“La verdadera iglesia de la Gran Comisión es la que actúa como la sal, infiltrándose en la comunidad, para hacer discípulos”.
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:18-20).
La Gran Comisión dada por Jesús a su iglesia implica dos actitudes: 1) El verbo “Ir” contiene la idea de acción continua. Adonde vayamos o estemos, somos discípulos de él para multiplicar discípulos. Esto es un estilo de vida; una emanación del Espíritu de Dios en nosotros, que influye sobre otras personas. No es posible ir y hacer discípulos sin que estemos llenos del Espíritu Santo. Sin comunión con Dios, sin pasar horas a solas con él, no hay discipulado. 2) La frase “Haced discípulos” contiene la idea de apostolado; es decir, somos enviados para buscar y salvar.
No es posible multiplicar discípulos si estamos aislados, distantes de las personas, centrados en nosotros mismos; aunque estemos comprometidos con la programación interna de la iglesia. Mientras multiplicamos eventos que ocupan gran cantidad de nuestro tiempo dentro de la iglesia, millares están pereciendo sin Jesús y sin esperanza, fuera de los muros de la iglesia. Aprendemos, del ministerio para hacer discípulos que desarrolló Jesús, que para conseguir el objetivo de hacer discípulos necesitamos estar involucrados con las personas. “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’ ” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 102).
De acuerdo con la afirmación de Russell Burrill, “la Gran Comisión es la creación de una iglesia ‘distribuida’ como forma dominante, y no el presente estado, en que la iglesia ‘reunida’ es dominante. Necesitamos de ella, pero esa no debe ser la forma principal de la iglesia. La verdadera iglesia de la Gran Comisión actúa como la sal, infiltrándose en la comunidad, para hacer discípulos” (Discípulos modernos, p. 17).
EL EJEMPLO DEL MAESTRO
La esencia del discipulado, de acuerdo con el ejemplo de Cristo, es hacer discípulos a través de las parejas misioneras. Sus actitudes para hacer discípulos claramente revelan su estrategia y su objetivo: 1) Él formó un grupo pequeño, de doce hombres, para inspirar, entrenar y pastorear discípulos a fin de hacer discípulos. Ese, no otro, fue su propósito. 2) Él no transfirió el liderazgo de su grupo pequeño a otro líder. Se involucró personalmente en el entrenamiento y en el envío de los discípulos en parejas, tanto en la misión de los Doce como en la misión de los Setenta. 3) Cristo ejerció su carismática influencia sobre los Doce, pues multiplicando a esos discípulos “todas las naciones” serían evangelizadas.
Esta estrategia evangelizadora armoniza perfectamente con el concepto divinamente inspirado, presentado por Elena de White, que dice: “La formación de pequeños grupos como base del esfuerzo cristiano me ha sido presentada por uno que no puede errar” (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 84). De esa manera, Jesús utilizó el pequeño grupo como base para el discipulado. Llamó a los discípulos para que estuvieran con él; después, los envió en parejas misioneras para que hicieran discípulos.
Teniendo a Jesús como cabeza de su pequeño grupo, recibiendo sus enseñanzas y viendo en la práctica sus acciones para hacer discípulos, poco a poco los apóstoles tuvieron su personalidad impregnada con la santa personalidad del Maestro. Gradual y progresivamente, los trazos rudos del carácter de ellos dieron lugar a la santificadora influencia del Espíritu Santo. Esa experiencia los marcó de manera tal que las autoridades, viendo la intrepidez de Pedro y de Juan, reconocieron “que habían estado con Jesús” (Hech. 4:13).
BENDICIONES DEL PEQUEÑO GRUPO
El pequeño grupo es indispensable para el discipulado cristiano. Es la base para la acción dirigida a hacer discípulos de las parejas misioneras, pues aunque la conexión vital ocurra fundamentalmente en la comunión personal, en el pequeño grupo los discípulos oran, comparten experiencias, se animan mutuamente, reciben entrenamiento y orientaciones. Es en el pequeño grupo donde los discípulos aprenden a amarse los unos a los otros, como en ningún otro lugar, excepto en la familia. Si no nos amamos, no somos discípulos de Cristo. Él dice: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Sin amor, el discipulado no sucede. Es el amor de Cristo, derramado por el Espíritu Santo en nuestros corazones, experimentado y puesto en práctica, lo que nos constriñe (Rom. 5:5; 2 Cor.5:14).
