Desafíos administrativos en la tarea pastoral contemporánea

El desarrollo y el éxito de cualquier iglesia o ministerio, depende en gran medida de la condición de su liderazgo. El éxito en la labor ministerial requiere habilidades, competencias y, sobre todo, de una buena relación con Dios. Bajo esta premisa, se hace imperativo repensar la tarea pastoral en el contexto de gestión de la iglesia local. Además, es importante mirar lo que dicen las Escrituras y otros autores sobre el liderazgo y los desafíos que pueden presentarse hoy.

Crecimiento en Cristo

Las iglesias necesitan desarrollar los dones provistos por el Espíritu Santo. Sin embargo, cuando los miembros del cuerpo de Cristo no utilizan estas gracias espirituales, el desánimo y la inactividad llevan al entumecimiento espiritual. ¿Es esto lo que necesita la comunidad cristiana? Creo que no. Los fieles de nuestras iglesias necesitan ser formados, informados, reformados y transformados a imagen de Cristo. Por definición, el cuerpo de Cristo es dinámico y requiere constantes avances.

Geoffrey Bromiley lo describe con elocuencia: Jesús “es el corazón y el fundamento de nuestro ministerio”.[1] Así, todo creyente es miembro del cuerpo de Cristo y socio de su incesante ministerio, manifestando su colaboración en el movimiento para salvar almas. En este proceso, el Espíritu Santo siempre ha sido fundamental en la historia de la iglesia cristiana. Reflexionando sobre esto, F. F. Bruce escribió: “El surgimiento y progreso del cristianismo, desde sus inicios hasta la conversión de los ingleses, se describe bien con la analogía de la expansión del fuego”.[2] La iglesia, como un incendio forestal fuera de control, se extendió desde Jerusalén en un período relativamente corto y llegó a todo el mundo conocido. ¿Qué tenía el cristianismo, sus creencias, sus prácticas y los primeros creyentes que causó su rápida expansión hasta los confines de la tierra? Un aspecto a considerar es que surgió del suelo estéril de los judaísmos fragmentados del siglo primero. Además, nació en un período notable de la historia que favoreció su expansión. El apóstol Pablo se refiere a esta ocasión como “la plenitud de los tiempos” (Gal. 4:4).

La necesidad de organización

El Manual de la iglesia dice: “Así como no puede haber un cuerpo humano vivo y activo a menos que sus miembros estén orgánicamente unidos, y funcionen juntos bajo un control central, tampoco puede haber una iglesia viva que crezca y prospere a menos que sus miembros estén organizados en un grupo unido, y todos desempeñen los deberes y las funciones que les sean confiados por Dios, bajo la dirección de una autoridad divinamente constituida. Sin organización, ninguna institución o movimiento puede prosperar”.[3]

El Nuevo Testamento proporciona evidencia de una iglesia organizada, y –como con cualquier institución en desarrollo– uno siente el dinamismo y la chispa de un gran movimiento. Edward Hayes explica: “Bajo la dirección y el cuidado apostólico, surgió una organización que respondió a la necesidad. […] Pero sin seguir ningún orden especial, ciertos patrones organizativos surgieron inmediatamente después de Pentecostés. […] La fe de la iglesia que crecía no era estática, sino que vibraba de vida y dinamismo”.[4] La necesidad administrativa surgía ante la multiplicación diaria de conversos. Se hizo urgente organizar fuerzas evangelizadoras para llegar al mayor número de personas con el mensaje de salvación. Las Escrituras especifican que en las iglesias se nombraban ancianos (Hech. 14:23), quienes debían velar por la “sana doctrina” y administrar los recursos donados por los voluntarios de la iglesia.

Desafíos del liderazgo

La administración eclesiástica y el liderazgo pastoral son dos realidades necesarias en nuestra sociedad que avanza rápidamente. La iglesia del siglo XXI debe poder examinarlo todo y retener lo bueno (1 Tes. 5:21), especialmente en materia de organización.

