Cuando esa profesora fue escogida para ser la princesa de Inglaterra, todo el mundo dio su opinión. Para muchos periódicos y revistas, el príncipe Charles no debía casarse con una plebeya. Otros observadores la veían como una chica simple, demasiado común en términos profesionales, para formar parte de la realeza. Pero también estuvieron los que aplaudieron la elección.

Al ser fotografiada en una playa, vistiendo bikini a pesar de su embarazo avanzado, Diana recibió severas críticas por parte de los periodistas más conservadores. Más tarde, al quedar en evidencia que había sido traicionada por el príncipe, nuevamente el mundo se posicionó: unos, contra ella; otros, a favor. Al mostrarse activa en campañas y proyectos humanitarios, fue aplaudida por sus críticos.

Después, vino la fase en que recibió elogios y críticas ante su resistencia al rígido protocolo de la realeza británica, su determinación de dar atención a sus hijos, y la tristeza que aparentemente ostentaba y que llevó a los críticos a sospechar que sufría alguna enfermedad psicosomática. Finalmente, la supuesta relación sentimental con algunos ayudantes hizo que pasase a ser vista, ya como una víctima, ya como manipuladora.

Exposición peligrosa

Más allá de cualquier juicio sobre los actos de la princesa, y las diferentes razones que llevaron a ellos, nos obligan a preguntarnos: ¿Quién puede agradar a todas las personas? A fin de cuentas, es una situación muy delicada estar todo el tiempo bajo la lupa, bajo el juicio de personas con opiniones diferentes. Nosotras, esposas de pastores, lo sabemos muy bien. Una de las principales quejas de la esposa del pastor es el hecho de vivir siempre “en una pecera”, estar siempre “en la vitrina” y, consecuentemente, estar siendo juzgada siempre.

Tener la vida “como un libro abierto”, escrito y leído por todos, puede ser una experiencia desconcertante, especialmente cuando percibimos las implicaciones. A pesar de esto, muchas esposas se exponen innecesariamente al juicio y al juzgamiento de terceros, a través de Facebook, blogs, sitios de Internet y Messenger. Es un hecho que mucha gente pierde horas en Internet intentando enterarse de la vida ajena, olvidándose que también está siendo juzgada por amigos, enemigos, personas honestas y personas inescrupulosas. Algunas expresan pensamientos demasiados íntimos como para ser compartidos con personas desconocidas, de las que poco se sabe y que pueden juzgarla incorrecta e injustamente, ya que juzgan solo por lo que ven, escuchan o leen y que, muchas veces, ven solo lo que es negativo, escuchan solo lo que les interesa y leen muy mal, sin poder percibir la realidad completa.

Otro peligro real son las salas de chat, que han llevado a muchas esposas a un compromiso emocional con otra persona, causando la desconfianza del esposo. Hay esposas que justifican la búsqueda de atención de otra persona diciendo que se sienten solitarias y olvidadas por el esposo. Pero debemos recordar que Dios desaprueba la infidelidad.

He acompañado la historia de muchas mujeres que abandonaron la estabilidad de su matrimonio por una aventura con algún desconocido que fue descubierto a través de Internet. Esta elección ha terminado trágicamente, produciendo motivos de lamento. Además de eso, no debemos olvidar que somos responsables por todo el mal que causamos a la iglesia de Dios, que es “la niña de los ojos de Dios”. A pesar de todo, en momentos de insensatez, si buscamos ayuda en Dios, todavía podemos ser despertadas y resistir el sentimentalismo ciego.

Tema de reflexión

Las siguientes palabras de Elena de White nos llevan a reflexionar: “Vi las esposas de los ministros. Algunas de ellas no ayudan a sus esposos y, sin embargo, profesan creer el mensaje del tercer ángel. Piensan más en analizar sus propios deseos y placer, que en descubrir cómo pueden cumplir la voluntad de Dios o sostener las manos de sus esposos por medio de sus oraciones fieles y su conducta cuidadosa. Vi que algunas de esas siguen una conducta tan voluntariosa y egoísta que Satanás las usa como instrumentos suyos, y se vale de ellas para destruir la influencia y la utilidad de sus esposos. Se sienten libres para quejarse o murmurar si se ven sometidas a estrecheces. Se olvidan de los sufrimientos de los antiguos cristianos por amor a la verdad, y piensan que deben poder cumplir sus deseos y hacer su voluntad. Se olvidan de los sufrimientos de Jesús, su Maestro. Olvidan al Varón de dolores, experimentado en quebranto, que no tenía dónde reposar la cabeza. No quieren recordar aquellas sienes santas, atravesadas por una corona de espinas. Se olvidan de Aquel que, llevando su propia cruz al Calvario, se desmayó bajo su peso. No solo la carga de la cruz de madera, sino también la pesada carga de los pecados del mundo, pesaba sobre él. Se olvidan de los crueles clavos que atravesaron sus tiernas manos y pies, y los clamores de su agonía: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’ A pesar de todo este sufrimiento que soportó por ellas, se sienten muy poco dispuestas a sufrir por Cristo.

“Vi que estas personas se están engañando a sí mismas. No tienen parte ni suerte en el asunto. Se han apoderado de la verdad, pero la verdad no se ha apoderado de ellas” (Elena G. de White, Joyas de los testimonios, t. 1, p. 37).

Misión y recompensa

Querida compañera, recuerde que, antes de su nacimiento, Dios la escogió para ser esposa de pastor. Él la escogió para amar, aconsejar, orientar, enseñar y ayudar a las personas mientras camina al lado de ellas hacia el reino celestial. En el cumplimiento de tan sagrada misión, no puedes entregarte a horas de placer que no edifica, y que puede comprometer tu imagen y destruir tu carácter.

“Las esposas de los predicadores deben vivir una vida de consagración y oración. Pero algunas quisieran gozar una religión sin cruces, que no pida abnegación ni esfuerzo de parte suya En vez de portarse noblemente, apoyándose en Dios para obtener fuerza, y llevando su responsabilidad individual, durante gran parte del tiempo han dependido de otros, sacando su vida espiritual de ellos. Si quisieran tan solo apoyarse confiadamente, como niños, en Dios, y concentrar sus afectos en Jesús, sacando su vida de Cristo, la vid viviente, ¡cuánto bien podrían hacer, qué ayuda podrían ser para otros, qué apoyo prestarían a sus esposos; y qué recompensa tendrían al fin! Las palabras: ‘Bien, buen siervo y fiel’ sonarían en sus oídos como suave música. Las palabras: ‘Entra en el gozo de tu Señor’ las recompensarían mil veces de todos los sufrimientos y las pruebas soportados para salvar almas preciosas (White, Obreros evangélicos, pp. 213, 214).

Sobre la autora: Coordinadora de AFAM en la Unión Central Brasileña