo, se apartaban sus pensamientos de las pruebas y las dificultades del camino, se calmaba el espíritu inquieto y turbulento, se inculcaban en la memoria los principios de la verdad, y la fe se fortalecía”.[19]

La alabanza y el canto también consolidan la victoria sobre el desánimo y la tentación. “Demos expresión a la alabanza y a la acción de gracias en nuestros cánticos. Cuando somos tentados, en vez de dar expresión a nuestros sentimientos, entonemos con fe un canto de acción de gracias a Dios”.[20]

“El canto es un arma que siempre podemos esgrimir contra el desaliento. Al abrir así nuestro corazón a los rayos de luz de la presencia del Salvador, encontraremos salud y recibiremos su bendición”.[21]

En las escuelas de los profetas, se enseñaba la música con “un propósito santo, para elevar los pensamientos hacia aquello que es puro, noble y enaltecedor, y para despertar en el alma la devoción y la gratitud hacia Dios”.[22]

Un instrumento de salvación

Mucha gente puede ser llevada a la salvación por el uso adecuado de la música. “La melodía del canto, exhalada de muchos corazones en forma clara y distinta, es uno de los instrumentos de Dios en la obra de salvar almas”.[23]

“El canto es uno de los medios más eficaces para impresionar el corazón con la verdad espiritual. A menudo, por las palabras del cántico sagrado fueron abiertas las fuentes del arrepentimiento y de la fe”.[24]

“Estudiantes, salid a los caminos y a los vallados. Esforzaos por alcanzar las clases altas tanto como las bajas. Entrad en los hogares de los ricos y los pobres y, cuando tengáis oportunidad, preguntad: ‘¿Os gustaría escucharnos cantar? Nos agradaría entonar algunos cantos sagrados para vosotros’. Luego, cuando los corazones se enternezcan, podéis tener la oportunidad de ofrecer algunas palabras de oración pidiendo la bendición de Dios. No hay muchos que rehusarían esto”.[25]

Un don que se puede cultivar

El canto y la música son dones del Creador, que se deben apreciar y cultivar para su honra. Se dice que los seres celestiales se unen a la alabanza de los hijos de Dios cuando ésta es genuina. “Cuando los seres humanos cantan con el espíritu y el entendimiento, los músicos celestiales toman la melodía y se unen al canto de acción de gracias. El que nos concedió todos los dones que nos capacitan para ser obreros juntamente con él, espera que sus siervos cultiven sus voces de manera que puedan hablar y cantar en tal forma que todos puedan entender. No es necesario cantar en voz alta, sino tener una entonación clara, una pronunciación correcta y emitir la voz en forma adecuada. Dediquen todos tiempo para cultivar la voz de manera que las alabanzas de Dios se canten en tonos claros y suaves, no en forma tosca ni con sonidos agudos que hieren el oído. La habilidad para cantar es un don de Dios; usémosla para su gloria”.[26]

“La música puede ser un gran poder para el bien; y, sin embargo, no sacamos el mayor provecho de este ramo del culto. Se canta, generalmente, por impulso o para hacer frente a casos especiales. En otras ocasiones, a los que cantan se les deja cometer errores y equivocaciones, y la música pierde el efecto que debe tener sobre la mente de los presentes. La música debe tener belleza, majestad y poder. Elévense las voces en cantos de alabanza y devoción. Si es posible, recurramos a la música instrumental, y ascienda a Dios la gloriosa armonía como ofrenda aceptable.

Pero, es a veces más difícil disciplinar a los cantores y mantenerlos en orden, que mejorar las costumbres de la gente en cuanto a orar y exhortar. Muchos quieren hacer las cosas según su propio estilo; se oponen a las consultas y se impacientan bajo la dirección. En el servicio de Dios, se necesitan planes bien madurados. El sentido común es algo excelente en el culto del Señor”.[27]

Se aconseja el nombramiento de directores de música para que seleccionen los himnos, y organicen y dirijan los cantos que entonará la congregación. “El pastor no debe elegir himnos para el canto a menos que se haya asegurado de antemano que los conocen los que van a cantar. Se debe nombrar a una persona capaz para que se haga cargo de esta parte del culto, y su obligación será tratar de que se seleccionen himnos que se puedan cantar con el espíritu y con el entendimiento”.[28]

“Los que hacen del canto una parte del culto divino, deben elegir himnos con música apropiada para la ocasión, no con notas fúnebres sino alegres y, sin embargo, solemnes. La voz puede y debe ser modulada, enternecida y subyugada”.[29]

“El canto se puede mejorar muchísimo. Algunos piensan que cuanto más alto cantan mejor lo hacen, pero el mido no es música. El buen canto es como la música de las aves, que es suave y melodiosa.

