¿Cuántos de nosotros sabríamos qué hacer si recibiésemos un llamamiento como el que recibió Pablo cuando estaba en Troas? “Pasa… y ayúdanos” (Hech. 16:9). Este fue un llamamiento al servicio, al trabajo ferviente y dedicado por la ganancia de almas para Cristo.

Pablo no tuvo necesidad de que le “vendieran” el distrito de Macedonia, como ocurre a veces con algunos de nosotros. Ningún presidente de asociación tuvo que asegurarle: “Este es un buen distrito. No hay problemas en las iglesias. Hay un templo nuevo. La Recolección está bien organizada y se efectúa fácilmente”. Pablo no tuvo que ir primero para ver si encontraba una casa cómoda y aceptable. No vaciló en ir porque su esposa tuviera un trabajo bien remunerado y el cambio lo perjudicaría financieramente. Tampoco le preocupaba si ese traslado significaba una “promoción”.

El relato bíblico dice que “en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el Evangelio” (vers. 10).

¿Cómo podía Pablo responder a un llamamiento como ése? Porque había sido llamado por Dios: estaba en la obra del Señor. Actualmente, la convicción de cada pastor adventista debería ser la misma convicción que tuvo Pablo. Esta es la iglesia de Dios. Cristo ama a su iglesia. Su muerte en el Calvario fue la medida de su amor por su iglesia. (Efe. 5:25.) ¿Pensamos que la organización denominacional entorpece el amor compulsor que Cristo tiene por su iglesia? El Señor puede muy bien trabajar mediante la organización. El guía, dirige, perfecciona a su iglesia —aun reprochando y dirigiendo con firmeza cuando es necesario. Ser ministros en la obra organizada en ningún sentido disminuye nuestra responsabilidad hacia Cristo en lo que atañe a nuestros actos y decisiones personales.

“Llamado por Dios”. Esta convicción es la que establece la diferencia entre un pastor y un asalariado, entre un ministro de Cristo y un pastor profesional.

Pablo, al revisar los resultados de su respuesta al llamamiento de Dios, dijo: “Sabéis que desde el primer día que entré en Macedonia, el Evangelio de Cristo ha ganado sus victorias allí a fuerza de dificultades y pruebas personales. Así es como ha ocurrido siempre en mi ministerio, y así es como será siempre, porque el Espíritu Santo me ha dicho que me esperan prisiones y tribulaciones”. (Basado en Hech. 20:18-23.) Su devoción al llamamiento de Dios se advierte en las siguientes palabras: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabé mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24).

“Pero de ninguna cosa hago caso”. Hay muchas fuerzas que nos mueven actualmente cuando consideramos un llamado; el materialismo, el orgullo y el amor a las cosas fáciles son las más comunes. Compañeros en el ministerio: en esta hora de la historia terrenal, con tan poco tiempo por delante y con una cosecha tan grande por levantar, es “el llamado de Dios” el que debe dominar en nuestras vidas.

Esta causa debe extender el desafío de Cristo: “Pasa… y ayúdanos”. “Levántate y vé a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré” (Jon. 3:2). Nosotros los ministros no deberíamos buscar pastorados fáciles, sino trabajar por amor a la causa de Dios. No deberíamos buscar beneficios ni privilegios a partir de un llamado. Deberíamos decir: “Señor, ¿qué quieres que haga?” “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. “Hemos dejado todo y te hemos seguido”. “Ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabé mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24).

Sobre el autor: Departamental de la Asociación de Nueva Jersey.