El liderazgo pastoral exige muchas tareas y responsabilidades: “El pastor está, en virtud de su ordenación al ministerio, calificado para oficiar en todos los ritos y las ceremonias de la iglesia. Debe ser el líder espiritual y consejero de la iglesia, instruir a los oficiales de la iglesia en sus deberes, y planear con ellos todas las áreas del trabajo y la actividad de la iglesia”.[5]

Hoy vemos una creciente necesidad de liderazgo basado en claros principios de gestión. En el campo administrativo, incluso los desarrollos tecnológicos recientes requieren cierta actualización recurrente. Los dirigentes cristianos van tomando consciencia de la necesidad de optimizar sus esfuerzos para adquirir mejores habilidades administrativas. Esto significa que algunos líderes cristianos ya no parecen tan reticentes a usar conceptos administrativos seculares en el ámbito de la iglesia. Muchas organizaciones cristianas han tratado de aplicar filosofías de gestión seculares para promover la obra de Dios. Sin embargo, los principios bíblicos de administración son esenciales para desarrollar y mantener una organización cristiana.

“Si la empresa cristiana quiere llevar a cabo las tareas que Dios le propone, sus líderes deben aplicar los principios de administración basados en la Palabra de Dios”.[6] Esto significa escudriñar las Escrituras en busca de respuestas sobre cómo administrar la obra del Señor. El mismo autor aclara que, “en el pasado, la comunidad cristiana no se preocupaba por mantener un equilibrio entre el liderazgo espiritual y el administrativo”.[7] Sin embargo, la literatura actual coincide en el reconocimiento de cuán vital es mantener un liderazgo cristocéntrico como eje. Es con esta conciencia que, no hace mucho tiempo, las organizaciones cristianas comenzaron a dedicar más tiempo a construir liderazgo administrativo.

En ciertas áreas, la administración de la iglesia no es tan diferente de la administración de empresas. Ambas áreas comparten ciertas operaciones básicas: planificar, organizar, dirigir, coordinar y evaluar. Según Calderón, “la administración eclesiástica es el proceso por el cual la iglesia, como cuerpo, logra sus objetivos a través de sus miembros, mediante la valoración, planificación y organización para una ejecución coordinada y eficaz”.[8] Como proceso de planificación, la organización de la iglesia debe coordinar y dirigir las actividades de la institución. La planificación también se aplica a las personas, organizadas en una jerarquía, que realizan tareas o funciones. También se debe reconocer que la organización es uno de los dones del Espíritu Santo (1 Cor. 12:28), que consiste en la capacidad que Dios da a ciertos miembros del cuerpo de Cristo para manejar los asuntos administrativos de la iglesia (ver Hech. 6:1-7; Luc. 14:28-30).

La administración está dirigida por personas con habilidades dadas por Dios que entienden que el cuerpo de Cristo necesita tener planes a corto, mediano y largo plazo para cumplir su misión en la Tierra. Peter Wagner señala que el cuerpo de Cristo debe “comprender claramente las metas inmediatas y a largo plazo de una unidad particular del cuerpo de Cristo, y diseñar y ejecutar planes efectivos para la realización de esas metas”.[9]

Reconstruyendo el concepto de liderazgo

¿Cómo liderar una organización? Esta preocupación se expresa materialmente en la búsqueda de eficacia y eficiencia en las acciones. En este sentido, se trabaja para mejorar el uso de los recursos, ahorrar esfuerzo y optimizar resultados. En nuestra era de avances científicos y tecnológicos, nada puede dejarse al azar. Por lo tanto, los pastores, los gerentes o cualquier otro tipo de gestor necesitan reflexionar sobre la responsabilidad de trabajar con personas.

Pero ¿qué significa, entonces, liderar organizaciones? Para responder a esta pregunta, debemos reconocer que la gestión es tan antigua como el ser humano. Cuando un hombre forma una familia y se siente obligado a cumplir metas, surge la necesidad de repartir tareas y asignar ciertas responsabilidades a cada miembro. Asimismo, dirigir una congregación requiere una dedicación intensa y constante. Jesús mismo usó principios de mando, jerarquía establecida y autoridad delegada. Así, los discípulos desarrollaron un estilo de administración que hasta el día de hoy las iglesias siguen como ejemplo.

Stogdill revisó más de tres mil libros y artículos, y corroboró lo difícil que es tener una comprensión clara e integrada del concepto de liderazgo. Advirtió que “existen tantas definiciones de liderazgo como personas que han tratado de definir el concepto”.[10] McCall y Lombardo, citados por José M. Peiró, indican que “la cantidad de modelos, teorías y teorías conceptuales no integradas en esquemas sobre liderazgo, es preocupante”.[11] Esto se debe a que, en su mayor parte, la literatura sobre el tema contiene muchos errores y contradicciones teóricas y metodológicas.

