En tres sesiones consecutivas de la Asociación General -Nueva Orleans en 1985, Indianápolis en 1990, y ahora Utrecht, ayer – la iglesia ha debatido el rol de las mujeres en el ministerio. ¿Cuán lejos hemos llegado en la solución de este asunto?
Primero, nada ha cambiado significativamente en aspectos importantes. Los mismos argumentos en pro y en contra que circularon en 1985 surgieron de nuevo a la superficie ayer. No escuché ningún punto de vista nuevo que tuviera verdadera substancia y que fuera más allá del debate de Nueva Orleans.
La sesión de ayer despertó mucho interés. Los principales oradores -el pastor McClure, el Dr. Dederen y el Dr. Damsteegt presentaron sus casos poderosamente. Escuchamos discursos efectivos de los delegados que corrieron a los micrófonos cuando se abrió el debate, aun cuando estaban limitados a sólo dos minutos cada uno. Pero yo tengo la clara impresión de que pocas personas cambiaron sus puntos de vista durante la tarde: la mayoría de los delegados ya había decidido como votaría.
Y, por supuesto, los resultados fueron idénticos a 1990 – derrota. El apoyo a la ordenación de las mujeres quizá se incrementó de un 25 en Indianápolis a un 31 por ciento en Utrecht. Sin embargo, no debiéramos concederles demasiada importancia a estos números pues las recomendaciones puestas delante de los delegados no fueron las mismas.
Utrecht fue diferente en otras formas. El formato fue mucho mejor que en las sesiones anteriores: se tuvieron dos grandes presentaciones que dieron a los delegados la sensación de que sus argumentos habían sido enunciados aun cuando no habían tenido la oportunidad de hablar. Y el presidente de la sesión, Dr. Rock, condujo la sesión con un tacto lleno de sensibilidad, equidad y gracia.
Los discursos de los delegados en general fueron más bondadosos y gentiles. Hubo menos aristas agudas, menos de lo que podría interpretarse como intento de humillar a la División Norteamericana y a las mujeres. Al final hubo menos sentido de “victoria” o de “derrota”. Las heridas que produjo la sesión, aunque dolorosas, pueden sanar más pronto que las de Indianápolis.
Ahora emerge el enigma en agudos relieves. Analice los argumentos de ambos lados y verá en qué consiste el debate en realidad, por qué hemos tenido tanta dificultad para alcanzar el consenso.
La Biblia no habla directamente del tema. Si lo hiciera, habríamos resuelto el problema de la ordenación de las mujeres hace mucho tiempo, porque ambos lados quieren someterse a la autoridad de la Palabra de Dios.
Pero a partir de ese silencio un lado dice – “Avancemos bajo la dirección del Espíritu”. El otro lado dice — “¡No nos atrevemos sin un consejo directo de parte de Dios!”
Y todavía hay más. Ayer vimos a dos respetados eruditos adventistas aproximarse a las Escrituras en dos formas diferentes. Uno basó su caso en versículos específicos y declaraciones de Elena G. de White, arguyendo desde bases literalísticas. El otro también apeló a la Escritura y a Elena G. de White, pero en términos de los principios que están detrás de las declaraciones.
Las diferencias son sorprendentes e importantes. Impactaron, no sólo el asunto de la ordenación de las mujeres, sino a muchos otros. No hemos oído todavía la última palabra en este asunto. Los adventistas tendrán qué luchar con esta preocupación básica: ¿Cómo interpretaremos la Escritura?