La libertad es el tema que ha conmovido la Conciencia de todas las formas del pensamiento humano a través de todas las épocas. Nerio Rojas, en Biología de la Libertad, declara: “La libertad es el protagonista del drama histórico, en los días de su triunfo y en las noches de su dolor”.
Este don fué dado al hombre como posesión sagrada con la vida misma. Habría de ser más indispensable que el agua y que el aire, la propia esencia de su personalidad. Para conservar el inestimable tesoro, Dios le dió al hombre la voluntad y la verdad. Ejercitando rectamente la voluntad, y viviendo la verdad, el hombre habría de ser permanentemente libre.
“Las noches de su dolor” habrían de sobrevenirle al hombre cuando, abandonando su sagrada vigilia, permitiera al gigante vencido, encarnación de la mentira, negación de la verdad, que ‘le arrebatase la libertad. Y desde el descuido de la primera vigilia, la humanidad lleva muchas noches de dolor, tantas como la mentira ha prevalecido sobre la verdad.
Ahora bien, la libertad religiosa es la madre de todas las libertades, pues sus orígenes, que no los hallaremos en la declaración de ningún estado, ni en las luminosas páginas que escribieron los mártires, los encontramos en Dios, en las páginas inmortales del Evangelio, y en la conciencia misma del hombre. Allí ha quedado registrado que la libertad es un derecho inalienable del hombre, porque es un don natural de Dios.
De aquí, pues, que la conciencia no pueda ser regida jamás por el estado, ni tampoco pollas ‘mayorías, sujetas al error y a la exaltación del mal. La conciencia responde al individuo y a su Dios exclusivamente. Este es el circuito cerrado de la conciencia.
Rui de Barbosa, el gigante luchador de América, reconoce así la primacía de la libertad religiosa: “De todas las libertades, ninguna es tan congénita con el hombre, tan noble, tan fructífera, tan civilizadora y tan pacífica, tan llena del Evangelio, como la libertad religiosa”.
Alfredo Palacios, gran soldado de vanguardia en las luchas por la libertad, sostiene en consonancia con su conducta, este pensamiento: “La libertad religiosa es un derecho natural del hombre, superior al estado’’ (Esteban Echeverría, Albacea de Mayo, pág. 53).
La religión es, pues, la ley de la conciencia, y toda ley humana que pretenda regirla, atenta directamente contra los derechos naturales del hombre y anula los méritos de la fe, que es la base de nuestras relaciones con Dios. “Empero sin fe es imposible agradar a Dios”.
Vivimos en días cuando los hombres quieren regimentar las libertades. Afirman que desean “proteger y asegurar con leyes la libertad religiosa”. Conviene que establezcamos las dimensiones de la libertad religiosa en forma enunciativa.
Es el derecho de adorar a Dios de acuerdo con nuestra conciencia. El derecho de criar a los hijos en la fe del hogar. La libertad individual para cambiar de religión o de afiliación. La libertad de predicar sin impedimento alguno el Evangelio. La libertad de publicar por todos los medios modernos y sin restricción alguna el Evangelio en sus más amplias concepciones. La libertad de educar y promover la educación. La libertad de desarrollar todas las actividades misioneras y de catequesis. La libertad de formar, edificar y poseer instituciones, organizaciones, y de adquirir o vender propiedades.
Comprende también el derecho del pleno acceso a las facilidades comunes a todos los hombres y a todos los derechos que otorga la sociedad, sin menoscabo alguno y sin otra limitación que los méritos, la eficiencia o la habilitación personal, y sin que se consulte o afecte para nada el credo de conciencia del candidato. También comprende el derecho de no poseer religión alguna.
La libertad es acción. Así lo entendió el gran Alberdi cuando dejó vibrando para siempre en la conciencia de América este credo: “La libertad que no es un acto, no es libertad”.
La libertad religiosa, madre de todas las libertades, estimula y fecunda todas las demás libertades indispensables e inalienables. Así lo han entendido los pueblos que han despertado de “sus noches de dolor”, y que el 10 de diciembre de 1948 lograron que la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su famosa Declaración Universal de los Derechos Humanos, las concretara en treinta artículos después de enjundioso preámbulo. Nuestras almas podrían ser libres en un calabozo, pero un calabozo es la negación misma de la libertad religiosa y de todas las libertades.