“He escuchado en nuestras iglesias algunos solos que eran totalmente inadecuados para el culto de la casa de Dios. Las notas prolongadas y los sonidos peculiares, tan comunes en los cantos de las óperas, no agradan a los ángeles. Éstos se complacen en escuchar los sencillos cantos de alabanza entonados de manera natural. Se unen a nosotros cuando cantamos de tal forma que cada palabra se pronuncia claramente, con tono musical. Participan cuando las melodías se cantan con el corazón, el espíritu y el entendimiento”.[30]

“Se glorifica a Dios cuando los cantos de alabanza surgen de un corazón puro, lleno de amor y devoción a él”.[31]

Todos debemos participar

Según Elena de White, la música y el canto no se deben cultivar solamente en el círculo íntimo de los profesionales, sino que deben ser la expresión de una adoración comunitaria. Se debe nombrar a los dirigentes, es cierto, pero éstos deben tratar de que todos participen.

“Hay quienes tienen el don especial del canto, y hay veces en las que un solista o un conjunto pueden dar un mensaje especial. Pero en contadas ocasiones el canto debe estar a cargo de unos pocos. La habilidad para cantar es un talento que ejerce influencia, y Dios desea que todos lo cultiven y lo usen para gloria de su nombre”.[32]

“En las reuniones que se lleven a cabo, elíjase a algunos para que participen en el servicio de canto. Y que el canto se complemente con instrumentos musicales tocados con habilidad. No nos debemos oponer al uso de instrumentos musicales en nuestra obra. Esta parte del servicio debe ser cuidadosamente dirigida, porque es alabanza a Dios por medio de la música.

“No siempre deben cantar sólo unos pocos. Tan a menudo como sea posible, que toda la congregación participe”.[33]

El uso de instrumentos

En cuanto a la liturgia, Elena de White también da mucha importancia al cultivo de la música instrumental. “Introduzcan en la obra el talento del canto. El uso de instrumentos musicales no es de ninguna manera objetable. Se los usaba en los servicios religiosos de la antigüedad. Los adoradores alababan a Dios por medio del arpa y el címbalo, y la música debería tener un lugar en nuestros cultos: eso despertaría más el interés”.[34]

En una ocasión, la falta de un órgano se reemplazó adecuadamente por medio de una guitarra: “Un plan muy común en Suecia, aunque nuevo para nosotros, se adoptó para suplir la falta de un órgano. Una señora que ocupaba una habitación contigua a la sala de nuestras reuniones, que tocaba la guitarra con habilidad, y que tenía una voz dulce y musical, acostumbraba a suplir en el culto la falta del coro o de un instrumento. A pedido de nosotros, tocaba y cantaba al comienzo de nuestras reuniones”.[35]

Es evidente el interés de Elena de White en el empleo sabio de la música y el canto en el culto de la congregación. Su idea es que la música es un precioso don del Creador, que él desea bendecir para el cumplimiento de sus propósitos. De esta manera, a medida que la música cristiana se dirige a Dios en adoración, se orienta a los creyentes para su edificación y se evangeliza a los no creyentes.

Tal como sucede con los demás aspectos de la vida, el creyente cultivará con esmero y equilibrio el don de la música y del canto, para gloria del Señor.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Director del Centro White de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata, Libertador San Martín, Entre Ríos, Rep. Argentina.


Referencias:

[1] La educación, pp. 60, 61.

[2] Ibíd, pp. 167, 168.

[3] El evangelismo, p. 373.

[4] Testimonies, t. 9, p. 143.

[5] Carta 190, 1902.

[6] Carta 51, 1902.

[7] Review and Herald, 14 de noviembre de 1899.

[8] Testimonies, t. 1, p. 509.

[9] Manuscrito 123, 1899.

[10] Manuscrito 157, 1899.

[11] Mensajes selectos, t. 2, pp. 35, 36.

[12] Ibíd., pp. 39-43.

[13] Patriarcas y profetas, p. 645.

[14] Joyas de los testimonios, t. 3, p. 32.

[15] Carta 1a, 1890.

[16] Manuscrito 5, 1874.

[17] La educación, p. 168.

[18] El evangelismo, p. 362.

[19] La educación, pp. 39.

[20] El evangelismo, p 364.

[21] El ministerio de curación, p. 196.

[22] Patriarcas y profetas, p. 644.

[23] El evangelismo, p. 362.

[24] Ibíd., p. 365.

[25] Ibíd, p. 366.

[26] Testimonies, t. 9, pp. 143, 144.

[27] Joyas de los testimonios, t. 1, pp. 458, 459.

[28] Review and Herald, 24 de julio de 1833.

[29] Signs of the Times, 22 de junio de 1882.

[30] Manuscrito 91, 1903.

[31] Testimonies, t. 1, p. 509.

[32] Ibíd., t. 7, pp. 115, 116.

[33] Ibíd., t. 9, p. 144.

[34] Carta 132, 1898.

[35] El ministerio pastoral, p. 206. (Edición en portugués).