Eventos tremendos comprometen en estos tiempos a nuestra generación. Realmente creemos que es necesario repetir la conocida expresión: “Es más tarde de lo que pensamos.” Grandes acontecimientos de resultados eternos se ciernen sobre nosotros. Y todos los eventos que se están sucediendo rápidamente en nuestros días están siguiendo el camino ya previsto por Dios hace centurias.

“Entonces Jesús le dice: Lo que haces, hazlo presto… Como él pues hubo tomado el bocado, luego salió: y era ya noche.” (Juan 13:27, 30.) Este texto registra una de las más amargas desilusiones. Está escrito en uno de los momentos más trágicos que ha atravesado la tierra. Un pasaje de amarga derrota, escrito con lágrimas, un texto de tragedia mortal. Es la última anotación de la vida de un hombre que se perdió en el laberinto de las perplejidades sociales y económicas. Es el fin trágico de una vida que se oscureció por causa de sus razonamientos impropios y sus conclusiones falaces. Es uno de los registros que se guardan de la vida de un hombre que estuvo muy cerca de Jesús, y por eso su desenlace es aún más trágico. Es uno de los últimos informes de la vida de Judas.

Este registro de la culminación de la vida de Judas es la descripción del triste cuadro de alguien que una vez estuvo muy junto a Cristo y que después se alejó tanto de él. La razón obvia de la distancia que lo separa de Cristo son sus diferentes puntos de mira. El miraba tan sólo a la situación y a las condiciones que lo rodeaban. La economía de sus días, los asuntos financieros y las preocupaciones pecuniarias, lo ocuparon de tal suerte, que le quitaron la oportunidad de considerar cualquier otra cosa. Los cuidados materiales de la vida habían llegado a ocupar un lugar preponderante y anormal en su pensamiento. El verdadero concepto del reino de Dios y de la obra que Cristo tenía para él estaban muy lejos de su mente. La esencia y el profundo significado de la misión de Cristo nunca habían encendido realmente su corazón.

En este tiempo y en nuestra generación hay multitudes incontables que están siguiendo ese traicionero camino. Algunos aun profesan estar cerca del Salvador pero no cumplen con los principios básicos que debe acatar todo aquel que está verdaderamente unido a él.

“¡Cuán pocos de entre nosotros están cordialmente de parte del Redentor en esta obra solemne y final! Existe escasamente una décima parte de la compasión que debiera haber por las almas que no están salvadas. Quedan muchos por amonestar, y sin embargo, ¡cuán pocos son los que simpatizan lo suficiente con Dios para conformarse con ser cualquier cosa o nada con tal de ver almas ganadas para Cristo!”—“Obreros Evangélicos” pág. 121.

Aquí radica el más importante desafío para la iglesia. “¡Cuán pocos son los que simpatizan lo suficiente con Dios!” Es el Señor herido por nosotros. Es Aquel que dió a su Hijo unigénito para que toda la humanidad pudiera vivir. Sin embargo, ¡cuán pocos son los que simpatizan lo suficiente con Dios para conformarse con ser cualquier cosa o nada con tal de ver almas ganadas para Cristo!

Alrededor de nosotros tenemos hoy trágicos ejemplos de millones que están sufriendo los crueles golpes de la desilusión. Estamos fácilmente dispuestos a condenar a Judas por haber vendido a Jesús por treinta piezas de plata. Nos puede parecer ínfimo el precio que se pagó por él, y terrible la traición, pero, ¡cuántos son los que traicionan y venden a Cristo por mucho menos! Un extraño fatalismo parece abundar en todas partes; y en muchos países del mundo millones de hombres aguardan con estoico silencio mientras mantienen la vista fija en un futuro que no les reserva nada más que tristeza, tragedia y amargura.