“En las noches de su dolor”
Cuando los hombres invocaron el “derecho divino de los reyes” o el “derecho divino del estado”, se desataron los crueles despotismos, corrió sangre de mártires y comenzaron “las noches de su dolor” para la libertad. Dios señaló la esfera del poder terrenal:
“A César lo que es de César”, pero también determinó la suya propia: “A Dios lo que es de Dios”. “Proteger la libertad de conciencia es un deber del estado, y éste es el límite de su autoridad en materia de religión” (El Conflicto de los Siglos, pág. 215).
Pero el hombre, desde que abrió las compuertas y el error oscureció la historia de la humanidad, ha continuado desbordándose. Primeramente el estado se sirvió de la religión y la corrompió. Luego el mundo llamado cristiano se sirvió de los poderes terrenales, y este extraño maridaje de iglesia y estado, ha escrito las páginas de humillación y prepotencia más, crueles que se registran. Esos vientos trajeron estas tormentas, y el espíritu de Caín ha dominado a la llamada cristiandad.
Robespierre, el pensador, anotó esta reflexión: “La naturaleza nos dice que el hombre ha nacido para la libertad, y la experiencia de los siglos nos muestra siempre al hombre esclavizado. Sus derechos escritos en su corazón, y sus humillaciones, en la historia’.
Sí, la historia de la humanidad nos prueba que, si la iglesia quiere evitar el baldón infamante de constituirse en perseguidora, debe mantenerse separada del estado. Y también que, si el estado no quiere mancharse con sangre inocente de cristianos concienzudos, debe limitar su intervención a velar por la vigencia de la libertad plena de todas las iglesias por igualdad sin reconocer el predominio de ninguna. Esta nefasta unión ha dado a los fanáticos “coraje” como nunca tuvieron. La posibilidad de mover el brazo del Leviatán para corregir conduce a los gobernantes a cometer horribles crímenes “en nombre de la fe”. Fue Jorge de Santayana quien definió sentenciosa admirablemente al fanatismo: “Fanatismo es el acto de redoblar los esfuerzos, cuando se ha perdido la puntería”. Cuando los hombres pierden la puntería, perdiendo de vista a Cristo, el gran blanco, el gran Libertador del ser humano, entonces redoblan sus esfuerzos en cualquier dirección, y casi siempre con preferencia contra sus hermanos, los que viven a la intemperie evangélica, sin otro poder y amparo que su fe en el gran Libertador.
El fanatismo es insaciable como el tonel de las Danaides, y todavía no se ha escrito este epitafio en la tumba de un mártir: “Murió por adorar a Dios según los dictados de su conciencia”.
No nos detengamos en los crímenes del paganismo. Este no conoció ni invocó para sus crímenes el nombre del Príncipe de la paz. Mientras realizaba sus atrocidades, no se escuchaba, como música de fondo, el “Ave María”, ni se elevaba ante ellos la cruz, ni se quemaba incienso ante altares cristianos, ni se acuñaban medallas recordativas dedicadas al jefe de la llamada “cristiandad”.
Abramos las páginas teñidas de sangre de la llamada “civilización cristiana”. Esas páginas ¿laman como clama aún la sangre de Abel. Todo se arrasaba en nombre de Cristo.
Nos horrorizan estas monstruosidades, y apenas espigamos uno que otro baldón.
En el -siglo XIII, se establece la “santa Inquisición”. No podemos imaginarnos el nombre del santo patrono de esta monstruosa infamia. Suponemos que es Caín.
En el siglo de Torquemada millones van a la hoguera. Delito: ejercer el don natural de Dios, la libertad de conciencia. Fray Luis de León va a la cárcel como herético y judaizante, y sor Teresa de Jesús, a un calabozo por pretender reformar la relajada orden del Carmelo, y durante 18 años dura su titánica lucha contra el mismísimo nuncio, monseñor Sega. Siguen los siglos su marcha, y en 1924 Unamuno, el más grande pensador de España, es desterrado a Fuerteventura y destituido como rector de Salamanca. Hoy España gime aún en “su larga noche de dolor”. Se teme a la libertad. La temen los tiranos y los fanáticos.
