Es un hecho bien establecido que un pescador debe pescar peces. Si no lo hace, pierde su tiempo. Un médico necesariamente debe curar enfermedades. Si constantemente se le mueren los pacientes, puede lograr que su licencia sea suspendida y su reputación quede arruinada. Un agricultor debe producir frutas, verduras y granos, porque de eso vive. Un ministro debe rescatar pecadores por medio del poder del Espíritu Santo.
Nos dice la sierva del Señor en términos muy claros: “En todo discurso deben hacerse fervientes llamados a la gente para que abandone sus pecados y se vuelva a Cristo. Los pecados populares y la disipación moderna deben condenarse, y recomendarse la piedad práctica. Cuando sienta en su corazón la importancia de las palabras que pronuncia, el verdadero predicador no puede reprimir su preocupación por las almas de aquellos por quienes trabaja” (Obreros evangélicos, pág. 167).
El propósito de la predicación
1. El sermón predicado ha de ser presentado con un objetivo claro: salvar a los hombres. “Pues ya que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1: 21). Pablo estaba seguro de que la predicación tenía un objetivo. Aunque, desde el punto de vista de la sabiduría humana, parece locura, tiene el propósito de salvar a los que creen.
2. Otro propósito de la predicación es persuadir a los hombres. Muy a menudo el pastor puede ser indiferente a su responsabilidad y sentir que su trabajo está completo cuando ha dado la advertencia, pero su responsabilidad es más que una mera advertencia a los hombres. “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias” (2 Cor. 5:11).
3. La predicación debe producir convicción. “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2: 37, 38). El día de Pentecostés hubo convicción en los que escucharon a Pedro. Cada predicador del Evangelio debiera predicar con la convicción en su corazón, y esa convicción debe ser transmitida a sus oyentes.
4.La predicación debe preparar a los hombres para el reino. “¡Ojalá pudiese yo disponer de un lenguaje suficientemente fuerte para producir la impresión que quisiera hacer sobre mis colaboradores en el Evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida, estáis tratando con mentes capaces del más elevado desarrollo. Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar y llenar de tal manera la mente del predicador, que sea capaz de presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. Entonces el predicador se perderá de vista, y Jesús quedará manifiesto” (Obreros evangélicos, págs. 167, 168). Además, se nos dice en Los hechos de los apóstoles, págs. 90, 91: “En todo el mundo hay hombres y mujeres que miran fijamente al cielo. Oraciones, lágrimas e interrogaciones brotan de las almas anhelantes de luz en súplica de gracia y de la recepción del Espíritu Santo. Muchos están en el umbral del reino, esperando únicamente ser incorporados en él”. ¿Qué otro puede realizar la tarea de reunir a los que están en el umbral del reino sino el ministro que está detrás del púlpito sagrado proclamando a Jesucristo como el Amigo de los pecadores?
El ministro debiera ser compasivo
1. El ministro no podrá conmover a sus oyentes hasta que su propia alma sea sacudida por su mensaje. Cristo fue movido a compasión. “Pero cuando vio a las multitudes, tuvo compasión de ellos; porque estaban desamparados y dispersos como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9: 36). Los hombres y mujeres de hoy están en una situación similar. Están confundidos porque necesitan un sentido de dirección. Como ministros debiéramos tener un espíritu compasivo al verlos esparcidos como ovejas sin pastor.
2. Jesús lloró sobre Jerusalén con compasión. “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mat. 23:37, 38). Jesús lloró con compasión sobre la ciudad de Jerusalén porque deseaba salvar al pueblo de ella. ¿Está nuestro corazón conmovido por los que rechazan a Dios de modo que lloremos compasivamente como lo hizo Jesús?
3. Jesús fue movido a compasión al ver al pobre leproso. ‘‘Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio” (Mar. 1: 41). Por medio del poder de Jesús, los que están manchados con la lepra del pecado deben ser limpiados por medio del Evangelio encomendado a cada ministro. “Cuando su ojo recorría la muchedumbre de oyentes y reconocía entre ellos rostros que había visto antes, su semblante se iluminaba de gozo. Veía en ellos promisorios súbditos para su reino. Cuando la verdad, claramente pronunciada, tocaba algún ídolo acariciado, notaba el cambio en el semblante, la mirada fría y el ceño que le decían que la luz no era bienvenida. Cuando veía a los hombres rechazar el mensaje de paz, su corazón se transía de dolor” (El Deseado de todas las gentes, pág. 220).
Tipos de llamados
1. El tipo más común de llamado que usan los ministros es pedir que se levante la mano. Es efectivo y es muy fácil conseguir que lo haga una persona promedio en la congregación.
2. Inclinar la cabeza y levantar la mano. Este tipo de llamado produce un clima reverente. En la quietud y con música suave, este llamado es muy efectivo.
3. El uso de tarjetas de decisión. Al usar tarjetas, debe haber algunas personas que tengan asignada la responsabilidad de distribuirlas rápidamente de modo que se pierda muy poco tiempo.
4. Después de la reunión. Este es otro tipo de llamado que muchos usan. Siempre que no retenga a la gente por demasiado tiempo después de la conferencia, muchos encuentran que este tipo de llamado es efectivo.
5. Una invitación a hacer una oración especial. Hay muchas personas que están experimentando una preocupación física, mental o espiritual. Muchas veces agradecen cuando se dirige una invitación para hacer una oración especial por ellos.
6. Una invitación general a vivir una vida victoriosa. Se pide a las personas de diversas maneras que indiquen su deseo de obtener la victoria en su vida.
Pasos para hacer un llamado de altar exitoso
El llamado para pasar al frente es el de uso más frecuente entre los pastores, y sin embargo, muchos han fracasado con él. Frecuentemente se pregunta cómo podemos estar seguros de que este tipo de llamado es efectivo. Me gustaría compartir mi experiencia personal al usar este método tanto en los Estados Unidos como en otros campos.
1. Al principio de mi mensaje pido que levanten la mano todas las personas que no han hecho todavía su decisión de aceptar a Cristo o que no son bautizados.
2. Pido al Señor que me dé su Santo Espíritu para tocar y convencer los corazones de los que oirán el mensaje.
3. Primero pido que levanten sus manos los que quieren abandonar sus pecados, unirse con la iglesia por el bautismo en algún momento futuro, o que desean retornar al Señor quienes se hubiesen apartado.
4. Mientras tienen las manos en alto les pido que se pongan de pie. En ese momento la congregación debiera tener sus cabezas inclinadas. Mientras están parados, rápidamente les pido que pasen al frente. Es casi imposible que una persona rehúse pasar adelante después que ha levantado su mano y se ha puesto de pie. Llega a ser fácil si se da un paso a la vez. Desafortunadamente, algunos predicadores celosos invitan inmediatamente a la gente a pasar al frente. Ese es el paso más difícil y el último que debiera tomarse. Algunos podrán decir que éste es el método que usan los evangelistas populares en sus grandes cruzadas. Recordemos sin embargo, que en estos grupos evangélicos los que se entregan a Dios tienen que abandonar muy pocas cosas, mientras que los que deciden seguir al Señor y unirse a la Iglesia Adventista reconocen que este paso es mucho más difícil debido a que hay tantas cosas que abandonar. “Enalteced la palabra de vida, presentando a Jesús como la esperanza del penitente y la fortaleza de cada creyente. Revelad el camino de paz al afligido y abatido, y manifestad la gracia y perfección del Salvador” (Obreros evangélicos, pág. 168).
Sobre el autor: Melvin G. Nembhard está a cargo de las publicaciones de Elena G. de White en la División Interamericana.