El agua en la Biblia simboliza al Espíritu Santo. Jesús la llamó agua “viva” al conversar con la mujer samaritana. En Números 5:17 se la llama agua “santa”, pero si la mujer era culpable se convertía en “aguas amargas” (vers. 18). En Números 8:7 se habla de “agua de expiación”.
Jesús dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:37-39).
Cuando Josué y los israelitas cruzaron el Jordán y entraron en la tierra de Canaán, entraron en una tierra bien regada y privilegiada. En Gosén, Egipto, ellos tenían que regar sus sembrados y jardines. Pero Jehová les dijo: “La tierra a la cual pasáis para tomarla es tierra de montes y de vegas, que bebe las aguas de la lluvia del cielo” (Deut. 11:11).
Había dos estaciones en el año en las cuales el agua caía abundantemente. Las primeras lluvias caían en la segunda mitad de octubre y la primera mitad de noviembre (el mes hebreo de Bul o Marcheshván).
Las segundas precipitaciones venían en la primavera, segunda mitad de marzo y primera mitad de abril (el mes hebreo de Nisán). Las lluvias de octubre-noviembre eran llamadas la lluvia temprana, y las de marzo-abril la lluvia tardía.
REPRESENTA LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO
“En el oriente la primera lluvia caía en el tiempo de la siembra. Esta es necesaria para que la semilla germine. Bajo la influencia de los aguaceros fertilizantes, surgen los brotes tiernos. La lluvia tardía, al caer cerca del fin de la estación, madura el grano, y lo prepara para la siega. El Señor emplea estas operaciones de la naturaleza para representar la obra del Espíritu Santo. Como el rocío y la lluvia son dados en primer lugar para hacer que la semilla germine, y luego para madurar la cosecha, así el Espíritu Santo es dado para llevar adelante, de una etapa a otra, el proceso de crecimiento espiritual. La maduración del grano representa la terminación de la obra de la gracia de Dios en el alma. Por el poder del Espíritu Santo la imagen moral de Dios ha de ser perfeccionada en el carácter. Hemos de ser totalmente transformados a la semejanza de Cristo” (Testimonios para los Ministros, págs. 514, 515).
LLUVIAS POSTERGADAS
Canaán era la tierra de los heteos, los cananeos, los amorreos, los ferezeos y los heveos. Se trataba de una “tierra que fluye leche y miel” (Exo. 3:8). Era una “tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel” (Deut. 8:8). Dios dio a su pueblo esta tierra y en ella lo bendijo, pero a condición de la obediencia:
“Guardarás, pues, los mandamientos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y temiéndole…. Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy” (vers. 6, 11).
Con el pasar del tiempo, cuando el pueblo se olvidó de Dios, las lluvias “temprana” y “tardía” eran postergadas, o no caían. El pueblo llegó a reconocer que esto se debía a sus pecados. Así que cuando la lluvia no caía, se declaraban períodos de ayuno, que a veces continuaban por varias semanas hasta que las lluvias caían.
DOS GRANDES VISITACIONES
Los dos períodos lluviosos de la tierra de Canaán simbolizan las dos grandes visitaciones del Espíritu Santo, una al comienzo de la dispensación evangélica, y la otra a su fin. El derramamiento del Espíritu Santo en el Pentecostés fue la lluvia temprana. Esto ocurrió en Jerusalén. Se nos describe la escena con todos los detalles. Era la fiesta del Pentecostés, y “varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo” estaban allí. Los visitantes provenientes de unas dieciocho naciones diferentes, quedaron asombrados con lo que veían, con lo que oían y por lo que experimentaban bajo el poder del Espíritu Santo. Pedro se levantó y dijo a la gente que éste era el cumplimiento de la profecía de Joel, según la cual Dios en los últimos días derramaría su “Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños” (Hech. 2:17).
Imbuido de valor por el Espíritu Santo, el cobarde de la crucifixión dijo a los presentes que ellos habían crucificado al Señor de la gloria, a Jesús, el Hijo de Dios. Cuando oyeron esto “se compungieron de corazón” por el Espíritu Santo, y dijeron: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” La respuesta de Pedro es para todas las generaciones: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (vers. 37, 38).
Ese mismo día tres mil se convirtieron y fueron bautizados. El Espíritu prosiguió su obra y otros miles de personas se bautizaron. “Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hech. 6: 7). Tan grandes eran la gracia y el poder del Espíritu que Pablo, cerca del fin de su ministerio, escribió a los colosenses acerca del “Evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro” (Col. 1:23).
“Sobre los discípulos que esperaban y oraban vino el Espíritu con una plenitud que alcanzó a todo corazón. El Ser infinito se reveló con poder a su iglesia… La espada del Espíritu, recién afilada con el poder y bañada en los rayos del cielo, se abrió paso a través de la incredulidad. Miles se convirtieron en un día” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 31).
