¿De dónde proceden? ¿Cuál es su mensaje? Vistazo a un movimiento carismático

Quiero hablarle del movimiento carismático —o neopentecostalismo, como también se lo llama. Un movimiento que está produciendo el así denominado bautismo del Espíritu Santo—con todas sus concomitancias, el hablar en lenguas y los sanamientos— en el seno de las principales iglesias del protestantismo y del catolicismo. “Carismático” deriva del griego carisma y se refiere a dones de extraordinario poder otorgados al cristiano por el Espíritu Santo y para el bien de la iglesia.

Existen cuatro razones por las que creo que el movimiento carismático merece nuestra atención:

1. Porque se lo presenta como el medio por el cual el poder capacitador del Espíritu Santo prepara al mundo para el regreso de Cristo.

2. Porque está trasponiendo las barreras denominacionales, y aun las sociales y raciales, de un modo sorprendente.

3. Porque está ya ahora confrontando al ministro adventista con preguntas de magnitud profética y pronto —puedo anticiparlo— demandará de nosotros juicios exegéticos que sólo podrán ser hechos por hombres informados y llenos del Espíritu. Esta observación adelanta mi cuarta razón para el examen del movimiento:

4. Porque necesitamos el Espíritu Santo, lo necesitamos desesperadamente para que nuestro ministerio tenga poder, y he aquí un movimiento que se propone hacer precisamente eso. Creo, por lo tanto, que merece nuestra consideración sincera y dedicada.

Propongo un examen breve del movimiento, y luego sugeriré cuatro observaciones que le ayudarán a usted a formular su propia respuesta acerca de su naturaleza y origen.

A cuarenta y cinco kilómetros al sur de la Universidad Andrews se halla la Universidad de Notre Dame, institución jesuita mejor conocida por su figuración en el fútbol nacional que por su influencia espiritual dentro del mundo católico.

Pero allí, comenzando en el verano de 1967, en el cuarto 316 del edificio de administración, el clamor no era que se obtuviera una nueva conquista deportiva sino “¡Ven, Espíritu Santo, ¡ven!” Y fuentes católicas informan que el Espíritu Santo en realidad descendió, con poder carismático, sobre varios cientos de sacerdotes, monjas y estudiantes.

Una experiencia típica fue la de Roger Alexander, un estudiante católico de la Universidad de Michigan. Junto con otros compañeros fue a Notre Dame un viernes de noche de 1967, con la esperanza de participar del fenómeno carismático ya vivido por un cierto número de estudiantes y docentes. Este es el informe de lo que sucedió en aquel cuarto:

“Las reuniones comenzaron un viernes de noche, pero la ‘imposición de manos’ no ocurrió hasta el sábado después del mediodía. En ese intervalo oí muchos testimonios de la obra del Espíritu Santo en la vida de otros. Estaba cada vez más convencido de la validez de esa experiencia, y no obstante cuando quien dirigía dijo: ‘Aquellos que deseen que se ore por ellos, ¿quisieran pasar al centro?’ (estábamos sentados formando un gran círculo) algo aún me detuvo. Al mirar a mis amigos quedé terriblemente espantado. Uno de ellos gritaba: ‘¡Amo a Dios!’ Cuando pude controlarme, me puse a pensar. ¿Era posible que alguien poseído por el demonio clamara ‘amo a Dios’? Yo conocía a esa gente, y no era precisamente del tipo histérico. En ese momento otro grupo de amigos vino hacia donde yo me hallaba sentado y me preguntaron si podían orar por mí. Yo sentía miedo todavía, de modo que les pedí ser exorcizado primero. (Pocas semanas antes ni siquiera creía en el demonio). Entonces, cuando comenzaron a orar por mí, una extraña sensación física partió de mis manos y pies y gradualmente se extendió por todo mi cuerpo. Era como una corriente eléctrica o como si el interior de mi cuerpo golpeara contra mi piel. Por primera vez en mi vida tuve una comprensión real del poder de Dios. Después me senté un rato y oré, dándole gracias a Dios por las maravillas que me había mostrado. De pronto mis labios comenzaron a temblar. De nuevo sentí miedo y, acompañado por una chica de mi colegio, salí al hall. Al arrodillarme sallo de mis labios una serie de extraños sonidos. Yo no tenia control sobre los sonidos que emitía, y no obstante fui lleno de una felicidad y paz tan intensas como había conocido antes”.[1]