“Nuestra última oportunidad”

Todos recordamos cómo el General en Jefe del Ejército, Douglas MacArthur, en un momento dramático de la historia, estando frente al Congreso de los Estados Unidos, reiteró su convicción de que “estamos frente a nuestra última oportunidad.” Toda su declaración está llena de llamados urgentes:

“Desde el comienzo del tiempo el hombre buscó la paz. A través de las edades se proyectaron y probaron diversos métodos internacionales para prevenir y calmar las disputas entre las naciones. Desde el mismo comienzo se descubrieron métodos viables en lo que respecta a los ciudadanos considerados individualmente, pero un instrumento de amplio alcance internacional nunca ha tenido éxito. Alianzas militares, equilibrios de fuerzas, ligas de naciones, todos han fallado llevándose consigo el único sendero para evitar la guerra.

“La total destructividad de la guerra bloquea ahora esa alternativa. Nos hemos jugado nuestra última oportunidad. Si no hallamos algún método mejor y más equitativo, el Armagedón estará a las puertas; el problema es fundamentalmente teológico y exige un renacimiento de lo espiritual y un mejoramiento del carácter humano que armonice con los casi incomparables adelantos en la ciencia, el arte, la literatura y el desarrollo material y cultural de los dos mil años pasados. Es por medio del espíritu como salvaremos la carne.”

Arengando a los estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el primer ministro Sir Winston Churchill hizo la significativa pregunta: “¿Está el tiempo en nuestro favor?” Con mucha frecuencia vemos por todos lados los comentarios de periodistas, dirigentes, estadistas, diplomáticos, escritores, en los que se hacen la pregunta: “¿Ganaremos esta carrera con el tiempo?”

El tiempo siempre ha desempeñado un papel importante en los designios de Dios. “Mas venido el cumplimiento del tiempo. Dios envió a su Hijo hecho de mujer, hecho súbdito a la ley.” (Gál. 4:4.) Cuando Cristo comenzó su ministerio en la tierra declaró que “el tiempo es cumplido, y el reino de los cielos está cerca.” (Mar. 1:15.) Pablo, dirigiéndose a los romanos les dice: “Y esto, conociendo el tiempo, que es hora ya de levantarnos del sueño.” (Rom. 13:11.) Y un mensajero del Apocalipsis declara que “el tiempo no será más.” (Apoc. 10:6.) Todas estas declaraciones tienen una relación significativa con la tarea que tenemos frente a nosotros, y que llega a ser un gran privilegio cuando aceptamos el urgente llamado de Dios.

Una urgente necesidad

En el texto que estamos comentando hay algo muy significativo. “Lo que haces, hazlo presto.” Uno no puede leer ese párrafo sin sentir la profunda convicción que reveló Cristo al urgir a Judas para que siguiera adelante y cumpliera con su parte en el gran drama de la salvación. Cristo no estaba apremiando a Judas a que hiciera lo malo, sino a que hiciera prestamente aquello que ya había decidido en su corazón. Ciertamente aquí podemos trazar un paralelo, pues nos hemos decidido a ir adelante para cumplir prestamente con la tarea que Dios nos ha asignado, servir a la humanidad, o a cometer la locura de traicionarlo.

La premura de la hora en que vivimos está encerrada en el sentido de este texto. No podemos posponer el momento de la resolución de este problema hasta un tiempo distante y lejano. No se nos permite que condicionemos nuestra actividad de hoy al futuro nebuloso y vago. No se nos ha encargado que pongamos en las inciertas aguas de un océano futuro nuestra participación en los últimos y rápidos movimientos triunfales de la iglesia. Los hombres de voluntad débil no se darán por enterados. Aquellos que no se mueven por ninguna cosa tampoco harán nada.