El mundo protestante tiene su baldón en Servet y en otras manifestaciones de intolerancia. El espíritu de Caín hace que sean muchas las “noches de su dolor”, pero mientras el espíritu de Cristo sobreviva en la conciencia de un solo cristiano, se oirá la voz del solitario Elias y vivirá el amor por la libertad.
(Pasemos por alto innumerables crímenes contra la libertad. El cielo los ha anotado en el legajo del falso cristianismo y de ese poder diabólico que lo inspira, “la mujer embriagada de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús” (Apoc. 17:6). Es el poder “que tiene reino sobre los reyes de la tierra” (Apoc. 17:18). Bástenos saber que Dios cuidará y atenderá el contenido de toda esta infamia, cometida nada menos que en el nombre de Jesús.
El ejemplo de Jesús
El cristianismo jamás le ha disputado al estado sus derechos. Sólo le ha negado el derecho de erigirse en lugar de Dios.
Los cristianos genuinos han sido en todas las épocas los patriotas más dignos, los ciudadanos más leales a la Patria, pero con idéntico celo le han negado al “estado-teólogo” jurisdicción sobre sus conciencias.
Jesús nos dejó ejemplo. Veamos: Estaba difundiendo Jesús el Evangelio de la libertad entre los hombres. Predicaba, pues, a “los presos apertura de la cárcel”. Era necesario que las muchedumbres tuvieran luchas. La luz conduce a la verdad, y la verdad hace libres a los hombres. Este proceder de Jesús molestó al gobernante. Herodes quiso limitar la libertad de Jesús.
En el lenguaje del “estado-teólogo” de hoy, diríamos que Herodes “formó un expediente” contra Jesús “hereje”. Le envió luego “un oficio” intimándolo a que abandonase su misión y se retirara de sus dominios. Jesús, que era el espíritu y la voz de la libertad, contestó: “Id, y decid a aquella zorra… que es menester que hoy, mañana y pasado camine” (Luc. 13:32, 33). Ni callaría ni abandonaría su puesto del deber.
Jesús, el respetuoso ciudadano de su patria; Jesús el que nos enseñó a reconocer la potestad del César, nos enseñó también los límites de la esfera del César. Cuando este incursiona en la esfera de Dios, Jesús lo llama “zorra” y rechaza sus pretensiones con toda energía. Al (llamarlo “zorra”, Jesús quiso que los cristianos concienzudos tuviésemos el valor y el discernimiento para descubrir el límite de la autoridad del Estado. Cuando rebasa su esfera y pretende quitar al hombre sus derechos naturales —en este caso la libertad religiosa—, el Maestro no le reconoce sus credenciales al gobernante; las considera nulas, y prosigue su obra.
Los apóstoles siguieron valientemente el proceder de Jesús: “Entonces Pedro y Juan, respondiendo, les dijeron: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios” (Hech. 4:19). ¿Qué haremos nosotros?
Tomen nota los gobernantes de nuestros días de la amonestación enérgica de Jesús. No desciendan jamás de elevado estrado a la posición de una “zorra”. Sea siempre la autoridad del gobernante la garantía de nuestra ‘libertad religiosa.
Durante su ministerio, Jesús no contrarió a los poderes terrenales. Tampoco buscó apoyo en ellos para la predicación. No solicitó ninguna protección para el cristianismo, no firmó concordatos con el César, ni aceptó su patronato.
Jesús no acudió a las antesalas del César para pedir “sostén” para el culto. Tenía plena confianza en el poder del Evangelio que predicaba y por el cual habría de morir. Tampoco solicitó Jesús la espada para corregir a los “herejes”. No solicitó auxilio del poder temporal o de la fuerza militar para que los falsos religiosos de sus días entregasen el templo a los cristianos.
