Diez claves que abren las puertas del crecimiento de una iglesia.

Aun cuando se hable mucho del crecimiento de la iglesia, y todos los pastores deseen verlo como una realidad en sus congregaciones, probablemente muchos no sabrían responder cuáles son los factores, o claves, que lo hacen posible. Este artículo tiene el objetivo de ayudar a identificar e implementar esos factores, que se enumeran a continuación.

1. El Señor de la Iglesia

Este es el principio más importante. En realidad, es Dios quien hace crecer a la iglesia, y no le cabe al hombre el comando de este proceso. La parte humana es solo colaborar  con el Señor de la mies (Mat. 9:38), en una acción eventual, mientras que la acción de Dios es continua e ininterrumpida. De acuerdo con el apóstol Pablo, el hombre siembra y riega, pero Dios es quien provee el crecimiento (1 Cor. 3:6, 7).

“Nuestra tarea no es producir el crecimiento de la iglesia, sino liberar el potencial natural que Dios ya colocó en la iglesia”.[1] Así, el agente humano no tiene que crear principios de crecimiento de iglesia, pues ya fueron creados por Dios. Le cabe al hombre descubrirlos y aplicarlos. Bajo la dirección del Espíritu de Dios, podemos desarrollar estrategias de trabajo misionero coherentes con los principios instituidos por Dios.

2. El pastor

Una iglesia que crece sencillamente refleja el liderazgo visionario, servicial y capacitador de su pastor. El sueña con el crecimiento y participa de ese sueño con sus ayudantes y los demás miembros de iglesia. Se empeña en inspirar, entrenar y capacitar a los santos para el servicio (Efe. 4:11- 13). En el territorio de la Asociación Paulista Oeste (APO), secretarios de departamentos y pastores de iglesias trabajan como inspiradores, facilitadores y entrenadores, dentro del proyecto “Evangelismo integrado de Cosecha”. Entre otras cosas, ese plan focaliza la participación del liderazgo y la fuerza voluntaria de las congregaciones en la misión de salvar.

3. Dones espirituales

Una investigación realizada en iglesias que más crecen en los cinco continentes reveló que el 68% de sus miembros desarrolla ministerios compatibles con los dones espirituales recibidos. En iglesias decrecientes, solo el 9% de los miembros estaba involucrado en tareas de acuerdo con los dones que recibió.[2]

El pastor inteligente invertirá en la preparación de sus colaboradores y los organizará para el trabajo misionero, tomando en cuenta los dones espirituales disponibles. Existen métodos sofisticados para que cada miembro descubra sus dones. Además, lo más fácil es realizar una investigación, de preferencia, en ocasión de la elección de oficiales para el año eclesiástico.

4. Entrenamiento

El conocimiento de los dones existentes en la congregación no es suficiente. Es necesario entrenar, capacitar y equipar a los santos para el ministerio. No podemos desatender el siguiente consejo: “Cada iglesia debe ser escuela práctica de obreros cristianos. Sus miembros deberían aprender a dar estudios bíblicos, a dirigir y enseñar clases en las escuelas sabáticas, a auxiliar al pobre y cuidar al enfermo, y trabajar en pro de los inconversos. Debería haber escuelas de higiene, clases culinarias y para varios ramos de la obra caritativa cristiana. Debería haber no solo enseñanza teórica, sino también trabajo práctico bajo la dirección de instructores experimentados. Abran los maestros el camino trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse con ellos, aprenderán de su ejemplo”.[3]

5. Atención de las necesidades

Jamás deben ser pasadas por alto las necesidades de las personas que deseamos alcanzar con el evangelio. Y, en la práctica de ese principio, Jesús es el mayor ejemplo. “Únicamente el método de Cristo dará verdadero éxito para alcanzar a la gente. El Salvador se mezclaba con los hombres como alguien que deseaba su bien. Les manifestaba simpatía, atendía sus necesidades, y ganaba su confianza. Luego los invitaba así: ‘Sígueme’ ”.[4]

Las iglesias que crecen, manifiestan el principio de la encarnación del ministerio de Cristo, actuando en la comunidad en que están insertadas, supliendo las necesidades, conquistando la confianza de las personas y haciendo amigos.