Cristo siempre fué consciente de la urgencia del tiempo. “Lo que haces, hazlo presto.” Mucho sintió el Salvador el peso de los pecados del mundo. Había llegado el momento; el tiempo estaba al alcance de la mano, ese tiempo que había sido designado miles de años antes en los concilios celestiales como el momento de su sacrificio, había llegado. Todo el cielo observaba el drama que se estaba desarrollando en ese pequeño aposento donde doce hombres rodeaban al Salvador del mundo. Todas las huestes celestiales estaban observando atentamente el drama de siglos y milenios que se estaba desarrollando en ese aposento de la pequeña villa. En ese momento dramático, Jesús, sabiendo que la hora había llegado, se volvió hacia aquel que ya lo había traicionado en su corazón, y reconociendo que estaba frente al momento del sacrificio que lograría la salvación del mundo, dijo: “Lo que haces, hazlo presto.” La intensidad, la urgencia y la seriedad de esa simple expresión aún hoy conmueve nuestros corazones.

El mismo sentido de urgencia existió en los siglos subsiguientes, hasta nuestros días. Esas palabras de la Sagrada Escritura están frente a nosotros:

“Porque palabra consumadora y abreviadora. en justicia, porque palabra abreviada, hará el Señor sobre la tierra. (Rom. 9:28.)

“La noche viene, cuando nadie puede obrar.” (Juan 9:4.)

“Porque los campos ya están blancos para la siega.” (Juan 4:35.)

“Y he aquí, vengo presto.” (Apoc. 22:7.) “Sea así. Ven, Señor Jesús.” (Apoc. 22:20.) “Redimiendo el tiempo.” (Efe. 5:16.)

“Ha de venir a la hora que no pensáis” (Mat. 24:44.)

Todos estos pasajes y otros más, nos hablan de la urgencia de los tiempos en que vivimos. El mundo necesita no mejor legislación, sino mejores legisladores; no mejores trabajos, sino mejores obreros; no mejores bancos, sino mejores banqueros; no mejores medicinas, sino mejores médicos; no mejores campos, sino mejores agricultores; no mejores métodos de enseñanza, sino mejores maestros; no mejores leyes, sino mejores intérpretes de ellas; no mejores sermones, sino predicadores más consagrados. He aquí, entonces, el desafío de nuestro tiempo.

Por lo tanto, Dios hace un apremiante llamado a la iglesia para que avance en una gran campaña y cruzada en favor de Cristo; no una campaña común, porque los tiempos son extraordinarios; no una consagración ordinaria, sino excepcional. El mundo está esperando que alguien se levante llevando la luz de la verdad y hable con una voz clara en esta hora incierta. Permitidme citar el artículo editorial del Washington Times Herald del 28 de julio de 1951:

“Últimamente el Congreso se ha alarmado tanto por el actual estado de los negocios públicos que ha pensado en la posibilidad de establecer un código moral para el gobierno.

“El Times Herald está en condiciones de presentar un material excelente para la solución de este problema; material contenido en un libro muy antiguo que gustosos entregaremos al Congreso para su consideración. Este libro se puede adquirir en cualquier librería y lleva por título ‘La Santa Biblia.’ En el libro de Éxodo se nos relata que Moisés, el caudillo de los judíos, fue llamado a la cumbre del monte Sinaí por Dios. Cuando regresó de la cima. Moisés traía consigo los Diez Mandamientos, que son: y a continuación el autor transcribía el texto completo de los mandamientos.”

Más adelante dice:

“Nos atrevemos a sugerir a los hombres que tanto en sus oficinas públicas como en su vida privada reflexionen en el código que nos presentan los Diez Mandamientos, y reconozcan que quienquiera que viva en armonía con sus preceptos no necesitará que el Congreso, o cualquier otra institución, le llame la atención en cuanto a su buen proceder.”

Esa es la verdad que los Adventistas del Séptimo Día han venido proclamando al mundo por años. Este es el tiempo de dar a conocer el mensaje de esperanza. El tiempo de prestar atención al mensaje de Cristo: “Lo que haces, hazlo presto.”