Jesús empleó solamente la fuerza del amor; y ésta le bastó en todo trance, aun en el tan amargo de la cruz. Con el amor y “el Espíritu del Señor” que “es sobre mí, por cuanto me ha enviado a predicar”, comenzó, realizó y llevó a la culminación su ministerio.
¿A quién invocan los dirigentes populares del cristianismo para respaldar sus desbordes? ¿Por qué ‘desprecian los métodos y el poder que acompañó a Cristo al fundar su Iglesia? En lugar de mirar los cristianos a Roma o a Ginebra, ¡miren a Jesús! ¡Volverá la libertad con la verdad, y retrocederá el espíritu de Caín!
“En los días de su triunfo”
Siendo la libertad la protagonista del drama histórico, hemos de hallar páginas luminosas, escritas con sangre de héroes que se batieron para mantener la fortaleza de la conciencia frente a los avances de los poderes temporales o religiosos, generalmente él “estado-teólogo”.
En Runnymede, los caballeros ingleses exigieron de Juan Sin Tierra, en 1215, la firma de la Carta Magna, la cual ha sido basamento de extraordinarias conquistas para la dignidad y la bendita causa de la libertad del hombre.
¿Qué decir de la figura de granito de los reformadores? Hombres que en medio de “las noches de su dolor”, las más oscuras, tuvieron el valor de vivir y morir por la libertad religiosa.
Diógenes había sentenciado: “La libertad sostenida, es el primero de los bienes y para disfrutarla, no hay sino un medio: estar dispuesto a morir por ella”.
Detengámonos en esa colosal figura humana que fué Lutero. Arremetió contra la más formidable testa coronada, Carlos y tuvo la grandeza y el valor de colocar muy por encima de ella la corona de Cristo. “Aquí estoy no puedo obrar de otra manera. Que Dios me ayude”. Con esta dependencia de Dios afrontó a la iglesia dominante mancillada por el César. Destruyó los cerrojos que oprimían las conciencias y dijo NO al poder desbordante de Roma. Lutero vio la estrella, y como los sabios de Oriente, emprendió la marcha, no hacia Roma, sino hacia Belén, aunque sabía que Herodes lo acechaba a cada paso. Su visión de Dios le dió discernimiento. La verdad aceró su voluntad. Herodes adquirió entonces dimensión de “zorra” y la Reforma fué incontenible.
Rogelio Williams, iluminado con la Biblia, en 1631 proclamó la completa separación de la iglesia y el estado, y declaró que “la conciencia del hombre no era asunto de estado”. ¡Qué hombres!
La Revolución Francesa fué en gran medida la respuesta de los hombres libres al despotismo de ese fenómeno, la “iglesia-estado”, e1 insoportable leviatán. En el artículo 10 de la famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se escribía: “Nadie debe ser molestado por sus opiniones, aun religiosas, con tal que su manifestación no trastorne el orden público establecido por la ley”.
Esos aires avivaron el fuego y la pasión por la libertad de nuestros patriotas americanos. El mismo espíritu de Mayo proclamó la libertad para estos pueblos sometidos por él espíritu medieval.
En la América del Sur, posiblemente haya sido Salvador María del Carril, el bravo sanjuanino, vicepresidente argentino con Urquiza, el primero que Sancionó la libertad religiosa en la famosa Carta de Mayo de San Juan, cuyo artículo 17 dice: “Ningún ciudadano o extranjero, asociación del país o extranjera, podrá ser turbada en el ejercicio público de su religión, cualquiera que profesase, con tal que los que la ejercitan paguen y costeen a sus propias expensas su culto”.
Esto ocurría el 6 de junio de 1825. ¿No es maravilloso? ¿Están las naciones americanas avanzando hoy en estos derroteros de la libertad religiosa?
¿Libertad o tolerancia?
Si el concepto de tolerancia fuese entendido como lo entendió y practicó Voltaire, sería ésta una palabra digna. “Desapruebo lo que decís, pero defendería con mi vida vuestro derecho a expresarlo”.
