Orientaciones bíblicas para lidiar con las fallas de los líderes que nos rodean.

Como pastor, ¿tuviste líderes de iglesia que interfirieron en asuntos eclesiásticos sin tu conocimiento? ¿Tuviste líderes que, en sumisión a miembros poderosos o ricos de la congregación, no quedaron de tu lado en momentos críticos, en los que tú necesitabas de la ayuda de cada uno de ellos? ¿Trabajaste con líderes que prometieron mucho y entregaron poco? ¿Serviste al lado de otros líderes que, sin pensar mucho, tomaron decisiones insensatas que hirieron a otros miembros de la iglesia?

En mis primeros años de ministerio, no solamente escuché críticas, sino también contribuí con comentarios mientras pastores discutían acerca de las debilidades percibidas en la Administración del campo local. Sin embargo, esa perspectiva cambió cuando me nombraron miembro de la Junta Directiva de la Asociación. Me di cuenta de que las decisiones eran tomadas con mucha oración. Noté también que las resoluciones que parecían ser simples y fáciles eran, muchas veces, complejas y envolvían cuestiones que no podían ser abiertas ampliamente. ¡Liderar era más complicado de lo que yo pensaba!

Apuntar debilidades es fácil; todos nosotros las tenemos y ellas son, generalmente, obvias. Por otro lado, incentivar a las personas para que hagan lo mejor que puedan y para que sean solidarias con los otros exige más esfuerzo y coraje.

El ejemplo de David y Saúl

La historia de cómo David se relacionaba con Saúl me ayudó mucho en mi relación con los líderes de la iglesia, especialmente cuando parecía que los líderes eran imperfectos, injustos y, a veces, vengativos y arbitrarios.

David, el vencedor de gigantes, el pastor de Belén, estaba bajo amenaza constante. El rey Saúl, que había transformado al joven en general del ejército por causa de su victoria sobre Goliat, se puso celoso de la creciente popularidad del recién llegado. Después de una victoria más, mientras David marchaba triunfante por la ciudad, las mujeres de Israel cantaban con emoción: “Saúl mató a sus miles, y David a sus diez miles” (1 Sam. 18:7). Al Rey no le gustó nada la comparación, y la envidia se apoderó de su ser. Entonces, la desconfianza se transformó en una obsesión para Saúl. Él quería la muerte de David. Dos veces arrojó su lanza contra el joven, mientras este intentaba calmarlo con el sonido armonioso de su arpa (1 Sam. 18:10, 11; 19:9, 10). El monarca llegó a enviar a hombres durante la noche para matar a David en su propia casa (1 Sam. 19:11-18). El peligro para la vida del hijo menor de Isaí era tan real que él tuvo que huir, compartiendo la triste secuencia de eventos con su mejor amigo, Jonatán, el heredero de Saúl. Ni siquiera la amistad de su hijo con el joven pastor de ovejas le impidió al Rey que lo persiguiera (1 Sam. 24:14).

En cierta ocasión, mientras Saúl estaba persiguiendo a David en el desierto, el Rey entró en una caverna para hacer sus necesidades (1 Sam. 24:1-22). Sin que él lo supiera, David y sus soldados estaban escondidos en el fondo de esa gruta. La tropa insistió en que David aprovechara la oportunidad para atacar a Saúl, mientras el Rey estaba indefenso. Sin embargo, la actitud de David demostró respeto por los líderes elegidos por Dios. Él se aproximó a Saúl sin que lo notara y, en lugar de usar la espada para matarlo, apenas le cortó una parte del manto real, volviendo, sin ser percibido, al fondo de la caverna.

Después de que el Rey salió de la gruta, David se mostró. De lejos, él llamó la atención del Rey y le mostró el pedazo del manto real que había cortado, como diciéndole: “¿Se le perdió algo?” El monarca se puso muy avergonzado y contrito. David también se arrepintió de haber cortado la orla del manto real, y afirmó que no debía ni siquiera haber pensado en matar al ungido del Señor. “He aquí han visto hoy tus ojos cómo Jehová te ha puesto hoy en mis manos en la cueva; y me dijeron que te matase, pero te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido de Jehová”. ¡Qué declaración sorprendente! David era un guerrero con la sangre de muchos en sus manos y continuó siendo un combatiente durante toda su vida. Imagínate la presión emocional de intentar sobrevivir todos los días y, a pesar de todo, no tomar revancha. ¿Cómo alguien podría actuar de aquella manera?