“Era ya noche”

Hay aún otro aspecto del texto que debemos examinar. La Escritura dice que Judas recibió el mensaje de Jesús y “luego salió, y era ya noche.” Son palabras de un significado solemne. Cuando Judas salió de la presencia de Jesús, se introdujo en las tinieblas de la noche. Siempre ha ocurrido así. Todos podemos comprobar la validez de estas palabras si miramos en derredor nuestro y vemos los trágicos ejemplos de aquellos que yacen desilusionados en las ciénagas de la desesperación después de haberse apartado de la presencia de Jesús. Siempre ocurre eso cuando nos apartamos de él. Se hace de noche, y en la actualidad hay millones que están en la noche. Aquella fue una oscura noche para Judas; fue una oscura noche también para su alma. Es una negra noche para muchos pecadores de nuestros días. La desesperación, el temor, la desilusión, la incertidumbre la desconfianza se han apoderado de los corazones de multitudes.

Es una ley inalterable de la vida: Nadie que se haya apartado de Jesús ha escapado a la experiencia de la noche. La humanidad está sumida en la agonía de la noche en esta última hora del mundo. Y todo lo que hacemos debe ser hecho en la noche. Aquello que la iglesia dejó de hacer en los momentos de prosperidad y oportunidad, deberá ser hecho en tiempos de perplejidad y desastre.

En el libro de Scott. “Heart of Midlothian.” hallamos la descripción de la bella personalidad de Jenny Deans, quien caminó hasta Londres para obtener el perdón real para su hermana descarriada. Ella nos da el siguiente pensamiento: “Cuando llegamos al fin de la vida, no es lo que hemos hecho para nosotros mismos, sino lo que hemos hecho por otros lo que nos ayuda y consuela.

Debemos hacer un angustioso llamado para que todos se decidan a obtener una experiencia más amplia, a penetrar en las tinieblas que nos rodean, no como desilusionados, sino para ir a buscar a aquellos que han perdido la esperanza y alumbrarlos con la luz de la antorcha de la verdad.

Recordad esto: mientras Judas salió desilusionado, quebrantado, amargado, los once restantes salieron para acompañar al Salvador del mundo. Aquella iglesia que en ese momento era un pequeño embrión, creció hasta llegar a ser lo que es en nuestros días; y a nosotros, adventistas del séptimo día en este siglo veinte, Dios nos alcanza la antorcha a fin de iluminar el sendero de los hombres para que vengan y presten atención a la verdad. Tenemos la responsabilidad de levantar en alto esa antorcha; es nuestro deber llevarla solos. Dios no necesita protección. Quiere solamente heraldos que lo anuncien. La verdad no necesita apoyo; sólo requiere alguien que la proclame. La verdad no necesita defensores sino mensajeros.

Hace algunos veranos, en el Canadá, se extravió una niñita de tres años. A poco salió una partida en su búsqueda. Fueron revisados todos los lugares posibles durante dos días y dos noches. Finalmente, el jefe de la partida, exhausto, anunció que la búsqueda sería abandonada. Pero el desesperado padre no podía pensar en hacer eso, y pidió angustiosamente que se siguiera buscando. Con lágrimas en los ojos rogó a los de la partida que se tomaran de las manos para seguir con la búsqueda por un poco más de tiempo. A pesar de que estaban casi agotados, no pudieron resistir a la súplica de ese joven padre. Se tomaron de las manos y comenzaron a marchar a través de la pradera. En cierto momento uno de la partida halló a la niña, pero estaba muerta. Levantó aquel cuerpo sin vida y lo dejó en manos del padre. Este la tomó y la apretó contra su pecho mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Entonces volvió los ojos al cielo y exclamó: “Oh Señor, ¿por qué no habremos unido antes nuestras manos?”

¿No avanzaremos de inmediato, uniendo nuestras manos con las de Dios, y determinándonos a hacer lo que debamos hacer por él, y a hacerlo pronto?

Sobre el autor: Profesor de Religión Práctica del Seminario Teológico Adventista.