Este número del Ministerio adventista reafirma la convicción, fundamental para la fe y la identidad adventista, de que Dios está haciendo una invitación a su creación: “Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:7). En este número buscamos, entre otras cosas, validar la conexión  entre el acto creativo original de Dios y la observancia del sábado, o séptimo día, como día de reposo. 

Afirmamos que, consistentes con la fraseología específica de la ley moral, el séptimo día del ciclo semanal está inextricablemente ligado con la obra creadora original de Dios (Exo. 20:11). Por esta razón el sábado fue diseñado por Dios como el punto específico en el tiempo en el cual los seres humanos vengan a adorarle. De este modo reafirmamos una vez más que si el sábado significa todo lo anterior, no es un don que perteneciera sólo al pueblo judío, sino que fue “hecho” por Dios para toda la “humanidad” (Mar. 2:27) en el principio, antes que existieran Abrahán, Moisés o la nación judía. 

Este número del Ministerio presenta esta forma adventista de considerar el sábado, más orientada hacia la ley y más convencional, pero cuyo propósito principal es penetrar más profundamente en el corazón del verdadero significado del mismo. Tratamos de hacer esto concentrándonos más en la magnífica conexión escrituraria entre el sábado y los temas redentivos o evangélicos de la Biblia. 

Jesús y el sábado 

Tal vez la pregunta ¿qué ocurrió con la ley cuando vino Jesús? sea más apropiada para nuestro propósito. La consideración de este tema, escrito con pasión, por parte de Pablo en la Epístola a los Gálatas, es la más concisa. El meollo de su pensamiento se encuentra en el capítulo tres, especialmente los versículos 19-25, donde Pablo presenta significativamente más del continuum Cristo-ley que la tensión ley-gracia, que solemos ver más frecuentemente allí. 

En el centro de nuestra lucha por entender este pasaje se encuentra la declaración, original y concisa, “de manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevamos a Cristo” (Gál. 3:24). Una vez más debemos observar que la “tensión” en esta declaración está entre la ley y Cristo y no tanto entre la ley y la gracia. Los adventistas, por supuesto, tienen una larga historia en relación con este pasaje. Parte de ella incluye definitivamente la siguiente cuidadosa interpretación: “Se me pregunta acerca de la ley en Gálatas. ¿Cuál ley es el ayo para llevamos a Cristo? Ambas, la ceremonial y el código moral de los Diez Mandamientos”,1 y, “la ley ha sido nuestro ayo, para llevamos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gál. 3:24). El Espíritu Santo está hablando particularmente de la ley moral en este texto, mediante el apóstol. La ley nos revela el pecado y nos hace sentir nuestra necesidad de Cristo y de acudir a él en procura de perdón y paz mediante el arrepentimiento delante de Dios y la fe de nuestro Señor Jesucristo”2 Esta explicación tiene implicaciones críticas que apuntan en significativas direcciones, incluyendo aquella que arroja rayos de luz sobre la cuestión del presente rol de la ley y el sábado [reposo] del séptimo día. 

En el corazón de la exposición de Pablo se encuentra lo siguiente: Si bien Cristo no vino a quitar la ley, vino a cumplirla (Mat. 5:17). ¿Qué significa esto? Aun cuando la ley es santa, justa y buena (Rom. 7:7, 12, 13,14, 16, 22), autoritativa y eterna, todavía es, en sí misma, una expresión incompleta e imperfecta de la voluntad de Dios y de todo lo que él es (incluyendo la ley moral) La ley, incluyendo la ley moral, prefiguraba a algo o Alguien más perfecto o completo que había de venir, es decir, el Autor de la ley, Jesucristo mismo. Jesús es la expresión última de todo lo que Dios quiere y es, incluyendo los grandes principios comunicados a través de Moisés (véase Juan 1:14-18 y Heb. 1:1-3). 

Por eso Jesús dijo cosas como éstas: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio [ley moral]. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mat. 5:27,28). Y en el mismo contexto dijo cosas similares, mezclando los elementos de la ley ceremonial. Aquí Jesús muestra claramente que él mismo y sus enseñanzas constituyen la expresión última de una revelación que jamás podría haber sido anunciada sólo en tablas de piedra. Jesús es la suma de la verdad divina. Él es la verdad (Juan 14:5-11). 

Jesús, la expresión de la ley y el sábado 

Jesús es la encamación viviente de la “ley”. Él es la personificación de toda la Escritura y de todo lo que Dios se propuso alguna vez comunicar a los seres humanos. Él es el Verbo encarnado que vivió entre nosotros para que pudiéramos ver la gloria de Dios. Él es también, por lo tanto, la perfecta expresión de lo que significa el sábado. Él es, literalmente, el cuadro que vale y dice más de diez mil palabras. Él es nuestro sábado, y reafirma y expresa así en forma absoluta cualquier cosa que el sábado semanal haya tenido el propósito de representar. El sábado se levanta como un memorial perpetuo, grabado en los portales del tiempo, y hace que la gran centralidad divina de Cristo y su evangelio sea real para nosotros los seres humanos. 

De este modo, cuando uno llega a la cuestión del séptimo día, ve que Jesús no tenía el propósito de quitar el sábado, sino más bien de cumplirlo o, para decirlo de nuevo, de expresar la plenitud de su significado. Por tanto, cuando se relacionó con él a lo largo de su ministerio en Palestina, trató constantemente de abrimos el significado verdadero del sábado y libertarlo de las tradiciones que los despistados líderes religiosos de su tiempo habían acumulado sobre él. El vino, si usted gusta expresarlo así, para dar al séptimo día una madura expresión cristiana. 

Espero que esta edición de la revista Ministerio Adventista haga lo mismo.