Este pensamiento campea también en la obra del eminente criminalista francés Garraud: “Los derechos del pensamiento humano son superiores a las necesidades de la prevención social, porque el choque y la lucha de las opiniones son las condiciones mismas del progreso”.
Pero sin duda Mirabeau intuía la acepción que el “estado-teólogo” daría al vocablo, y en la sesión del 23 de agosto de 1789, cuando las fuerzas oscuras de la opresión se oponen a la libertad de cultos y sugieren la palabra “tolerancia”, el formidable tribuno habla:
“No vengo a predicar la tolerancia, pues para mí la más ilimitada libertad de religión es a tal punto un derecho sagrado, que la palabra tolerancia me parece tiránica, porque el que tiene el poder de tolerar, atenta contra la libertad de pensamiento, por lo mismo que puede tolerar o no”. Libertad no es tolerancia.
“El objeto de la vida es el desarrollo del espíritu, y la primera condición para que pueda desarrollarse el espíritu es la libertad”, declaró Renán. Este es el camino de la democracia.
La Iglesia Adventista, que enarbola desde siempre la bandera de la libertad religiosa, presentó a la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, di 26 de noviembre de 1946, la siguiente ponencia para combatir la palabra engañosa “tolerancia”:
“La tolerancia no es libertad. La tolerancia es una concesión; la libertad es un derecho. La tolerancia es asunto de conveniencia; la libertad es un principio. La tolerancia es una concesión otorgada por di hombre; la libertad es un don de Dios.
“La tolerancia implica superioridad de una clase o un grupo sobre otros. Es un acto de indulgencia o gracia. No de reconocimiento de la justicia y el derecho. En ella hay un concepto de desigualdad.
“La tolerancia no es, como algunos piensan, lo contrario de la intolerancia. Es su imitación, disfrazada de un nombre agradable. Ambas son despóticas. La intolerancia asume el derecho de privar de la libertad de conciencia. La tolerancia asume el derecho de conceder esa libertad”.
La palabra “tolerancia” es el vocablo que suele preferir el culto oficial. Es que el culto, cuando acepta la protección del Estado, cree que su dios vive en la tierra, no en el cielo, y al hablar de tolerancia revela que abiertamente desconfía de Dios.
Los países con plena libertad de cultos prueban inequívocamente que la felicidad del estado y su integridad, la estabilidad y grandeza de la patria y la unidad espiritual de la nación de modo alguno peligran al eliminarse el culto protegido y afirmar la plena libertad religiosa.
Muy al contrario, se presentan ante el juicio severo e imparcial de la historia como naciones progresistas, fuertes y con una gran cohesión espiritual, con una gran unidad, que no es lo mismo que uniformidad, que reclaman los defensores de la discriminación. Suiza y los Estados Unidos quizás bastarían para probar el error de que la estabilidad rígida y la conservación inalterada de tradiciones de un culto protegido, sean la base de la felicidad de una nación. Más aún, se acepta que el catolicismo de los Estados Unidos sostiene económicamente al de los países del hemisferio sur, donde el catolicismo es culto protegido. El mismo jefe de la iglesia popular agradeció públicamente esas dádivas, lo que equivale a reconocer las ventajas de vivir en el hemisferio norte, a la intemperie evangélica, que tanto se teme en el sur.
“Después de Dios, no hay nada superior al hombre”, proclamó hace poco un digno prelado católico. Dejen los corifeos del poder y de ’os intereses mezquinos de cantar loas al “estadoteólogo”. Luchen por la dignidad del individuo y trabajarán por la verdadera grandeza de la patria, y unirán sus nombres a los de los hombres de bien.
El gran constitucionalista argentino, Dr. Segundo V. Linares Quintana, al reintegrarse a la cátedra luego de las “noches de su dolor” pasadas en defensa de la libertad, dejó con sus alumnos el 26 de noviembre de 1955 esta profesión de fe:
“Fui separado de la cátedra por haber enseñado siempre, desde ella y fuera de ella, con modestia pero sin claudicaciones, que es di hombre y no el estado, en último análisis, el eje en torno del cual gira toda la ciencia del derecho constitucional, y que el fin supremo y último de esta disciplina es el amparo y la garantía de la libertad y la dignidad del ser humano”. Bello mensaje para los futuros campeones de los derechos humanos.