Lo que ha estado sucediendo en Dame y otros colegios católicos no es más que una pequeña muestra de la manera en que el fenómeno carismático está afectando al catolicismo. En la edición del 8 de noviembre de 1968 de la revista Commonwealth, publicación católica laica, el benedictino Kilian McDonell comenta que “los obispos [católicos] están desconcertados, obran con cautela [como algunos obispos adventistas] y se hallan amargados” en lo que se refiere al fenómeno carismático que recién en 1967 apareció en el catolicismo romano. McDonell informa que, hasta la fecha, las autoridades católicas “no han tomado medidas abiertas para oponerse al movimiento”.[2]

Yo he examinado informes de sesiones carismáticas no sólo de Notre Dame, sino también de Duquesne y de la Santa Cruz de Worcester, en Massachusetts. Un dirigente pentecostal afirma que, hacia comienzos de 1969, habían participado en el movimiento unos 10.000 sacerdotes, monjas y laicos.

En realidad, el acercamiento católicopentecostal no es tan sorprendente como parece. No se trata de antagonistas irreconciliables. En la práctica, el pentecostalismo ha incluido en su devoción los elementos esenciales del misticismo franciscano y jesuita”.[3]

Es interesante notar que las células formadas para experimentar con el fenómeno carismático operan en el campus de universidades no católicas, desde la de Yale hasta la de Washington. Tan difundida se halla la práctica que el gobierno recientemente acordó una subvención para la investigación del fenómeno psicológico y lingüístico. Por todo el país los estudiantes muestran (mediante tumultos) un interés creciente en los dones carismáticos, particularmente en la glosolalia, o el hablar en lenguas. (Glosolalia deriva de glossa, “lengua”, y lalia, “conversación”, “discurso”, “charla”.)

ORAL ROBERTS Y UNA VISION

Unos dos mil ministros afiliados a las denominaciones protestantes tradicionales se dice que han recibido el don de lenguas.[4] Tal vez usted haya advertido que Oral Roberts, el sanador por fe, ha abandonado las filas pentecostales y se ha unido al ministerio metodista en respuesta —dice él— a una visión directa de Jesucristo en la cual se le indicó que ejerciera su ministerio sanador en el seno de las iglesias históricas de la cristiandad, y por medio de ellas, en el mundo.

Acerca de esa experiencia, escribe Roberts lo que ocurrió el 9 de mayo de 1968:

“Entonces tuve por cierto… que el Espíritu del Señor estaba comenzando a moverse sobre la tierra en una manera que el hombre no había experimentado antes… para llevar su poder sanador a mi GENERACION”. [5]

Un aspecto interesante de muchas sesiones carismáticas es su carácter interdenominacional. Episcopales, metodistas, presbiterianos, católicos se reúnen juntos, oran juntos, se imponen las manos unos a otros y hablan juntos en lenguas. Y el movimiento cobra impulso mundial.

En su libro Christian Reality and Appearance, John A. Mackay, presidente retirado del Seminario Teológico de Princeton sugiere el potencial del movimiento:

“En una época de cambios revolucionarios, en que todas las estructuras institucionales se están desmoronando en el orden secular y religioso, en que las iglesias del protestantismo histórico se burocratizan cada vez más, en que más y más miembros de iglesia se reúnen en células de un submundo eclesiástico, en que la Iglesia Católica Romana desarrolla interés evangélico y un sentido penetrante de lo que significa ser cristiano, en que el movimiento carismático crece más allá de todas las fronteras eclesiásticas, ¿no podría suceder que, a menos que nuestras iglesias protestantes vuelvan a descubrir las dimensiones en el pensamiento y en la vida que han estado perdiendo o desdeñando, el futuro cristiano quizá se ubique con un catolicismo reformado y un pentecostalismo maduro?” [6]

Una conclusión fascinante, ¿no es cierto?

Pero preguntémonos: ¿Cuál es el significado de este extraordinario movimiento que ha trepado tan rápidamente a un lugar prominente? ¿Es el rocío inicial de la lluvia tardía, que la Palabra de Dios dice que producirá la renovación y la reforma de sus seguidores? ¿Podría ser ésta la obra de aquel gran ángel de Apocalipsis 18:1, que desciende “del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria”?

