De acuerdo con el apóstol Pedro, Dios llama pastores para desempeñar un servicio espontáneo, ejemplar y de buena voluntad (1 Ped. 5:2, 3). Esta obra, según Elena de White, es “solemne y sagrada” (El evangelismo, p. 211). Como portavoces de Dios, los ministros del evangelio deben representar al Señor en pensamientos, palabras y acciones. En esta entrevista, Carlos Hein habla acerca de la importancia del llamado al ministerio pastoral. Adventista de quinta generación, Hein nació en Entre Ríos, Argentina. Realizó estudios en Teología en la Universidad Adventista del Plata, y contrajo matrimonio con la enfermera Graciela Hellvig en el año 1978. Fruto de su matrimonio nacieron tres hijos: Nancy, Bily y Erwin. Carlos y Graciela trabajaron como misioneros en la lancha Luzeiro, en el Amazonas. Por su parte, Hein también sirvió como pastor de distrito, director de departamento, presidente de campo, vicerrector y secretario ministerial de la División Sudamericana. Concluyó su ministerio como director de Desarrollo Espiritual en el Sanatorio Adventista del Plata. Actualmente reside en Argentina.
¿Cuál es la importancia del llamado al ministerio pastoral?
Responderé a esta pregunta relatando una situación que viví hace algunos años. Debía salir a visitar a una familia de la iglesia que estaba sufriendo y pasando por momentos de gran necesidad, pero una tormenta se acercaba. Hacía mucho frío, el cielo se había oscurecido y el viento arreciaba. Mientras caminaba a contraviento, vino a mi mente la siguiente pregunta: “¿Por qué hago lo que hago?”.
La respuesta a esa pregunta le da sentido a mi ministerio. No hago lo que hago porque es el medio con que me gano la vida o simplemente porque me gusta. Soy un pastor porque “estoy bajo la obligación de hacerlo. ¡Ay de mí si no predico el evangelio!” (1 Cor. 9:16, NVI). Siempre recuerdo la historia de aquellos obreros en Berlín que cavaban una zanja en un terreno pedregoso, en una tarde calurosa, cuando de repente un periodista se aproximó y les preguntó qué estaban haciendo. Uno de ellos dijo: “¡Estamos trabajando como burros!”. Otro, mirando al reportero, simplemente dijo: “Estamos cavando pozos”. Pero un tercero, que mostraba cierta felicidad, respondió: “Estamos construyendo una catedral”. Este era el único que trabajaba feliz, porque sabía lo que estaba haciendo. No veía solamente una zanja o un trabajo arduo, era consciente de que construía un edificio para la adoración a Dios.
El apóstol Pablo tenía esto muy claro en su mente. Cuando le escribió a Timoteo, se presentó diciendo: “Pablo, apóstol de Jesucristo por orden de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo” (1 Tim. 1:1). Tenía en claro cuál era el motivo por el que estaba en el ministerio: había sido llamado por Dios. Esta era la razón por la que trabajaba con tanto entusiasmo y alegría. Expresa este sentimiento cuando escribe: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque, teniéndome por fiel, me puso en el ministerio” (1 Tim. 1:12).
¿Qué le diría a un pastor que perdió el propósito en su ministerio?
La única manera de ser feliz en el ministerio es repetir y vivir las palabras de Jeremías: “Tú estás entre nosotros, Señor, y sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares” (Jer. 14:9). Obviamente, no siempre es fácil aceptar el llamado divino. El mismo Jeremías intentó escapar, pero no pudo. La Palabra de Dios era como fuego en su corazón y no tuvo otra opción que atesorarlo (Jer. 20:9).
Cuando Dios llama a alguien al servicio, no es algo improvisado, pasajero o reversible. Pablo lo define de la siguiente manera: “Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables” (Rom. 11:29). Si hay un colega que haya perdido el propósito de su ministerio, lo invitaría a analizar su relación con Dios y a profundizar su relación con Jesús. Ciertamente también le brindaría mi amistad, y estaría presto a interceder por él en oración.
¿Qué consejos le daría a un pastor aspirante?
Al dialogar con los aspirantes al ministerio, siempre me gusta recordarles que el llamado de Pablo estaba ligado a la persona de Cristo. El apóstol se identificaba esencialmente como “siervo de Jesucristo”. Su condición de estar “bajo las ordenes” de Cristo, le posibilitó hacer frente a las muchas adversidades que enfrentó. Esto se ve reflejado en la relación que tuvo con la iglesia en Corinto, que fue un verdadero dolor de cabeza; situación que a todos los ministros les toca vivir. Hubo momentos en su experiencia que fueron peligrosos y frustrantes. Él lo describió así: “Ningún reposo tuvo nuestro cuerpo. Antes, en todo fuimos atribulados: por fuera, conflictos; por dentro, temores” (2 Cor. 7:5). No obstante, en medio de tantas adversidades, pudo afirmar: “Gracias a Dios, que nos lleva siempre al triunfo en Cristo” (2 Cor. 2:14). Es por eso que, creo que los pastores aspirantes deben centrar su ministerio en la PERSONA DE JESÚS, aquel que siempre nos dirige hacia la victoria.
¿De qué manera un pastor puede encender la llama del ministerio pastoral?
Podría mencionar varios consejos para renovar la llama del ministerio pastoral, pero los más importantes son: 1) recordar por qué hago lo que hago (por mandato divino); y 2) renovar diariamente la dependencia en Dios, como la Biblia recomienda: mantener “puestos los ojos en el Autor y Consumador de la fe” (Heb. 12:2), ya que sin él, nada podemos hacer (Juan 15:5).
Elena de White escribió: “Lo que necesitamos en este tiempo peligroso es un pastorado convertido. Necesitamos hombres que acepten la pobreza de su alma, y quienes diligentemente busquen ser dotados del Espíritu Santo. Una preparación de corazón es necesaria para que Dios nos dé su bendición […] ¿Cuándo se despertará el pastorado a las solemnes responsabilidades que le han sido encomendadas, y rogará fervientemente por el poder celestial? Es el Espíritu Santo quien dará agudeza y poder al discurso del ministro” (El ministerio pastoral, p. 38).
¿De qué manera un pastor puede ayudar a un colega que está desanimado?
Todos los pastores desean tener un ministerio exitoso. Uno de los más grandes riesgos que corremos es “competir” con nuestros colegas. Hace varios años, cuando me tocó predicar en un encuentro de presidentes en la Unión donde trabajaba, un pastor con mucha experiencia dijo: “El gran problema del ministerio ocurre cuando vemos a nuestros colegas como rivales y no como amigos”. Esa frase me impactó durante un buen tiempo. Aunque mi deseo es que esta frase no fuera real, debo decir que es cierto que existe cierta competencia entre algunos pastores.
Entonces, ¿de qué manera puedo ayudar a un colega desanimado? La respuesta es: brindando una amistad verdadera. Para que esto sea posible, en primer lugar, es necesario desarrollar una amistad verdadera con Jesús.
Lo que nuestros colegas necesitan es oídos dispuestos a escucharlos con empatía y hombros dispuestos a ayudar a llevar las cargas de la vida. ¡Nuestros colegas deben ver reflejada la humildad de Jesús en nosotros! Oro para que Dios nos ayude a desarrollar cada día una amistad con él y los unos con los otros. ¡Sin rivalidades!