Como cristianos creemos que Jesús es la vida del mundo. El Evangelio eterno presenta la vida eterna a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”. Lo que Dios desea dar al mundo entero debe ser bueno. Cuando Dios nos invita al arrepentimiento es en este contexto de la realidad de la vida eterna por medio de Jesucristo. En este contexto, nosotros como adventistas debemos examinar la necesidad y responder al llamado al arrepentimiento de Laodicea: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apoc. 3:19).

El amor de Dios, correctamente entendido, provee al pecador del mayor estímulo para el arrepentimiento. Cuando Dios dice: “Arrepiéntete” eso es lo que quiere decir. Quiere decir que dejemos de pecar. Quiere decir que demos media vuelta. Quiere decir que agrademos a Cristo aunque desagrademos a Satanás. Cuando Dios dice que nos arrepintamos quiere decir que debemos hacer nuestra declaración de santidad, rectitud, justicia y obediencia. Quiere decir que debemos salir del camino ancho que lleva a la destrucción y tomar el angosto que lleva a la vida eterna. El llamado de Dios al arrepentimiento es un llamado a la salvación y la redención.

Dios es amor. Dios ama al mundo. Dios ama a los pecadores. Todo lo que Dios dice acerca de los laodicenses es verdadero, pero Dios ama a los laodicences. Dios nos ama. Los recursos ilimitados de la gracia nos vienen por medio del amor de Dios. Hable de esto. Grítelo. Cante acerca de ello. Predíquelo. Créalo. El amor de Dios es nuestro refugio. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiamos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:9, 10).

Hoy estamos hablando sobre el arrepentimiento, no acerca de la psicología, la sociología o la antropología. La gran necesidad de la iglesia hoy, es el arrepentimiento. ¿Puede usted imaginarse lo que ocurriría con el reino de Satanás precisamente ahora si cada uno de nosotros que entendemos la naturaleza del pecado y lo que ha hecho para crear rebelión contra Dios llegáramos al arrepentimiento, como ocurrió en el día de Pentecostés? ¿Puede usted imaginar lo que podría ocurrir en nuestra iglesia si todos nosotros como delegados a esta sesión del congreso de la Asociación General nos arrepintiéramos del pecado -todos los pecados- y fuéramos completamente limpiados en la sangre del Cordero? Oh, sí, “y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21). El arrepentimiento del pecado es un privilegio divino que nos hace millonarios espirituales y herederos de las inconmensurablemente grandes y preciosas promesas de Dios.

De acuerdo con la Biblia, el arrepentimiento es un don del Salvador al pecador. Este es uno de los aspectos más sublimes del arrepentimiento. Hablando de Cristo, la Biblia dice: “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hech. 5:31).

El médico diagnostica nuestra enfermedad, y luego trata de hacer lo mejor para ayudar a recuperamos. Puede tener éxito, puede fallar. No es así con Jesús. El es el Gran Médico de Laodicea. Puede sanar a cada alma enferma de pecado. Su nombre es un símbolo de esperanza y vida. ¡Jesús! ¡Sí, Jesús! El da “a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”. El* conoce nuestra condición. Nos reprende solemnemente y nos castiga severamente, pero lo hace porque nos ama. El llamado al arrepentimiento viene por causa del amor. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. No me preocupa quién es usted, de dónde ha venido, o lo que está haciendo. Una cosa sé, si Jesús dice que él lo ama, usted está siendo amado por el amante más grande del universo. ¿Cómo sé que Jesús ama? Lo sé porque he probado ese amor, y es la cosa más dulce del mundo. Este es el mensaje que fulgura desde el Calvario: “Jesús ama”. Jesús ama a los no amables. Jesús ama a su pueblo -los miembros de su iglesia- su cuerpo. ¡Jesús salva! ¡Jesús salva!