Sin embargo, dentro de la ciencia de la administración, las siguientes definiciones pueden aclarar ciertos aspectos. George R. Terry afirma que la “administración es un proceso distintivo que consiste en planificar, organizar, dirigir, realizar y controlar el trabajo mediante el empleo de personas y recursos de varios tipos”.[12] Herbert A. Simon define la “administración” como una “acción racional y cooperativa para alcanzar determinados objetivos”.[13] Es evidente que estos conceptos no pueden disociarse de lo que sucede en la tarea pastoral. Exige presiones y desafíos como constante capacitación y educación, orientación a los afiliados en sus responsabilidades, planificación, seguimiento y evaluación de las acciones administrativas.

Según George Terry, “la habilidad de un líder debe consistir en inducir a los seguidores a trabajar juntos con celo y confianza en las tareas que él les encomiende”.[14] Ostoic también observa que “el liderazgo es el arte de influir en las personas para que luchen voluntariamente por el objetivo del grupo. […] El líder toma su lugar a la cabeza del grupo, facilitando su progreso e inspirándolo para alcanzar las metas de la organización”.[15] Es decir, donde hay grupos humanos, aparecerán personas que ejercen influencia sobre otros, dirigiéndolos y dirigiendo sus actividades.

El pastor principal

El término “pastor” en la Biblia deriva de la palabra hebrea rō’ê y del sustantivo griego poimēn, cuyos significados básicos apuntan a la idea de pastorear, alimentar y cuidar.[16] También se “usa con referencia a Dios, el gran Pastor, que apacienta a sus ovejas (Sal. 23:1-4; cf. Juan 10:11)”.[17] El Salmo 23, reconocido como una joya literaria del Salterio, es un “cántico fiel que describe el cuidado de Dios por el rey y su comunidad, usando la imagen de un pastor y anfitrión”.[18] Esta es la manera de Dios de “gestionar” a su pueblo, y debe ser el modus operandi de los pastores hoy: pastorear personas.

Es interesante notar que Israel era un pueblo predominantemente pastoril. Sus conceptos religiosos estaban matizados por su vocabulario y hábitos comunes en una comunidad pastoral. En la Biblia, el término “pastor” fue utilizado por primera vez por Jacob en Génesis 49:24. La metáfora del pastor indica las intenciones de Dios en el cuidado de su pueblo, pues sabe que las ovejas necesitan constante vigilancia y protección de las fieras, además de cobijo y consuelo. “El pastor ayuda a los perdidos y enfermos. Sin pastor, las ovejas suelen perecer”.[19] Daniel Carro indica algunas cualidades del pastor presentes en el Salmo 23:

  1. El buen pastor: Vida y protección.
  2. El pastor bondadoso: Descanso y reposo.
  3. El pastor sabio: Guía y enseñanza.
  4. El pastor poderoso: Compañía y victoria.
  5. El pastor protector: Provisión y alimento.
  6. El pastor personal: Amistad y consuelo
  7. El pastor principal: Hogar y familia.[20]

En el Nuevo Testamento, Jesús es presentado como el Buen Pastor (Juan 10:11), como “el gran Pastor de las ovejas” (Heb. 13:20) y como el “Pastor supremo” (1 Ped. 5:4). Entregó su vida para salvar a sus ovejas. Jorge A. Leão escribe: “Hay que ver a Jesús, por un lado, predicador, y por otro, pastor, el que cuida y sana a las ovejas”.[21] Después de su resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: “Como me envió el Padre, así os envío yo” (Juan 20:21). Él espera que cada pastor asuma su responsabilidad como lo hizo él, tanto en la proclamación del evangelio como en el ministerio personal.

También se puede observar que, en el contexto en que Jesús expresó “Yo soy el Buen Pastor”, nos advirtió que hay personas que, siendo pastores, son catalogados como meros “asalariados”; es decir, la protección del rebaño no está dentro de sus intereses. Jesús miró al mundo religioso y observó a los “asalariados” viviendo de sus lujos y desatendiendo el cuidado de las ovejas. Estos hombres no eran pastores, sino cazadores. ¿Qué tipo de postura asumimos hoy? ¿Somos pastores o simplemente asalariados?