¿O podría tratarse del falso reavivamiento de señales y milagros mentirosos que la Biblia dice que precederán a la venida de Cristo?

Si este movimiento es la obra del Espíritu Santo, tenemos motivo para preguntar: ¿Por qué no se manifiesta en la iglesia remanente? ¿Podría ser que nuestra tibieza ha apenado de tal manera el corazón de Dios que al fin, aunque lamentándolo, se ha apartado de nosotros? ¿Se está habilitando a otros para dar el testimonio que por tanto tiempo hemos silenciado?

¿O no podría ser que el Espíritu esté realmente también entre nosotros? ¿Qué la lluvia tardía esté cayendo a nuestro alrededor, pero que estemos tan cegados por la mundanalidad y la indiferencia que no la percibamos? (Y no la percibiremos, hasta que en una final efusión de gloria veamos nuestro pecado y nuestra perdición).

Me parece que no importa lo que sea este movimiento —si el presagio de la lluvia tardía o el “poder engañoso” enviado a “los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”— el desafío es igualmente competente, poique en cualquier caso únicamente una experiencia viva con Jesús valdrá para salvarnos.

Se reitera la pregunta: ¿Cuál es el significado de este extraordinario movimiento?

Como respuesta, permítame adelantar cuatro observaciones que pueden ayudarle a formular su propia conclusión.

1. El movimiento carismático debe su crecimiento a iglesias que han frustrado y

están frustrando a sus miembros.

Uno llega a la conclusión de que, en realidad, el movimiento debe su misma existencia a dos enfermedades que afligen al cuerpo de Cristo. La primera es la diversidad teológica —que recorre desde el fundamentalismo, pasando por el existencialismo, hasta el universalismo—. La segunda es el denominacionalismo —la fragmentación del cuerpo de Cristo. “¿Por cuál de los caminos ir?” es el clamor de millones de corazones perplejos. Y de pronto, penetrando a través de la confusión del mundo eclesiástico, surge una experiencia: el bautismo del Espíritu Santo ratificado, en la mayoría de los casos, por el don de hablar en lenguas. La experiencia testifica que en forma súbita y dramática una persona puede ser llevada al corazón de la realidad espiritual. ¡No debe extrañar que este movimiento esté barriendo como una escoba espiritual hasta los rincones con telarañas de la estructura eclesiástica!

Consideremos, por ejemplo, cómo y por qué se inició el movimiento carismático en el campus de la Universidad de Duquesne, institución católica de Pittsburgh. En 1966 a dos miembros del cuerpo de profesores les llegó a preocupar la falta de dinamismo de su vida de creyentes. A pesar de todas sus actividades en la iglesia y de su erudición en la docencia, se sentían vacíos. Entonces escudriñaron las Escrituras, oraron y meditaron.

Descubrieron que la iglesia cristiana primitiva tuvo poder porque Cristo, después de su ascensión a la diestra del Padre, le envió el Espíritu Santo. En un instante el atemorizado grupo de discípulos se transformó en una comunidad de fe y acción —acción tan potente que dieron vuelta el mundo.

Los dos profesores descubrieron también que lo que los discípulos pidieron con genuina confianza de recibirlo, lo recibieron. El Espíritu Santo descendió sobre ellos para transformar su vida —fueron bañados por el amor de Cristo; cada latido se convirtió en una oración de alabanza, cada hecho en un acto de fe; cada palabra proclamaba, para que todos los oyeran: “Jesús es el Señor de mi vida”. Entonces estos dos hombres oraron así, día tras día: “Ven, Espíritu Santo, ven”.

Cierto día tuvieron noticias de un grupo de oración interconfesional donde los cristianos se imponían las manos unos a otros, orando con fe por la concesión de los dones y los frutos del Espíritu Santo.  Junto con otros colegas y la esposa de uno de ellos comenzaron a concurrir. A las pocas semanas, dicen, eran hombres cambiados. Les parecía que la Biblia tenía una nueva atracción. Descubrieron una nueva intrepidez en la fe, y confianza en la presencia y el poder amoroso de Cristo. También recibieron, afirman, muchos de los dones del Espíritu Santo.

