Hace algunos años, visité Rusia como parte de una materia del doctorado. Era un seminario en Teología de la Iglesia Católica Ortodoxa. Fue un viaje muy enriquecedor desde muchos puntos de vista. Una de las cosas que aprendí es que los ortodoxos no han escrito mucho acerca de teología. ¿Es que no tienen teología? Claro que la tienen, pero hay que buscar su teología en su arte y en su liturgia. La Iglesia Ortodoxa tiene una de las liturgias más elaboradas y pomposas del cristianismo. Algo semejante sucede con el movimiento llamado “Iglesia emergente”. Se aprende mucho de su “teología” al estudiar su liturgia: música destinada a despertar emociones fuertes, una mayor parte del tiempo del culto destinado a la “adoración”, y unos minutos solamente dedicados a una predicación bien “light”: alguien que se sienta en una banqueta (el púlpito pasó de moda), lee un par de versículos y narra algunas anécdotas personales.
La liturgia de la Iglesia Adventista, por otro lado, está centrada en la Palabra: La exposición bíblica ocupa no solo el punto culminante del culto, sino también se le dedica la mayor parte del tiempo. Es cierto que toda predicación, en tanto proclamación, es proclamación de Cristo (Col. 1:18), pero debemos proclamar a Cristo bíblicamente, y no un Cristo etéreo que solo nos sana emocionalmente sin cambiarnos desde adentro por medio un cambio en nuestra manera de pensar. En este sentido, son Cristo y sus enseñanzas lo que debe ser la base de nuestra predicación. Y encontramos a Cristo y a sus enseñanzas en toda la Biblia. Es más, como esta misma publicación lo ha enfatizado más de una vez, debemos dejar que la Biblia misma maneje el eje central, la estructura, el contenido y la aplicación de nuestra predicación.
Déjenme profundizar un poco más en este concepto. No es que la Biblia necesite de un intérprete en el púlpito, como si fuera un texto oscuro y complicado que necesariamente precise de un “experto en teología” o un “exégeta eximio” para poder ser proclamada. No. La Biblia es totalmente clara (perspicua) y lo suficientemente comprensible hasta para el más lego en la materia (Sal. 19:7; 2 Tim. 3:14, 15). No, la Biblia no nos necesita como predicadores; somos los predicadores los que necesitamos del mensaje bíblico para cumplir correctamente con nuestra función de heraldos de la verdad y del evangelio.
En este mismo sentido, tampoco es que la Biblia necesite que la apliquemos a la vida diaria, como si fuera un texto distante que se abstrae de la vida cotidiana. No, la Biblia es viva y activa, es un discurso directo que aborda nuestra vida hoy. Ha hablado a millones de creyentes a lo largo de los siglos, en los lugares más distantes del mundo y a culturas diametralmente diferentes.
¿Es que el predicador no debe esforzarse por comprender e interpretar bien las Escrituras con la intención de poder predicar con poder desde el púlpito? Claro que debe hacerlo. Pero no debemos caer en la arrogancia de pensar que si no fuera por nuestra habilidad hermenéutica y homilética la Palabra perdería su eficacia. No es que gracias a nosotros la Biblia cumple su poder transformador. Totalmente lo opuesto: gracias a la Biblia, con su claro y sencillo mensaje que habla directamente a nuestra vida contemporánea, es que el predicador puede cumplir con el ministerio que se le ha encomendado.
Prestemos atención a nuestra liturgia, y a nuestra predicación. Quizás estén hablando más fuerte que todos nuestros libros de teología.
Sobre el autor: director de la revista Ministerio, edición de la ACES.