Conclusión

Cuando una persona acepta el llamado de Dios para entrar al ministerio pastoral, tendrá que enfrentar grandes desafíos: la resolución de conflictos interpersonales, restaurar la vida espiritual de la iglesia, guiar, capacitar, visitar, dar estudios bíblicos, predicar a grandes y pequeñas audiencias, gestionar ceremonias de bautismo, funerales, matrimonios, entre otras actividades. La lista de actividades al servicio de Dios parece interminable. Jorge A. Leão explica de manera interesante la vocación pastoral en el siglo XXI: “El pastor tiene que ejercer su ministerio en un mundo profundamente conflictivo, con problemas para los que no se encuentra una solución fácil y rápida”.[22]

No es extraño, entonces, encontrar pastores confundidos en un mundo confundido. Esta confusión exige un mensaje de salvación con propósitos concretos y con gran urgencia. Todo pastor debe guiarse por los principios establecidos por Cristo en su Palabra. Debe comprender y conocer el mundo en el que se encuentra y debe pedir diariamente ser lleno del Espíritu Santo. Así, podrás pastorear bien las ovejas que te han sido confiadas.

Elena de White describe el espíritu que debe caracterizar al pastor: “El espíritu del verdadero pastor es el de la abnegación. Se olvida de sí mismo para realizar las obras de Dios. Por la predicación de la Palabra y por la obra personal en los hogares, se entera de sus necesidades, sus tristezas y sus pruebas; y cooperando con el gran Sustentador, compartirá sus aflicciones, consolará sus penas, aliviará sus almas hambrientas y ganará sus corazones para Dios. En esta obra el ministro es asistido por los ángeles del cielo, y él mismo es instruido e iluminado en la verdad que lo hará sabio para la salvación”.[23]

Sobre el autor: profesor en la Universidad Adventista de Chile.


Referencias

[1] G. W. Bromiley, Christian Ministry (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1959), p. 35.

[2] F. F. Bruce, Hechos de los apóstoles: Introducción, comentario y notas (Grand Rapids, MI: Nueva Creación, 1990), p. 91.

[3] Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Manual de la iglesia (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2023), p. 27.

[4] Edward L. Hayes, La iglesia: el cuerpo de Cristo hoy (Puebla: Las Américas, 2003), p. 148.

[5] Manual de la iglesia, p. 35.

[6] Aldo Broda, Administración: principios gerenciales para líderes cristianos (Miami: Editorial Unilit, 2001), p. 12.

[7] Broda, p. 12.

[8] Wilfredo Calderón, Administración de la iglesia cristiana (Miami: Editorial Vida, 1982), p. 45.

[9] C. Peter Wagner, Su iglesia puede crecer (Barcelona: CLIE, 1980), pp. 137-153.

[10] Mónica García Solarte, “Formulación de un modelo de liderazgo desde las teorías organizacionales”, Entramado, t. 11, Nº 1, enero-junio 2015, pp. 60-79.

[11] J. M. Peiró, Desencadenantes del estrés laboral (Madrid: Pirámide, 1999), p. 77.

[12] Terry George, Principios de administración (New York: McGraw Hill, 1961), p. 1.

[13] Herbert A. Simón, Administrative Behavior (New York: The MacMillan Company, 1958), p. 1.

[14] Terry George y Leslie Rue, Principios de administración (Buenos Aires: El Ateneo, 1986), p. 5.

[15] Ostoic, Administración educacional (Antofagasta: Universidad Católica del Norte, 1998), p. 32.

[16] cf. HALOT, 1259; BDAG, p. 843.

[17] W. E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustive (Nashville, TN: Editorial Caribe, 1999), p. 531.

[18] The Lockman Foundation, Biblia de estudio (La Habra, California: Foundation Publications, INC., 2000), Salmo 23.

[19] Daniel Carro, José Tomás Poe y Rubén O. Zorzoli. Comentario bíblico Mundo Hispano (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 1993), t. 8, pp. 124, 125.

[20] Ibíd.

[21] Jorge A. León, Psicología pastoral para todos los cristianos (Buenos Aires, Argentina: Kairos, 2012), p. 49.

[22] León, p. 55.

[23] White, Los hechos de los apóstoles (Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 435.