¿Qué tenía que decir Jesús con respecto de la santificación? Si investigamos acerca del uso específico del término, la única referencia existente se encuentra en Juan 17:19, donde dice que quiere que sus seguidores sean santificados como Él fue santificado.
Pero cuando se trata el tema de la santificación, en el sentido moderno del término, refiriéndose al crecimiento cristiano, a la obediencia, a la victoria y al poder -en síntesis a la obra que el Espíritu Santo realiza en nosotros al vivir la vida cristiana-, descubrimos que Jesús tuvo mucho más que decir al respecto de la obra que Dios ha realizado por nosotros. Hay quienes dicen que el equilibrio en el énfasis entre justificación y santificación se manifestaría invirtiendo el noventa por ciento de nuestro tiempo para hablar de la obra de Cristo por nosotros en la cruz, y un diez por ciento de la obra que está haciendo en nuestra vida. Pero Jesús habló, al menos un par de veces, tanto de la obra de Dios en nosotros, como de la obra de Dios por nosotros.
En la santificación, esté concluida o en proceso, el método es siempre sólo por fe. así como lo es en la justificación. Aunque podamos pensar en la justificación y la santificación separadas, en relación con la aceptación y la seguridad debemos pensar en ellas unidas, teniendo en cuenta el método de realización en nuestra experiencia. Cuando utilizamos la expresión santificación solamente por fe, no pretendemos negar que tanto la fe como las obras existan en la santificación. Estamos haciendo uso del significado del término “por” en nuestro lenguaje. Se refiere al método (“por” entre otras cosas indica: “el medio o modo de ejecutar una cosa”. Ejemplo: “Lograr hacerme entender por señas”). El método de la santificación es solamente por fe.
Jesús lo dijo en Juan 15: 5: “Separados de mí nada podéis hacer”. Se refiere a la producción de frutos de obediencia, los frutos del Espíritu en la vida cristiana. Es claro que si no podemos hacer nada sin Él, entonces todo lo que hagamos ha de ser hecho por fe en El. En Lucas 16: 13 Jesús dijo que no podemos aceptar un don y también ganarlo. He aquí uno de los asuntos vitales que confrontamos hoy: ¿Es que podemos hacer algo por ganar la gracia de Dios, ya sea para expiar pecados pasados, o para recibir poder para vencer los que tenemos hoy? La respuesta es no. La santificación es un don de Dios como lo es la justificación.
Entonces, ¿cómo podemos recibir este don? Los judíos vinieron a Jesús un día y le hicieron una pregunta semejante. “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?” Jesús respondió: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6: 28, 29). La única obra involucrada en creer o confiar es la que también está involucrada en comunicar; porque sólo se puede confiar en alguien a quien conocemos. Como Jesús dijo en la parábola del redil: “Y cuando ha sacado fuera todas las [ovejas] propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños… Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:4, 5, 14).
¿Cuáles son los métodos de comunicación que enseñó Jesús? “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mar. 14:38). “El que me come, él también vivirá por mí… Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:57, 63). “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Somos transformados mediante la contemplación. Es una ley de la vida, aun en el mundo secular, que lo que atrapa nuestra atención también nos atrapa. Hay una doble aplicación en este texto. Al contemplar al Cordero de Dios se nos asegura que se ha de encargar de nuestros pecados pasados, como también que tiene poder para vencer nuestra pecaminosidad actual. Jesús dijo: “Pero sólo una cosa es necesaria” (Luc. 10:42). Y esa única cosa es dedicar tiempo a estar a los pies de Jesús en comunicación y compañerismo con El. Por lo tanto, la metodología que Jesús enseñó respecto de la santificación fue estudiar su Palabra, y estar en comunión con El.