Cierta noche, mientras Saúl, la guardia real y tres mil soldados estaban durmiendo, David tuvo otra oportunidad de matar al rey (1 Sam. 26:1-25). Sin embargo, le ordenó a su soldado Abisai: “No le mates; porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente?” (1 Sam. 26:9). Públicamente, David fue respetuoso y leal a un rey que había sido comisionado por Dios, y que tenía una grave obsesión contra él.

¿Cómo logró lidiar con esa tensión emocional el futuro rey de Israel?

La estrategia de David

Durante el período en el que huía de Saúl, David escribió una serie de salmos. El hijo de Isaí era honesto con Dios. A él no le gustaba estar en los primeros lugares de la lista de los más buscados del reino, siendo perseguido por toda Palestina. David no quería vivir la vida de un delincuente errante, arrastrando esposas, hijos y amigos 2por todo el país. Ser el enemigo público número uno de Israel lo lastimaba mucho. Él quería que sus opositores fuesen destruidos. Deseaba tener una vida normal. Anhelaba, realmente, que la situación cambiara. En caso de que Saúl y sus partidarios murieran, eso sería muy bueno. Sin embargo, David eligió respetar el liderazgo designado por Dios y encontró un medio diferente, más poderoso, de lidiar con su sufrimiento. En muchos de sus poemas, él dejó claro su modo de superar la presión (ver: Sal. 18; 52; 54; 57; 59; 63; 142-144).

Vamos a comenzar con el Salmo 59. David lo compuso en el contexto en el que Saúl designó a algunos soldados para que vigilaran la casa del futuro rey, a fin de poder matarlo (1 Sam. 19:11-16). El ex pastor de ovejas dejó el asunto con Dios: “Sean ellos presos en su soberbia, y por la maldición y mentira que profieren. Acábalos con furor, acábalos, para que no sean; y sépase que Dios gobierna en Jacob Hasta los fines de la tierra” (Sal. 59:12, 13).

Considera el Salmo 142, escrito mientras David se escondía en una cueva, donde parecía que había encontrado refugio (1 Sam. 22:1,2). Observa cómo él colocó su agonía en el contexto de su esperanza. “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. […] Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer; no tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida. Clamé a ti, oh Jehová; dije: Tú eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo. Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; me rodearán los justos, porque tú me serás propicio” (Sal. 142:1-7).

Reflexiona sobre la actitud del “maravilloso salmista de Israel” en el Salmo 52, después de escuchar que Doeg le había informado a Saúl que Ahimelec, el sacerdote, le había dado agua y la espada de Goliat mientras el joven hijo de Isaí huía de Saúl (ver: 1 Sam. 21), y que Doeg había matado a 85 sacerdotes, todos parientes de Ahimelec (1 Sam. 22:9-23). David deja el juicio en las manos de Dios: “Por tanto, Dios te destruirá para siempre; te asolará y te arrancará de tu morada, y te desarraigará de la tierra de los vivientes” (Sal. 52:5). Además de esto, él eligió colocarse en las manos del Señor: “Pero yo estoy como olivo verde en la casa de Dios; en la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre. Te alabaré para siempre, porque lo has hecho así; y esperaré en tu nombre, porque es bueno, delante de tus santos” (Sal. 52:8, 9).

La disposición de dejar todo en las manos de Dios y confiar en él en momentos de adversidad aparece en otros lugares: “Oh Dios, oye mi oración; escucha las razones de mi boca. Porque extraños se han levantado contra mí, y hombres violentos buscan mi vida; no han puesto a Dios delante de sí. He aquí, Dios es el que me ayuda; el Señor está con los que sostienen mi vida” (Sal. 54:2-4).