En armonía con la Biblia, la mensajera al remanente dice: “Como Nicodemo, debemos estar dispuestos a entrar en la vida de la misma manera que el primero de los pecadores. Fuera de Cristo, ‘no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos’ (Hech. 4:12). Por la fe, recibimos la gracia de Dios; pero la fe no es nuestro Salvador. No nos gana nada. Es la mano por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos sus méritos, el remedio por el pecado. Y ni siquiera podemos arrepentimos sin la ayuda del Espíritu de Dios. La Escritura dice de Cristo: ‘A éste ha Dios ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados’ (Hech. 5:31). El arrepentimiento proviene de Cristo tan ciertamente como el perdón” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 147).

El llamado al arrepentimiento a Laodicea no debe ser mal entendido. Significa que el Espíritu Santo está disponible para hacer por la iglesia lo que la humanidad no puede hacer. Significa que el poder, el divino poder, está disponible.

Llámeselo como quiera -lluvia temprana, lluvia tardía, fuerte clamor-, lo importante es que el llamado al arrepentimiento es una promesa para que el Espíritu Santo esté disponible para la preparación de la cosecha. Significa que Dios odia el pecado pero que ama al pecador. Significa que estamos enfermos pero que no tenemos que morir. Significa que es mejor tropezar yendo hacia el reino que caminar derecho hacia el infierno. Significa que los pecadores sujetos a juicio no tienen que perecer. Significa que no hay necesidad de nuevos movimientos que ridiculizan a la iglesia y denuncian a los dirigentes.

Dios controla su iglesia. El sabe lo que está mal en ella, y tiene el remedio divino. Quiere decir que si bien la iglesia no está en el cielo todavía, las aflicciones de la tierra no son imposibles de ser curadas, porque el Testigo Fiel ama a su pueblo. Representa una oportunidad para Cristo, quien como “el Sol de justicia, en sus alas traerá salvación” (Mal. 4:2). Significa que la iglesia no es un club para santos sino una clínica para pecadores y que no debemos limitar el poder de Dios para salvar a su pueblo de sus pecados. Declara que el fanatismo debe perecer y la fe prevalecer. Fe en la expiación. Fe en el Salvador. Fe en Dios.

Un autoexamen

El llamado al arrepentimiento tiene aún otro aspecto. Señala que las condiciones dentro de Laodicea debieran mover a cada miembro a hacer un serio autoexamen, porque todo aquello que hace que Cristo esté fuera es una burla a su nombre y justicia. Sólo el pensamiento de nuestro querido Salvador de pie, fuera de una puerta cerrada es un reproche que debería llevarnos a tomar conciencia de la tremenda pecaminosidad del pecado. Tener a Jesús golpeando a nuestra puerta significa que él está muy cerca, pero si mantenemos la puerta cerrada quiere decir que estamos haciendo una profesión mentirosa. Cuando Jesús está fuera somos severamente reprochados.

La maquinaria de nuestra organización puede estar ocupada pero sin vida espiritual. De acuerdo con el propósito de nuestra existencia como iglesia -preparar un pueblo y alistarlo para la venida de Cristo- somos pesados en balanza y encontrados faltos. Si Jesús está fuera de la puerta, no estamos todavía listos y preparados para que él venga en su gloria como “Rey de reyes y Señor de señores”.

¿Es posible que Jesús esté fuera de alguna de nuestras instituciones -médicas, educacionales, editoriales? ¿Es posible que Cristo esté fuera de la administración de algunas de nuestras asociaciones, uniones o divisiones mundiales? ¿Es posible que Cristo esté fuera de nuestras vidas porque tenemos solamente una “forma de piedad, pero hemos negado la eficacia de ella”? ¿Es posible que Jesús esté fuera de alguna de nuestras reglamentaciones, proyectos y programas que se nutren y aplican en interés propio, estrecho nacionalismo y colocando a las tradiciones de los hombres antes que los mandamientos de Dios?

Al tomarnos un poco de tiempo para este autoexamen, ¿cuáles son algunos de los pecados que fácilmente nos acosan y nos impiden disfrutar el comienzo de la eternidad en el Paraíso?