Sin embargo, cuando hablamos de establecer una relación personal con Jesús, por medio del tiempo que pasamos estudiando su Palabra, nos estamos refiriendo a algo más que a un simple asentimiento intelectual a la verdad. Jesús dijo: “Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque son las Escrituras las que hablan de mí, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida” (Juan 5:39, 40, Dios habla hoy). El propósito de estudiar la palabra de Dios no es simplemente obtener información, es lograr una comunicación, una comunión, y una relación con Jesús
La obediencia y la victoria genuinas, en la vida cristiana, son algo natural y espontáneo; la obediencia es el fruto de la fe. Una persona no trabaja para hacer frutos -los frutos son el resultado. Jesús comparó la obediencia con el fruto en distintas ocasiones. “Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:4). “Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” (Mat. 7:17, 18). Llevar buen fruto es natural y espontáneo de un buen árbol (véase Isa. 61:3).
Jesús dijo: “Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio” (Mat. 23:26). ¿Cuántos de nosotros hemos gastado nuestro tiempo y energía intentando limpiar la parte exterior del vaso, en vez de atender la verdadera causa del problema, el corazón? Si ponemos nuestra atención en la causa, y limpiamos el interior, lo exterior será limpio. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15, la cursiva es nuestra). Estas evidencias que brotan de Jesús nos dicen que la genuina obediencia es natural y espontánea en la vida cristiana. Si es que estamos teniendo problemas con la obediencia, debemos concentrar nuestros esfuerzos en aprender a amar más a Jesús, y la obediencia será el resultado natural. Cooperaremos con El al ponernos en relación con El, de tal forma que el amor y la confianza broten espontáneamente. Y cuando así suceda, la obediencia será el resultado inevitable.
La esencia de la enseñanza de Jesús fue la entrega del yo. Sólo cuando nos rendimos, y venimos a Él, es que podemos comenzar la vida de fe. Jesús dijo: “Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará” (Mat. 21:44). Y en Mateo 13:45, 46 nos advierte que debemos vender todas las cosas con el propósito de obtener la perla de gran precio. La perla incluye la salvación en todos sus aspectos. Jesús dijo: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:33).
En los evangelios Jesús se refiere a la cruz como “nuestra cruz”. Él está hablando de nuestra muerte así como la Suya. Nosotros que debemos morir, debemos rendirnos, antes de que podamos comenzar la genuina experiencia de la santificación. Sin embargo, por nosotros mismos no podemos producir esta rendición: es sólo Dios quien puede conducirnos hasta este punto, pues nadie puede crucificarse a sí mismo. Se necesita a otro para crucificarnos. A medida que lo buscamos, lo contemplamos, nos sentamos a sus pies en relación y en comunión, hará lo que falta hacer por nosotros tan rápidamente como pueda sin destruir nuestra capacidad de elección.
El objeto de la vida cristiana es más que simplemente asegurarnos en forma personal que tenemos la salvación. Hemos de reproducir el carácter de Jesús en nosotros de tal forma que el honor y la gloria sean tributados a Dios. Jesús lo dijo en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Lo dijo en Juan 15:8: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Y lo dijo en Juan 17:10: “He sido glorificado en ellos”. Nuestras obras, nuestra obediencia, nuestras victorias, no tienen el propósito de salvarnos, sino de dar gloria a Dios. Si estamos interesados solamente en llegar al cielo, y no tanto en dar gloria a Dios, entonces debemos preguntarnos seriamente si podemos esperar la salvación en el cielo. Hay un asunto de mayor trascendencia que la certeza de nuestra propia salvación, y ese asunto es tributar gloria y honor a Dios delante del universo.
La santificación es asunto de ponerse bajo el control de Dios. A menudo Jesús se refirió a nuestra relación con Dios en términos de una relación “señor-siervo”. Dijo: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mat. 6:24). El siervo está bajo el control de su señor. Sin embargo, Jesús nos recordó que al ponernos bajo su control obtendremos libertad. “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Cuando somos controlados por Dios, obra en nosotros tanto el querer como el hacer por su divina voluntad. (Véase Fil. 2:13.)