6. Espiritualidad contagiosa

La espiritualidad contagiosa es característica de las iglesias en que los creyentes viven entusiasmados por las maravillas que Dios ha hecho entre ellos. Con eso, atraen multitudes. “En toda iglesia en que las vidas están siendo transformadas, las parejas están siendo restauradas y el amor fluye libremente, será necesario trabar las puertas para evitar que el pueblo vaya hasta allí”.[5]

Uno de los medios que se muestran eficaces en la promoción de la espiritualidad contagiosa es la oración intercesora. Las iglesias en que ha sido practicada sistemáticamente están recogiendo grandes resultados en conversiones y bautismos. En cada congregación, se debe tener una agenda que contenga nombres de personas por las cuales orar, y Dios responderá.

7. Prioridades evangelizadoras

En el proceso de evangelización, debemos considerar tres prioridades. La primera es hacer discípulos. Ese es el objetivo de la Gran Comisión (Mat. 28:18-20). Los tres participios aoristos griegos (según el texto original) -“yendo, predicando y bautizando”- son el medio para alcanzar el objetivo. El énfasis aislado en el “yendo”, sin predicar, bautizar y hacer discípulos, generará una iglesia sin mensaje, decreciente en cantidad y calidad. En el caso de enfatizarse unilateralmente el “predicando”, el resultado será una iglesia que solo predica, sin la preocupación de alcanzar a los no alcanzados. Consecuentemente, no habrá bautismos ni discípulos. El esfuerzo centrado solo en bautizar, a su vez, enfatizará los números en perjuicio del discipulado y de la misión como un todo. Necesitamos ir, predicar y bautizar, con el objetivo de hacer discípulos.

La segunda prioridad evangelizadora es la evangelización profética. El período en que la Iglesia Adventista experimentó mayor índice de crecimiento en su historia fue en la década entre 1870 y 1880, cuando priorizó la evangelización profética.[6] En ese período, la Tasa de Crecimiento por Década. (TCD) fue del 188%.

Con razón, Elena de White escribió: “La obra evangélica, la tarea de abrir las Escrituras a otros, el amonestar a hombres y mujeres acerca de lo que sobrevendrá al mundo, ha de ocupar más y más el tiempo de los siervos de Dios”.[7]

Entonces, llegamos a la tercera prioridad en la evangelización: la preponderancia de la evangelización propiamente dicha, sobre todas las demás actividades. Observe que, aun en la era del evangelismo profético, la iglesia tuvo una reducción significativa en su crecimiento, en la década entre 1880 y 1890. Una razón para esa reducción fue el “factor Kellogg”, representado por el Dr. John Kellogg y su énfasis social en detrimento del evangelismo. El retorno al crecimiento (1890-1900) fue una respuesta a los consejos de Elena de White, que advirtió: “El trabajo por la clase más pobre no tiene límite. No se acaba jamás, y solo debe ser considerado como una parte del gran todo. El dar nuestra preferente atención a este trabajo, mientras que hay vastas porciones de la viña del Señor abiertas a la enseñanza y aún intactas, es comenzar equivocadamente. Como el brazo derecho es para el cuerpo, de la misma manera es la obra médico-misionera para el mensaje del tercer ángel. Pero el brazo derecho no ha de convertirse en el todo del cuerpo. La tarea de buscar a los desheredados es importante, pero no debe llegar a ser la gran carga para nuestra misión .[8]

8. Culto inspirador

“La Biblia es un libro saturado con el tema de la adoración”.[9] En las Escrituras Sagradas encontramos el modelo de la verdadera adoración. Allí, aprendemos que el interés en adorar a Dios debe ser teocéntrico; es decir, centrado en Dios, motivado por él y por causa de él. Su carácter santo y maravilloso nos constriñe a tributarle adoración de todo nuestro corazón, fuerza y entendimiento. Él es el Creador y Redentor, atributos que lo hacen digno de alabanza y culto (Éxo. 20:1-3; Mar. 4:10; 22:37; 2 Cor. 5:14; Apoc. 4:11; 5:12).

Como líderes, responsables por conducir congregaciones en el culto a Dios, debemos estar atentos para imitar el ejemplo de Moisés quien, luego de haber recibido instrucciones divinas, organizó un equipo de ayudantes y se lanzó a la tarea de construir el Tabernáculo y equiparlo con todos los muebles e instrumentos de adoración.

Después de que todo estuvo listo, “vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová había mandado; y los bendijo” (Éxo. 39:43).

