Si un empresario de circo llegara alguna vez al cielo, ¿se imagina en qué ocuparía su tiempo? Probablemente trataría de convencer a Daniel para que desafiara otra vez a los leones. El de Lázaro sería un número “taquillero”, como el hombre que murió y fue resucitado dos veces. Enoc, el primer viajero espacial de que se guarde registro, sería entrevistado inmediatamente con un contrato para exhibiciones en público. La detención del sol por Josué, de repetirse, garantizaría una gran concurrencia. Encabezando la lista estaría el Maestro mismo. Imaginemos la publicidad en torno de una persona que puede atestar una panadería con panes derivados de cinco panecillos. O en cuestión de minutos colmar un lago con peces, comenzando con dos pececillos de los que se emplean como cebo.

¡De cuánta paz gozaremos cuando se omita lo “espectacular”! Piense en lo que sucedería si elimináramos de nuestra iglesia todo lo que se inclinara hacia eso. Recuerdo bien la vez que estando sentado en una de nuestras reuniones, apareció el anunciador y comenzó a presentar una estudiada introducción, digna de un personaje de la realeza. Algunos pensamos que estaba por aparecer un visitante de otros mundos. O que detrás de las cortinas habría alguien equivalente a la reina Isabel. El introductor continuó con la “emocionante historia” de esa conversión. Finalmente se oyó la palabra Hollywood. El auditorio era todo oídos. Alguien que estaba cerca de mi asiento aventuró el nombre de una famosa estrella de cine, que era conocida hasta por los severos menonitas. El clímax de la introducción llegó cuando los altavoces trompetearon el nombre de esa notable persona. Quise mostrarme sorprendido y excitado, y después descubrí que la mayoría de mis amigos también lo había intentado, aunque ninguno de nosotros había oído jamás el nombre. Honradamente debimos admitir que era muy limitada nuestra familiaridad con los nombres famosos de Hollywood. Nuestra ocupación era la Biblia, no el teatro.

El caso es que la iglesia, o por lo menos algunos de la iglesia, comenzaron a aprovechar todo lo posible a la persona y al suceso. La persona fue usada como la principal atracción en numerosas reuniones importantes. Algunos avisos de página entera emplearon inclusive terminología como “la rutilante Fulana de tal”. Se guardaron como un tesoro todos los comentarios periodísticos que hablaban del caso de la conversión y su relación con la iglesia.

Por fin, la apostasía echó por tierra todo el asunto. Esa nauseabunda experiencia de manipulación nos enseñó una lección a unos cuantos, pero no a todos.

Todavía participo de reuniones de juntas para hacer planes en las que se hacen observaciones tales como: “Bien, ¿qué podemos hacer este año para captar reamente la atención del público?” “Consigamos a Fulano, es un maestro de ceremonias fantástico, arrebatador”. “Lo que necesitamos es algo ‘espectacular’, que nos garantice una gran concurrencia”. “Invitemos al hermano N. Es una figura discutida. Eso es lo que necesitamos; algo que excite a los hermanos”.

Y así llega y pasa otra reunión con su programa “espectacular”. Los miembros vuelven a su estado soñoliento de existencia, a la espera de que un nuevo y colosal “espectacular” los despierte.

Si obedeciéramos las instrucciones del Señor, tal vez no nos sentiríamos tan aplastados con tanta planificación para programas. Claro está que habría mucha planificación para el trabajo. En realidad, la obra principal de un predicador no se halla en el púlpito sino en hacer planes para los miembros. Oigamos este consejo que proviene directamente del Cielo, y que es tan moderno hoy como lo será en el futuro.

“Desempeñen fielmente su parte durante la semana los miembros de la iglesia, y relaten el sábado lo que han experimentado. La reunión será entonces alimento a su tiempo, que infunda a todos los presentes nueva vida y vigor. Cuando los hijos de Dios vean la gran necesidad que hay de trabajar como trabajó Cristo por la conversión de los pecadores, los testimonios que den en el culto del sábado estarán llenos de poder. Con gozo relatarán la preciosa experiencia que han adquirido al trabajar en favor de los demás” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 82; la cursiva no figura en el original).

Nótense las palabras “nueva vida y vigor”. La iglesia necesita hoy esa experiencia tanto como nosotros necesitamos el oxígeno. En lugar de catapultar a una o dos celebridades en distintas reuniones, es necesario que convirtamos a nuestras iglesias en teatros de acción, donde los espectadores se transformen en participantes activos. Piense en el tiempo, la energía y el dinero que ahorraríamos si tuviésemos miles de personas célebres que pudieran dar un testimonio vivo y vibrante de lo que el Señor ha hecho por y mediante ellas. No haría falta andar llevando de un lugar a otro a una o dos muestras de lo que puede hacer el poder divino. Ni tampoco sería necesario comisionar a uno o dos “expertos” en testificación para que viajen de unión en unión. Cada iglesia tendría un grupo local de expertos ganadores de almas.

Quizá no suceda de la noche a la mañana, pero esa experiencia de la “nueva vida y vigor” puede tener un comienzo pequeño si confeccionamos un verdadero plan de acción para nuestros miembros. Tal vez signifique que un predicador deba sacar a un grupo de sus miembros y mostrarles cómo se visita de puerta en puerta, cómo se presentan los estudios bíblicos, no mediante un simulacro sino en la práctica real. Por supuesto que el predicador mismo deberá ser un experto, pero para eso se le paga. Recibe un sueldo por la sencilla razón de que su tiempo completo se ha de dedicar a la planificación y promoción de la ganancia de almas en su distrito. Se podría decir más, pero la Biblia y los escritos del espíritu de profecía se hallan repletos de consejos sobre este asunto.

En un sentido, nuestra obra es lo “espectacular”. Todo predicador que puede instruir, organizar, hacer trabajar a sus miembros y obtener resultados está haciendo algo definidamente espectacular. Tal vez ni a él ni a sus miembros se les reconozca eso en algún congreso o asamblea, pero en las cortes celestiales los ángeles sonríen cada vez que se menciona su nombre o el de alguno de sus miembros laboriosos.