Hace pocos días, observaba con interés una conversación entre pastores en un grupo de WhatsApp, acerca de una triste constatación: el número de compañeros que están abandonando el ministerio ha aumentado considerablemente en los últimos años. En el pasado, cuando se escuchaba hablar de ese asunto, generalmente el problema era o dinero o adulterio. Hoy, sin embargo, muchos están abandonando las filas ministeriales por sentirse inadecuados para el trabajo.
Mientras el diálogo transcurría, pude reconocer uno u otro caso de algún compañero del seminario que decidió salir del pastorado. Recordé cuánto se esforzaron por concluir la carrera y la alegría que sintieron cuando recibieron el llamado para asumir una responsabilidad en la iglesia. Entonces, dos imágenes contrastantes se formaron en mi mente: una, la de jóvenes sedientos por una oportunidad para servir como pastores; la otra, la de hombres que, en algún punto de su trayectoria, perdieron el interés en hacerlo.
¿Por qué cambiaron las cosas en el camino? Las respuestas pueden ser variadas, pero todas pasan por un punto en común: el concepto de vocación pastoral. Por esto, necesitamos volver continuamente a la Biblia para mantener bien en claro lo que se espera de un ministro. El apóstol Pablo, al hablar sobre las estructuras de liderazgo de la iglesia neotestamentaria, escribió que apóstoles, profetas, evangelistas y pastores-maestros fueron instituidos con un solo propósito: preparar a la iglesia para el servicio (Efe. 4:11, 12). Sin embargo, con el paso del tiempo, esa noción bíblica fue sustituida por algo muy peligroso.
Desdichadamente, en muchas situaciones el oficio pastoral dejó de estar dirigido al discipulado y a la expansión del Reino, y pasó a ser limitado al cuidado y al mero mantenimiento de la iglesia. De la misma manera, muchos miembros que deberían incorporarse a la misión a partir del presupuesto del ministerio de todos los creyentes se transformaron en simples consumidores de servicios religiosos; y a los ministros les quedó mantener el engranaje eclesiástico en funcionamiento. Como resultado, muchos pastores sucumben frente al estrés, el agotamiento y la frustración.
En 1902, Elena de White ya alertaba sobre esa “tendencia consumista”. Ella escribió: “Los sermones han sido muy buscados en nuestras iglesias. Los miembros han dependido de las declaraciones del púlpito en lugar de depender del Espíritu Santo. Innecesarios y sin uso, los dones espirituales a ellos entregados han disminuido hasta la debilidad. Si los ministros fuesen a nuevos campos, los miembros se verían obligados a asumir responsabilidades y, por su uso, sus capacidades aumentarían. Dios trae contra ministros y miembros una pesada acusación por sus limitaciones espirituales” (Review and Herald, 25/2/1902).
Para revertir ese cuadro, la pionera adventista veía una única alternativa: “Deben producirse un reavivamiento y una reforma bajo el ministerio del Espíritu Santo. El reavivamiento y la reforma son dos cosas diferentes. El reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual, un avivamiento de las facultades de la mente y el corazón, una resurrección de la muerte espiritual. La reforma significa una reorganización, un cambio en ideas y teorías, en hábitos y prácticas” (ibíd.).
De esta manera, la principal evidencia de reavivamiento y reforma, en el contexto original de la cita anterior, se da cuando el pastor tiene la libertad de preparar a la iglesia para el servicio y avanzar hacia nuevos campos, y los miembros experimentan el compromiso con la misión. Cuando esto ocurre, el ministro se encuentra con la esencia de su vocación y los desafíos pasan a ser vistos desde una nueva perspectiva. En lugar de considerarse un malabarista, que evita la caída de muchos bastones durante los servicios religiosos, pasa a verse como un maestro, que prepara a su orquesta para un concierto de gracia y salvación.
¡Ojalá que el concepto bíblico de nuestra vocación nos libre de las amarras de una relación de consumo con la iglesia y nos permita vivir la plenitud de nuestro llamado al ministerio en Cristo!
Sobre el autor: director de la revista Ministerio, edición de la CPB.