Se nos advierte contra la negligencia (Primeros Escritos, pág. 71). La falta de preparación es un enemigo siempre presente (Testimonies, t. 1, pág. 486). La incredulidad anula las promesas de Dios porque aflige a su pueblo, la mundanalidad nos asalta continuamente en todo lugar, la falta de consagración es evidente entre todas las categorías de obreros, las contiendas minan nuestra vitalidad (El Evangelismo, pág. 505). La murmuración fue la aflicción del antiguo Israel y todavía se cierne sobre Laodicea. La rebelión no murió con Coré, Datán y Abiram, sino que ha continuado atacando al pueblo de Dios que guarda sus mandamientos (loc. cit.). La infidelidad en los diezmos y ofrendas -el pecado de la codicia- todavía prevalece (Testimonies, t. 6, pág. 450). Y, mis amigos, cuando Dios llama a un hombre ladrón, es realmente un ladrón.

La insubordinación y la tendencia a obrar contra las directivas de la organización para lograr la unidad en la iglesia se manifiestan a menudo (El Evangelismo, pág. 505). La abierta desobediencia a la Palabra de Dios (ibíd., pág. 503) da apoyo a los flagrantes abusos en la armonía racial, al adulterio y la fornicación, a los casamientos con incrédulos, al quebrantamiento del sábado y a la lucha por los puestos. A menudo vemos profesión sin posesión del carácter de Cristo. Los adormilados centinelas en los muros de Sión (loc. cit.) fallan en su misión de dar a la trompeta el sonido certero. “Guarda, ¿qué de la noche?” Muchos miembros de la iglesia toman siempre vacaciones de la obra misionera y por esto hay una muy pobre actuación de la membresía en el cumplimiento de la comisión evangélica. (Véase Hechos de los Apóstoles, pág. 92.) La evangelizaron es el negocio de la iglesia, y la obra no puede terminarse a menos que nuestros miembros unan sus esfuerzos con el ministerio.

Jesús en su iglesia

Hermanos y hermanas, antes de que Jesús venga en las nubes de gloria, desea estar dentro de su iglesia, dentro de nuestras vidas, dentro de nuestros hogares, dentro de nuestras instituciones, dentro de nuestras administraciones. Nuestro mundo está en continua agitación, y las señales de la consumación de las edades se ven por doquier. Realmente estamos felices porque más importante que el fin del mundo es el comienzo de la eternidad. Miramos por la fe esa ciudad “cuyo artífice y constructor es Dios”.

Ahora es el tiempo para que confesemos y dejemos nuestros pecados y abramos la puerta de tal manera que Jesús pueda entrar. Ahora es el tiempo de caminar en la luz que brilla desde la Biblia y el espíritu de profecía. Ahora es el tiempo de mostrarle al mundo y a los seres no caídos que Cristo y su justicia significan algo para nosotros. Ahora es el tiempo para poseer su amor, su perdón, su compasión, su humildad, su fe, su pasión por la salvación de las almas, y su carácter perfecto. Ahora es el tiempo de gozar la plenitud en él.

Cuando Jesús está en el interior, todo marcha bien. Me acuerdo de la historia de la niñita que entendió plenamente lo que significa vivir victoriosamente en Cristo Jesús. Ella decía: “Cuando Satanás golpea a la puerta de mi corazón, le pido a Jesús que conteste por mí. Y Jesús abre la puerta. Cuando Satanás ve su amoroso y encantador rostro, grita desesperado: ‘¡Perdóneme, me equivoqué de puerta!’ “Sí, ésta es nuestra esperanza de vida eterna: Jesús en el interior. Este es el llamado a Laodicea: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc. 3:19, 20). Esta es la vida eterna: el don de Dios por medio de Jesucristo. Esta es la vida del mundo. ¿Permitirá usted, querido amigo, que él entre?

Sobre el autor: El pastor Noel S. Fraser, presidente de la Unión de las Indias Occidentales, presentó este tema el 23 de abril de 1960 en el congreso de la Asociación General.