En el pequeño grupo, los discípulos aprenden a vivir en unidad. Si no estamos unidos los unos a los otros, jamás seremos discípulos; mucho menos, haremos discípulos. Después de todo, esa es obra del Espíritu Santo, y él no bendice en la desunión. Respecto de los primeros cristianos, se nos dice: “Todos estos perseveraban unánimes en oración” (Hech. 1:14).
En la formación de su pequeño grupo de discípulos, Jesús llamó a cada uno de ellos, como diciéndoles: “¡Vengan a mí!” Al organizarlos en parejas, les ordenó: “¡Vayan!” Es la misma idea hoy. Sin el propósito y la dinámica de hacer discípulos por medio de las parejas misioneras, a semejanza de lo que Jesús hizo, los pequeños grupos pueden perder el rumbo y transformarse en un evento más entre nosotros, manteniéndonos aislados de las personas que necesitamos salvar. Incluso siendo fuerte en comunidad –lo que representa una dulce caricia para nuestras creencias sociales–, si no salen a hacer discípulos los pequeños grupos estarán destinados a morir y a matar la vida espiritual de los participantes con el virus de la aislación religiosa. Así como para el organismo físico es verdad que la falta de ejercicio lo hace debilitarse y hasta morir más rápido, para las facultades espirituales, la falta de ejercicio en hacer discípulos resulta en una vida espiritual débil, enferma y sin vigor. Antes de que el Espíritu Santo produzca un nuevo discípulo, realiza su obra vivificadora en quien trabaja para hacer al nuevo discípulo.
EXPERIENCIA PERSONAL
Mi distrito pastoral consta de seis iglesias y grupos. Dirijo un Grupo pequeño en cada iglesia y congregación, con el propósito de hacer discípulos que se multipliquen para evangelizar a su respectiva comunidad. Empleo tiempo en entrenarlos, acompañarlos y pastorearlos, estudiando con ellos el Evangelio de Mateo y otros libros sobre discipulado. Bajo la influencia del Espíritu Santo, las parejas misioneras están siendo inspiradas con lecciones extraídas de las actitudes de Jesús al hacer discípulos. A pesar de los imprevistos y las interferencias de la vida cotidiana pastoral, en la medida de lo posible me reúno quincenalmente con cada Grupo pequeño y pastoreo a las parejas misioneras.
De acuerdo con lo que expresa el pastor Bill Hull, “hacer discípulos requiere más fe que cualquier otra tarea de la iglesia. Ya que es la primera prioridad para Dios, también lo es para Satanás. No hay otro servicio del siervo de Dios que atraiga más resistencia que el hacer discípulos” (“El pastor que hace discípulos”, apostilla de Maestría, p. 15).
Trabajo con entusiasmo en este proyecto, porque entendí que este es el plan de Dios para cumplir la Gran Comisión y apresurar la venida de Jesús. “Llamando a los Doce en derredor de sí, Jesús les ordenó que fueran de dos en dos por los pueblos y las aldeas. Ninguno fue enviado solo, sino que el hermano iba asociado con el hermano, el amigo con el amigo. Así podían ayudarse y animarse mutuamente, aconsejarse y orar juntos, la fortaleza de uno supliendo la debilidad del otro. De la misma manera envió más tarde a los Setenta. Era el propósito del Salvador que los mensajeros del evangelio se asociaran de ese modo. En nuestro propio tiempo, la obra de evangelización tendría mucho más éxito si se siguiera fielmente este ejemplo” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 208).
Sobre el autor: Pastor en Campo Grande, Mato Grosso do Sul, Rep. del Brasil.