La adoración teocéntrica significa mucho más que prestar culto eventual y momentáneo a Dios. Es colocarlo en primer lugar, por sobre todas las cosas, en todas las situaciones y experiencias de la vida. En verdad, abarca todo lo que el creyente es y hace antes, durante y después del servicio litúrgico. El principal objetivo de la adoración es la gloria de Dios. Sin eso, el adorador no será edificado. La adoración que exalta a Cristo era la gran característica de las iglesias crecientes del primer siglo. Ellas practicaban el modelo de Antioquía, en el que los discípulos fueron llamados cristianos por primera vez.[10] Ese principio de adoración ha sido realidad en las iglesias que crecen.

9. Grupos pequeños

En las iglesias que crecen, “hay estímulo consciente para que los grupos familiares se multipliquen por la división”.[11] Grupos pequeños. Es la respuesta acertada a la pregunta: ¿Cuál es el método más fácil para discipular y cumplir el imperativo de la Gran Comisión?” Las iglesias que se organizan en Grupos pequeños encuentran en ese modelo el factor determinante para el éxito de la cosecha, en los aspectos cuantitativo y cualitativo.

10. Proyección de blancos

Dios no está interesado en la cantidad sin la calidad, ni en la calidad que desprecia la cantidad. No desea que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Ped. 3:9). Desea que todos los hombres sean salvos (1 Tim. 2:4). Por eso, no deberíamos mostrarnos resistentes a la proyección de blancos, no solo de personas bautizadas sino también de discípulos.

Cierta denominación cristiana se encontraba estancada en su crecimiento, durante varios años, y Peter Wagner, especialista en crecimiento de iglesia, fue invitado a examinar la situación, con el objetivo de promover el regreso al crecimiento. Su primera idea fue reunir a los pastores y pedirles que, de acuerdo con el número de miembros de las respectivas congregaciones, evaluaran la marcha de su crecimiento en los últimos diez años. El resultado fue desolador. Enseguida, fueron incentivados y orientados a proyectar blancos para los años siguientes y, a través de gráficos, los presentasen a las iglesias. La reunión, que se había iniciado con semblantes desanimados y tristes, se transformó en un ambiente de optimismo y entusiasmo. La denominación pasó a crecer en gran manera y, a partir de allí, nacía un estilo de evangelización denominado “Evangelización incorporativa”,[12] en la que los pastores proyectan sus blancos y se comprometen con el crecimiento eclesiástico.

Este principio fue probado en tres iglesias de la APO. Los pastores que participaron proyectaron blancos de crecimiento juntamente con líderes voluntarios y miembros que fueron involucrados y desafiados a alcanzarlos. Todos se sintieron comprometidos, por haber participado de la planificación, y trabajaron con entusiasmo. Los resultados comprobaron el éxito del Evangelismo integrado de Cosecha, de acuerdo con el cuadro:

Los diez factores que liberan una iglesia en busca de su propio crecimiento, presentados en este artículo, ciertamente no son los únicos que existen. Hay muchos otros que cada pastor puede descubrir y aplicar en su trabajo. Y Dios concederá el éxito.

Sobre el autor: Director de Ministerio Personal de la Asociación Paulista Oeste.


Referencias

[1] Christian A. Shwarz, O Desenvolvimento Natural da Igreja [El desarrollo natural de la iglesia] (Curitiba, PR: Editora Evangélica Esperanza, 1996), p. 10.

[2] Ibíd.

[3] Elena G. de White, Servicio cristiano, pp. 75, 76.

[4] Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 376

[5] Ricky Warren, Urna Igreja com Propósitos [Una iglesia con propósito] (São Paulo, SP: Editora Vida, 2001), p. 55.

[6] Daniel Julio Rodé, Estrategias de Crecimiento de iglesia (Entre Ríos: Universidad Adventista del Plata, 2006), p. 105.

[7] Elena G. de White, El evangelismo, p. 16.

[8] Elena G. de White, El ministerio de la bondad, p. 270.

[9] Andrew W. Blackwood, The Fine Art of Public Worship [El delicado arte de la adoración pública] (Nashville, TE: Cokesbury Press, 1939).

[10] Hemphill, El modelo de Antioquía, pp. 36-39, citado por Isabel y Daniel Rodé en Crecimiento (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2003), p. 80.

[11] Christian A. Schwarz, p. 33.

[12] Peter Wagner, Estrategias de Crescimento de Igreja [Estrategias de crecimiento de iglesia] (Sao Paulo, SP: Editora Sepal, 1991), pp. 152, 156, 157.