Una vez más, en el Salmo 18, David se refirió a Dios como aquel que lo rescató de Saúl y de todos sus enemigos. “Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos. Me rodearon ligaduras de muerte, y torrentes de perversidad me atemorizaron. Ligaduras del Seol me rodearon, me tendieron lazos de muerte. En mi angustia invoqué a Jehová y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos” (Sal. 18:3-6). Después escribió: “Envió desde lo alto; me tomó, me sacó de las muchas aguas. Me libró de mi poderoso enemigo, y de los que me aborrecían; pues eran más fuertes que yo. Me asaltaron en el día de mi quebranto, mas Jehová fue mi apoyo” (Sal. 18:16-18).

¿Qué podemos aprender de estos breves comentarios sobre los Salmos escritos en medio del sufrimiento, la traición y la adversidad? Incluso cuando estaba en peligro absoluto, David encontró poder y fuerzas para superar sus desafíos en su vida de oración y en la dependencia total de la justicia divina. Además de esto, él siempre reconoció la disposición de Dios a dejar que su justicia operara en todas las cosas.

David también fue muy honesto con Dios en relación con sus sentimientos, su rabia, su dolor y su deseo de que la situación cambiara. Él entregó sin reservas al Señor toda la carga emocional que sentía. Su experiencia nos deja este desafío: cuando somos emocionalmente honestos con Dios en nuestras oraciones particulares y confiamos creyendo que él puede trabajar con nuestras luchas, podemos vivir de una manera ejemplar en la esfera pública.

El principio aplicado hoy

Los líderes tienen sus debilidades, muestran favoritismo y, a veces, toman decisiones equivocadas que nos afectan negativamente. La respuesta natural para el dolor de la injusticia es criticar a los líderes frente a todos los que nos quieran escuchar. Sin embargo, la Biblia le da a ese comportamiento el nombre de chisme y calumnia, y nos pide que estemos lejos de esas formas de actuar (Efe. 4:25-31).

Las calumnias y los chismes pueden herir a las otras personas, pero quien las genera obtiene como resultado mala reputación. Ninguno de nosotros necesita eso; la vida y el ministerio pastoral son suficientemente duros. La estrategia de David al lidiar con la persecución de Saúl es el mejor método. Siente el dolor, exprésalo y entrégaselo a Dios en particular, mientras apoyas y respetas públicamente al líder. David confió en Dios, y el Señor cuidó de su vida. Saúl murió y David se transformó en el rey de Israel.

Viéndolo desde este punto de vista, él ejemplificó de diversas formas el consejo del apóstol Pedro cuando dijo: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Ped. 5:7). El verbo echar, usado por el apóstol en relación con dar nuestras cargas emocionales a Cristo es el mismo que él utilizaría para referirse al lanzamiento de una red de pesca al mar. Los pescadores con experiencia no colocan delicadamente la red en el agua; ellos la arrojan con todas sus fuerzas. Tenemos que lanzar nuestro odio, nuestros celos, nuestros miedos, nuestra sensación de desprecio, nuestra rabia y cualquier otra carga emocional con todas nuestras fuerzas a Dios y dejar que él se haga cargo de todo eso. El Señor escucha, entiende, lleva el fardo y lo sustituye con la paz que excede todo nuestro entendimiento (Fil. 4:6, 7).

David no denunció públicamente al rey Saúl, porque este era el ungido de Dios. Él mismo fue el ungido del Señor que sucedió a Saúl en el trono. Si David hubiera sido visto menospreciando el liderazgo del Rey, aunque tuviera todas las buenas razones del mundo para hacerlo, les daría a los demás el permiso tácito para que también lo desafiaran como líder. Él trató a su líder como le gustaría que lo trataran a él como líder; y de esa manera ejemplificó el desafío de Jesús: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mat. 7:12). Los mejores líderes son leales seguidores que respetan la dignidad y el desafío del liderazgo, y saben cómo lidiar con sus cargas emocionales.

Sobre el autor: presidente de la División del Pacífico Sur de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, con sede en Australia.