Nuestro irrenunciable deber
“El estandarte de la verdad y de la libertad religiosa, sostenido en alto por los fundadores de la iglesia evangélica y por los testigos de Dios durante los siglos que desde entonces han pasado, ha sido confiado a nuestras manos para este último conflicto” (Obreros Evangélicos, pág. 404).
La lucha que se avecina será desleal e ignominiosa. En ese terreno la han presentado siempre los falsos cristianos. Los poderes de las tinieblas se valdrán de filosofías sofísticas, de la bandera del patriotismo, del nacionalismo exaltado, de argumentos viciados, porque no tendrán contenido de verdad y honestidad. Se desatará una lucha ideológica contra la verdad y contra los que tengan el valor de vivirla. “La nación estará de parte del jefe rebelde”.
Pero el Señor no abandonará a su pueblo, como no abandonó al solitario Elias. Ángeles hablarán en las asambleas. Hombres honestos, que todavía no están en nuestras filas, librarán como instrumentos del Señor, batallas heroicas por las libertades fundamentales, pero en esa hora, cada soldado del Señor estabá en fila y cada uno será probado.
“A la doctrina de la libertad religiosa se la llamó herejía” (El Conflicto de los Siglos, pág. 51). Volverá a llamársela así. ¿Estamos preparándonos para el conflicto de los -siglos en la hora de su culminación y en su hora más gloriosa para el triunfo de la gloriosa verdad? Si los reformadores, verdaderos príncipes de Dios, se hubiesen satisfecho con un ritual muy cuidado y con las formas de la religión, nunca jamás habría habido Reforma. Lo que elevó a estos gigantes de las gloriosas minorías de Dios, a la jerarquía de escogidos de Dios”, fué la comunión diaria con Dios, el estudio diario y concienzudo la Biblia y una predicación llena del poder del Espíritu Santo, directamente al corazón de los pecadores.
Hoy es el día para predicar el reino de Dios… enseñando ló que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimenta (Hech. 28:31). Hoy es el día de utilizar todo medio lícito y cristiano para dar las buenas nuevas. Hoy es el día de usar la prensa profusamente. Esta, en muchos países, todavía constituye “los ojos y oídos del pueblo”. En ella debemos presentar dignamente la causa del Evangelio, haciendo conocer el espíritu y las realizaciones de la iglesia y defendiendo la libertad religiosa.
Hoy es el día de preparar a la grey predicando la Palabra. No las teorías, no mensajes arrulladores que preparan para el fracaso. Ha de predicarse la verdad única que libera al ser humano. “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”.
Hoy es el día de predicar en forma positiva la verdad, sin atacar a los hombres, pero sí al error. La luz señalará el error y guiará a la verdad.
Hoy debemos estimular el estudio de la Biblia en la grey, la lectura meditada de El Conflicto de los Siglos, de los maravillosos libros de la mensajera del Señor que capacitarán al pueblo para las grandes batallas del Señor.
Hoy hemos de vivir la verdad. Ella nos libertará de prejuicios, de la indiferencia, del temor y del error, y nos revelará que esta hora tremenda ha sido hecha de medida para que cada miembro de la Iglesia Adventista testifique por la verdad.
Como los grandes héroes de Dios, contamos con el mismo poder de los siglos pasados, pero con la promesa de que descenderá con la lluvia tardía en una forma extraordinaria. Además, los ángeles correrán en socorro de los hijos de Dios “como espíritus administradores, enviados… a favor de los que serán herederos de salud”, pata salvarnos del error y fortalecernos en el servicio.
Hoy es el día de trabajar en incesantes vigilias por la libertad religiosa. Quiera el Señor ayudarnos a cada uno a llegar con ánimo, con fe y con humildad, hasta la vanguardia misma dé esta heroica batalla que se avecina. En ella nos aguarda todo el poder del cielo y el Capitán de toda la gesta del cristianismo.
Sobre el autor: Director del Departamento de Relaciones Públicas de la Unión Austral.