TODA LA NOCHE EN ORACIÓN

A mediados de febrero de 1967 un reducido grupo de estudiantes junto con los miembros docentes de Duquesne decidieron pasar un fin de semana en oración, meditar sobre los primeros cuatro capítulos de Los Hechos y buscar la voluntad de Dios. Unas treinta personas participaron en ese retiro.

El viernes por la noche se reunieron para orar y buscar la voluntad de Dios para la vida de cada uno de ellos. Durante todo el sábado oraron y estudiaron. El sábado a la noche se había dejado para recreo. Se iba a festejar el cumpleaños de uno de los sacerdotes que asistía al retiro. En lugar de eso se convirtió en una noche de oración y búsqueda, desde las siete de la noche hasta las cinco de la mañana. Durante esa noche dicen que de a uno y de a dos recibieron el Espíritu de Dios. Algunos alababan al Señor en lenguas, otros lloraban de gozo quedamente y otros oraban y cantaban. De ese fin de semana en Duquesne la experiencia pasó a Notre Dame y ahora está penetrando en los rincones católicos del país.

¿Se da cuenta de lo que sugiere esta experiencia? Los credos estériles y el frío formalismo han suplantado por demasiado tiempo al Cristo vivo en su iglesia viva. Hay un mundo hambriento y la experiencia carismática le llega no con una doctrina sino como una oferta de una experiencia en Cristo.

¿Nos atreveremos a impugnar los motivos de quienes, en los campus universitarios o fuera de ellos, de cualquier iglesia o con cualquier grupo están buscando el bautismo del Espíritu Santo? ¿O debiera nuestra primera pregunta ser ésta: “Conozco la realidad del Espíritu Santo en mi vida”?

Nunca olvidaré aquellas semanas de ansiedad en los comienzos de mi ministerio cuando me di cuenta de que estaba despojado del poder de Dios, que iba al púlpito con más confianza en las palabras que en la Palabra. Y la terrible angustia que rodeó mi alma cuando comprendí que se me pediría cuenta del crecimiento espiritual de mi rebaño. Nunca olvidaré esos días y noches de oración y examen que me llevaron al fin a través de las excusas de mi profesión a la presencia de la Deidad. Hasta que una mañana temprano salió de mis labios, no un balbuceo de sonidos ininteligibles sino un testimonio definido de confianza y triunfo: ¡Jesucristo es el Señor de mi vida; soy acepto en él!

Hermano, ¿es el testimonio de su ministerio todo lo que debiera ser? Usted sabe que los miembros rara vez sobrepasarán la experiencia espiritual de su ministro.

Y ustedes, docentes, ¿qué dicen de su experiencia? Uno de nuestros jóvenes adventistas que visitó un colegio sostenido por protestantes me dijo: ‘Me impresionó profundamente la atmósfera espiritual. Los estudiantes parecían tener una gran preocupación: ¿Cómo podían prepararse mejor para el servicio de Cristo? Oraban juntos en las habitaciones, en sus propios cuartos. Hablaban de Cristo —era el tema de las conversaciones en el campus. Creo que muchos de los estudiantes con quienes me encontré conocían a Jesús de verdad. Salí de allí preguntándome si realmente yo… y preguntándome qué le había sucedido a mi colegio… a mi iglesia”.

Repito, el movimiento carismático debe su expansión a las iglesias que han frustrado y siguen frustrando a sus miembros. Y nosotros no estamos en condiciones de subir al trono llamado Más Santo que Tú y señalar con el dedo. (Continuará.)

Sobre el autor: Director de la revista Liberty


Referencias

[1] Roger Alexander, “The Holy Spirit at Michigan State”, en Acts Today’s News of the Holy Spirit’s Renewal, septiembre-octubre de 1967, pág. 23.

[2] Kilian McDonell, “Holy Spirit and Pentecostalism”, en Commonweal, 8 de noviembre de 1968, pág. 203.

[3] Evangelical Press Service, febrero de 1970.

[4] Du Plessis, discurso citado.

[5]  Oral Roberts, “I Have Seen Jesus Again”, Abundant Life, primera de tres partes de un informe, julio de 1968, pág. 4.

[6]  John A. Mackay, Christian Reality and Appearance (Knox Press, 1969), impreso en la cubierta de Monday Morning, revista para los ministros presbiterianos, del 17 de noviembre de 1969.