PALABRAS PODEROSAS
Bajo el poder del Espíritu, las palabras de Pedro y de los otros apóstoles se convirtieron en poderosos instrumentos para convencer los corazones de los hombres de su impiedad en crucificar a Jesús. Esta fue la lluvia “temprana”, la “primera” lluvia, y sus resultados fueron asombrosos; pero el derramamiento del Espíritu en la lluvia “tardía” será aún mayor. Millones abrazaron la fe de Jesús durante el primer derramamiento, pero muchos millones más se convertirán durante la lluvia tardía.
AHORA ES EL TIEMPO
Estamos ahora viviendo en el tiempo de la “lluvia tardía”. En unos pocos lugares de la tierra están cayendo chaparrones, pero eso no es algo general. Por lo común, “como pueblo… [hemos quedado] tan secos como las colinas de Gilboa, que nunca recibían lluvia o rocío” (Elena G. de White, citado en Christ Our Righteousness, de A. G. Daniells, pág. 48). Así como los apóstoles oraron por el advenimiento del Espíritu prometido, se nos invita a orar: “Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía” (Zac. 10:1).
El Espíritu fue dado con poder pentecostal en respuesta a la oración, junto con la confesión del pecado y la consagración de la vida. El Espíritu será dado con poder de “lluvia tardía” exactamente en respuesta a las mismas condiciones. No hay ninguna cosa que necesitemos tanto como el poder pentecostal en este momento. Hablamos de “terminar la obra”, y sin embargo no estamos más capacitados para terminarla de lo que lo estaban los discípulos para comenzarla sin el poder del Espíritu Santo.
Dios dará la “lluvia tardía” así como dio la “temprana”, pero nosotros debemos buscarla. “No descanséis satisfechos de que en el curso normal de la estación la lluvia ha de caer. Pedidla. El crecimiento y el perfeccionamiento de la semilla no es cosa que pertenece al dueño del campo. Sólo Dios puede madurar la cosecha. Pero se requiere la cooperación del hombre. La obra de Dios por nosotros exige la acción de nuestra mente, el ejercicio de nuestra fe” (Testimonios para los Ministros, pág. 517).
Los congresos, reuniones de obreros, asambleas de laicos, y asambleas de dirigentes de iglesias locales proporcionan una inmejorable oportunidad de buscar a Dios en forma conjunta por el derramamiento de la “lluvia tardía. Será dada. Dios lo ha prometido. Pero la mansedumbre, la humildad y el fervor deben caracterizar a los suplicantes.
“Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Sal. 126:6).
El derramamiento del Espíritu Santo en la “lluvia tardía” marcará el fin de la larga sequía que duraba desde que dejara de manifestarse el poder hacia el fin del primer siglo. Es cierto, como en Canaán, hubo chaparrones en diferentes tiempos y lugares entre la lluvia “temprana” y la “tardía”. A pesar de los tiempos en que estamos viviendo, la gente parece estar olvidada de su gran necesidad.
El mensaje de Dios a los laodicenses tiene el objeto de hacer que cada uno de ellos se dé cuenta de su lamentable condición: “Desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. Queda mayormente desoído el consejo del Señor: “Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apoc. 3:17, 18).
Cuando el pueblo de Dios acuda con frecuencia al lugar de oración, al lugar donde Pedro, Santiago, Juan y los demás apóstoles y creyentes acudieron después de la ascensión, la “lluvia tardía” caerá y multitudes se convertirán. Joel 2:23 promete tanto la lluvia temprana como la tardía: “Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio”.
“La lluvia tardía que madura la cosecha de la tierra, representa la gracia espiritual que prepara a la iglesia para la venida del Hijo del hombre. Pero a menos que la primera lluvia haya caído, no habrá vida; el brote verde no surgirá. A menos que los primeros chubascos hayan hecho su obra, la lluvia tardía no puede perfeccionar ninguna semilla” (Id., pág. 515).
“Sólo aquellos que están viviendo a la altura de la luz que tienen recibirán mayor luz. A menos que estemos avanzando diariamente en la ejemplificación de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía” (Id., pág. 516).
Abandone el pueblo de Dios su indiferencia concerniente al derramamiento final del Espíritu Santo con poder en los últimos días. No es tiempo ahora para que los cristianos puedan permitirse ser descuidados. Sería fatal cejar en nuestros esfuerzos hacia el crecimiento espiritual. Fracasar en la fe y en la oración en un tiempo como éste es fracasar en obtener el cielo.
Cristo amonestó: “Velad y orad”. “Velad en oración”. — (Continuará.)
Sobre el autor: Director de la Escuela Bíblica por Correspondencia Lone Star de Huntsville, Alabama