Y cuando llegamos al punto de la entrega, de la crucifixión del yo, de nuestra rendición, y nos ponemos bajo el control de Dios, podemos conocer el poder de Dios para vencer. No hemos de esperar hasta el fin de nuestras vidas con la esperanza de conseguir un buen día la victoria. En la medida en que nos rindamos a Cristo obtendremos victoria y obediencia espontáneas. Las palabras claves son en la medida. Los mismos discípulos lo ¡lustran. Un día ellos echaron fuera demonios. Otro día vinieron a Jesús, fracasados, preguntando: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlos fuera?” Una vez sí, otra vez no. ¿Significa esto que estaban perdidos? ¿Significa esto que ya no eran más discípulos? ¡No! Jesús los amó y los mantuvo caminando a su lado.
Vemos esta misma idea en Mateo 16. Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Jesús le respondió que el Padre mismo le había revelado todo a Pedro. Sin embargo, durante la misma conversación, Jesús le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” (Mat. 16:16, 23). Pedro recibe la felicitación de Jesús en un momento y poco después recibe una reprensión. Es que en un momento Pedro estaba entregado y confiado en el poder de Dios, pero un momento después se volvió atrás e intentó manejar las cosas por sí mismo.
En Juan 11 se encuentra la historia de Marta. Por un momento ella manifiesta una hermosa confianza en Jesús, cree que lo puede hacer todo, aun resucitar los muertos, claro, si es que es su voluntad. Pero momentos después encontramos que se resiste a obedecer la orden de quitar la piedra, y es así que su fe flaquea y ella se muestra dependiente de su propio juicio. En una vida cristiana en crecimiento, hay momentos en los que miramos a Jesús y podemos experimentar victoria y poder. Hay otros momentos en los cuales dependemos de nosotros mismos y de nuestro propio poder, y fracasamos. El crecimiento en la vida cristiana consiste en depender del poder de Jesús en cada instante de nuestra vida.
Al igual que un niño que está creciendo, el cristiano inmaduro no vive en una constante dependencia del poder de Jesús por lo que a menudo caemos y fracasamos. Pero Dios ha hecho provisión para esto (véase 1 Juan 2:1, 2). Sin embargo como cristianos genuinos, debemos recordar que aunque Dios ha hecho provisión para el pecado, jamás debemos hacer tal provisión. Aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho, y aquel que ama mucho, obedece mucho. (Véase Luc. 7:41-43; Juan 14:15.)
Quienes creen en la santificación por la fe más las obras sólo pueden creer en una obediencia imperfecta hasta que Jesús venga. Pero aquellos que creen en la santificación por la fe sola, pueden creer que la perfecta obediencia es posible en cualquier momento por depender solamente de Jesús y no de nuestro propio poder.
La santificación se produce por la justificación. Jesús enseñó que aquel a quien más se le perdona es el que más ama (véase Luc. 7:41- 43). ¿Qué significa esto? ¿Cuál es el propósito de estudiar la Biblia, de orar, y de mantener una relación diaria con Jesús? Comprender el gran amor de Dios, su gracia, su perdón, y su muerte en la cruz. El tiempo que pasamos en la contemplación de la vida y muerte de Jesús y la meditación en ella nos conduce a conocerle y amarle más. Y cuando comprendemos cómo nos acepta, cómo nos perdona, y cuán grande es su amor, llegamos a confiar más en El, a amarlo más, y a obedecerle más. Y a medida que le amamos más, más le obedecemos. Jesús enseñó esto cuando le trajeron la mujer adúltera y la depositaron a sus pies. Jesús le dijo: “Ni yo te condeno” (véase Juan 8:11). Allí está la cruz, eso es justificación. Nadie necesita sentirse condenado hoy. Jesús no condena; justifica y perdona a todo el que viene a Él. Jesús no ha venido para condenar al mundo, sino para que el mundo pueda ser salvo por su medio. Solamente cuando podemos comprender esta gran verdad somos capacitados para ir y no pecar más.
La única forma en la que podemos esperar andar sin pecar más es descubrir, y también recordarlo día a día, que Dios no nos condena La buena nueva del Evangelio es que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús. La buena nueva es también que Cristo ha hecho provisión para mantenernos sin pecar, para que así pueda ser glorificado en nosotros.